La carta dirigida al primer ministro, que al fin la hubo, tardó dos días en llegar a sus manos. Inmediatamente se dio cuenta de que el encargado de registrarla había sido menos discreto que el de la presidencia de la república, confirmándose así la solvencia de los rumores que circulaban desde hacía dos días, los cuales, a su vez, o eran resultado de una indiscreción entre funcionarios que se sitúan en la mitad del escalafón, ansiosos de demostrar que contaban, es decir, que estaban en el secreto de los dioses, o fueron lanzados deliberadamente por el ministerio del interior como modo de cortar de raíz cualquier eventual veleidad de oposición o simple obstrucción simbólica por parte del primer ministro a la investigación policial. Restaba todavía la suposición que llamaremos conspirativa, es decir, que la conversación supuestamente sigilosa entre el primer ministro y su ministro del interior, en el crepúsculo del día en que aquél fue llamado a la presidencia, hubiese sido mucho menos reservada de lo que es licito esperar de unas paredes acolchadas, las cuales, quién sabe si no ocultarían unos cuantos micrófonos de última generación, de esos que sólo un perdiguero electrónico del más selecto pedigrí conseguiría olfatear y rastrear. Sea como sea, el mal ya no tiene remedio, los secretos de estado realmente están en horas amargas, no hay quien los defienda. Tan consciente de esta deplorable certeza es el primer ministro, tan convencido está de la inutilidad del secreto, sobre todo cuando ya ha dejado de serlo, que, con el gesto de quien observa el mundo desde muy alto, como diciendo Lo sé todo, no me fastidien, dobló lentamente la carta y se la guardó en uno de los bolsillos interiores de la chaqueta, Viene directamente de la ceguera de hace cuatro años, me la guardo, dijo. El aire de escandalizada sorpresa del jefe de gabinete le hizo sonreír, No se preocupe, querido amigo, por lo menos existen otras dos cartas iguales, eso sin hablar de las muchas y más que probables fotocopias que ya andarán circulando por ahí. La expresión de la cara del jefe de gabinete se volvió de repente desatenta, desentendida, como si no hubiera comprendido bien lo que había oído, o como si la conciencia se le hubiese presentado de sopetón en el camino, acusándole de cualquier antigua, si no recentísima, fechoría practicada. Puede retirarse, le llamaré cuando le necesite, dijo el primer ministro, levantándose del sillón y dirigiéndose a una de las ventanas. El ruido de abrirla cubrió el de cerrar la puerta. Desde allí poco más se veía que una sucesión de tejados bajos. Sintió la nostalgia de la capital, del tiempo feliz en que los votos eran obedientes al mando, del monótono pasar de las horas y de los días entre la pequeñoburguesa residencia de los jefes de gobierno y el parlamento de la nación, de las agitadas y a veces joviales y divertidas crisis políticas que eran como hogueras de duración prevista e intensidad vigilada, casi siempre fingiendo que, y con las que se aprendía tanto a decir la verdad como a hacerla coincidir, punto por punto, si era útil, con la mentira, de la misma manera que el revés, con toda naturalidad, es el otro lado del derecho. Se preguntó a sí mismo si la investigación habría empezado ya, se detuvo especulando sobre si los agentes que participarían en la acción policial serían de esos que infructuosamente permanecieron en la capital con la misión de captar informaciones y elaborar dictámenes, o si el ministro del interior habría preferido enviar a la misión gente de su más directa confianza, de la que se encuentra al alcance de la vista y a mano de sementera, y que, quién sabe, seducida por el aparatoso ingrediente de aventura cinematográfica que sería una travesía clandestina al bloqueo, se deslizaría puñal en cinto bajo los alambres de púas, engañando con insensibilizadores magnéticos los temibles sensores electrónicos, y emergería al otro lado, en el campo enemigo, rumbo al objetivo, como topos dotados de gafas de visión nocturna y agilidad gatuna. Conociendo al ministro del interior tan bien como lo conocía, un poco menos sanguinario que drácula pero más teatral que rambo, ésta sería la modalidad de acción que ordenaría adoptar. No se equivocaba. Ocultos entre unos matorrales que casi bordean el perímetro del cerco, tres hombres aguardan que la noche se torne madrugada. Sin embargo, no todo lo que había fantaseado libremente el primer ministro desde la ventana de su despacho corresponde a la realidad que se ofrece ante nuestros ojos. Por ejemplo, estos hombres están vestidos de paisano, no llevan al cinto ningún puñal, y el arma que portan en funda es simplemente la pistola a la que se da el tranquilizador nombre de reglamentaria. En cuanto a los temibles insensibilizadores magnéticos, no se ve por aquí, entre los diversos aparatos, nada que sugiera tan decisiva función, lo que, pensándolo mejor, podría significar sólo que los insensibilizadores magnéticos no tienen, a caso hecho, el aspecto de insensibilizador magnético. No tardaremos en saber que, a la hora acordada, los sensores electrónicos en este tramo de cerco permanecerán desconectados durante cinco minutos, tiempo considerado más que suficiente para que tres hombres, uno a uno, sin prisas ni precipitaciones, traspasen la alambrada de púas que, para ese fin, hoy ha sido adecuadamente cortada, evitándose así enganches en los pantalones y