18

El comisario estaba despierto cuando sonó el teléfono. No se levantó para responder, sabía que sería alguien de la dirección de la policía recordándole la orden de presentarse a las nueve, atención, no a las nueve y veintiuna, en el puesto militar seis-norte. Lo más seguro es que no vuelvan a telefonear y se comprende fácilmente el porqué, en su vida profesional, y quién sabe si también en la vida particular, los policías hacen gran consumo del proceso mental a que llamamos deducción, también conocido como inferencia lógica del raciocinio, Si no responde, dirán, es porque ya viene de camino. Cuánto se equivocaban. Es cierto que el comisario está levantado, es cierto que ha entrado en el cuarto de baño para los necesarios alivios y aseos del cuerpo, es cierto que se ha vestido y va a salir, pero no para llamar al primer taxi que se encuentre y decirle al conductor que le mira expectante por el espejo retrovisor, Lléveme al puesto seis-norte, Puesto seis-norte, perdone, pero no sé dónde está eso, será una calle nueva, Es un puesto militar, si tiene ahí un mapa, se lo señalo. No, este diálogo no sucederá jamás, ni ahora ni nunca, lo que el comisario va a hacer es comprar los periódicos, con esa idea se fue anoche pronto a la cama, no para descansar lo que necesitaba y llegar al encuentro en el puesto seis-norte. Las farolas de la calle todavía están encendidas, el quiosquero acaba de subir las persianas, comienza a colocar las revistas de la semana, y cuando termina este trabajo, como una señal, las farolas se apagan y la furgoneta de reparto aparece. El comisario se aproxima mientras el quiosquero dispone los periódicos según el orden que ya conocemos pero, esta vez, de uno de los de menor venta se ven casi tantos ejemplares como los que habitualmente tienen los de mayor tirada. Al comisario se le antoja buen augurio, aunque esta agradable sensación de esperanza sufrió un choque violento, los titulares de los primeros periódicos de la fila eran siniestros, inquietantes, esta vez todos en rojo intenso, Asesina, Esta mujer mató, Otro crimen de la mujer sospechosa, Un asesinato hace cuatro años. En el otro extremo, el periódico donde el comisario estuvo ayer preguntaba, Qué más nos falta por saber. El título era ambiguo, podía significar esto, aquello y también sus contrarios, pero el comisario prefirió verlo como una pequeña linterna colocada en el valle de las sombras para guiarle los atribulados pasos. Démelos todos, dijo. El quiosquero sonrió al mismo tiempo que pensaba que, por lo visto, había ganado un buen cliente para el futuro y le entregó una bolsa de plástico con todos los periódicos dentro. El comisario miró alrededor en busca de taxi, en vano esperó casi cinco minutos, por fin se decidió a ir andando hasta la providencial s.a., ya sabemos que no está lejos de aquí, pero la carga es pesada, nada menos que una bolsa de plástico abarrotada de palabras, más fácil sería llevar el mundo a las espaldas. Quiso la suerte que, habiéndose metido por una calle estrecha con la intención de atajar camino, se le deparase un modesto café a la antigua usanza, de esos que abren temprano porque el dueño no tiene nada más que hacer y donde los clientes entran para cerciorarse de que las cosas, allí, siguen en los lugares de siempre y el sabor del bollo de arroz emana de la eternidad. Eligió una mesa, pidió un café con leche, preguntó si hacían tostadas, con mantequilla, claro, margarina ni olerla. Vino el café con leche, y era sólo pasable, pero las tostadas llegaron directamente de las manos del alquimista que si no descubrió la piedra filosofal fue porque no consiguió traspasar la fase de la putrefacción. Ya había abierto el periódico que más le interesaba, lo hizo apenas se acababa de sentar, y una ojeada le bastó para percatarse de que el ardid resultó, el censor se dejó engañar por la confirmación de lo que ya conocía, sin pasarle por la cabeza que hay que tener mucho cuidado con lo que se cree saber, porque por detrás se oculta una cadena interminable de incógnitas, la última de ellas, probablemente, sin