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El comisario no quiso aprovecharse de la pródiga munificencia del ministro del interior. No fue a buscarse distracción a teatros o cines, no visitó museos, cuando salía de la providencial s.a., seguros & reaseguros, era sólo para almorzar y cenar y, después de pagar la cuenta, siempre dejaba las facturas sobre la mesa con la propina. No volvió a casa del médico ni al jardín donde hizo las paces con el perro de las lágrimas, Constante es su nombre oficial, y donde, ojos en los ojos, espíritu con espíritu, departió con su dueña sobre culpa e inocencia. Tampoco fue a espiar las idas y venidas de la chica de las gafas oscuras y del viejo de la venda negra, o a la divorciada del que fuera el primer ciego. En cuanto a éste, autor de la repugnante carta de denuncia y hacedor de desgracias, no tenía la menor duda, cruzaría de acera si me lo encontrara, pensó. El resto del tiempo, horas y horas seguidas, mañana, tarde y noche, lo pasaba sentado al lado del teléfono, esperando, e incluso cuando dormía, el oído velaba. Estaba seguro de que el ministro acabaría llamando por teléfono, de lo contrario no se entendería por qué quiso agotar, hasta los últimos minutos, o, con más propiedad significativa, hasta las últimas heces, los cinco días de plazo marcados para la investigación. Lo más lógico hubiera sido que le ordenaran regresar al servicio para allí ajustar las cuentas pendientes, jubilación apremiante o destitución, pero la experiencia le había demostrado que lo lógico era demasiado simple para la sinuosa mente del ministro del interior. Recordaba las palabras del inspector, vulgares, pero expresivas, Me huele a chamusquina, dijo él cuando le habló de la fotografía que tuvo que entregar al hombre de la corbata azul con pintas blancas en el puesto militar seis-norte, y pensaba que lo esencial de esta cuestión debería encontrarse realmente ahí, en la fotografía, pese a que no era capaz de imaginar de qué manera ni para qué. En esta espera lenta que tenía sus límites a la vista, que no sería, como es habitual decir cuando se quiere enriquecer la expresión, interminable, y con estos pensamientos, que muchas veces no eran nada más que una continuada e irreprimible somnolencia de la que la conciencia medio vigilante lo arrancaba de vez en cuando con sobresalto, pasaron los tres días que faltaban para que se completara el plazo, martes, miércoles, jueves, tres hojas de calendario a las que les costaba desprenderse de la costura de la medianoche y que después se quedaban como pegadas a los dedos, transformadas en una masa pegajosa e informe de tiempo, en una pared blanda que se le resistía y al mismo tiempo lo aspiraba. Finalmente el miércoles, a las once y media de la noche, el ministro del interior telefoneó. No saludó, no dio las buenas noches, no le preguntó al comisario cómo se encontraba de salud, cómo se las componía con la soledad, no le dijo si ya había interrogado al inspector y al agente, juntos o separados, en amena conversación o con severas amenazas, sólo sugirió como de paso, como si no viniera a propósito, Supongo que le interesará leer los periódicos de mañana, Los leo todos los días, señor ministro, Le felicito, es un hombre informado, de cualquier manera le recomiendo vivamente que no deje de leer los de mañana, le van a gustar, Así lo haré, señor ministro, Y vea también el informativo de televisión, no se lo pierda por nada del mundo, No tenemos televisión en la providencial s.a., señor ministro, Es una pena, sin embargo me parece bien, para que no se le distraiga el cerebro de los arduos problemas de investigación que tiene encargados, en todo caso le recuerdo que podrá verlo en casa de cualquiera de sus recientes amigos, propóngales que se reúna todo el grupo y disfruten con el espectáculo. El comisario no respondió. Podría haberle preguntado cuál sería su situación disciplinaria a partir del día siguiente, pero prefirió callarse, si era verdad que su suerte estaba en manos del ministro, que fuese él quien pronunciara la sentencia, además tenía la certeza de que recibiría una frase seca como respuesta, del tipo No tenga prisa, mañana lo sabrá. En este momento el comisario tuvo conciencia de que el silencio estaba durando más de lo que se puede considerar natural en un diálogo telefónico, donde las pausas o descansos entre las frases son, por lo general, breves o brevísimos. No había reaccionado ante la malintencionada sugerencia del ministro del interior y daba la impresión de que no le hubiera molestado. Dijo cautelosamente, Señor ministro. Los impulsos eléctricos condujeron las dos palabras a lo largo de la línea, pero del otro lado no llegó señal de vida. Albatros había cortado. El comisario colgó el teléfono y salió del dormitorio. Fue a la cocina, se bebió un vaso de agua, no era la primera vez que se daba cuenta de que hablar con el ministro del interior le causaba una sed casi angustiosa, era como si durante el tiempo de la conversación se hubiera estado quemando por dentro y ahora acudiese a apagar su propio incendio. Se sentó en el sofá de la sala, pero no se quedó mucho tiempo, el casi letargo en que viviera estos tres días había desaparecido, se esfumó con la primera palabra del ministro, ahora las cosas, esa vaguedad a que solemos dar el genérico y perezoso nombre de cosas cuando necesitaríamos demasiado tiempo y ocuparía demasiado espacio explicarlas o simplemente enunciarlas, iban precipitándose y no se detendrían hasta el final, qué final, cuándo, cómo, dónde. De algo estaba seguro, no era necesario llamarse maigret, poirot o sherlock holmes para saber qué iban a publicar los periódicos al día siguiente. Su espera había acabado, el ministro del interior no le volvería a telefonear, la orden que hubiese dado llegaría a través de un secretario o directamente del comando de la policía, cinco días y cinco noches, no más, fueron suficientes para pasar de comisario encargado de una difícil