CAPITULO XII
Iniciaciones y transformaciones

Oh, Ra-Atum, tu hijo viene a ti,

el rey viene a ti;

edúcalo,

envuélvelo por dentro con tu acción,

pues es el hijo de tu cuerpo para siempre.

(Textos de las pirámides, § 160).

La palabra «iniciación» ha amedrentado durante mucho tiempo a los egiptólogos, y no obstante es una palabra de uso corriente en el contexto de la historia de las religiones. Debido a una falta de formación en este campo, la mayoría de los eruditos confunden iniciación con ocultismo. Y, sin embargo, la palabra es clara: el iniciado es el que «entra en el interior», el que se adentra por un camino, el que accede a una comunidad de seres en busca de conocimiento. El templo egipcio es precisamente un lugar cerrado a los profanos. Sólo está abierto a iniciados encargados de preservar y mantener la energía divina.

De las obras de Bleeker, Guilmot y Federn, por citar tan sólo tres de los autores que han centrado su interés en el tema de la iniciación, se desprende que ésta es una práctica mencionada en numerosos textos. Federn vincula el concepto de iniciación (JNES XIX, pp. 241-257) al de «transformación», que la lengua jeroglífica indica con la palabra kheper. Este término significa «venir a la existencia, advenir, tomar forma, actuar, ser en devenir, llegar a existir (en el más allá), nacer, hallar su origen en», y se refiere esencialmente al pasaje de un estado a otro (Meeks, Année lexicographique, I).

La frase «he realizado mis transformaciones» significa que el ser ha pasado por mutaciones que, poco a poco, le han permitido adquirir una fuerza de carácter universal (Guilmot, RHR 175, pp. 5-16). Estas transformaciones no son obra del azar sino voluntarias y traducen la culminación de una experiencia iniciática. El espíritu del hombre se «transforma» en una realidad divina para vivir varios nacimientos, para entrar en la corriente de renovación perpetua de la vida. Las grandes recopilaciones de textos llamados «funerarios», como los Textos de las pirámides, los Textos de los sarcófagos o el Libro de los muertos, no son acumulaciones dogmáticas sino un conjunto de máximas y ritos que transmiten una enseñanza práctica, a saber, lo que conviene hacer en la tierra para prepararse de manera correcta para encontrarse con el mundo divino. Las fuerzas cósmicas pueden conocerse y dominarse aquí abajo y desde ahora mismo. «Lo que llamamos la muerte —escribe Max Guilmot (El mensaje, p. 57)— es una modificación de la armonía vital. De hecho, la muerte no existe. Morir es volver al ka del mundo; en egipcio, morir es “pasar a su ka”, es vivir uniéndose a la energía cósmica».

El capítulo XV del Libro de los muertos describe en qué consisten las transformaciones: «Transfigurar al bienaventurado en el corazón de Ra, hacer que se sienta fuerte junto a Atum y magnífico junto a Osiris […] abrir su rostro al mismo tiempo que el gran dios. Todo bienaventurado por quien esto se recita podrá salir a la luz en cuantas transformaciones pueda desear». El iniciado puede identificarse con todas las fuerzas divinas: «Un hombre realizará sus transformaciones en todo dios en el que el hombre desee realizar sus transformaciones». (CT IV, 42e); y asimismo vive de la transformación de todo dios (Pir. § 397a, C7VI, 178i).

El propio sol experimenta metamorfosis que corresponden a las etapas de su curso y manifiestan el orden del mundo siempre renovado. Los orígenes del universo no son sino las incesantes mutaciones del dios primordial. «Llamas a Ra —dice un texto de la tumba 158 de Dra Abou’l Nega (BIFAO 35, pp. 153-160)—, es Khepri quien oye y Atum quien te responde. Aquel cuyo nombre está oculto te habla. El disco solar resplandece en tu pecho». Y un texto complementario en la tumba 178 de Khókrah: «Llamas al cielo. Se escucha tu voz. Atum te responde. Ofreces tu voz en calidad de fénix. El del nombre oculto te requiere».

Atum está en el corazón del hombre. Ahora bien, precisamente su corazón es el soporte y el principio de las transformaciones. A lo largo de las mutaciones del ser sobre la voz iniciática, ese corazón debe ser duradero y estable. Los rituales de resurrección permiten al ser nuevo recuperar el uso de las partes de su cuerpo, comparable aunque no idéntico al que poseía en la tierra. Una vez que el corazón conciencia ha dado fe de su autenticidad en relación con su deber divino, cada una de las partes de su cuerpo resucitado es desde entonces análoga a una divinidad.