solución. De cualquier modo, no merecía la pena hacerse ilusiones, el periódico no iba a estar durante todo el día en los quioscos, podía imaginarse al ministro del interior bramando poseso de furia y gritando, Retiren esa mierda inmediatamente, a ver si averiguan quién dio esas informaciones, la última parte de la frase acudió al discurso por arrastramiento automático, de sobra sabía él que sólo de una persona podrían haber partido esta filtración y esta traición. Fue entonces cuando el comisario decidió hacer la ronda de los quioscos hasta donde las fuerzas le alcanzaran para observar si el periódico se estaba vendiendo mucho o poco, para ver las caras de las personas que lo compraban y si directamente iban a la noticia o si se entretenían en futilidades. Echó un vistazo rápido a los cuatro periódicos grandes, groseramente elemental, aunque eficaz, el trabajo de intoxicación del público proseguía, dos y dos son cuatro, y siempre serán cuatro, si ayer hiciste aquello, hoy harás esto, y quien tenga el descaro de dudar de que una cosa lleve forzosamente a la otra está en contra de la legalidad y del orden. Agradecido, pagó su cuenta y salió. Comenzó por el quiosco donde compró los periódicos y tuvo la satisfacción de ver que la pila que le interesaba ya era mucho más baja. Interesante, no, preguntó al quiosquero, está vendiéndose mucho, Parece que alguna radio ha hablado de un artículo que trae, Una mano lava la otra y las dos lavan el rostro, dijo misteriosamente el comisario, Tiene razón, respondió el quiosquero, sin ver la relación. Para no perder tiempo buscando quioscos se informaba en cada uno dónde quedaba el más próximo, tal vez gracias a su aspecto respetable siempre le respondían, aunque claramente se veía que a cada empleado le habría gustado preguntarle Qué tiene el otro que yo no tenga aquí. Pasaron horas, ya el inspector y el agente, en el puesto seis-norte, se cansaron de esperar y pidieron instrucciones a la dirección de la policía, ya el director habló con el ministro, ya el ministro dio conocimiento de la situación al jefe del gobierno, ya el jefe del gobierno le respondió, El problema no es mío, es suyo, revuélvalo. Entonces aconteció lo inevitable, llegando al décimo quiosco el comisario no encontró el periódico. Lo pidió haciendo como que iba a comprarlo, pero el quiosquero le dijo, Ha llegado tarde, hace menos de cinco minutos que se los han llevado. Se los llevaron, por qué, Están retirándolos de todas partes, Retirándolos, Es otra manera de decir que han secuestrado la edición, Y por qué, qué traía el periódico para que lo secuestraran, Era algo relacionado con la mujer de la conspiración, mire en ésos, ahora parece que mató a un hombre, No podría conseguirme un periódico, me haría un gran favor, No tengo, pero incluso teniendo no se lo vendería, Por qué, Quién me dice a mí que usted no es un policía que va por ahí viendo si caemos en la trampa, Tiene toda la razón, cosas peores se han visto en este mundo, dijo el comisario y se alejó. No quería encerrarse en la providencial s.a., seguros & reaseguros, para escuchar la llamada de la mañana y probablemente algunas otras que exigirían saber dónde rayos se había metido, por qué motivo no respondía al teléfono, por qué no cumplió la orden que le habían dado de estar a las nueve en el puesto seis-norte, pero la verdad es que no tenía adónde ir, ante la casa de la mujer del médico habría ahora un mar de personas gritando, unos a favor, otros en contra, lo más seguro es que la mayoría estén a favor, los otros son minoría, no querrán arriesgarse a ser vejados o algo peor. Tampoco podría ir al periódico que publicó la noticia, si no hay policías de civil en la entrada, estarán muy cerca, ni siquiera puede telefonear porque tiene la certeza de que las comunicaciones estarán intervenidas, y al pensar esto comprendió, por fin, que también la providencial s.a., seguros & reaseguros, estará vigilada, que los hoteles estarán alertados, que no hay en la ciudad una sola alma que lo pueda acoger, aunque quisiera. Adivina que el