investigación a juguete roto que se tira a la basura. Entonces pensó que tenía una obligación que cumplir. Buscó el nombre en la guía de teléfonos, confrontó mentalmente la dirección y marcó el número. Le respondió la mujer del médico, Diga, Buenas noches, soy yo, el comisario, perdone que llame a esta hora de la noche, No tiene importancia, nunca nos vamos a la cama temprano, Recuerda que le dije, cuando hablamos en el jardín, que el ministro del interior me había exigido la foto de su grupo, Sí, lo recuerdo, Pues tengo razones para pensar que esa fotografía va a ser publicada mañana en los periódicos y mostrada en televisión, No le pregunto por qué, aunque recuerdo que me dijo que el ministro no la querría para nada bueno, Sí, de todos modos no esperaba que la utilizara de esta forma, Y qué pretenderá, Mañana veremos lo que dicen los periódicos además de publicar la fotografía, pero supongo que la van a estigmatizar ante la opinión pública, Por no haberme quedado ciega hace cuatro años, Bien sabe que para el ministro es altamente sospechoso que no cegara cuando todo el mundo estaba perdiendo la visión, ahora ese hecho resulta más que suficiente, desde ese punto de vista, para considerarla responsable, en todo o en parte, de lo que está sucediendo, Se refiere al voto en blanco, Sí, al voto en blanco, Es absurdo, es completamente absurdo, He aprendido en este oficio que los que mandan no sólo no se detienen ante lo que nosotros llamamos absurdos, sino que se sirven de ellos para entorpecer la consciencia y aniquilar la razón, Qué le parece que debemos hacer, Desaparezcan, escóndanse, pero nunca en casa de sus amigos, ahí no estarán seguros, no tardarán en ponerlos bajo vigilancia, si es que no lo están ya, Tiene razón, pero, sea como sea, nunca nos permitiríamos poner en riesgo la seguridad de una persona que decidiera acogernos, ahora mismo, por ejemplo, estoy pensando si no habrá hecho mal en llamarnos por teléfono, No se preocupe, esta línea es segura, no hay muchas en el país tan seguras como ésta, Señor comisario, Dígame, Hay una pregunta que me gustaría hacerle, aunque no sé si me atrevo, Pregunte, no lo dude, Por qué hace esto por nosotros, por qué nos ayuda, Simplemente por una pequeña frase que encontré en un libro, hace muchos años, y de la que me había olvidado, pero que ha regresado a mi memoria en estos días, Qué frase, Nacemos, y en ese momento es como si hubiéramos firmado un pacto para toda la vida, pero puede llegar el día en que nos preguntemos Quién ha firmado esto por mí, Realmente son unas hermosas palabras, de esas que hacen pensar, cómo se llama el libro, Confieso, con vergüenza, que soy incapaz de recordarlo, Déjelo, aunque no pueda recordar nada más, ni siquiera el título, Ni siquiera el nombre del autor, Esas palabras que, probablemente, tal como se le presentaron, nadie las había dicho antes, esas palabras han tenido la fortuna de no perderse unas de las otras, han tenido quien las reuniera, quién sabe si este mundo no sería un poco más decente si supiéramos cómo juntar unas cuantas palabras que andan por ahí sueltas, Dudo de que alguna vez las pobres abandonadas se encuentren, También yo, pero soñar es barato, no cuesta dinero, Vamos a ver lo que dicen mañana los periódicos, Vamos a ver, estoy preparada para lo peor, Traiga lo que traiga el futuro inmediato, piense en lo que le he dicho, escóndanse, desaparezcan, Hablaré con mi marido, Ojalá él la convenza, Buenas noches, y gracias por todo, No hay nada que agradecer, Tenga cuidado. Después de colgar el teléfono, el comisario se preguntó si no habría sido una estupidez afirmar, como si fuese cosa suya, que la línea era segura, que en todo el país no existían muchas tan seguras como ésta. Se encogió de hombros y murmuró, Qué más da, nada es seguro, nadie está seguro.

No durmió bien, soñó con una nube de palabras que huían y se dispersaban mientras él las iba persiguiendo con una red de atrapar mariposas y les rogaba Deteneos, por favor, no os mováis, esperadme. Entonces, de repente, las palabras se detuvieron y se juntaron, se amontonaron unas sobre otras como un enjambre de abejas a la espera de una colmena donde dejarse caer, y él, con una exclamación de alegría, lanzó la red. Había atrapado un periódico. Fue un sueño malo, pero peor sería si albatros hubiera regresado para picotear los ojos de la mujer del médico. Se despertó temprano. Se arregló sumariamente y bajó. Ya no pasaba por el garaje, por la puerta de los caballeros, ahora salía por el portal común, el de los peatones, saludaba al portero con un gesto de cabeza cuando lo veía dentro de su nicho, le decía una palabra si lo encontraba fuera, más, no era necesario, de algún modo estaba allí de prestado, él, no el portero. Las farolas de las calles todavía estaban encendidas, las tiendas tardarían más de dos horas en abrir. Buscó y encontró un quiosco de prensa, de los grandes, de los que reciben todos los periódicos, y ahí se quedó a la espera. Felizmente no llovía. Las farolas se apagaron dejando la ciudad inmersa durante unos momentos en una última y breve oscuridad, en seguida disipada cuando los ojos se acomodaron a la mudanza y la azulada claridad de la primera mañana bajó a las calles. La furgoneta de reparto llegó, descargó los paquetes y siguió su ruta. El quiosquero comenzó a abrirlos y a ordenar los periódicos según la cantidad de ejemplares recibidos, de izquierda a derecha, de mayor a menor. El comisario se aproximó, dio los buenos días, dijo, Deme uno de cada. Mientras el quiosquero los introducía en una bolsa de plástico, echó una mirada a las primeras páginas expuestas en fila, con excepción de los dos últimos, todos los demás traían la fotografía en primera bajo enormes titulares. La mañana comenzaba bien para el quiosco, un cliente curioso y con posibles, y el resto del día, ya lo adelantamos, no iba a ser diferente, todos los periódicos se van a vender, con la excepción de los dos montoncitos de