arañazos en la piel. Los zapadores del ejército acudirán a repararla antes de que los róseos dedos de la aurora agucen de nuevo, mostrándolas, las amenazadoras púas durante tan breve tiempo inofensivas, y también los rollos enormes de alambre extendidos a lo largo de la frontera, a un lado y a otro. Los tres hombres ya han pasado, va delante el jefe, que es el más alto, y en fila india atraviesan un prado cuya humedad rezuma y gime bajo los zapatos. En una carretera secundaria, a unos quinientos metros de allí, espera el automóvil que los llevará en el sigilo de la noche hasta su destino en la capital, una falsa empresa de seguros & reaseguros que la falta de clientes, tanto locales como del exterior, todavía no ha logrado que quiebre. Las órdenes que estos hombres recibieron directamente de la boca del ministro del interior son claras y terminantes, Tráiganme resultados y yo no les preguntaré con qué medios los han obtenido, No portan ninguna instrucción escrita, ningún salvoconducto que los cubra y que puedan exhibir como defensa o justificación si sucede algún contratiempo inesperado, no estando excluida, por tanto, la posibilidad de que el ministerio los abandone simplemente a su suerte si cometen alguna acción susceptible de perjudicar la reputación del estado y la pureza inmaculada de sus objetivos y procesos. Son, estos tres hombres, como un comando de guerra arrojado en territorio enemigo, aparentemente no se encuentran razones para pensar que van a arriesgar sus vidas, pero todos tienen consciencia de los recovecos de una misión que exige talento en el interrogatorio, flexibilidad en la estrategia, rapidez en la ejecución. Todo en grado máximo. No creo que tengan que matar a nadie, dijo el ministro del interior, pero si, en una situación difícil, consideran que no hay otra salida, no lo duden, yo me encargaré de resolver el asunto con la justicia, Cuya cartera ha sido asumida recientemente por el primer ministro, se atrevió a observar el jefe del grupo. El ministro del interior hizo como que no había oído, se limitó a mirar fijamente al inoportuno, que no tuvo otro remedio que desviar la vista. El coche ha entrado en la ciudad, se detiene en una plaza para cambiar de conductor, y finalmente después de dar treinta vueltas para despistar a cualquier improbable perseguidor, los deja en la puerta del edificio de oficinas donde la empresa de seguros & reaseguros se encuentra instalada. El portero no apareció para saber quién entraba a horas tan inusuales en la rutina del edificio, es de suponer que alguien con buenas palabras lo persuadió en la tarde de ayer para irse a la cama temprano, aconsejándole que no se despegara de las sábanas, aunque el insomnio no le dejara cerrar los ojos. Los tres hombres subieron en ascensor hasta el piso catorce, giraron por un pasillo a la izquierda, después otro a la derecha, un tercero a la izquierda, por fin llegaron a las instalaciones de la providencial s.a., seguros & reaseguros, conforme cualquiera puede leer en la placa de la puerta, en letras negras sobre una chapa rectangular de latón mate, fijada con clavos de cabeza en tronco de pirámide en el mismo metal. Entraron, uno de los subalternos encendió la luz, el otro, cerró la puerta y puso la de seguridad. Entre tanto el jefe daba una vuelta por las instalaciones, verificaba conexiones, enchufaba aparatos, entraba en la cocina, en los dormitorios y en los cuartos de baño, abría la puerta del compartimento destinado a archivo, pasaba los ojos rápidamente por las diversas armas que se guardaban al mismo tiempo que respiraba el olor familiar a metal y lubricante, mañana inspeccionará todo esto, pieza por pieza, munición por munición. Llamó a los auxiliares, se sentó y les mandó sentarse, Esta mañana, a las siete, dijo, dará comienzo el trabajo de seguimiento del sospechoso, noten que si le llamo sospechoso no es tanto para simplificar la comunicación entre nosotros, que se sepa no ha cometido ningún crimen, sino porque no conviene, por razones de seguridad, que su nombre sea pronunciado, al menos en estos primeros días, añado asimismo que con esta operación, que espero que no se prolongue más allá de una semana, lo que pretendo en primer lugar es obtener un cuadro de los movimientos del sospechoso en la ciudad, dónde trabaja, por dónde anda, con quién se encuentra, es decir, la rutina de una averiguación primaria, el reconocimiento del terreno antes de pasar al abordaje directo, Dejamos que se dé cuenta de que está siendo seguido, preguntó el primer ayudante, No en los cuatro primeros días, pero después, sí, quiero verlo preocupado, inquieto, Habiendo escrito la carta estará esperando que alguien aparezca en su busca. Lo buscaremos nosotros cuando llegue el momento, lo que quiero, y ya se las arreglarán para que así suceda, es que tema ser seguido por quienes él ha denunciado, Por la mujer del médico, Por la Mujer, no, claro, por sus cómplices, los del voto en blanco, No estaremos yendo demasiado deprisa, preguntó el segundo ayudante, todavía no hemos comenzado el trabajo y ya estamos hablando de cómplices, Lo que hacemos es trazar un esbozo, un simple esbozo y nada más, quiero colocarme en el punto de vista del tipo que escribió la carta y, desde ahí, intentar ver lo que él ve, Sea como sea, una semana de seguimiento parece demasiado tiempo, dijo el primer ayudante, si trabajamos bien, al cabo de tres días lo