periódico ha recibido la visita de la policía, adivina que el director ha sido forzado, por las buenas o por las malas, a identificar a la persona que facilitó las informaciones subversivas publicadas, quizá haya tenido la debilidad de mostrar la carta con el sello de la providencial s.a., firmada de puño y letra por el comisario en fuga. Se sentía cansado, arrastraba los pies, tenía el cuerpo bañado en sudor, pese a que el calor no fuera para tanto. No podía andar todo el día por estas calles haciendo tiempo sin saber para qué, de súbito sintió un deseo enorme de ir al jardín de la mujer del cántaro inclinado, sentarse en el borde de la fuente, acariciar el agua verde con las puntas de los dedos y llevárselos a la boca. Y después, qué haré después, preguntó. Después, nada, volver al laberinto de las calles, desorientarse, perderse y volver atrás, caminar, caminar, comer sin apetito, sólo para poder sostener el cuerpo, entrar en un cine dos horas, distraerse viendo las aventuras de una expedición a marte en aquel tiempo en que aún existían los hombrecillos verdes, y salir pestañeando ante la brillante luz de la tarde, pensar en entrar en otro cine y gastar otras dos horas navegando veinte mil leguas en el submarino del capitán nemo, y luego desistir de la idea porque algo extraño ha sucedido en la ciudad, estos hombres y estas mujeres que van distribuyendo pequeños papeles que los transeúntes se detienen para leer y después se guardan en los bolsillos, ahora mismo acaban de entregarle uno al comisario, es la fotocopia del artículo del periódico secuestrado, ese que lleva el titular Qué más nos falta por saber, ese que cuenta entre líneas la verdadera historia de los cinco días, entonces el comisario no consigue reprimirse, y allí mismo, como un niño, rompe a llorar convulsivamente, una mujer de su edad se le acerca y le pregunta si se siente mal, si necesita ayuda, y él sólo puede gesticular que no, que está bien, que no se preocupe, muchas gracias, y, como el azar a veces hace bien las cosas, alguien desde un piso alto de este edificio lanza un puñado de papeles, y otro, y otro, y aquí abajo, la gente levanta los brazos para alcanzarlos, y los papeles vuelan como palomas y uno descansa un momento en el hombro del comisario y luego se desliza hasta el suelo. Resulta que no todo está perdido, la ciudad ha tomado el asunto en sus manos, ha puesto en marcha cientos de máquinas fotocopiadoras, y ahora son grupos animados de chicas y chicos los que van metiendo los papeles en los buzones de las casas o los entregan en las puertas, alguien pregunta si es publicidad y ellos responden que sí señor, y de la mejor que hay. Estos felices sucesos dieron nueva alma al comisario, como por arte de magia, de la blanca, no de la negra, le desapareció la fatiga, es otro hombre este que avanza por las calles, es otra la cabeza que va pensando, viendo claro lo que antes era oscuro, enmendando conclusiones que antes parecían de hierro y ahora se deshacen entre los dedos que las palpan y ponderan, por ejemplo, no es nada probable que la providencial s.a., seguros & reaseguros, siendo como es una base reservada, haya sido sometida a vigilancia, colocar allí policías al acecho podría hacer que se levantaran sospechas sobre la importancia del local, lo que, por otro lado, tampoco sería tan grave, trasladando la providencial s.a., a otro lugar, el asunto quedaba resuelto. Esta nueva y negativa conclusión volvió a lanzar densas sombras de tempestad sobre el ánimo del comisario, pero la conclusión siguiente, aunque no tranquilizadora en todos los aspectos, le sirvió, al menos, para solventar el grave problema de habitación o, dicho de otra manera, la duda de saber dónde dormiría esta noche. El caso se explica en pocas palabras. Que el ministerio del interior o la dirección de la policía hayan visto con justificado desagrado cómo su funcionario cortó los contactos de forma unilateral no quiere decir que les hayan dejado de interesar sus andanzas y su paradero habitual y, por tanto, en caso de imperiosa necesidad, cómo poder