la derecha, de donde no saldrán nada más que los habituales. El comisario ya no estaba allí, salió corriendo para tomar un taxi que apareció por la esquina próxima, y ahora, nerviosamente, tras dar la dirección de la providencial s.a., y pedir disculpas por la brevedad del trayecto, sacaba los diarios de la bolsa, los desdoblaba, además de la fotografía del grupo, con una flecha que señalaba a la mujer del médico, al lado, dentro de un círculo, se mostraba una ampliación de su cara. Y los títulos eran, en negro y rojo, Descubierto finalmente el rostro de la conspiración, Esta mujer no cegó hace cuatro años, Resuelto el enigma del voto en blanco, La investigación policial da los primeros frutos. La todavía escasa luz y la trepidación del coche sobre el empedrado de la calzada no permitían la lectura de la letra pequeña. En menos de cinco minutos el taxi paraba ante la puerta del edificio. El comisario pagó, dejó la vuelta en la mano del taxista y entró rápidamente. Como un soplo pasó ante el portero sin dirigirle la palabra, se metió en el ascensor, el nerviosismo casi le hace mover los pies de impaciencia, vamos, vamos, pero la máquina, que llevaba toda la vida subiendo y bajando gente, oyendo conversaciones, monólogos inacabados, fragmentos de canciones mal tatareadas, algún incontenible suspiro, algún perturbador murmullo, hacía como que no iba con ella, tanto tiempo para subir, tanto tiempo para bajar, como el destino, si tiene mucha prisa, vaya por la escalera. El comisario metió por fin la llave en la puerta de la providencial s.a., seguros & reaseguros, encendió la luz y se precipitó hacia la mesa donde extendiera el mapa de la ciudad y donde tomó el último desayuno con sus auxiliares ausentes. Le temblaban las manos. Forzándose a ir despacio, a no saltarse líneas, yendo palabra por palabra, leyó una tras otra las noticias de los cuatro periódicos que publicaban la fotografía. Con pequeños arreglos de estilo, con ligeras diferencias de vocabulario, la información e igual en todos y sobre ella podría calcularse una especie de media aritmética que se ajustaría a la perfección a la fuente original, elaborada por los asesores de escritura del ministro del interior. La prosa primitiva rezaría más o menos así, Cuando pensábamos que el gobierno había dejado entregado a la acción del tiempo, a ese tiempo que todo lo desgasta y todo lo reduce, el trabajo de circunscribir y secar el tumor maligno inopinadamente nacido en la capital del país bajo la abstrusa y aberrante forma de una votación en blanco que, como nuestros lectores conocen, sobrepasó ampliamente la de todos los partidos políticos democráticos juntos, he aquí que llega a nuestra redacción la más inesperada y grata de las noticias. El genio investigador y la persistencia del instinto policial, sustanciados en las personas de un comisario, de un inspector y de un agente de segundo grado, cuyos nombres, por razones de seguridad, no estamos autorizados a revelar, lograron sacar a la luz lo que es, con alta probabilidad, la cabeza de la tenia cuyos anillos ha mantenido paralizada, atrofiándola peligrosamente, la conciencia cívica de la mayoría de los habitantes de esta ciudad en edad de votar. Cierta mujer, casada con un médico oftalmólogo y que, asombro entre los asombros, fue, según testigos dignos de suficiente crédito, la única persona que hace cuatro años escapó a la terrible epidemia que hizo de nuestra patria un país de ciegos, esa mujer está considerada por la policía como la presunta culpable de la nueva ceguera, esta vez felizmente limitada al ámbito de la capital, que ha introducido en la vida política y en nuestro sistema democrático el más peligroso germen de perversión y corrupción. Sólo un cerebro diabólico, como el que tuvieron en el pasado los mayores criminales de la humanidad, podría haber concebido lo que, según fuente fidedigna, mereció de su excelencia el señor presidente de la república el expresivo calificativo de torpedo disparado bajo la línea de flotación contra la majestuosa nave de la democracia. Así es. Si llega a probarse, sin el más ligero resquicio de duda, como todo indica, que la tal mujer del médico es culpable, los ciudadanos respetuosos del orden y del derecho tendrán que exigir que el máximo rigor de la justicia caiga sobre su cabeza. Y véase cómo son las cosas. Esta mujer, que, dada la singularidad de su caso de hace cuatro años, podría constituir un importantísimo elemento de estudio para nuestra comunidad científica, y que, como tal sería merecedora de un lugar relevante en el historial clínico de la especialidad de oftalmología, está ahora sujeta a la execración pública como enemiga de su patria y de su pueblo. Sin duda se puede afirmar que más le habría valido quedarse ciega.

La última frase, claramente amenazadora, sonaba ya como una condena, lo mismo que si se hubiera escrito Más le valía no haber nacido. El primer impulso del comisario fue telefonear a la mujer del médico, preguntarle si ya había leído los periódicos, reconfortarla en lo poco que fuera posible, pero lo retuvo la idea de que las probabilidades de que el teléfono de ella estuviera intervenido pasaban a ser, de la noche a la mañana, del cien por cien. En cuanto a los teléfonos de la providencial s.a., el rojo o el gris, de ésos no valía la pena hablar, están directamente conectados a la red privada del estado. Hojeó los otros dos periódicos, no traían ni una palabra sobre el asunto. Qué debo hacer ahora, se preguntó en voz alta. Volvió a la noticia, la releyó, encontró extraño que no se identificara a las personas que aparecían en la imagen, especialmente a la mujer del médico y al marido. Fue entonces cuando se percató del pie de foto, redactado en estos términos, La sospechosa está señalada con una flecha. Al parecer, aunque este dato no haya sido todavía totalmente confirmado, la mujer del médico mantuvo al grupo bajo su protección durante la epidemia de ceguera. Según fuentes oficiales