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La tranquilizadora idea de que, más tarde o más pronto, y mejor más pronto que tarde, el destino siempre acaba abatiendo la soberbia, encontró fragorosa confirmación en el humillante oprobio sufrido por el ministro del interior que, creyendo haber ganado in extremis el más reciente asalto en la pugna pugilística que mantiene con el jefe de gobierno, vio irse agua abajo sus planes a causa de una inesperada intervención del cielo, que al final decidió ponerse del lado del adversario. En última instancia, y también en primera, según la opinión de los observadores más imparciales y atentos, toda la culpa fue del presidente de la república por haber retardado la aprobación del manifiesto que, con su firma y para edificación moral de los habitantes de la ciudad, sería lanzado desde los helicópteros. Durante los tres días siguientes a la reunión del consejo de ministros la bóveda celeste se mostró al mundo en su magnificente traje de inconsútil azul, un tiempo liso, sin pliegues ni costuras, y sobre todo sin viento, perfecto para echar papeles desde el aire y verlos bajar después danzando la danza de los elfos, hasta ser recogidos por quienes pasaran por las calles o a ellas salieran movidos por la curiosidad de saber qué nuevas o qué mandatos les llegaban desde lo alto. Durante esos tres días el pobre texto se fatigó en viajes de ida y vuelta entre el palacio presidencial y el ministerio del interior, unas veces más profuso de razones, otras veces más conciso de concepto, con palabras tachadas y sustituidas por otras que luego sufrirían idéntica suerte, con frases desamparadas de lo que las precedía y que no cuadraban con lo que venía a continuación, cuánta tinta gastada, cuánto papel roto, a esto se llama el tormento de la obra, la tortura de la creación, es bueno que quede claro de una vez. Al cuarto día, el cielo, cansado de esperar, viendo que ahí abajo las cosas ni iban ni venían, decidió amanecer cubierto por un capote de nubes bajas y oscuras, de las que suelen cumplir la lluvia que prometen. A última hora de la mañana comenzaron a caer unas gotas dispersas, de vez en cuando paraban, de vez en cuando volvían, una llovizna molesta que, pese a las amenazas, parecía no tener mucho más que dar. Esta lluvia blanda permaneció hasta media tarde, y de súbito, sin aviso, como quien se harta de fingir, el cielo se abrió para dar paso a una lluvia continua, cierta, monótona, intensa aunque todavía no violenta, de esas que son capaces de estar lloviendo así una semana entera y que la agricultura en general agradece. No el ministerio del interior. Suponiendo que el mando supremo de la fuerza aérea diese autorización para que los helicópteros levantaran el vuelo, lo que de por sí ya sería altamente problemático, lanzar papeles desde el aire con un tiempo de éstos seria de lo más grotesco, y no sólo porque en las calles andaría poquísima gente, y la poca que hubiese estaría ocupada, principalmente, en mojarse lo menos posible, sino porque el manifiesto presidencial caería en el barro del suelo, sería engullido por las alcantarillas devoradoras, reblandecido y deshecho en los charcos que luego las ruedas de los automóviles, groseramente, levantan en bastas salpicaduras, en verdad, en verdad os digo que sólo un fanático de la legalidad y del respeto debido a los superiores se agacharía para levantar del ignominioso fango la explicación del parentesco entre la ceguera general de hace cuatro años y ésta, mayoritaria, de ahora. El vejamen del ministro del interior fue tener que ser testigo, impotente, de cómo, con el pretexto de una impostergable urgencia nacional, el primer ministro ponía en movimiento, para colmo con la forzada conformidad del presidente de la república, la maquinaria informativa que, englobando prensa, radio, televisión y todas las demás subexpresiones escritas, auditivas y visuales disponibles, ya sean dependientes o contendientes, tendría que convencer a la población de la capital de que, desgraciadamente, estaba otra vez ciega. Cuando, días después, la lluvia paró y los aires se vistieron otra vez de azul, sólo la testaruda y finalmente irritada insistencia del presidente de la república sobre su jefe de gobierno logró que la postergada primera parte del plan fuese cumplida, Mi querido primer ministro, dijo el presidente, tome buena nota de que ni he desistido ni pienso desistir de lo que se decidió en el consejo de