tendremos a punto de caramelo. El jefe frunció el ceño, iba a decir Una semana, dije que será una semana, y será una semana, pero le vino a la memoria el ministro del interior, no recordaba si le había reclamado expresamente resultados rápidos, pero, siendo ésta la exigencia que más veces se oye salir de la boca de los directores, y no habiendo motivo para pensar que el caso presente pudiese ser una excepción, todo lo contrario, no mostró más renuencia en aceptar el periodo de tres días, que la que se considera normal en la relación entre un superior y un subordinado, porque, al fin y al cabo, son escasas las veces en que el que manda se ve obligado a ceder ante las razones del que las obedece. Disponemos de fotografías de todos los adultos que residen en el edificio, me refiero, claro está, a los de sexo masculino, dijo el jefe, y añadió, sin que nadie le preguntara, una de ellas corresponde al hombre que buscamos, Mientras no lo hayamos identificado, ningún seguimiento podrá iniciarse, aclaró el primer ayudante, Así es, condescendió el jefe, pero en todo caso, a las siete estarán estratégicamente colocados en la calle donde vive para seguir a los dos hombres que parezcan más cercanos al tipo de persona que escribió la carta, comenzaremos por ahí, la intuición, el faro policial, para algo ha de servir, Puedo dar mi opinión, preguntó el segundo ayudante, Hable, A juzgar por el tono de la carta, el tipo debe ser un rematado hijo de puta. Y eso qué significa, preguntó el primer ayudante, que tenemos que seguir a todos los que tengan cara de hijos de puta, y añadió, La experiencia me ha enseñado que los hijos de puta peores son los que no tienen aspecto de serlo, Realmente, habría sido mucho más lógico ir a los servicios de identificación y hacer una copia de la fotografía de ese tipo, se ganaría tiempo y se ahorraría trabajo. El jefe decidió cortar, Presumo que no estarán pensando enseñarle el padrenuestro y la salve a la madre superiora, si no se ha ordenado esa diligencia es para no levantar sospechas que podrían abortar la operación, Perdone, jefe, me permito discrepar, dijo el primer ayudante, todo indica que el tipo está ansioso por vaciar el saco, incluso creo que si supiese dónde nos encontramos estaría en este momento llamando a la puerta, Supongo que sí, respondió el jefe conteniendo la irritación que le estaba produciendo lo que tenía todos los visos de crítica demoledora del plan de acción, pero nos conviene conocer lo máximo sobre él antes de llegar al contacto directo, Tengo una idea, dijo el segundo ayudante, Otra, preguntó con malos modos el jefe, Le garantizo que ésta es buena, uno de nosotros se disfraza de vendedor de enciclopedias y de esa manera puede ver quién aparece en la puerta, Ese truco del vendedor de enciclopedias ya tiene la barba blanca, dijo el primer ayudante, además, son las mujeres quienes generalmente suelen abrir la puerta, sería una excelente idea si nuestro hombre viviera solo, pero, si no recuerdo mal lo que dice la carta, está casado, Pues la hemos fastidiado, exclamó el segundo ayudante. Se quedaron en silencio, mirándose unos a otros, los dos ayudantes conscientes de que ahora lo mejor sería esperar a que el superior tuviera una idea propia. En principio, estaban dispuestos a aplaudirla aunque hiciera aguas por todas partes. El jefe sopesaba todo cuanto había dicho antes, intentaba encajar las diversas sugerencias con la esperanza de que del casual ajuste de las piezas del puzzle pudiera surgir algo tan inteligente, tan holmenesco, tan poirotiano, que obligase a los sujetos a sus órdenes a abrir la boca de puro pasmo. Y, de repente, como si las escamas se le hubiesen caído de los ojos, vio el camino, Las personas, dijo, salvo incapacidad física absoluta, no están siempre dentro de casa, van a sus trabajos, de compras, a pasear, así que mi idea consiste en entrar en la casa donde el tipo vive cuando no haya nadie, la dirección viene escrita en la carta, ganzúas no nos faltan, hay siempre fotos sobre los muebles, identificaremos al tipo en el conjunto de las fotografías y así ya lo podremos seguir sin problemas, para saber si no hay nadie en casa usaremos el teléfono, mañana sabremos el número por el servicio de información de la compañía telefónica, también podemos mirarlo en la guía, una cosa u otra, da lo mismo. Con esta infeliz manera de terminar la frase, el jefe comprendió que el puzzle no tenía ajuste posible, Aunque, como ha sido dicho antes, la disposición de ambos subalternos hubiera sido de total benevolencia para con los resultados de la meditación del jefe, el primer ayudante se sintió obligado a observar, esforzándose en usar un tono que no vulnerara la susceptibilidad del otro, Si no estoy equivocado, lo mejor de todo, conociendo ya la dirección del tipo, sería llamar directamente a su puerta y preguntarle a quien salga Vive aquí Fulano de Tal, si fuese él diría Sí señor, soy yo, si fuese la mujer, lo más probable es que dijera Voy a llamar a mi marido, de este modo agarrábamos al pájaro sin necesidad de dar tantas vueltas. El jefe levantó el puño cerrado como quien va a propinar un buen puñetazo en la tabla de la mesa, pero en el último instante quebró la violencia del gesto, bajó lentamente el brazo y dijo con voz que parecía declinar en cada sílaba, Examinaremos esa posibilidad mañana, ahora me voy a dormir, buenas noches. Se dirigía ya hacia la puerta