la identificación completa de estas personas se encuentra en fase adelantada y deberá hacerse pública mañana. El comisario murmuró, Deben de estar indagando dónde vive el niño, como si eso les sirviese de algo. Después, reflexionando, A primera vista la publicación de la fotografía, sin venir acompañada de otras medidas, no parece tener ningún sentido, Puesto que da a todos ellos, como yo mismo les aconsejé, una ocasión para desaparecer del paisaje, pero el ministro adora el espectáculo, una caza del hombre bien llevada le dará más peso político, más influencia en el gobierno y en el partido, en cuanto a las otras medidas, lo más probable es que las casas de esa gente estén siendo vigiladas durante las veinticuatro horas del día, el ministerio ha tenido tiempo suficiente para infiltrar agentes en la ciudad y montar los respectivos dispositivos. Pero nada de esto, por muy cierto que sea, me responde a la pregunta Qué debo hacer ahora. Podía, telefonear al ministro del interior con el pretexto de saber, ya que estamos en jueves, qué decisión se había tomado sobre su situación disciplinaria, pero sería inútil, estaba seguro de que el ministro no lo atendería, un secretario cualquiera le diría que se pusiese en contacto con el comandante de la policía, los tiempos de compadreo entre albatros y papagayo de mar se terminaron, señor comisario. Qué hago entonces, volvió a preguntarse, quedarme aquí pudriéndome hasta que alguien se acuerde de mí y mande retirar el cadáver, intentar salir de la ciudad cuando es más que seguro que se hayan dado órdenes rigurosas en todos los puestos de frontera para no dejarme pasar, qué hago. Miró nuevamente la fotografía, el médico y la mujer en el centro, la chica de las gafas oscuras y el viejo de la venda negra a la izquierda, el tipo de la carta y la mujer a la derecha, el niño estrábico de rodillas como un jugador de fútbol, el perro sentado a los pies de la dueña. Releyó el pie de foto, La identificación completa deberá hacerse pública mañana, deberá hacerse pública mañana, mañana, mañana. En ese momento una súbita decisión se apoderó de él, aunque en el momento siguiente la cautela argumentaba que sería una locura rematada, Prudente, decía, es no despertar al dragón que duerme, estúpido es acercarse a él cuando está despierto. El comisario se levantó de la silla, dio dos vueltas a la sala, volvió a la mesa donde estaban los periódicos, miró otra vez la cabeza de la mujer del médico dentro de una circunferencia blanca que ya era como una horca, a esta hora media ciudad lee los periódicos y la otra media se sienta delante de la televisión para oír lo que dice el locutor del primer informativo o escucha la voz de la radio avisando que el nombre de la mujer se hará público mañana, y no sólo el nombre, también la dirección, para que toda la ciudad quede sabiendo dónde anida la maldad. Entonces el comisario fue a por la máquina de escribir y se la trajo a esta mesa. Cerró los diarios, los apartó hacia un lado y se sentó a trabajar. El papel de que se servía tenía el membrete de la providencial s.a., seguros & reaseguros, y podría, no mañana, aunque sí pasado mañana, ser presentado por la acusación del estado como prueba de su segunda culpabilidad, es decir, utilizar para uso privado material de la administración pública, con las circunstancias agravantes de la naturaleza reservada de ese material y de las características conspiradoras de su utilización. Lo que el comisario estaba escribiendo era nada más y nada menos que un relato pormenorizado de los acontecimientos de los últimos cinco días, desde la madrugada del sábado, cuando con sus dos auxiliares atravesó clandestinamente el bloqueo de la capital, hasta el día de hoy, hasta este momento en que le escribo. Como es obvio, la providencial s.a., está pertrechada de fotocopiadora, pero al comisario no le parece de buena educación entregarle a alguien una carta original y a una segunda persona una simple y descalificada copia, por mucho que las modernas técnicas de reprografía nos aseguren que ni los ojos de un halcón notarían la diferencia entre una y otra. El comisario pertenece a la generación más antigua de las que todavía comen pan en este mundo, conserva por eso un resto de respeto por las formas, lo que significa que, terminada la primera carta, comenzó, atentamente, a copiarla en una nueva hoja de papel. Copia va a ser, sin duda, pero no de la misma manera. Terminado el trabajo, dobló e introdujo cada carta en su sobre, igualmente timbrado, los cerró y escribió las direcciones respectivas. Es cierto que las va a entregar en mano, pero sus destinatarios comprenderán, nada más que por la discreta elegancia del gesto, que las cartas que les están llegando de la firma providencial s.a., seguros & reaseguros, tratan de asuntos importantes y merecedores de toda la atención informativa.

Ahora el comisario va a salir otra vez. Se guardó las dos cartas en los bolsillos interiores de la chaqueta, se puso la gabardina, aunque el tiempo está de lo más apacible que se puede desear para estas alturas del año, según se puede comprobar abriendo la ventana y viendo las espaciadas y lentas nubes blancas que pasan allá arriba. Es posible que otra fuerte razón le haya pesado, la gabardina, sobre todo en la modalidad trinchera, con cinturón, es una especie de señal distintiva de los detectives de la era clásica, por lo menos desde que raymond chandler creó la figura de marlowe, hasta tal punto de que si se ve pasar a un sujeto que lleva bajadas las alas del sombrero y subidas las solapas de la gabardina se puede jurar de inmediato que por ahí va humphrey bogart lanzando su mirada penetrante entre la fimbria de la solapa y la fimbria del sombrero, ciencia ésta al alcance de cualquier lector de novelas policiacas, apartado muerte. Este comisario no usa sombrero, lleva la cabeza descubierta, así lo ha determinado el uso de una modernidad que aborrece lo pintoresco y, como se suele decir, tira