ministros, considero mi obligación dirigirme personalmente a la nación, Señor presidente, creo que no merece la pena, la acción clarificadora ya se encuentra en marcha, no tardaremos en obtener resultados, Aunque éstos estén pasado mañana a la vuelta de la esquina, quiero que mi manifiesto sea lanzado antes, Claro que pasado mañana es una manera de hablar, Pues entonces mejor todavía, distribúyase el manifiesto ya, Señor presidente, crea que, Le aviso de que, si no lo hace, le responsabilizaré de la pérdida de confianza personal y política que desde luego surgirá entre nosotros, Me permito recordar, señor presidente, que sigo teniendo mayoría absoluta en el parlamento, la pérdida de confianza con que me amenaza sería algo de carácter meramente personal, sin ninguna repercusión política, La tendría si yo fuera al parlamento a declarar que la palabra del presidente de la república fue secuestrada por el primer ministro, Señor presidente, por favor, eso no es verdad, Es suficiente verdad para que yo la diga en el parlamento, o fuera del parlamento, Distribuir ahora el manifiesto, El manifiesto y los otros papeles, Distribuir ahora el manifiesto sería redundante, Ése es su punto de vista, no el mío, Señor presidente, Si me llama presidente será porque como tal me reconoce, por tanto, haga lo que le mando, Si pone la cuestión en esos términos, La pongo en esos términos, y le digo más todavía, estoy cansado de asistir a sus guerras con el ministro del interior, si no le sirve, destitúyalo, pero, si no quiere o no puede destituirlo, aguántese, estoy convencido de que si la idea de un manifiesto firmado por el presidente hubiera salido de su cabeza, probablemente sería capaz de mandarlo entregar de puerta en puerta, Eso es injusto, señor presidente, Tal vez lo sea, no digo que no, todos nos ponemos nerviosos, perdemos la serenidad y acabamos diciendo lo que ni se quería ni se pensaba, Daremos entonces este incidente por cerrado, Sí, el incidente queda cerrado, pero mañana por la mañana quiero esos helicópteros en el aire, Sí señor presidente.

Si esta exacerbada discusión no hubiera sucedido, si el manifiesto presidencial y los demás papeles volantes hubieran, por innecesarios, terminado su breve vida en la basura, la historia que estamos contando sería, de aquí en adelante, completamente diferente. No imaginamos con precisión cómo y en qué, sólo sabemos que sería diferente. Claro está que un lector atento a los meandros del relato, un lector de esos analíticos que de todo esperan una explicación cabal, no dejaría de preguntar si la conversación entre el primer ministro y el presidente de la república fue introducida a última hora para dar pie al anunciado cambio de rumbo, o si, teniendo que suceder porque ése era su destino y de ella habiendo resultado las consecuencias que no tardarán en conocerse, el narrador no tuvo otro remedio que dejar a un lado la historia que traía pensada para seguir la nueva ruta que de repente le surge trazada en su carta de navegación. Es difícil dar a esto o a aquello una respuesta capaz de satisfacer totalmente a ese lector. Salvo si el narrador tuviera la insólita franqueza de confesar que nunca estuvo muy seguro de cómo llevar a buen término esta nunca vista historia de una ciudad que decidió votar en blanco y que, por consiguiente, el violento intercambio de palabras entre el presidente de la república y el primer ministro, tan dichosamente terminado, fue para él como ver caer el pan en la miel. De otra manera no se comprendería que abandonara sin más ni menos el trabajoso hilo de la narrativa que venía desarrollando para adentrarse en excursiones gratuitas no sobre lo que no fue, aunque pudiera haber sido, sino sobre lo que fue, pero podría no haber sido. Nos referimos, sin más rodeos, a la carta que el presidente de la república recibió tres días después de que los helicópteros hicieran llover sobre las calles, plazas, parques y avenidas de la capital los papeles de colores en que se exponían las deducciones de los escritores del ministerio del interior sobre la más que probable conexión entre la trágica ceguera colectiva de hace cuatro años y el desvarío electoral de ahora. La suerte del signatario fue que la carta cayera en manos de un secretario escrupuloso, de esos que leen la letra pequeña antes de comenzar la grande, de esos que son capaces de discernir entre trozos mal hilvanados de palabras la minúscula simiente que conviene regar cuanto antes, al menos