encontrarlo. Si el comisario decidiera perderse en esta ciudad, si se escondiera en algún antro tenebroso como hacen los forajidos y los fugitivos, sería el mayor de los esfuerzos dar con él, sobre todo si hubiera llegado a establecer una red de complicidades con los medios de la subversión, operación que, por otro lado, dada su complejidad, no se monta en media docena de días, que tantos son los que hemos pasado aquí. De modo que nada de vigilancia en las dos entradas de la providencial s.a., dejar, por el contrario, el camino libre para que la querencia natural, que no es sólo cosa de toros, haga regresar al lobo a su cubil, al papagayo de mar a su agujero de la roca. Cama conocida y acogedora podrá tener el comisario, suponiendo que no vengan a despertarlo a medianoche, abierta la puerta con sutiles ganzúas y rendido él ante la amenaza de tres pistolas que le apuntan. Es bien cierto que, como algunas veces ya habremos dicho, hay ocasiones tan nefastas en la vida que si a un lado llueve, al otro hace viento, así en esta situación se encuentra el comisario, obligado a escoger entre pasar una mala noche debajo de un árbol del jardín, a la vista de la mujer del cántaro, como un vagabundo, o confortablemente consolado por las mantas ya usadas y por las sábanas arrugadas de la providencial s.a., seguros & reaseguros. Al final la explicación no fue tan sucinta como habíamos prometido arriba, sin embargo, y esperamos que se comprenda, no podíamos abandonar sin la debida ponderación ninguna de las variables en juego, menudeando con imparcialidad los diversos y contradictorios factores de seguridad y de riesgo, para terminar concluyendo lo que desde el principio ya sabíamos, que no vale la pena correr a bagdad tratando de evitar la cita que teníamos marcada en samarra. Puesto todo en la balanza y desistiendo de emplear más tiempo en aferir los pesos hasta el último miligramo, hasta la última posibilidad, hasta la última hipótesis, el comisario tomó un taxi para la providencial s.a., esto era ya al final de la tarde, cuando las sombras refrescan el sendero de enfrente y el sonido del agua cayendo en las fuentes cobra aliento y se torna súbitamente perceptible para sorpresa de quien pasa. No se veía ni un papel abandonado en las calles. A pesar de todo, se nota que el comisario va un tanto aprensivo y verdaderamente no le faltan motivos. Que su propio razonamiento y el conocimiento adquirido a lo largo del tiempo sobre las mañas policiales lo hayan inducido a pensar que ningún peligro le estará acechando en la providencial s.a., o lo asaltará durante la noche, no significa que la ciudad de samarra no esté donde está. Esta reflexión indujo al comisario a llevarse la mano a la pistola y pensar, Por si acaso, aprovecho la subida en el ascensor para quitarle el seguro. El taxi se detuvo, Llegamos, dijo el conductor, y en ese instante el comisario vio, pegada al parabrisas, una fotocopia del artículo. A pesar del miedo, sus angustias y sus temores habían merecido la pena. El portal del edificio estaba desierto, el portero ausente, el escenario era perfecto para el crimen perfecto, la puñalada directa en el corazón, el golpe sordo del cuerpo cayendo sobre el pavimento, la puerta que se cierra, el automóvil con matriculas falsas que se aproxima y parte llevándose al asesino, no hay nada más simple que matar y ser muerto. El ascensor estaba abajo, no necesitó llamarlo. Ahora sube, va a dejar la carga en el piso catorce, dentro una serie de inconfundibles chasquidos dice que un arma está dispuesta para disparar. En el pasillo no se ve ni un alma, a esta hora las oficinas ya están todas cerradas. La llave se deslizó suavemente en la cerradura, casi sin ruido la puerta se dejó abrir. El comisario la empujó con la espalda, encendió la luz, ahora va a recorrer todas las dependencias, abrir los armarios donde puede caber una persona, mirar debajo de las camas, apartar las cortinas. Nadie. Se sintió vagamente ridículo, un fierabrás de pistola en puño apuntando a la nada, pero el que se asegura, dicen, muere de viejo, deben