a matar antes de preguntar si todavía estás vivo. Ya ha bajado en el ascensor, ya ha pasado ante el portero que le hizo un gesto desde su nicho, y ahora está en la calle para cumplir los tres objetivos de la mañana, a saber, tomarse el tardío desayuno, pasar por la calle donde vive la mujer del médico y llevar las cartas a sus destinos. El primero lo resuelve en esta cafetería, un café con leche, unas tostadas con mantequilla, no tan blandas y untuosas como la las del otro día, pero no hay que extrañarse, la vida es así, unas cosas se ganan, otras se pierden, y para las tostadas con mantequilla ya quedan pocos cultivadores, tanto en lo que respecta a la preparación como al consumo. Perdonadas le sean estas banalísimas consideraciones gastronómicas a un hombre que lleva una bomba en el bolsillo. Ya ha terminado, ya ha pagado, ahora camina con pasos enérgicos hacia el segundo objetivo. Tardó casi veinte minutos en llegar. Ablandó el paso cuando entró en la calle, adoptó el aire de quien va de paseo, sabe que si hay policías vigilando lo más probable es que lo reconozcan, pero eso no le importa. Si alguno de éstos llega a informar de que ha visto a su jefe directo, y si ése pasa la información al superior inmediato, y éste al director de la policía, y éste al ministro del interior, es más que sabido que albatros graznará con su tono de voz más cortante, No merece la pena que me cuenten lo que ya sé, díganme lo que necesito saber, qué está tramando ese comisario de mala muerte. La calle está más concurrida que de costumbre. Hay pequeños grupos frente al edificio donde vive la mujer del médico, son personas del barrio que, movidas por un fisgoneo en ciertos casos inocente, aunque de mal augurio en otros, se acercaron, periódico en mano, al lugar donde habita la acusada, a quien más o menos conocen de vista o de ocasional trato, dándose la inevitable coincidencia de que en los ojos de algunas de esas personas ha empleado su saber el marido oftalmólogo. El comisario ya ha localizado a los vigías, uno de ellos se ha unido a uno de los grupos más numerosos, el otro, apoyado con simulada indolencia en la pared, lee una revista de deportes como si para él no existiera, en el mundo de las letras, nada más importante. Que esté leyendo una revista y no un periódico tiene fácil explicación, una revista, siendo protección suficiente, roba mucho menos espacio al campo visual del vigilante y se guarda sin problemas en el bolsillo si de repente es necesario seguir a alguien. Los policías saben estas cosas, se las enseñan desde pequeñitos. Ora bien, sucede que estos de aquí no están al corriente de las tormentosas relaciones entre el comisario que se acerca y el ministerio de que dependen, por eso piensan que él también forma parte de la operación y pretende comprobar si todo marcha de acuerdo con los planes. No es de extrañar. Aunque en ciertos niveles corporativos ya se haya comenzado a murmurar que el ministro no está satisfecho con el trabajo del comisario, y la prueba es que ha mandado regresar a los ayudantes, dejándolo a él en barbecho, otros dicen stand-by, la murmuración todavía no ha llegado a las capas inferiores a las que pertenecen estos agentes. Hay que aclarar, antes de que se olvide, que los susodichos murmuradores no tienen ninguna idea precisa acerca del trabajo del comisario en la capital, lo que demuestra que el inspector y el agente, allá donde se encuentren, han mantenido la boca cerrada. Lo interesante, aunque nada divertido, fue ver cómo los policías se aproximaban al comisario con aire conspirador para decirle en voz baja por la comisura de la boca, Sin novedad. El comisario asintió con la cabeza, miró las ventanas del cuarto piso y se apartó, pensando, Mañana, cuando los nombres y las direcciones se hayan publicado, habrá aquí mucha más gente. Vio pasar un taxi libre y lo llamó. Entró, dio los buenos días y, sacándose los sobres del bolsillo, le leyó las direcciones al taxista y le preguntó, Cuál queda más cerca, La segunda, Lléveme entonces allí, por favor. En el asiento de al lado del conductor había un periódico doblado, el que sobre la noticia, con letras de sangre, llevaba el impactante título de Descubierto finalmente el rostro de la conspiración. El comisario tuvo la tentación de preguntarle al taxista cuál era su opinión sobre la sensacional noticia publicada en los periódicos de hoy, pero desistió de la idea con miedo a que un tono de voz inquisitorio en exceso delatase su oficio, A esto se llama, pensó, padecer una excesiva conciencia de la propia deformación profesional. Fue el conductor quien entró en materia, No sé lo que usted piensa, pero esta historia de la mujer que dicen que no se quedó ciega me parece una trola de marca mayor inventada para vender periódicos, si yo me quedé ciego, si todos nos quedamos ciegos, cómo esa mujer siguió viendo, es una patraña que no cabe en ninguna cabeza, Y dicen que ella es la causante del voto en blanco, Ésa es otra, una mujer es una mujer, no se mete en esas cosas, todavía si fuese un hombre, vaya que vaya, podría ser, pero una mujer, pffff, veremos cómo termina todo esto, Cuando a la historia se le acabe el jugo, inventarán otra, es lo que pasa siempre, usted no sabe lo que se aprende agarrado a este volante, y todavía le digo una cosa más, Diga, diga, Al contrario de lo que la gente cree, el espejo retrovisor no sirve sólo para controlar los coches que vienen detrás, también sirve para ver el alma de los pasajeros, apuesto a que nunca lo había pensado, Me deja asombrado, realmente no lo había pensado nunca, Pues es como se lo digo, este volante enseña mucho. Después de semejante revelación el comisario creyó más prudente dejar el dialogo. Sólo cuando el taxista paró el coche y dijo, Aquí estamos, se animó a preguntar si eso del espejo retrovisor y del alma se aplicaba a todos los vehículos y a todos los conductores, pero el taxista fue perentorio, Sólo en los taxis, señor mío, sólo en los taxis.