del dormitorio que iba a ocupar durante el tiempo que durase la investigación cuando oyó al segundo ayudante que preguntaba, De todas formas comenzamos la operación a las siete. Sin volverse, respondió, La acción prevista queda suspendida hasta nueva orden, recibirán instrucciones mañana, cuando haya concluido la revisión del plan que recibí del ministerio y de darse el caso, para agilizar el trabajo, procederé a las alteraciones que considere convenientes. Dio otra vez las buenas noches, Buenas noches, jefe, respondieron los subordinados, y entró en el dormitorio. Apenas se cerró la puerta, el segundo ayudante se preparó para continuar la conversación, pero el otro se llevó el dedo índice a los labios y movió la cabeza haciendo señal de que no hablase. Fue el primero en apartar la silla y en decir, Me voy a acostar, si te quedas mucho ten cuidado cuando entres, no me vayas a despertar. Al contrario que el jefe, estos dos hombres, como meros subalternos que son no tienen derecho a dormitorio individual, dormirán en una amplia división con tres camas, una especie de sala pequeña que pocas veces ha estado completamente ocupada. La cama del medio era siempre la que menos servía. Si, como en este caso, los agentes eran dos utilizaban invariablemente las camas laterales, y si era un solo policía el que allí durmiera, lo cierto y sabido es que también preferiría dormir en una de éstas, nunca en la del centro, tal vez porque tendría la impresión de estar rodeado o de ser conducido a prisión. Incluso los policías más duros, más coriáceos, y éstos todavía no han tenido ocasión de demostrar que lo son, necesitan sentirse protegidos por la proximidad de una pared. El segundo ayudante que había comprendido el recado, se levantó y dijo, No, no me quedo, también me voy a dormir. Respetando las graduaciones, primero uno, después otro, pasaron por un cuarto de baño provisto de todo lo necesario para el aseo del cuerpo, como tenía que ser, dado que en ningún momento de este relato ha sido mencionado que los tres policías trajeran consigo nada más que una pequeña maleta o una simple mochila con una muda de ropa, cepillo de dientes y máquina de afeitar. Sorprendente sería que una empresa bautizada con el feliz nombre de providencial no se preocupara de facultar a quienes temporalmente daba cobijo de los artículos y productos de higiene indispensables para la comodidad y el buen desempeño de la misión que les haya sido encomendada. Media hora después los ayudantes estaban en sus respectivas camas, vistiendo cada uno su pijama reglamentario, con el distintivo de la policía bordado sobre el corazón. Al final, el plan del ministerio del interior de plan no tenía nada, dijo el segundo ayudante, Es lo que sucede siempre cuando no se toma la precaución elemental de pedir opinión a las personas con experiencia, respondió el primer ayudante. Al jefe no le falta experiencia, dijo el segundo ayudante, si no la tuviese no sería lo que hoy es, A veces estar demasiado próximo a los centros de decisión provoca miopía, acorta el alcance de la vista, respondió sabiamente el primer ayudante, quieres decir que si alguna vez llegamos a desempeñar un puesto de mando auténtico, como el jefe, también nos sucederá lo mismo, preguntó el segundo ayudante, En estos casos particulares no hay ninguna razón para que el futuro sea distinto del presente, respondió cuerdamente el primer ayudante. Quince minutos después ambos dormían. Uno roncaba, el otro no. Todavía no eran las ocho de la mañana cuando el jefe, ya limpio, afeitado y con el traje ya puesto, entró en la sala donde el plan de acción del ministerio, o siendo más exacto, del ministro del interior, que a continuación se lanzó con malos modos sobre las pacientes espaldas de la dirección de la policía, fue hecho añicos por dos subordinados, es verdad que con plausible discreción y apreciable respeto, e incluso con un leve toque de elegancia dialéctica. Lo reconocía sin ninguna dificultad y no les guardaba el menor rencor, por el contrario, era claramente perceptible el alivio que sentía. Con la misma enérgica voluntad con que acabó dominando un principio de insomnio que le obligó a dar no pocas vueltas en la cama, reasumiría en persona el mando de las operaciones, cediendo generosamente al césar lo que al césar no le puede ser negado, pero dejando bien claro que, a fin de cuentas, es a dios y a la autoridad, su otro nombre, donde todos los beneficios, más tarde o más pronto, acaban revirtiendo. Fue por tanto un hombre tranquilo, seguro de sí, el que los dos adormilados ayudantes encontraron cuando minutos más tarde aparecieron en la sala, todavía en bata, con el distintivo de la policía, y pijama, y arrastrando, lánguidos, las zapatillas. El jefe suponía esto mismo, contaba con que sería el primero en fichar, y ya lo tenía en cartel. Buenos días, muchachos, saludo en tono cordial, espero que hayan descansado, Sí señor, dijo uno, Sí señor, dijo el otro, Vamos a desayunar, después arréglense rápidamente, quizá consigamos todavía sorprender al tipo en la cama, sería divertido, a propósito, qué día es hoy, sábado, hoy es sábado, nadie madruga en sábado, ya verán como aparece en la puerta como ustedes están ahora, en bata y pijama, zapatilleando por el pasillo, lo que significa con las defensas bajas, psicológicamente disminuido, rápido, rápido, quién es el valiente que se presenta como voluntario