El iniciado puede afirmar: «Soy el señor de las transformaciones». (CT VI, 334n), «Soy el señor del universo, soy Atum, soy Khepri, soy el hijo mayor de Ra […] Salí de Nun al mismo tiempo que Ra. Soy el que eleva el cielo con Ptah, soy el que asciende hasta la bóveda celeste, caminando sobre la tierra. Después de haberme sumergido en Nun, salgo a bordo de la barca de Ra cuando tras haberme llevado en su seno la Poderosa [Sekhmet], Nut me trae al mundo». (Libro segundo de las respiraciones; Goyon, Rituales, p. 261).

Como habían presupuesto Gunn, Czermak o Cerny, las fórmulas fúnebres también iban destinadas a los vivos. Es cierto que los textos sagrados están reservados a las personas dignas de adquirir conocimiento de ellos, pero esta revelación tiene lugar en la tierra y no solamente en el más allá como corroboran los abundantes ejemplos: «El que conoce los textos puede salir a la luz e ir a la tierra, entre los vivos». (Libro de los muertos, cap. 70); «El que conoce ese libro en la tierra […] puede salir a la luz y adoptar el aspecto que desee» (cap. 72); «Quien conozca esta fórmula es un ser intacto en la tierra ante Ra» (cap. 71); «Quien conoce esta fórmula, es su justificación en la tierra y en el imperio de los muertos» (cap. 64); «El que lea para sí esta fórmula, cada día indemne estará en la tierra y ningún mal lo alcanzará» (cap. 18).

«Conozco la fórmula [variante: el nombre] de las transformaciones». (CT V, 47e): esta declaración señala el acceso a una ciencia de orden simbólico que vincula el destino del ser con el de los dioses. «Si veo —dice el iniciado—, Shu verá. Si oigo, Shu oirá. Doy órdenes a las estrellas imperecederas. Esto me será útil en la tierra». (CT V, 107, f-i). La palabra de Maá-khe-rou, «justo de voz», casi siempre aplicada a los muertos glorificados en el más allá, es también un epíteto de los vivos que han accedido a los misterios.

El rey es iniciado en su función. Se habla entonces de un «ascenso a la realeza». Durante la iniciación del faraón, sacerdotes con máscaras de Horus y de Thot lo purifican. La coronación tiene lugar en un espacio sagrado y cerrado. Amón confiere a su hijo la fuerza del maestro universal, lo confirma sobre el trono de Ra. Las puertas del cielo —es decir, del santuario— están abiertas (BIFAO VIII, pp. 23-26). El nuevo rey se integra en la tradición llevada a Egipto por los «seguidores de Horus», la corporación de antepasados que escribieron libros donde se revelaban los secretos y los planos de los templos.

El faraón, tal y como se lee en la cámara del sarcófago de la tumba de Ramsés VI, es el guía de todos los seres vivos. La enéada de los dioses está en él. El día de su aniversario, el monarca, representante del rey en su provincia, debe ser purificado. A través de su persona, el rito actúa sobre sus administrados que, como él, quedan libres de toda impureza (Vandier, Mo’alla, p. 253). La metamorfosis del ser está presente desde el rey al simple «ciudadano».

Algunos de los sacerdotes egipcios recibían una iniciación. «Mediante la contemplación —escribe Porfirio (De abst. IV, pp. 6-7)— alcanzan el respeto, la seguridad del alma y la piedad; mediante la reflexión acceden a la ciencia; y por ambas, a la práctica de costumbres esotéricas y dignas de tiempos pasados. Pues el ser siempre en contacto con la ciencia y la inspiración divinas excluye la avaricia, reprime las pasiones y estimula la vitalidad de la inteligencia». Aquéllos a los que llamaban los «portadores de los rituales» formaban parte de los rangos más elevados de la jerarquía sacerdotal. Habían practicado las ciencias sagradas durante largos años y velaban por su transmisión. Un sacerdote, según la expresión egipcia, está «ungido con una función». Cuando se presenta ante el dios al que sirve, se lo introduce en el horizonte del cielo. El rito explica con detalle que emerge del océano original, se desprende del mal y de la deshonra, se desnuda y recibe la autorización de avanzar hacia el templo (Sauneron, Sacerdotes, p. 47).

«El individuo debía ser iniciado al secreto del servicio a la divinidad y conocer las formas que una larga evolución había dado a este servicio —escribe Morenz (Religión, p. 140)—; todavía más: había que pertenecer a la esfera divina si se quería frecuentar a Dios; de manera que el sacerdote egipcio teóricamente no es sino el grupo de representantes del rey de naturaleza divina».