de saberlo en esta providencial s.a., siendo como es de seguros y de reaseguros. En el dormitorio la luz del contestador está encendida, indica que hay dos llamadas, una tal vez sea del inspector pidiéndole que tenga cuidado, otra será de un secretario de albatros, o las dos son del director de la policía, desesperado por la traición de un hombre de confianza y preocupado por su propio futuro, aunque la responsabilidad de la elección no le pertenezca. El comisario se puso ante sí el papel con los nombres y direcciones del grupo, al que había añadido el número de teléfono del médico, y marcó. Nadie le respondió. Volvió a marcar. Marcó una tercera vez, pero ahora como si fuera una señal, dejó que sonaran tres toques y colgó. Marcó por cuarta vez y por fin respondieron, Diga, dijo secamente la mujer del médico, Soy yo, el comisario, Ah, buenas noches, hemos esperado su llamada. Qué tal están, Nada bien, en veinticuatro horas han conseguido hacer de mi una especie de enemigo público número uno, Lamento la parte que tuve en que eso haya sucedido, No ha sido usted quien escribió lo que ha aparecido en los periódicos, Hasta eso no he llegado, Quizá lo que ha publicado hoy uno de ellos y los miles de copias que se han repartido ayuden a aclarar este asunto, Ojalá, No parece muy esperanzado, Tengo esperanzas, claro, pero necesitan tiempo, la situación no se resolverá de un momento a otro, No podemos seguir viviendo así, encerrados en esta casa, estamos como en la cárcel, He hecho cuanto estaba a mi alcance, es lo que le puedo decir, No va a volver por aquí, La misión que tenía encomendada ha terminado, tengo orden de regresar, Espero que volvamos a vernos alguna vez, y en días más felices, si los hubiera, Por lo visto se han perdido por el camino, Quiénes, Los días felices, Me va a dejar más desanimada de lo que ya estaba, Hay personas que continúan de pie incluso cuando son derrumbadas, y usted es una de ellas, Pues en estos momentos bien que agradecería que me ayudaran a levantarme, Lamento no estar en situación de poderle dar esa ayuda, Creo que ha ayudado mucho más de lo que quiere que se sepa, Eso es sólo una impresión suya, recuerde que está hablando con un policía, No lo he olvidado, pero es cierto que he dejado de considerarlo como tal, Gracias por esas palabras, ahora sólo me queda despedirme hasta cualquier día de éstos, Hasta cualquier día, Cuídese, Lo mismo le digo, Buenas noches, Buenas noches. El comisario colgó el teléfono. Tenía ante sí una larga noche y ninguna manera de pasarla a no ser durmiendo, si el insomnio no decide entrar en su cama. Mañana, probablemente, vendrán a buscarlo. No se presentó en el puesto seis norte como le habían ordenado, por eso vendrán a buscarlo. Quizá dijera esto mismo una de las llamadas que ha borrado, quizá le avisaban de que los enviados llegarán aquí a las siete de la mañana y que cualquier intento de resistencia sólo empeorará de forma irremediable el mal ya hecho. Y, claro, no necesitan ganzúas para entrar porque traerán la llave. El comisario devanea. Tiene al alcance de la mano un arsenal de armas dispuestas para disparar, podrá resistir hasta el último cartucho, o, bueno, por lo menos, hasta la primera bomba de gas lacrimógeno que le suelten dentro de la fortaleza. El comisario devanea. Se ha sentado en la cama, después se deja caer, cierra los ojos e implora que el sueño no tarde, Ya sé que la noche no ha comenzado, piensa, que todavía queda claridad en el cielo, pero quiero dormir como parece que duerme la piedra, sin los engaños del sueño, encerrado para siempre en un bloque de piedra negra, al menos, por favor, si otra cosa no puede ser, hasta mañana, cuando vengan a despertarme a las siete. El sueño oyó la desolada invocación, vino corriendo y se quedó unos instantes, después se retiró para que el comisario se desnudara y se metiese en la cama, pero luego volvió, presto, para quedarse toda la noche a su lado, ahuyentando los sueños bien lejos, hasta la tierra de los fantasmas, allí donde, uniéndose el fuego y el agua, nacen y se multiplican.