para saber qué podrá dar. He aquí lo que decía la carta, Excelentísimo señor presidente de la república. Habiendo leído con la merecida y debida atención el manifiesto que vuestra excelencia dirigió al pueblo y en particular a los habitantes de la capital, con la plena conciencia de mi deber como ciudadano de este país y seguro de que la crisis en que la patria está sumergida exige de todos nosotros el celo de una continua y estrecha vigilancia sobre todo cuanto de extraño se manifieste o se haya manifestado ante nuestros ojos, le pido licencia para desplegar ante el preclaro juicio de vuestra excelencia algunos hechos desconocidos que tal vez le puedan ayudar a comprender mejor la naturaleza del flagelo que nos ha caído encima. Digo esto porque, aunque no sea nada más que un hombre común, creo, como vuestra excelencia, que alguna relación tiene que haber entre la reciente ceguera de votar en blanco y aquella otra ceguera blanca que, durante semanas que nunca podremos olvidar, nos mantuvo a todos fuera del mundo. Quiero decir, señor presidente de la república, que tal vez esta ceguera de ahora pueda ser explicada por la primera, y las dos, tal vez, por la existencia, no sé si también por la acción, de una misma persona. Antes de proseguir, y guiado como estoy sólo por un espíritu cívico del que no permito que nadie se atreva a dudar, quiero dejar claro que no soy un delator, ni un denunciante, ni un chivato, sirvo simplemente a mi patria en la situación angustiosa en que se encuentra, sin un faro que le ilumine el camino hacia la salvación. No sé, y cómo podría saberlo, si la carta que le estoy escribiendo será suficiente para encender esa luz, pero, repito, el deber es el deber, y en este momento me veo a mí mismo como a un soldado que da un paso al frente y se presenta como voluntario para la misión, y esa misión, señor presidente de la república, consiste en revelar, escribo la palabra añadiendo que es la primera vez que hablo de este asunto a alguien, que hace cuatro años, con mi mujer, formé parte casual de un grupo de siete personas que, como tantas otras, luchó desesperadamente por sobrevivir. Puede parecer que no estoy diciendo nada que vuestra excelencia, por experiencia propia, no haya conocido, pero lo que nadie sabe es que una de las personas del grupo nunca llegó a cegar, una mujer casada con un médico oftalmólogo, el marido estaba ciego como todos nosotros, pero ella no. En ese momento hicimos un juramento solemne de que jamás hablaríamos del asunto, ella decía que no quería que la viesen después como a un bicho raro, tener que sujetarse a preguntas, someterse a exámenes, como ya todos recuperamos la visión, lo mejor sería olvidar, hacer como que nada había pasado. He respetado el juramento hasta hoy, pero ya no puedo continuar en silencio. Señor presidente de la república, consienta que le diga que me sentiría ofendido si esta carta fuese leída como una denuncia, aunque por otro lado tal vez debiera serlo, por cuanto, y esto también lo ignora vuestra excelencia, un crimen de asesinato fue cometido en aquellos días precisamente por la persona de quien hablo, pero eso es una cuestión con la justicia, yo me conformo con cumplir mi deber de patriota pidiendo la superior atención de vuestra excelencia para con un hecho hasta ahora mantenido en secreto y de cuyo examen podrá, por ventura, salir una explicación para el ataque despiadado del que el sistema político vigente está siendo objeto, esa nueva ceguera blanca que, me permito aquí reproducir, con humildad, las propias palabras de vuestra excelencia, alcanza de lleno el corazón de los fundamentos de la democracia como nunca ningún sistema totalitario había conseguido hacerlo antes. Ni que decir tiene, señor presidente de la república, que estoy a disposición de vuestra excelencia o de la entidad que reciba el encargo de proseguir una investigación a todas luces necesaria, para ampliar, desarrollar y completar las informaciones de que esta carta es portadora. Juro que no me mueve ninguna animosidad contra la persona en cuestión, pero esta patria que tiene en vuestra excelencia el más digno de sus representantes está por encima de todo, ésa es mi ley, a la única que me acojo con la serenidad de quien acaba de cumplir su deber Respetuosamente. Luego estaba la firma y, abajo, al lado izquierdo, el nombre completo del remitente, la dirección, el teléfono, y también el número del carnet de identidad y la dirección electrónica.