El comisario entró en el edificio, se dirigió al mostrador de recepción y dijo, Buenos días, represento a la firma la providencial s.a., seguros & reaseguros, desearía hablar con el director, Si el asunto es de seguros, creo que sería preferible que hablara con un administrador, En principio, si, tiene razón, pero lo que me trae aquí no es de naturaleza técnica, de manera que sería mejor que hablara con el director, El director no está, supongo que llegará a media tarde, Con quién le parece entonces que debo hablar, cuál es la persona más indicada, Creo que con el redactor jefe, Siendo así, haga el favor de anunciarme, recuerde, la firma providencial s.a., seguros & reaseguros, Me dice su nombre, Providencial bastará, Ah, comprendo, la firma tiene su nombre, Exactamente. El recepcionista hizo la llamada, explicó el caso y dijo, tras haber colgado el teléfono, Ya vienen a buscarlo, señor Providencial. Pocos minutos después apareció una mujer, Soy la secretaria del redactor jefe, quiere hacer el favor de acompañarme. La siguió por un pasillo, iba calmo, tranquilo, pero, de súbito, sin preverlo, la consciencia del temerario paso que estaba a punto de dar le cortó la respiración como si hubiese sido golpeado de lleno en el diafragma. Todavía podía dar marcha atrás, mascullar una disculpa cualquiera, qué fastidio, he olvidado un documento importante si el que no seré capaz de hablar con el redactor jefe, pero no era verdad, el documento estaba en el bolsillo interior de la chaqueta, el vino está servido, comisario, ahora no te queda más remedio que bebértelo. La secretaria lo hizo pasar a una salita modestamente amueblada, unos sillones usados traídos a este lugar para terminar en razonable paz su larga vida, sobre una mesa unos cuantos periódicos, una estantería con libros mal colocados, Puede sentarse, el redactor jefe le pide por favor que espere un poco, en este momento está ocupado, Muy bien, dijo el comisario, esperaré. Era su segunda oportunidad. Si saliese de allí, si deshiciera el camino que lo ha traído hasta esta trampa, quedaría a salvo, como si habiendo visto su propia alma en un espejo retrovisor encuentra que ésta es una insensata, que las almas no pueden andar por ahí arrastrando a las personas hacia los mayores desastres, por el contrario deben apartarlas de los peligros y comportarse bien, porque las almas, si salen del cuerpo, casi siempre están perdidas, no saben adónde ir, no sólo detrás del volante de un taxi se aprenden estas cosas. El comisario no salió, había llegado el tiempo de que el vino servido, etcétera, etcétera. El redactor jefe entró, Perdone que le haya hecho esperar tanto, pero tenía un asunto entre manos y no podía interrumpirlo, No tiene que disculparse, soy yo quien le agradece que me reciba, Dígame entonces, señor Providencial, en qué puedo serle útil, aunque me parece, por lo que me ha sido dicho, que el asunto tiene que ver con la administración. El comisario se llevó la mano al bolsillo y sacó el primer sobre, Le agradecería que leyera la carta que contiene, Ahora, preguntó el redactor jefe, Sí, por favor, pero antes es mi deber informarle de que no me llamo Providencial, Pero su nombre, Cuando haya leído comprenderá. El redactor jefe rasgó el sobre, desdobló el folio, y comenzó a leer. Suspendió la lectura en las primeras líneas, miró perplejo al hombre que tenía delante, como preguntándole si no era más sensato dejarlo ahí. El comisario hizo un gesto de que continuara. Hasta el final el redactor jefe no levantó más la cabeza, muy al contrario, parecía que se iba hundiendo en cada palabra, que no podría regresar a la superficie con la misma cara de redactor jefe después de haber visto las pavorosas criaturas que habitan la profundidad abisal. Era un hombre trastornado el que finalmente miró al comisario y dijo, Disculpe la rudeza de la pregunta, quién es usted, Mi nombre está en la firma de la carta, Sí, ya lo veo, aquí hay un nombre, pero un nombre es nada más que una palabra, no explica quién es la persona, Preferiría no tener que decírselo, pero comprendo perfectamente que necesite saberlo, En ese caso, dígame, No mientras no me dé su palabra de que la carta será publicada, En ausencia del director no estoy autorizado a asumir ese compromiso, En recepción me han dicho que vendrá por la tarde, Así es, alrededor de las cuatro, Entonces regresaré a esa hora, sin embargo mi obligación es avisarlo desde ya que traigo una carta igual a ésta que entregaré a su destinatario en el caso de que el asunto no interese aquí, Una carta dirigida a otro periódico, supongo, Sí, pero no a ninguno de los que han publicado la fotografía, Comprendo, de todos modos no puede tener la seguridad de que ese otro periódico esté dispuesto a aceptar los riesgos que inevitablemente resultarán de la divulgación de los hechos que describe, No tengo ninguna seguridad, en esta situación apuesto a dos caballos y me arriesgo a perder con ambos, Va a arriesgar mucho más en caso de ganar, Como ustedes, si deciden publicarla. El comisario se levanto, Vendré a las cuatro y cuarto, Aquí tiene su carta, no habiendo todavía acuerdo entre nosotros no puedo ni debo quedarme con ella, Gracias por haberme evitado pedírsela. El redactor jefe se sirvió del teléfono de la salita para llamar a la secretaria, Acompañe a este señor a la salida, dijo, y tome nota de que regresará a las cuatro y cuarto, lo recibirá y lo acompañará al despacho del director, Sí señor. El comisario dijo, Entonces, hasta luego, el otro respondió, Hasta luego, estrechándose las manos. La secretaria abrió la puerta para dejar pasar al comisario, Me sigue, señor Providencial, dijo, y ya en el pasillo, Si me permite la observación, es la primera vez en mi vida que me encuentro a una persona con ese apellido, ni siquiera sabía que existiera, Ahora ya lo sabe, Debe de ser bonito llamarse Providencial, Por qué, Por eso mismo, por ser Providencial, ésa es la mejor respuesta. Ya estaban en la recepción, Estaré aquí a la hora acordada, dijo la secretaria, Gracias, Hasta luego, señor Providencial, Hasta luego.

