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Mark se levantó tarde, demasiado tarde para desayunar. No quiso escandalizar a los hombres de Kamel que practicaban, todos ellos, el ayuno ritual, se privó de alimento y utilizó la última ducha del antiguo palacio que seguía funcionando.

Fuera, el sol abrasaba.

En ausencia de Kamel, que había prometido regresar a media tarde, Mark llamó a Mona. Respondió al quinto timbrazo.

—¡Mark! ¿Lo has conseguido?

—Safinaz ha muerto.

—¿La policía?

—No, un linchamiento; había tomado a un niño como rehén.

—¿Por qué… Por qué tanta locura?

—¿Estás segura?

—Me vigilan sin cesar. Te espero, Mark.

—¿Qué clima hay en El Cairo?

—La gente tiene cada vez más miedo; nuevas octavillas amenazan a los extranjeros y los impíos. En las mezquitas de barrio, hay mucha efervescencia.

—No salgas de tu casa.

—Me niego a vivir encarcelada; ¿cuándo volverás?

—En cuanto Kamel me dé luz verde.

—¿Logrará evitar el aumento del terrorismo?

—Es optimista.

—Te quiero, Mark.

—No cometas imprudencias.

—Te lo prometo.

Las calles de Luxor estaban desiertas, abrumadas por el calor y la luz; cuando los escasísimos árboles no daban ya sombra, sólo las columnas del templo se levantaban orgullosas hacia el cielo donde algunas nubes atentaban contra el absoluto azul del estío. El lago Nasser producía una humedad desconocida antaño. Insidiosa agente de la lenta muerte de los monumentos de eternidad.

Mark redactó varias páginas sobre las medidas de urgencia que debían adoptarse, con el fin de salvar las pinturas del Valle de los Reyes y las tumbas de los nobles; además del tratamiento apropiado y la restauración, abogaba por la construcción de reproducciones fotográficas y una constante vigilancia de las modificaciones climáticas producidas por el volumen de agua de la presa. Le faltaban cuadros de cifras que se hallaban en la caja fuerte de su despacho, en Asuán.

El recuerdo de sus dos compañeros de camino, Farag y Naguib, le puso un nudo en la garganta; ¿por qué universo bogarían sus almas, bastaría para vengarles la muerte de Safinaz? Mark se sintió viejo. Había sufrido pruebas para las que no estaba preparado; ciertamente, habría debido proseguir su lucha contra Mohamed Bokar, no dejar que se extinguiera la antorcha que le había pasado Farag Mustakbel, pero ¿era capaz de hacerlo? Creerse superior a Kamel hubiera sido ridículo.

Él, el idealista a quien una tal Hélène Doltin había engañado con tanta facilidad… La había amado, esperando construir una pareja, fundar una familia, crear un clan cuyos miembros se habrían lanzado a la búsqueda de la felicidad.

Sin Mona, sin la esperanza que encarnaba, Mark se habría hundido. Gracias a ella, estaba aprendiendo a dominar el destino, a obtener de sus errores la verdad del mañana. Tendría valor para enfrentarse con las autoridades partidistas, deshonestas y corruptas y vencer, así, al monstruo de cemento que obstruía el curso del Nilo; el regreso de la crecida se convertía en su razón para vivir.

Kamel interrumpió sus meditaciones.

Altivo y elegante con su traje beige claro, el egipcio parecía preocupado.

—¿Puedo marcharme a El Cairo?

—Me temo que no, señor Walker.

—Y sin embargo, creía usted que…

—Unos nuevos hechos me obligan a reconsiderar mi posición.

—¿Cuáles?

—Mis corresponsales americanos y rusos me han proporcionado, por fin, las informaciones que solicité; los franceses y los ingleses sienten haber fracasado en su búsqueda. Americanos y rusos aliados… ¿Quién lo hubiera dicho?

—¿Y en qué me afectan los nuevos hechos?

—Conozco la identidad de los dos rusos muertos en Esna y Luxor. Se conocían, habían realizado estudios de ingeniería en Moscú, eran considerados como unos técnicos de primer orden. El ejército reclutó inmediatamente a tan brillantes elementos para sus tareas delicadas. El hombre de Esna era responsable de las cuarenta mil toneladas de material mecánico utilizadas en la construcción de la presa de Asuán; dominaba la tecnología de las veinte excavadoras eléctricas gigantes, capaces de mover cien metros cúbicos por hora, y la de las perforadoras que atacaban las rocas más duras.

—Y era integrista…

—Una dolorosa estancia en Afganistán le había decidido a apoyar a los islamistas, para restablecer la justicia divina en este bajo mundo; su camarada, tras una experiencia idéntica, compartía su opinión.

—¿Y también había colaborado en la construcción de la presa?

—Buena intuición: el ruso de Luxor era uno de los especialistas de los planos trazados por el Instituto de proyectos hidráulicos de la URSS.

—¿Está… Está usted seguro?