El presidente de la república posó lentamente la hoja de papel sobre la mesa de trabajo y, después de un breve silencio, le preguntó al jefe de gabinete, Cuántas personas tienen conocimiento de esto, Nadie más, aparte del secretario que abrió y registró la carta, Es persona de confianza, Supongo que podemos confiar en él, señor presidente, es del partido, pero sería conveniente que alguien le hiciera comprender que la más leve indiscreción por su parte le podría costar muy cara, si me permite la sugerencia, el aviso habría que hacerlo directamente, Por mí, No, señor presidente, por la policía, una simple cuestión de eficacia, se llama al hombre a la sede central, el agente más bruto lo mete en una sala de interrogatorio y se le pega un buen susto, No me cabe duda de la bondad de los resultados, pero veo ahí una grave dificultad, Cuál, señor presidente, Antes de que el asunto llegue a la policía todavía tendrán que pasar unos días, y entre tanto, el tipo puede irse de la lengua, se lo cuenta a la mujer, a los amigos, incluso es capaz de hablar con un periodista, en suma, que derrame el caldo, Tiene razón, señor presidente, la solución seria mandarle un recado al director de la policía, me encargaré de eso con mucho gusto, si le parece bien, Ponerle un cortocircuito a la cadena jerárquica del gobierno, saltarnos al primer ministro, ésa es su idea, No me atrevería si el asunto no fuese tan serio, señor presidente, Querido amigo, en este mundo y otro no hay, que nos conste, todo acaba sabiéndose, confío en usted cuando me dice que el secretario le merece confianza, pero ya no podría decir lo mismo del director de la policía, imagínese que anda en contubernio con el ministro del interior, posibilidad por otra parte más que probable, Imagine el problema que se nos plantearía, el ministro del interior pidiendo cuentas al primer ministro por no poder pedírmelas a mí, el primer ministro queriendo saber si pretendo sobrepasar su autoridad y sus competencias, en pocas horas sería público lo que pretendemos mantener en secreto. Tiene razón una vez más, señor presidente, No diré, como el otro, que nunca me equivoco y raramente tengo dudas, pero casi, casi, Qué haremos entonces, señor presidente, Tráigame aquí al hombre, Al secretario, Sí, ese que conoce la carta, Ahora, De aquí a una hora puede ser demasiado tarde. El jefe del gabinete utilizó el teléfono interno para llamar al funcionario, Inmediatamente al despacho del señor presidente, rápido. Para recorrer los distintos pasillos y las varias salas suelen ser necesarios por lo menos unos cinco minutos, pero el secretario apareció en la puerta al cabo de tres. Venía sofocado y le temblaban las piernas. Hombre no necesitaba correr, dijo el presidente mostrando una sonrisa bondadosa, El jefe de gabinete me dijo que viniera rápido, señor presidente, jadeó el hombre, Muy bien, le mandé llamar a causa de esta carta, Sí señor presidente, La ha leído, claro, Sí señor presidente, Recuerda lo que está escrito en ella, Más o menos, señor presidente, No use ese género de frases conmigo, responda a la pregunta, Sí señor presidente, la recuerdo como si la acabara de leer en este momento, Piensa que podría hacer un esfuerzo para olvidar su contenido, Sí señor presidente, Piense bien, debe saber que no es lo mismo hacer el esfuerzo que olvidar, No señor presidente, no es lo mismo, Por tanto, el esfuerzo no debe bastar, será necesario algo más, Empeño mi palabra de honor, He estado a punto de repetirle que no use ese género de frases, pero prefiero que me explique qué significado real tiene para usted, en el presente caso, eso a que románticamente llama empeñar su palabra de honor, Significa, señor presidente, la declaración solemne de que de ninguna manera, suceda lo que suceda, divulgaré el contenido de la carta, Está casado, Si señor presidente, Voy a hacerle una pregunta, Y yo le responderé, Suponiendo que revelara a su mujer, y sólo a ella, la naturaleza de la carta, estaría, en el sentido riguroso del término, divulgándola, me refiero a la carta, evidentemente, no a su mujer, No señor presidente, divulgar es difundir, hacer público, Aprobado, compruebo con satisfacción que los diccionarios no le son extraños, No se lo diría ni a mi propia mujer, Quiere decir que no le contará nada, A nadie, señor presidente, Me da su palabra de