En Karnak, las iniciaciones de los sacerdotes estaban dirigidas por el que sabía abrir las hojas de las puertas del cielo, «el mayor de los videntes de Ra-Atum». El postulante subía hasta el santuario, y se lo purificaba en un estanque con natrón e incienso. Dentro del templo descubría el lugar donde se celebraba el combate en el que se enfrentaba al iniciador, al guardián del umbral. El postulante victorioso alcanzaba la morada del ba, la fuerza que atraviesa los cielos. Ante él se abrían entonces las puertas de los misterios, y veía a Horus resplandeciente de luz. Experimentaba la alegría en el corazón y lanzaba un grito que alcanzaba el cielo (BIFAO XIII y RT 35, pp. 130 ss.). En un texto más antiguo, el capítulo 131 del Libro de los muertos, se explica el estado de ánimo del iniciado: «Soy un seguidor de Ra, alguien que ha tomado posesión de su firmamento. He venido a ti, mi padre Ra. Recorrí el espacio [shu], invoqué a esta grande [el cielo], di la vuelta al Verbo, atravesé a solas la tiniebla que se encuentra en el camino de la Luz [Ra] […] y llegué hasta el primordial situado en los límites del lugar de luz. Lo aparté y tomé posesión del cielo».

Uno de los ritos iniciáticos más importantes es el que Moret llamó «el paso por la piel de resurrección». El iniciado vive una transformación esencial al entrar en una especie de matriz de renacimiento donde adopta la postura fetal. «Este sudario —explica Bruyére (Mert Seger I, p. 60)— es la envoltura que ampara las transformaciones íntimas, que tienen lugar en su esencia: el paso de la muerte a la vida».

Bernard Bruyére, que consagró su vida al estudio del emplazamiento de Deir al-Medinah, donde vivió una de las más importantes comunidades de artesanos iniciados de la historia egipcia, señaló la existencia de una jerarquía que incluía maestros, compañeros y aprendices, los cuales vivían según una regla particular. Una estela contiene un relato de iniciación en el que se narra que el postulante fue llevado ante un maestro, en el atrio de un templo, cerca de la necrópolis. Allí se le dio el alimento ritual y pasó la noche meditando antes de ser admitido a los misterios.

Un curioso pasaje del papyrus Brooklyn número 47.218.135 hace referencia a un enigmático lugar, una «orilla» en forma de barrera de granito con puertas metálicas. El navegante no puede atracar en las condiciones habituales, pues las orillas son de muy difícil acceso. Todo está dispuesto para repeler al profano pero, en cambio, «el que sabe cómo entrar se encuentra como en el horizonte del cielo». Se trata con toda seguridad de un símbolo de la sabiduría y del lugar donde podemos descubrirla, es decir, el templo donde se reúnen los iniciados.

El estudio de los títulos simbólicos usados por los sacerdotes egipcios nos revela algunas de sus funciones. La estatua de Berlín E.7737 (BIFAO LIX, p. 90) es la de un «señor de la luz», que desempeñaba su oficio en Heliópolis. Se trata de «su hermano que da vida a su nombre, el padre divino y profeta, el que actúa en la región de luz, iniciado en los secretos dentro del gran templo, iniciado a los secretos en el templo de Shu y de Tefnut, el que conoce los ritos. La estatua del Louvre E.17379 es la de un “señor de la verdad residente en el castillo del fénix, iniciado en los secretos de las moradas anteriores, iniciado en los secretos del cielo, la tierra y el mundo inferior”».

También las mujeres tenían acceso a la iniciación. Podemos citar el caso de una música que fue introducida en el palacio del maestro universal. Elevada entre las potencias divinas, dentro del santuario puro de Ra se unió a la vida, le fue revelada la fuente de la creación, y las puertas del santuario secreto se abrieron para ella. Cruzó las sucesivas puertas que conducían al templo, pues su corazón era justo (ASAE 56, pp. 87 ss.).

El iniciado es «alguien a quien le son revelados los secretos del corazón, puro de rostro y de manos cuando ejecuta los ritos». (Studies Griffith, p. 287). Entre las condiciones exigidas para recibir la iniciación se menciona la calma, un carácter cabal en presencia de los dioses, la ausencia de exaltación, la capacidad para guardar silencio, el respeto al secreto, el discernimiento y la lucidez.

Conviene citar aquí un magnífico texto, que ya hemos mencionado parcialmente, y que conforma la regla de los iniciados del templo de Edfú: «Oh [vosotros], servidores del dios, grandes sacerdotes puros, guardianes del secreto, sacerdotes puros del dios, vosotros que entráis en presencia de los dioses, que cumplís la ceremonia en el templo, jueces [?], administradores del dominio, intendentes que realizáis vuestro servicio mensual en el templo de Horus y Edfú, gran dios del cielo: volved vuestras miradas hacia esta morada en la que su majestad os ha colocado. Su majestad navega por el cielo mirando hacia aquí; está en plenitud cuando se respeta su ley. No os presentéis en estado de imperfección ni entréis en estado de impureza. No digáis mentiras en su templo. No malverséis nada de las provisiones. No alcéis las tasas lesionando con ello al humilde en favor del poderoso. No carguéis el peso y la medida sino, al contrario, rebajadlos. No cometáis errores con el celemín. No dañéis las ofrendas del Ojo de Ra. No reveléis lo que veis en todos los lugares secretos del santuario. No extendáis la mano sobre nada en su templo ni lleguéis hasta el punto de robar delante del Señor, llevando en el corazón una palabra sacrílega. Vivimos de las provisiones de los dioses: pero se trata de lo que sale del altar, después de que el dios se haya servido. Mira: ya navegue por el cielo o recorra el otro mundo, sus ojos se mantienen fijos sobre sus bienes, allá donde se encuentren.