El comisario miró el reloj, aún no era la una de la tarde, demasiado pronto para almorzar, aparte de que no tenía apetito, el café y las tostadas con mantequilla todavía se hacían recordar en el estómago. Tomó un taxi y pidió que le llevara al jardín donde el lunes se encontró con la mujer del médico, que una primera idea no tiene que ser seguida al pie de la letra por siempre jamás. No pensaba volver al jardín, pero aquí lo tenemos. Después seguiría a pie como un comisario de policía que anda tranquilamente haciendo su ronda, verá la afluencia de gentío en la calle y tal vez intercambie unas cuantas impresiones profesionales con los dos vigilantes. Atravesó el jardín, se detuvo un momento para mirar la estatua de la mujer con el cántaro vacío, Me dejaron aquí, parecía decir ella, y hoy no sirvo nada más que para contemplar estas aguas muertas, hubo una época, cuando la piedra de que estoy hecha aún era blanca, en que un manantial fluía día y noche de este cántaro, nunca me dijeron de dónde procedía tanta agua, yo sólo estaba aquí para inclinar el cántaro, ahora ni una gota escurre de él, y tampoco nadie ha venido a decirme por qué se acabó. El comisario murmuró, Es como la vida, hija mía, comienza no se sabe para qué, termina no se sabe por qué. Se mojó las puntas de los dedos de la mano derecha y se los llevó a la boca. No pensó que el gesto pudiera tener ningún significado, sin embargo, alguien que estuviera en el otro lado observando lo que hacía podría jurar que había besado aquella agua que ni limpia estaba, verde de limosidades, con cieno en el fondo del estanque, impura como la vida. El reloj no avanzaba mucho, tenía tiempo para sentarse en una de estas sombras, pero no lo hizo. Repitió el camino recorrido con la mujer del médico, entró en la calle, el espectáculo era distinto, ahora apenas se podía avanzar, ya no son pequeños grupos sino una masa que impide el tráfico de automóviles, parece que todos los vecinos de las proximidades han salido de sus casas para presenciar alguna anunciada aparición. El comisario reunió a los dos agentes en el portal de un edificio y les preguntó si se había producido alguna novedad en su ausencia. Dijeron que no, que nadie había salido, que las ventanas estuvieron siempre cerradas, y contaron que dos personas desconocidas, un hombre y una mujer, llamaron al cuarto piso para preguntar si los de la casa necesitaban algo, pero desde arriba les respondieron que no y les agradecieron la amabilidad. Nada más, preguntó el comisario, Que nosotros sepamos, nada más, respondió uno de los agentes, el informe va a ser fácil de escribir. Lo dijo a tiempo, cortó las alas de la imaginación del comisario, ya extendidas llevándolo escaleras arriba, llamando a la puerta, anunciándose, Soy yo y entrando, narrando los últimos acontecimientos, las cartas que había escrito, la conversación con el redactor jefe del periódico, y después la mujer del médico le diría Almuerce con nosotros, y él almorzaría, y el mundo estaría en paz. Sí, en paz, y los agentes escribirían en el informe, Estuvo con nosotros un comisario que subió al cuarto piso y bajó una hora después, no nos dijo nada de lo que pasó arriba, pero nos quedamos con la impresión de que volvía almorzado. El comisario se fue a comer a otro sitio, poco y sin ninguna atención al plato que le pusieron delante, a las tres se encontraba otra vez en el jardín mirando la estatua de la mujer con el cántaro inclinado como quien aún espera el milagro de la renovación de las aguas. Pasaban de las tres y media cuando se levantó del banco donde estuvo sentado y se fue a pie al periódico. Tenía tiempo, no necesitaba utilizar un taxi en el que, incluso sin querer, no podría evitar mirarse en el espejo retrovisor, lo que sabía de su alma le bastaba y cualquier otra imagen que el espejo le devolviera no estaba seguro de que le gustara del todo. No eran las cuatro y cuarto cuando entró en el periódico. La secretaria estaba en la recepción, El director le espera, dijo. No añadió las palabras señor Providencial, tal vez le hubieran dicho que el nombre no era ése y se sentía ofendida por la estafa en que de buena fe había caído. Pasaron por el pasillo de antes, pero esta vez giraron por la esquina del fondo, la segunda puerta a la derecha tenía una pequeña placa que decía Dirección. La secretaria llamó discretamente, desde dentro respondieron Adelante. Ella entró primero y sostuvo la puerta para que el comisario pasase. Gracias, ahora no la necesitamos, dijo el redactor jefe a la secretaria, que inmediatamente salió. Le agradezco que haya accedido a hablar conmigo, señor director, comenzó el comisario, Con toda franqueza confesarle que veo las mayores dificultades para una divulgación eficaz del caso que el redactor jefe me ha resumido, de cualquier manera, innecesario parece decirlo, tendré mucho gusto en conocer el documento completo, Aquí está, señor director, dijo el comisario entregándole el sobre, Sentémonos dijo el director, y denme dos minutos, por favor. La lectura no le hizo doblegar tanto la cabeza como sucediera con el redactor jefe, pero sin duda era un hombre confuso y preocupado cuando levantó la vista, Quién es usted, preguntó, ignorando que el redactor jefe había hecho la misma pregunta, Si el periódico acepta hacer público el escrito, sabrán quién soy, si no acepta, recuperaré la carta y me iré sin una palabra más, salvo para agradecerles el tiempo que han perdido conmigo, Le he informado a mi director de que usted tiene una carta igual para entregar en otro periódico, dijo el redactor jefe, Exactamente, respondió el comisario, la tengo aquí, y será entregada hoy mismo si no llegamos a un acuerdo, es absolutamente necesario que esto se publique mañana, Por qué, Porque mañana tal vez consigamos llegar a tiempo de evitar que se cometa una injusticia, Se refiere a la mujer del médico, Sí señor director, se pretende, de la manera que sea, hacer de ella el chivo expiatorio de la situación política en que el país se encuentra, Pero eso es un disparate, No me lo diga a mí, dígaselo al gobierno, dígaselo al ministerio del interior, dígaselo a sus colegas que escriben lo que les ordenan. El director intercambio una mirada con el redactor jefe y dijo, Como debe de suponer, es imposible publicar su declaración tal como se encuentra redactada, con todos estos pormenores, Por qué, No se olvide de que estamos viviendo en estado de sitio, la censura tiene los ojos puestos sobre la prensa, en particular en un diario como el nuestro, Publicar esto equivaldría a ver cerrado el periódico el mismo día, dijo el redactor jefe, Entonces no hay nada que hacer, preguntó el comisario, Podemos intentarlo, pero no sé si dará resultado, Cómo, volvió a preguntar el comisario. Después de un nuevo y rápido intercambio de miradas con el redactor jefe, el director dijo, Es el momento de que nos diga de una vez quién es usted, hay un nombre en la carta, es cierto, pero puede ser falso, usted puede, simplemente, ser un provocador mandado aquí por la policía para