honor, Disculpe, señor presidente, ahora mismo, Imagínese, olvidarme de que ya me la había dado, si se me vuelve a borrar de la memoria el jefe de mi gabinete se encargará de recordármelo, Sí señor, dijeron las dos voces al mismo tiempo. El presidente guardó silencio durante algunos segundos, después preguntó, Supongamos que voy a ver lo que escribió en el registro, puede evitarme que me levante de este sillón y decirme qué encontraría, Una única palabra, señor presidente, Debe de tener una extraordinaria capacidad de síntesis para resumir en una sola palabra una carta tan extensa como ésta, Petición, señor presidente, Qué, Petición, la palabra que consta en el registro, Nada más, Nada más, Pero así no se puede saber de qué trata la carta, Fue justamente lo que pensé, señor presidente, que no convenía que se supiera, la palabra petición sirve para todo. El presidente se recostó complacido, sonrió con todos los dientes al prudente secretario y dijo, Debía haber comenzado por ahí, hubiera evitado empeñar algo tan serio como la palabra de honor, Una cautela garantiza la otra, señor presidente, No está mal, no señor, no está mal, pero de vez en cuando eche un vistazo al registro, no sea que a alguien se le ocurra añadir algo a la palabra petición, La línea está cerrada, señor presidente, Puede retirarse, A sus órdenes, señor presidente. Cuando la puerta se cerró, el jefe de gabinete dijo, Tengo que confesar que no esperaba que él fuese capaz de tomar una iniciativa así, creo que nos acaba de dar la mejor prueba de que es merecedor de toda nuestra confianza, Tal vez de la suya, dijo el presidente, no de la mía, Pero pienso, Piensa bien, querido amigo, pero al mismo tiempo piensa mal, la diferencia más segura que podríamos establecer entre las personas no es dividirlas en listas y estúpidas, sino en listas y demasiado listas, con las estúpidas hacemos lo que queremos, con las listas la solución es colocarlas a nuestro servicio, mientras que las demasiado listas, incluso cuando están de nuestro lado, son intrínsecamente peligrosas, no lo pueden evitar, lo más curioso es que con sus actos continuamente nos están diciendo que tengamos cuidado con ellas, por lo general no prestamos atención a los avisos y después tenemos que aguantarnos con las consecuencias, Entonces quiere decir, señor presidente, Quiero decir que nuestro prudente secretario, ese funámbulo del registro capaz de transformar en simple petición una carta tan inquietante como ésta, no tardará en ser llamado por la policía para que le metan el susto que aquí entre nosotros le habíamos prometido, él mismo lo dijo sin imaginarse el alcance de las palabras, una cautela garantiza la otra, Siempre tiene razón, señor presidente, sus ojos ven muy lejos, Sí, pero el mayor error de mi vida como político fue permitir que me sentaran en este sillón, no comprendí a tiempo que sus brazos tienen cadenas, Es la consecuencia de que el régimen no sea presidencialista, Así es, por eso no me dejan nada más que cortar cintas y besar a niños, Ahora tiene en sus manos un as, En el momento en que se lo entregue al primer ministro, el triunfo será suyo, yo no habré sido nada más que el cartero, Y en el momento en que él se lo entregue al ministro del interior, pasará a ser de la policía, la policía es quien está en el extremo de la cadena de montaje, Ha aprendido mucho, Estoy en una buena escuela, señor presidente, Sabe una cosa, Soy todo oídos, Vamos a dejar al pobre diablo en paz, a lo mejor, yo mismo, cuando llegue a casa, o esta noche en la cama, le cuento a mi mujer lo que dice la carta, y usted, querido jefe de gabinete, hará probablemente lo mismo, su mujer lo mirará como a un héroe, el maridito querido que conoce los secretos y las mallas que teje el estado, que bebe lo más fino, que respira sin máscara el olor pútrido de las alcantarillas del poder, Señor presidente, por favor, No me haga caso, creo que no soy tan malo como los peores, pero de vez en cuando me salta la consciencia de que eso no es suficiente, y entonces el alma me duele mucho más de lo que sería capaz de decirle, Señor presidente, mi boca está y estará cerrada, Y la mía también, pero hay ocasiones en que me pongo a imaginar lo que podría ser este mundo si todos abriésemos las bocas y no callásemos mientras, Mientras qué, señor presidente, Nada, nada, déjeme solo.