—Sabía que estas revelaciones le apasionarían. ¿Es necesario añadir que nuestros dos técnicos conocieron a Mohamed Bokar en Afganistán y que su discurso les sedujo? Y hay otro hecho no desdeñable: hace tres meses, nuestros dos ingenieros estaban en Teherán, donde conversaron con Reza Amrollahi, responsable del desarrollo de la energía nuclear. Según los expertos. Irán está a punto de obtener su primera bomba atómica operativa. Tabriz, en el noroeste del país, produce el uranio; la central nuclear oculta que hay cerca de Tabas, trabaja a pleno rendimiento. Emplea a numerosos técnicos de la ex Unión soviética, atraídos por los grandes salarios.

—¿No querrá usted decir que…?

—Y eso no es todo, señor Walker; había otra persona en Teherán, acompañando a los dos ingenieros.

—¿Quién?

—Su prometida, Hélène Doltin.

—¿Por qué razón?

—Su auténtica especialidad: el tráfico de material que pueda utilizarse como detonador para armas atómicas. Logró sacar de sus bases americanas e inglesas cajas catalogadas como… «material de oficina». ¿Y dónde fueron entregadas esas cajas? En Irán, en Paquistán y, tal vez, …en Egipto.

—Hélène pertenecía, entonces, a una organización terrorista internacional decidida a…

—Hacer saltar la presa de Asuán: estoy convencido de ello.

—Imposible, Kamel. La presa es indestructible.

—Durante la segunda guerra mundial, los alemanes creían indestructibles sus presas del Rhin; y sin embargo los bombardeos terminaron con ellas.

—¡La comparación no tiene valor alguno!

—Olvida usted un bombardeo atómico.

—¿Quién podría violar su espacio aéreo?

—Nuestra aviación de combate está en alerta roja; el gobierno ha avisado a Israel para pedirle ayuda en el campo de la observación y la vigilancia. Los americanos están informados. A priori, no corremos riesgo alguno, pero…

—¿Qué teme?

—Los terroristas, sobre todo cuando les alienta el terrorismo religioso, son capaces de evitar las defensas mejor concebidas. Si la presa cede, una gigantesca masa de agua caerá sobre Egipto destruyéndolo todo a su paso; una ola de doce metros sumergirá El Cairo. Nadie tendrá tiempo de escapar pues el monstruoso torrente empujará una masa de aire comprimido que provocará un brutal aumento del oxígeno en la sangre, produciendo una especie de embriaguez y la incapacidad para moverse. Un pueblo entero será aniquilado.

—Es imposible.

—Sabe muy bien que no, no en vano es uno de los mejores especialistas en la presa.

Kamel no deliraba.

Si una pandilla de locos conseguía hacer saltar la presa, el cataclismo se produciría. Una civilización milenaria desaparecería para siempre.

—El proyecto de los terroristas es insensato.

—Son profesionales, señor Walker; evalúan los riesgos y no actúan a la ligera. Me parece indudable que el comando procedente del Sudán tiene como objetivo Asuán y no El Cairo, como creíamos hasta ahora.

—¿Ha tomado las medidas oportunas?

—Eso espero, pero estamos en Egipto; las órdenes más imperiosas se pierden, a menudo, en los meandros de la administración y no se ejecutan. Mohamed Bokar lo sabe mejor que nadie.

—¡Quiero comprobarlo!

—Iba a proponérselo; quiero conocer al dedillo ese montón de cemento.

—Los servicios técnicos de la presa…

—Supongamos que los hayan infiltrado; me comunicarán falsos informes para engañarme. A usted no le mentirán; sólo creeré en sus informes y en sus conclusiones sobre el terreno. Pero tal vez prefiera volver a la capital y no seguir corriendo riesgos.

—Estoy a su disposición.

Una sombra de emoción pasó por los ojos de Kamel.

—Gracias, señor Walker.

—Los dibujos que tanto interesaban a Hélène…

—Ya lo he pensado: ¿los planos de la presa?

—No.

—¿A qué corresponden?

—Tenemos que descubrirlo.

—¿Bastará con su documentación?

—Lo ignoro.

—Si descubrimos el significado de los dibujos, tal vez podamos contrarrestar a los terroristas.

Mark se concentró en vano; el rostro irónico de Hélène aparecía sin cesar. Así pues, había decidido casarse con él para aprovechar sus conocimientos de la presa; fingiéndose una mujer enamorada, le habría sido fácil obtener las informaciones que sus cómplices necesitaban.

—Puesto que sus hombres mataron a Hélène, no pudo concluir su misión; su muerte habrá desalentado a sus cómplices.

—Les habrá retrasado, a lo sumo; habrán recorrido otras sendas para llegar a su objetivo. Encontrar a los funcionarios corruptos a quienes compraron y hacerles confesar lo que dijeron al grupo de Mohamed Bokar requiere demasiado tiempo. Vayamos a Asuán; tenemos que auscultar la propia presa.

—Kamel…

—¿Sí, señor Walker?

—¿Lo sabía usted desde el comienzo, no es cierto?

—El pasado no importa cuando el porvenir de Egipto está en nuestras manos.