para preparar el desayuno, Yo, dijo el segundo ayudante, sabiendo muy bien que allí no había un tercer auxiliar disponible. En una situación diferente, es decir, si el plan del ministerio, en vez de haber sido hecho pedazos, hubiese sido aceptado sin discusión, el primer ayudante se habría quedado con el jefe para anotar y precisar, incluso aunque no hubiera sido realmente necesario, algún pormenor de la diligencia que iban a acometer, pero, así, reducido él también a la inferioridad de las zapatillas, decidió hacer un gran gesto de camaradería y decir, Voy a ayudarlo. El jefe asintió, le pareció bien, y se sentó a repasar algunas notas garabateadas antes de dormirse. No pasaban quince minutos cuando los dos ayudantes reaparecieron con las bandejas, la cafetera, la lechera, un paquete de pastas, zumo de naranja, yogur, compota, no había duda, una vez más el servicio de catering de la policía política no desmerecía la reputación conquistada durante tantos años de labor. Resignados a tomarse el café con leche frío o recalentado, los ayudantes dijeron tímidamente que se iban a arreglar y que ya volvían, Lo más rápido posible. De hecho, parecía una falta grave de consideración, estando el superior en traje y corbata, sentarse con esa facha, con ese desaliño, con la barba sin afeitar, los ojos semiabiertos, el olor nocturno y espeso de cuerpos sin lavar. No fue necesario que lo explicasen, la media palabra que ni siempre basta, sobraba en este caso. Naturalmente, siendo de paz el ambiente y reconducidos los ayudantes a sus lugares, al jefe no le costó nada decir que se sentasen y compartieran con él el pan y la sal, Somos compañeros de trabajo, estamos juntos en la misma barca, pobre autoridad aquella que necesite tirar de galones a todas horas para hacerse obedecer, quien me conoce sabe que no soy de esa clase, siéntense, siéntense. Constreñidos, los ayudantes se sentaron, conscientes de que, dígase lo que se diga, había algo impropio en la situación, dos vagabundos desayunando con una persona que en comparación parecía un dandy, eran ellos quienes tenían que haber movido el culo temprano, es más, deberían tener la mesa puesta y servida cuando el jefe saliera de su dormitorio, en bata y pijama, si le apetecía, pero nosotros, no, nosotros, vestidos y peinados como dios manda, son estas pequeñas muescas en el barniz del comportamiento, y no las revoluciones aparatosas, las que, con vagar, reiteración y constancia, acaban arruinando el más sólido de los edificios sociales. Sabio es el antiguo dicho que enseña, Donde hay confianza, da asco, ojalá, por el bien del servicio, que este jefe no tenga que arrepentirse. De momento se mostraba seguro de su responsabilidad, no tenemos nada más que oírlo, Esta expedición tiene dos objetivos, uno principal, otro secundario, el objetivo secundario, que despacho ya para que no perdamos tiempo, es averiguar todo lo que sea posible, pero en principio sin excesivo empeño, sobre el supuesto crimen cometido por la mujer que guiaba el grupo de seis ciegos de que se habla en la carta, el objetivo principal, en cuyo cumplimiento aplicaremos todas nuestras fuerzas y capacidades y para el cual utilizaremos todos los medios aconsejables, sean los que sean, es averiguar si existe alguna relación entre esa mujer, de quien se dice que conservó la vista cuando todos andábamos por ahí ciegos, dando tumbos, y la nueva epidemia que es el voto en blanco, No será fácil encontrarla, dijo el primer ayudante, Para eso estamos aquí, todos los intentos para descubrir las raíces del boicot fallaron y puede ser que la carta del tipo tampoco nos lleve muy lejos, pero por lo menos abre una línea nueva de investigación, Me cuesta creer que esa mujer esté detrás de un movimiento que afecta a varios cientos de miles de personas y que, mañana, si no se corta el mal de raíz, podrá reunir a millones y millones, dijo el segundo ayudante, Tan imposible parece una cosa como otra, pero, si una de ellas ha sucedido, la otra también puede suceder, respondió el jefe y remató poniendo cara de quien sabe más de lo que está autorizado a decir y sin imaginarse hasta qué punto puede ser verdad, Un imposible nunca viene solo. Con esta feliz frase de cierre, perfecta llave de oro para un soneto, llegó también el desayuno a su fin. Los ayudantes limpiaron la mesa y se llevaron la vajilla y lo que quedaba de comida a la cocina, Ahora vamos a arreglarnos, no tardamos nada, dijeron, Esperen, cortó el jefe, y, después, dirigiéndose al primer ayudante, Use mi cuarto de baño, de lo contrario nunca vamos a salir de aquí. El desgraciado se ruborizó de satisfacción, su carrera acababa de dar un gran paso adelante, iba a mear en el retrete del jefe.