»Oh, vosotros, grandes servidores del dios Edfú, poderosos padres del dios del templo, no hagáis daño a los servidores de su morada. Él ama en extremo a los que están a su servicio. No os deshonréis con impurezas ni cometáis pecado, no causéis daño a los hombres, a los campos o a la ciudad, pues salieron de sus ojos y existen por él. Su corazón está lleno de tristeza por culpa del mal que debe castigar. Lo que no obtiene retribución al instante un día lo será. No traicionéis el momento justo apresurando las palabras; al hablar, no tapéis con vuestra voz la voz de otros ni profiráis nada sobre el juramento ni defendáis mentira contra verdad invocando al Señor. Vosotros, que sois importantes, no paséis demasiado tiempo sin una invocación a Él, cuando estáis libres de presentar las ofrendas o alabanzas en su templo, dentro del recinto. No frecuentéis los lugares de las mujeres ni hagáis allí lo que no se hace. Que no haya fiestas en su recinto salvo en el lugar donde el conjunto de servidores celebra el conjunto de las fiestas. No abráis ninguna jarra dentro del recinto, pues el Señor se abreva aquí. No desempeñéis vuestra función según vuestro capricho, ya que en tal caso para qué miraríais los antiguos textos. El ritual del templo está en vuestras manos, es el estudio de vuestros hijos.

«Escuchad, servidores del dios, padres del dios, vosotros los portadores del dios: ¿deseáis una larga vida, sin que el alma sea destruida en el interior de su templo? ¿Deseáis estar exentos de las ofrendas, y a vuestros hijos después de vosotros? ¿Deseáis que vuestros cuerpos sean amortajados conforme al ritual y que se dispongan los dones en la necrópolis? Sed puros y evitad la deshonra. Su majestad se alimenta de pureza. Purifícate por la mañana en el lago de su recinto [?]. El que ama su agua está vivo y conoce la prosperidad; cuando avanza hacia el interior de su santuario, eleva su voz dentro de su templo. Sirve a su majestad en todo momento: que nunca deje de recitarse el rito. Que no se extienda la mano para coger dentro de su morada. El que conoce halla la gracia, pero el ignorante se condena. Es malo retrasar las horas: haz la consagración en el momento justo. Trata a los seres con justicia, obedece a los grandes que se encuentran en su morada. Impide la acción maléfica de los seres hostiles. Quien así actúa obtiene recompensa sobre la tierra y dios nada tiene que reprobarle […] No olvides ni por un instante el rito ni hagas oídos sordos a la realización de su servicio, ni te alejes de su morada. Mira: ésas son las provisiones de quien le sirve. Mira: ésos son los alimentos del que multiplica sus pasos en torno al lugar santo, el que guarda silencio dentro del templo, el que va y viene por las salas, el que vierte el agua en libación, el que cura el mal y es discreto cuando mira en su lugar puro. No reveléis lo que habéis visto. Que su temor esté en vuestro fuero interno y su majestad en vuestro corazón […] Vosotros recorréis la senda de Luz, en su templo; vosotros, que veláis en su morada, que dirigís sus fiestas, presentad de continuo sus ofrendas: entrad en paz, salid en paz, marchad alegres. La vida está en su mano, la felicidad en vuestro puño, todo lo bueno está donde él está; ahí están los alimentos del que come sus ofrendas. No hay desgracia ni mal para el que vive de sus bienes. No hay condena para quien le sirve. Su custodia se extiende al cielo y su seguridad a la tierra. Su protección es mayor que la de todos los dioses» (Alliot, El culto a Horus, I, pp. 184-193).

La estela de El Cairo 20539, con fecha de la XII dinastía, aporta información complementaria a esta regla. El iniciado declara: «Soy el señor de los secretos de las palabras sagradas [los jeroglíficos].» El conocimiento de los jeroglíficos, un camino tan rico como difícil, es en efecto la base de toda investigación, y su conocimiento nos permite abordar los numerosos textos legados por los antiguos egipcios. Creemos que a través de ellos podremos acceder a los fundamentos de la iniciación.