ponernos a prueba y comprometernos, no estoy diciendo que eso sea lo que pase, fíjese bien, lo que quiero dejar claro es que no hay ninguna manera de seguir adelante con esta conversación si no se identifica ahora mismo. El comisario metió la mano en el bolsillo, sacó la cartera, Aquí tiene, dijo, y entregó al director su carnet de comisario de policía. La expresión de la cara del director paso instantáneamente de la reserva a la estupefacción, Qué, usted es comisario de policía, preguntó, Comisario de policía, repitió pasmado el redactor jefe a quien el director le pasó el documento, Sí, fue la serena respuesta, y ahora creo que ya podemos seguir adelante con nuestra conversación, Si me permite la curiosidad, preguntó el director, qué le ha inducido a dar un paso así, Razones personales, Dígame al menos una para que me convenza de que no estoy soñando, Cuando nacemos, cuando entramos en este mundo, es como si firmásemos un pacto para toda la vida, pero puede suceder que un día tengamos que preguntarnos Quién ha firmado esto por mí, yo me lo he preguntado y la respuesta es este papel, Es consciente de lo que puede llegar a sucederle, Sí, he tenido tiempo para pensar en eso. Hubo un silencio, que el comisario rompió, Dijeron que se podía intentar, Habíamos pensado un pequeño truco, dijo el director, e hizo un gesto al redactor jefe para que continuase, La idea, dijo éste, sería publicar, en términos obviamente diferentes, sin retóricas de mal gusto, lo que ha salido hoy, y en la parte final entremeter la información que nos ha traído, no es fácil, en todo caso no es imposible, es una cuestión de habilidad y suerte, Se trataría de apostar por la distracción o incluso por la pereza del funcionario de la censura, añadió el director, rezar para que piense que puesto que ya conoce la noticia no merece la pena llegar hasta el final, Cuántas posibilidades tendríamos a nuestro favor, preguntó el comisario, Hablando francamente, no muchas, reconoció el redactor jefe, tendremos que contentarnos con escasas posibilidades, Y si el ministerio del interior quiere saber cuál es la fuente de la información, En ese caso comenzaremos acogiéndonos al secreto profesional, aunque eso nos va a servir de poco en esta situación de estado de sitio, Y si insisten, y si amenazan, Entonces, por mucho que nos cueste, no habrá otro remedio que revelarla, evidentemente seremos sancionados, pero la carga más pesada de las consecuencias caerá sobre su cabeza, dijo el director, Muy bien, respondió el comisario, ahora que ya todos sabemos con lo que contamos, sigamos adelante, y si rezar sirve de algo, yo rezaré para que los lectores no hagan lo mismo que esperamos que haga el censor, es decir, que lean la noticia hasta el final, Amén dijeron a coro el director y el redactor jefe.

Pasaba un poco de las cinco cuando el comisario salió. Podría haber aprovechado el taxi que en ese exacto momento dejaba a una persona en la puerta del periódico, pero prefirió caminar. Curiosamente, se sentía leve, sereno, como si le hubieran extraído de un órgano vital el cuerpo extraño que poco a poco lo estaba carcomiendo, la espina en la garganta, el clavo en el estómago, el veneno en el hígado. Mañana todas las cartas de la baraja estarán sobre la mesa, el juego del escondite terminará, porque no cabía la menor duda de que el ministro, en caso de que la noticia saliera a la luz, e, incluso sin salir, alguien se la comunique, sabrá contra quién apuntar inmediatamente el dedo acusador. La imaginación parecía dispuesta a ir más allá, hasta llegó a dar un primer paso inquietante, pero el comisario la sostuvo por el cuello, Hoy es hoy, señora mía, mañana ya veremos, dijo. Había decidido volver a la providencial s.a., pero sintió que de repente las piernas le pesaban, los nervios flojos eran como un elástico que hubiese permanecido en tensión demasiado tiempo, una urgente necesidad de cerrar los ojos y de dormir le reclamó. Tomo el primer taxi que aparezca, pensó. Todavía tuvo que andar bastante, los taxis pasaban ocupados, uno ni siquiera oyó que lo llamaban, y finalmente, cuando ya apenas conseguía arrastrar los pies, una chalupa de socorro recogió al náufrago a punto de ahogarse. El ascensor lo izó caritativamente hasta el piso catorce, la puerta se dejó abrir sin resistencia, el sofá lo recibió como a un amigo, en pocos minutos el comisario, a pierna suelta, dormía como un tronco, o con el sueño de los justos, como también solía decirse en el tiempo en que se creía que pudieran existir. Reconfortado en el maternal regazo de la providencial s.a., seguros & reaseguros, cuyo sosiego hacía justicia a los nombres y atributos que le habían sido conferidos, el comisario durmió una buena hora, al cabo de la cual se despertó, así lo parecía, con nuevos bríos. Al desperezarse sintió en el bolsillo interior de la chaqueta el segundo sobre, el que no llegó a ser entregado, Tal vez haya cometido un error apostando todo a un único caballo, pensó, pero rápidamente comprendió que le habría sido imposible mantener dos veces la misma conversación, ir de un periódico a otro contando la misma historia y, al repetirla, desgastándole veracidad, Lo que está hecho, hecho está, pensó, no adelanto nada dándole vueltas. Entró en el dormitorio y vio brillar la luz intermitente del contestador de llamadas. Alguien había telefoneado y dejado un mensaje. Pulsó el botón, primero salió la voz de la telefonista, después la del director de la policía, Tome nota de que mañana, a las nueve, repito, a las nueve, no a las nueve y veintiuna, le estarán esperando en el puesto seis norte el inspector y el agente de segundo grado que trabajaron con usted, debo decirle que, además de que su misión ha caducado por incapacidad técnica y científica del respectivo responsable, su presencia en la capital ha pasado a ser considerada inconveniente, tanto por el ministro del interior como por mí, añado también que el inspector y el agente están oficialmente encargados de traerlo ante mi presencia, pudiendo detenerle si se resiste. El comisario se quedó mirando el contestador, y después, lentamente, como quien se está despidiendo de alguien que ya va lejos, extendió la mano y accionó el botón de borrar. Luego entró en la cocina, se sacó el sobre del bolsillo, lo empapó de alcohol y, doblándolo en forma de V invertida dentro del fregadero, le prendió fuego. Un chorro de agua se llevó las cenizas cañería abajo. Hecho esto, regresó a la sala, encendió todas las luces y se dedicó a la lectura pausada de los periódicos, prestando especial atención al que, o a quien, de alguna manera, había dejado entregado su destino. Llegada la hora, miró en el frigorífico por si se pudiera preparar algo parecido a una cena, pero desistió, lo escaso no era sinónimo de frescura ni de calidad, Deberían poner aquí un frigorífico nuevo, pensó, éste ya ha dado lo que tenía que dar. Salió, cenó rápidamente en el primer restaurante que encontró en el camino y regresó a la providencial s.a. Tenía que levantarse temprano al día siguiente.