Eran las nueve cuando el comisario se despertó. No estaba llorando, señal de que los invasores no habían utilizado gases lacrimógenos, no tenía las muñecas esposadas ni pistolas apuntándole a la sien, cuántas veces los temores vienen a amargarnos la vida y al final resulta que no tenían ni fundamento ni razón de ser. Se levantó, se afeitó, se aseó como de costumbre y salió con la idea fija de tomar un café donde la víspera había desayunado. De paso compraría los periódicos, Ya pensaba que no vendría hoy, dijo el quiosquero con la cordialidad de un viejo conocido, Falta aquí uno, observó el comisario, No ha salido, y la distribuidora no sabe cuándo volverá a publicarse, quizá la próxima semana, parece que le ha caído encima una buena multa, Y por qué, Por culpa del artículo, del que se hicieron las fotocopias, Ah, bueno, Aquí tiene su bolsa, hoy se lleva nada más que cinco, va a tener menos que leer. El comisario agradeció y se fue en busca del café. No se acordaba bien dónde quedaba la calle y el apetito aumentaba a cada paso, al pensar en las tostadas se le hacía la boca agua, perdonemos a este hombre lo que a primera vista parece deplorable golosía impropia de su edad y condición, pero hay que recordar que ayer ya llevaba el estomago vacío cuando se fue a la cama. Encontró por fin la calle y el café, ahora está sentado ante una mesa, mientras espera pasa los ojos por los periódicos, he aquí los titulares, en negro y rojo, para que nos hagamos una idea aproximada de los respectivos contenidos, Nueva acción subversiva de los enemigos de la patria, Quién puso a funcionar las fotocopiadoras, Los peligros de la información oblicua, De dónde salió el dinero para pagar las fotocopias. El comisario desayunó lentamente, saboreando hasta la última migaja, incluso el café con leche está mejor que el de la víspera, y cuando llegó al final, estando ya el cuerpo rehecho, el espíritu le recordó que desde ayer se encuentra en deuda con el jardín y con la fuente, con el agua verde y con la mujer del cántaro inclinado, Sentiste el deseo de ir y sin embargo no fuiste, Pues ahora mismo voy, respondió el comisario. Pagó, reunió los periódicos y se puso en camino. Podría haber tomado un taxi, pero prefirió ir a pie. No tenía nada que hacer y era una manera de emplear el tiempo. Cuando llegó al jardín, se sentó en el banco donde estuvo con la mujer del médico y conoció de verdad al perro de las lágrimas. Desde allí veía la fuente y a la mujer del cántaro inclinado. Debajo del árbol aún hacía un poco de fresco. Se tapó las piernas con los faldones de la gabardina y se acomodó suspirando de satisfacción. El hombre de la corbata azul con pintas blancas vino por detrás y le disparó un tiro en la cabeza.

Dos horas después el ministro del interior daba una conferencia de prensa. Vestía camisa blanca y corbata negra, y traía en la cara una expresión compungida, de pesar profundo. La mesa estaba cubierta de micrófonos y tenía por único adorno un vaso de agua. Detrás, pendiendo, la bandera de la patria meditaba. Señoras y señores, buenas tardes, dijo el ministro, les he convocado para comunicarles la infausta noticia de la muerte del comisario al que le encargué que averiguara la red conspiradora cuya cabeza, como saben, ya fue denunciada. Desgraciadamente no se trata de un fallecimiento natural, sino de un homicidio deliberado y con premeditación, sin duda obra de un profesional de la peor delincuencia si tenemos en cuenta que una sola bala ha sido suficiente para consumar el atentado. Parece obvio decir que todos los indicios apuntan a que se trata de una nueva acción criminal de los elementos subversivos que continúan en nuestra antigua e infeliz capital, minando la estabilidad del correcto funcionamiento del sistema democrático, y, por tanto, operando fríamente contra la integridad política, social y moral de nuestra patria. No creo que sea necesario subrayar que el ejemplo de dignidad suprema que nos acaba de ofrecer el comisario asesinado deberá ser objeto, para siempre jamás, no sólo de nuestro total respeto, sino también de nuestra más profunda veneración, por cuanto su sacrificio le otorga, a partir de este día, a todo título funesto, un lugar de honor en el panteón de los mártires de la patria que, allá donde se encuentren, tienen en nosotros continuamente puestos los ojos. El gobierno de la nación, que aquí estoy representando, se suma al luto y a la tristeza de cuantos conocieron a la extraordinaria figura humana que acabamos de perder, y al mismo tiempo le asegura a todos los ciudadanos y ciudadanas de este país que no descuidará la lucha que viene manteniendo contra la maldad de los conspiradores y la irresponsabilidad de quienes los apoyan. Todavía dos notas más, la primera para decirles