En el garaje subterráneo les esperaba un automóvil cuyas llaves alguien, el día anterior, dejó sobre la mesa de noche del jefe, con una breve nota explicativa en la que se indicaba la marca, el color, la matrícula y la plaza reservada donde el vehículo había sido aparcado. Sin pasar por la portería, bajaron en el ascensor y encontraron inmediatamente el coche. Eran casi las diez. El jefe le dijo al segundo ayudante, que le abría la puerta de atrás, Conduces tú. El primer ayudante se sentó delante, al lado del conductor. La mañana era apacible, con mucho sol, lo que sirve para demostrar hasta la saciedad que los castigos de que el cielo fue tan pródiga fuente en el pasado vienen perdiendo fuerza con el andar de los siglos, buenos tiempos aquellos en que por una simple y casual desobediencia de los dictámenes divinos unas cuantas ciudades bíblicas eran fulminadas y arrasadas con todos sus habitantes dentro. Aquí hay una ciudad que votó en blanco contra el señor y no ha habido ni un rayo que le caiga encima y la reduzca a cenizas como, por culpa de vicios mucho menos ejemplares, les sucedió a sodoma y a gomorra, y también a admá y a seboyim, quemadas hasta los cimientos, si bien que de estas dos ciudades no se habla tanto como de las primeras, cuyos nombres, por su irresistible musicalidad, quedaron en el oído de las personas para siempre. Hoy, habiendo dejado de obedecer ciegamente las órdenes del señor, los rayos sólo caen donde quieren, y ya es evidente y manifiesto que no será posible contar con ellos para reconducir al buen camino a la pecadora ciudad del voto en blanco. Para hacer las veces, el ministro del interior envió a tres de sus arcángeles, estos policías que aquí van, jefe y subalternos, a quienes, de ahora en adelante, designaremos por las graduaciones oficiales correspondientes, que son, siguiendo la escala jerárquica, comisario, inspector y agente de segunda clase. Los dos primeros observan a las personas que circulan por la calle, ninguna inocente, todas culpables de algo, y se preguntan si aquel viejo de aspecto venerable, por ejemplo, no será el gran maestre de las últimas tinieblas, si aquella chica abrazada al novio no encarnará la imperecedera serpiente del mal, si aquel hombre que avanza cabizbajo no estará dirigiéndose al antro desconocido donde se subliman los filtros que envenenan el espíritu de la ciudad. Las preocupaciones del agente, que, por su condición de último subalterno, no tiene la obligación de sustentar pensamientos elevados ni de alimentar sospechas bajo la superficie de las cosas, son más de llevar por casa, como esta con que se va a atrever a interrumpir la meditación de los superiores, Con este tiempo, el hombre puede haberse ido a pasar el día al campo, Qué campo, quiso saber el inspector en tono irónico, El campo, cuál va a ser, El auténtico, el verdadero, está al otro lado de la frontera, de este lado todo es ciudad. Era cierto. El agente acababa de perder una buena ocasión de estar callado, pero aprendió una lección, la de que, por este camino, nunca saldría del pelotón. Se concentró en la conducción jurándose que sólo abriría la boca para responder a preguntas. Entonces fue cuando el comisario tomó la palabra, Seremos duros, implacables, no usaremos ninguna de las habilidades clásicas, como ésa, vieja y caduca, del policía malo que asusta y del policía simpático que convence, somos un comando operativo, los sentimientos aquí no cuentan, nos imaginaremos que somos máquinas hechas para determinada tarea y la ejecutaremos simplemente, sin mirar atrás, Sí señor, dijo el inspector, Sí señor, dijo el agente, faltando a su juramento. El automóvil entró en la calle donde vive el hombre que escribió la carta, aquél es el edificio, el piso, el tercero. Estacionaron un poco más adelante, el agente abrió la puerta para que el comisario saliera, el inspector salió por el otro lado, el comando está completo, en línea de tiro y con los puños cerrados, acción.
Ahora los vemos en el rellano. El comisario le hace seña al agente, éste oprime el botón del timbre. Silencio total al otro lado. El agente piensa, A que se ha ido a pasar el día en el campo, a que yo tenía razón. Nueva seña, nuevo toque. Pocos segundos después se oye a alguien, un hombre, preguntar desde dentro, Quién es. El comisario miró a su subordinado inmediato, y éste, ahuecando la voz, soltó la palabra, Policía, Un momento, por favor, dijo el hombre, tengo que vestirme. Pasaron cuatro minutos. El comisario hizo la misma seña, el agente volvió a pulsar el timbre, esta vez sin levantar el dedo. Un momento, un momento, por favor, abro ahora mismo, me acababa de levantar, las últimas palabras ya fueron dichas con la puerta abierta por un hombre vestido con pantalones y camisa, también en zapatillas, Hoy es el día de las zapatillas, pensó el agente. El hombre no parecía atemorizado, tenía en la cara la expresión de quien ve llegar por fin a los visitantes que esperaba, si alguna sorpresa se notaba era la de que fuesen tantos. El inspector le preguntó el nombre, él lo dijo y añadió, Quieren pasar, perdonen el desorden de la casa, no pensaba que llegarían tan temprano, es más, estaba convencido de que me llamarían a declarar y resulta que han venido ustedes, supongo que es por la carta, Sí, por la carta, confirmó sin más el inspector, Pasen, pasen. El agente fue el primero, en algunos casos la jerarquía procede al contrario, luego el inspector, después el comisario, cerrando el cortejo. El hombre avanzó chancleteando por el pasillo, Síganme, vengan por aquí, abrió una puerta que daba a una pequeña sala de estar, dijo, Siéntense, por favor, si me lo permiten voy a calzarme unos zapatos, éstas no son maneras de recibir visitas, No somos precisamente lo que se suele llamar visitas, corrigió el inspector, Claro, es un modo de hablar, Vaya a calzarse los zapatos y no tarde, tenemos prisa, No, no tenemos prisa, no tenemos ninguna prisa, negó el comisario que todavía no había dicho palabra. El hombre lo miró, ahora sí, con un leve aire de temor, como si el tono con que el comisario hablaba estuviese fuera de