CAPÍTULO 4
EL VERBO Y LA PALABRA DIVINA

Es la palabra de Dios la que eleva al Faraón, al cual es recomendado: no estés alejado de los dioses, (pues) crean para ti esta palabra que crearon para la luz divina (Ra) y el Principio creador (Atum) que brillan cada día. [1][2]

Los dioses hablan, el Faraón entiende las palabras que pronuncian, pues el Verbo le permite asimilarse a todas las entidades creadoras. Así, entiende y conoce la palabra de la [3] luz divina, y recibe «la palabra de Horus que él escucha». Se [4] dirige a Horus y le pide: Pronuncia para mí esta palabra [5][6] grande y perfecta que has dado a Osiris. El Faraón es grande gracias a ella, él es perpetuamente grande gracias a ella, tiene el poder en el interior de esta palabra, su capacidad de manifestación está detrás de él, su agudeza sobre él. [7]

Y para entender la palabra de Horus, que permite convertirse en un ser de luz, conviene guardar silencio. Es por su capacidad para escuchar y entender, y por la práctica de la palabra divina, por lo que el Faraón puede hablar verdaderamente y «decir Maat». [8][9]

La lengua del Faraón es el piloto encargado de la barca de Maat, pronuncia (lit.: anuda) una palabra justa [10][11]

El rey debe respetar una regla estricta: Se dice: Di lo que es (netet), no digas lo que no es (iutet), (pues) la abominación de Dios es la falsedad de la palabra. [12]

Todos los dioses se regocijan de todo cuanto formula el Faraón, y es perfecto para él eternamente, pues la palabra del rey está destinada al cielo, y el propio Faraón es la gran palabra. [13][14][15]

El Faraón es el formulador por excelencia, y el mismo Ra está atento a cuanto dice: Escucha esta palabra, Ra, que el Faraón pronuncia para ti; y a varias divinidades se les indica: Escucha esta palabra que el rey te dice, que haya regocijo para tu corazón, a propósito del rey. El Faraón es un grande, hijo de un grande. [16][17]

Dotado de la formidable potencia de Set, «la palabra [18] perfecta» del Faraón es elevada hacia un ser divino, «el proveedor de las potencias vitales» que, a su vez, le eleva hacia las dos Enéadas. [19]

Señor del Verbo (Hu) «que ha inclinado su rostro hacia él» y [20][21] que confiere la plenitud, el Faraón es su compañero. Ahora bien, este Verbo es también alimento y, al pronunciarlo, el rey otorga la vida. [22][23]

La palabra sagrada puede concretarse en un cierto número de fórmulas rituales registradas en los Textos de las Pirámides: por ello existen fórmulas para ascender, elevarse, viajar: los Seguidores de Horus Recitan para el Faraón las fórmulas de justeza y de ascensión al cielo. [24][25]

El Faraón utiliza también la palabra en forma de órdenes que imparte a los dioses y a los padres de los dioses, y las formula al lado de las [26][27] dos Enéadas. Igualmente imparte órdenes a los hombres y los juzga «separando [28] las palabras», y actúa así «entre los dos grandes dioses». [29][30]

Existe una forma de palabra negativa y peligrosa, pero los dioses han ordenado que el Faraón se proteja de aquéllos que pudieran hablar [31] contra él. No existe ninguna palabra contra el rey entre los hombres, y él es capaz de acabar con una palabra malvada para poder ascender al cielo. [32]

Si bien la palabra es omnipotencia, no por ello el silencio es un valor despreciable. Delante del Faraón, los dioses guardan silencio y la Enéada [33] se tapa la boca con la mano; seres del Más Allá y ritualistas los imitan [34] para oír las palabras que pronuncia el rey. Este último es identificado por otra parte con Horus, que se lleva un dedo a los labios para simbolizar el silencio, y sabe que hay que estarse callado para escuchar la palabra divina. [35][36]