que el inspector y el agente de segundo grado que colaboraban en la investigación con el comisario asesinado han sido, a petición de éste, apartados de la misión para salvaguarda de sus vidas, la segunda para informar de que al hombre íntegro, al ejemplar servidor de la patria que desgraciadamente acabamos de perder, el gobierno examinará todas las posibilidades legales para que muy en breve le sea concedida, con carácter excepcional y a título póstumo, la más alta condecoración con que la patria distingue a los hijos e hijas que más la honraron. Hoy, señoras y señores, un día triste para las personas de bien, pero nuestras responsabilidades exigen que clamemos sursum corda, es decir, corazones en alto, Un periodista levantó la mano para hacer una pregunta, pero el ministro del interior ya se retiraba, en la mesa sólo había quedado el vaso de agua intacto, los micrófonos grababan el silencio respetuoso que se debe a los difuntos, y la bandera, atrás, proseguía incansable, en su meditación. Las dos horas siguientes las pasó el ministro elaborando con sus asesores más cercanos un plan de acción inmediata que consistiría, básicamente, en mandar a la ciudad de manera subrepticia una parte importante de los efectivos policiales, los cuales, por ahora, trabajarían vestidos de paisano, sin ninguna señal externa que pudiese denunciar la corporación a la que pertenecían. Así implícitamente se reconocía que había sido un error gravísimo dejar a la antigua capital sin vigilancia. No es demasiado tarde para deshacer el yerro, dijo el ministro. En este preciso momento entró un secretario, venía a comunicar que el primer ministro deseaba hablar inmediatamente con el ministro del interior y que le pedía que fuera a su despacho. El ministro murmuró que el jefe del gobierno bien podría haber elegido otra ocasión, pero no tuvo más remedio que obedecer la orden. Dejó a los asesores dando los últimos toques logísticos al plan y salió. El automóvil, con batidores delante y detrás, lo llevó al edificio donde se encontraba instalada la presidencia del consejo, en esto tardó diez minutos, a los quince el ministro entraba en el despacho del jefe del gobierno, Buenas tardes, señor primer ministro, Buenas tardes, haga el favor de sentarse, Me ha llamado cuando estaba trabajando en un plan de rectificación de la decisión que tomamos de retirar de la capital a la policía, pienso que se lo podré traer mañana, No me lo traiga, Por qué, señor primer ministro, Porque no va a tener tiempo, El plan está prácticamente terminado, sólo le faltan unos cuantos retoques, Sospecho que no me ha comprendido, cuando digo que no va a tener tiempo, quiero decir que mañana ya no será ministro del interior, Qué, la interjección le salió así, explosiva y poco respetuosa, Ha oído perfectamente lo que he dicho, no necesita que lo repita, Pero señor primer ministro, Ahorrémonos un dialogo inútil, sus funciones han cesado a partir de este momento, Es una violencia inmerecida, señor primer ministro, y, permítame que se lo diga, es una extraña y arbitraria manera de recompensar los servicios que he prestado al país, tiene que haber una razón, y espero que me la dé, para esta destitución brutal, brutal, sí, no retiro la palabra, Sus servicios durante esta crisis fueron una secuencia continua de errores que me dispenso de enumerar, soy capaz de comprender que la necesidad hace ley, que los fines justifican los medios, pero siempre con la condición de que los fines sean alcanzados y la ley de la necesidad se cumpla, y usted no ha cumplido ni ha alcanzado ninguno, ahora mismo esta muerte del comisario, Fue asesinado por nuestros enemigos, No me venga con arias de ópera, por favor, estoy en esto hace demasiado tiempo para creer en cuentos de maricastaña, esos enemigos de los que habla tenían, por el contrario, todos los motivos para hacer del comisario su héroe y ninguno para matarlo, Señor primer ministro, no había otra salida, ese hombre se había convertido en un elemento peligroso, Ajustaríamos cuentas con él más tarde, no ahora, esa muerte ha sido una estupidez sin disculpa, y ahora, como si todavía fuera poco, tenemos esas manifestaciones en las calles, Insignificantes, señor primer ministro, mis informaciones, Sus informaciones no valen nada, la mitad de la población está en la calle y la otra mitad no tardará, Tengo la certeza de que el futuro me dará la razón, señor primer ministro, De poco le va a servir si el presente se la niega, y ahora punto final, retírese, esta conversación ha terminado, Debo transmitir los asuntos en curso a mi sucesor, Le mandaré a alguien que se ocupe de eso, Pero mi sucesor, Su sucesor soy yo, quien ya es ministro de justicia bien puede ser ministro del interior, todo queda en casa, yo me encargaré.