lo que había sido concertado, y no encontró nada mejor que decir, Le aseguro que puede contar con mi entera colaboración, señor, Comisario, señor comisario, dijo el agente, Señor comisario, repitió el hombre, y usted, Soy sólo agente, no se preocupe. El hombre se volvió hacia el tercer miembro del grupo sustituyendo la pregunta por un interrogativo arqueo de cejas, pero la respuesta llegó del comisario, Este señor es inspector y mi inmediato, y añadió, Ahora vaya a ponerse los zapatos, estamos esperándole. El hombre salió. No se oye a otra persona, esto tiene el aire de que está solo en casa, cuchicheó el agente, Lo más seguro es que la mujer se haya ido a pasar el día al campo, bromeó el inspector. El comisario hizo un gesto para que se callaran, Yo haré las primeras preguntas, indicó bajando la voz. El hombre entró, al sentarse dijo, Permítanme, como si no estuviera en su casa, y luego, Aquí me tienen, estoy a su disposición. El comisario asintió con benevolencia, después comenzó, Su carta, o mejor dicho, sus tres cartas, porque fueron tres, Pensé que así era más seguro, alguna podía perderse, explicó el hombre, No me interrumpa, responda a las preguntas cuando las haga, Sí señor comisario, Sus cartas, repito, fueron leídas con mucho interés por los destinatarios, especialmente el punto que dice que cierta mujer no identificada cometió un asesinato hace cuatro años. No había ninguna pregunta en la frase, era simplemente una reiteración de lo que había dicho antes, por eso el hombre se quedo en silencio. Tenía en el rostro una expresión de confusión, de desconcierto, no acababa de entender por qué el comisario no iba directamente al meollo de la cuestión en vez de perder tiempo con un episodio que sólo para oscurecer las sombras de un retrato de por sí inquietante fue evocado. El comisario fingió no darse cuenta, Cuéntenos lo que sabe de ese crimen, pidió. El hombre contuvo el impulso de recordarle al señor comisario que lo más importante de la carta no era eso, que el episodio del asesinato, comparado con la situación del país, era lo de menos, pero no, no lo haría, la prudencia mandaba que siguiese la música que lo invitaban a bailar, más adelante, con certeza, cambiarían el disco, Sé que ella mató a un hombre, lo vio, estaba allí, preguntó el comisario, No señor comisario fue ella misma quien lo confesó, Ah sí, A mí y a otras personas, Supongo que conoce el significado técnico de la palabra confesión, Más o menos, señor comisario, Más o menos no es suficiente, lo conoce o no lo conoce, En ese sentido que dice no lo conozco, Confesión significa declaración de los propios yerros o culpas, pero también puede significar reconocimiento de culpa o acusación, por parte del acusado, ante la autoridad o la justicia, cree que estas definiciones se ajustan rigurosamente al caso, Rigurosamente, no, señor comisario, Muy bien, siga, Mi mujer estaba allí, mi mujer fue testigo de la muerte del hombre, Qué es allí, Allí es el antiguo manicomio en el que nos aislaron para la cuarentena, Supongo que su mujer también estaba ciega, Como ya le he dicho la única persona que no perdió la visión fue ella, Ella, quién, La mujer que mató, Ah, Estábamos en una de las salas que hacía de dormitorio colectivo, El crimen fue cometido ahí, No señor comisario, en otra sala, Entonces ninguna de las personas que ocupaban la suya se encontraba presente en el lugar del crimen, Sólo las mujeres, Por qué sólo las mujeres, Es difícil de explicar, señor comisario, No se preocupe, tenemos tiempo, Hubo unos cuantos ciegos que tomaron el poder e impusieron el terror, El terror, Sí señor comisario, el terror, Y eso cómo fue, Se apoderaron de la comida, si queríamos comer teníamos que pagar, Y exigían mujeres como pago, Sí señor comisario, Entonces la tal mujer mató al hombre, Sí señor comisario, Lo mató, cómo, Con unas tijeras, Quién era ese hombre, Era el que mandaba en los otros ciegos, Una mujer valiente, no hay duda, Sí señor comisario, Ahora explíquenos por qué la ha denunciado, Yo no la he denunciado, si hablé del asunto es porque venía a propósito, No lo entiendo, Lo que quería decir en mi carta es que quien hizo una cosa puede estar haciendo otra. El comisario no preguntó qué otra cosa era ésa, se limitó a mirar a aquel a quien había llamado su inmediato, invitándolo a proseguir con el interrogatorio. El inspector tardó algunos segundos, Puede llamar a su mujer, preguntó, nos gustaría hablar con ella, Mi mujer no está, Cuándo volverá, No volverá, estamos divorciados, Desde hace cuánto tiempo, Tres años, Tiene algún inconveniente en decirnos por qué se divorciaron, Motivos personales, Claro que tendrían que ser personales, Motivos íntimos, Como en todos los divorcios. El hombre miró los insondables rostros que tenía delante y comprendió que no lo dejarían en paz mientras no les dijera lo que querían. Carraspeó limpiándose la garganta, cruzó y descruzó las piernas, Soy una persona de principios, comenzó, Estamos seguros de eso, saltó el agente sin poder contenerse, es decir, estoy seguro de eso, he tenido el privilegio de acceder a su carta. El comisario y el inspector sonrieron, el golpe era merecido. El hombre miró al agente con extrañeza, como si no esperara un ataque por ese flanco y, bajando los ojos, continuó, Tuvo que ver con los tales ciegos, no pude soportar que mi mujer hubiera tenido que ponerse debajo de aquellos bandidos, durante un año aguanté la vergüenza como pude, pero al final se me hizo insoportable, me separé, me divorcié, Por curiosidad, me pareció oírle que los otros ciegos clamaban mujeres como pago de la comida, dijo el inspector, Así era, Supongo, por tanto, que sus principios no le permitirían tocar el alimento que su mujer le trajo después de haberse puesto debajo de aquellos bandidos, por usar su enérgica expresión. El hombre bajó la cabeza y no respondió. Comprendo su discreción, dijo el inspector, de hecho se trata de un asunto íntimo, de un asunto demasiado íntimo para ser pregonado ante desconocidos, perdone, lejos de mí la idea de herir su sensibilidad. El hombre miró al comisario como pidiéndole socorro, por lo menos que le sustituyesen la tortura de la tenaza por el castigo del torniquete. El comisario le dio ese gusto, usó el garrote, En su carta hacía mención a un grupo de siete personas, Sí señor comisario, Quiénes eran, Además de la mujer y de su marido, Qué mujer, La que no se quedó ciega, La que les guiaba, Sí señor comisario, La que para vengar a sus compañeras mató al jefe de los bandidos con unas tijeras, Sí señor comisario, Prosiga, El marido era oftalmólogo, Ya lo sabemos, También había una prostituta, Fue ella quien dijo que era prostituta, No que recuerde, señor comisario, Cómo supo entonces que se trataba de una prostituta, Por sus modos, sus modos no engañaban, Ah, sí, los modos nunca mienten, continúe, Estaba también un viejo que era ciego de un ojo y usaba una venda negra, y que después se fue a vivir con ella, Con ella, con quién, Con la prostituta, Y fueron felices, Eso no lo sé, Algo deberá saber, Durante el año que seguimos en contacto me parece que sí. El comisario contó con los dedos, Todavía me falta uno, dijo, Es verdad, un niño estrábico que se había perdido de su familia en medio de la confusión, Y se conocieron todos en el dormitorio colectivo que les tocó, No señor comisario, ya nos habíamos visto antes, Dónde, En la consulta del médico adonde mi exmujer me llevó cuando me quedé ciego, creo que fui la primera persona que perdió la vista, Y contagió a los otros, a toda la ciudad, incluyendo a estas sus visitas de hoy, No tuve la culpa, señor comisario, Conoce los nombres de esas personas, Sí señor comisario, De todas, Menos el del niño, que si lo supe alguna vez ya no me acuerdo, Pero recuerda el de los otros, Sí señor comisario, Y las direcciones, Si no han cambiado de casa en estos tres años, Claro, si no han cambiado de casa en estos tres años. El comisario pasó la mirada por la pequeña habitación, se detuvo en el televisor como si de él esperase una inspiración, luego dijo, Agente, dele su cuaderno de notas a este señor y déjele su bolígrafo para que escriba los nombres y las direcciones de las personas de quienes tan amablemente acaba de hablarnos, menos la del niño estrábico que de todos modos no valdría la pena. Las manos del hombre temblaban cuando recibió el bolígrafo y el cuaderno, siguieron temblando mientras escribía, a sí mismo se iba diciendo que no tenía motivo para sentirse asustado, que los policías estaban aquí porque de alguna manera él los había mandado venir, lo que no conseguía comprender era por qué no hablaban de los votos en blanco, de la insurrección, de la conspiración contra el estado, del verdadero y único motivo por el que había escrito la carta. Debido al temblor de las manos las palabras se leían mal, Puedo usar otra hoja, preguntó, Las que quiera, respondió el agente. La caligrafía comenzó a salir más firme, la letra ya no le avergonzaba. En tanto el agente recogía el bolígrafo y le entregaba el cuaderno de notas al comisario, el hombre se preguntaba con qué gesto, con qué palabra podría atraerse, aunque fuera en el último instante la simpatía de los policías, su benevolencia, su complicidad. De repente recordó, Tengo una foto, exclamó, sí, creo que la tengo, Qué foto, preguntó el inspector, Una del grupo, sacada después de que recuperáramos la vista, mi mujer no se la llevó, dijo que conseguiría otra copia, que me quedase con ella para que no perdiera la memoria, Ésas fueron sus palabras, preguntó el inspector, pero el hombre no respondió, ya estaba de pie, iba a salir de la habitación, entonces el comisario ordenó, Agente, acompañe a este señor, si tiene dificultades en localizar la fotografía, trate de encontrarla usted, no vuelva sin ella. Tardaron unos minutos. Aquí está, dijo el hombre. El comisario se acercó a una ventana para ver mejor. En fila, al lado unos de otros, se agrupaban los seis adultos, en parejas. A la derecha estaba el dueño de la casa, perfectamente reconocible, y la exmujer, a la izquierda, sin sombra de duda, el viejo de la venda negra y la prostituta, en medio, por exclusión de partes, unos que sólo podrían ser la mujer del médico y el marido. Delante, en cuclillas como un jugador de fútbol, el niño estrábico. Junto a la mujer del médico un gran perro que miraba hacia delante. El comisario le hizo un gesto al hombre para que se aproximara, Es ésta, preguntó, señalando, Sí, señor comisario, es ella, Y el perro, Si quiere, puedo contarle la historia, señor comisario, No vale la pena, ella me la contará. El comisario salió el primero, después el inspector, después el agente. El hombre que había escrito la carta se quedó viéndolos bajar las escaleras. El edificio no tiene ascensor ni se espera que lo pueda tener algún día.