Menos de una hora había pasado cuando el primer ministro, convocado con carácter de urgencia al palacio, entró en el despacho. El presidente le hizo señas de que se sentara y le pidió, mientras extendía la carta, Lea esto y dígame qué le parece. El primer ministro se acomodó en el sillón empezó a leer. Debía de ir a mitad de la carta cuando levantó la cabeza con una expresión interrogante, como la de quien tiene dificultad para comprender lo que le acaban de decir, luego prosiguió y, sin interrupciones ni otras manifestaciones gestuales concluyó la lectura. Un patriota cargado de buenas intenciones, dijo, y al mismo tiempo un canalla, Por qué un canalla, preguntó el presidente, Si lo que narra aquí es cierto, si esa mujer, suponiendo que exista, realmente no se quedó ciega y a los otros seis en aquella desgracia, no hay que excluir la posibilidad de que el autor de esta carta le deba la fortuna de estar vivo, quién sabe si mis padres también lo estarían hoy si hubieran tenido la suerte de encontrarla, Ahí se dice que asesinó a alguien, Señor presidente, nadie sabe cuántas personas fueron muertas durante aquellos días, se decidió que todos los cadáveres encontrados eran producto de accidentes o de causas naturales y se puso una losa sobre el asunto, Hasta las losas más pesadas pueden ser removidas, Así es, señor presidente, pero mi opinión es que dejemos esta losa donde está, supongo que no hay testigos presenciales del crimen, y si en aquel momento los hubo, no eran nada más que ciegos entre ciegos, sería un absurdo, un disparate, conducir a esa mujer hasta los tribunales por un crimen que nadie la vio cometer y del que no existe cuerpo del delito, El autor de la carta afirma que ella mató, Sí, pero no dice que fuera testigo del crimen, además, señor presidente, vuelvo a decir que la persona que ha escrito esta carta es un canalla, Los juicios morales no vienen al caso, Ya lo sé, señor presidente, pero siempre puede uno desahogarse. El presidente tomó la carta, la miró como si no la viera y preguntó, Qué piensa hacer, Por mi parte, nada, respondió el primer ministro, este asunto no tiene ni una punta por donde agarrarlo, Mire que el autor de la carta insinúa la posibilidad de que haya relación entre el hecho de que esa mujer no perdiera la vista y la masiva votación en blanco que nos condujo a la difícil situación en que nos encontramos, Señor presidente, algunas veces no hemos estado de acuerdo el uno con el otro, Es lógico, Sí, es lógico, tan lógico como el que no me quepa la menor duda de que su inteligencia y su sentido común, que respeto, se nieguen a aceptar la idea de que una mujer, por el hecho de no haber cegado hace cuatro años, sea hoy la responsable de que unos cuantos cientos de miles de personas, que nunca oyeron hablar de ella, hayan votado en blanco cuando fueron convocados electoralmente, Dicho así, No hay otra manera de decirlo, señor presidente, mi opinión es que se archive esa carta en la sección de los escritos alucinados, que se ignore el asunto y sigamos buscando soluciones para nuestros problemas, soluciones reales, no fantasías o despechos de un imbécil, Creo que tiene razón, me he tomado demasiado en serio una sarta de tonterías y le he hecho perder su tiempo, pidiéndole que viniese a hablar conmigo, No tiene importancia, señor presidente, mi tiempo perdido, si lo quiere llamar así, ha estado más que compensado por el hecho de haber llegado a un acuerdo, Me complace mucho reconocerlo y se lo agradezco, Le dejo entregado a su trabajo y regreso al mío. El presidente iba a extender la mano para despedirse cuando, bruscamente, sonó el teléfono. Levantó el auricular y oyó a la secretaria, El señor ministro del interior desea hablarle, señor presidente, Póngame en comunicación con él. La conversación fue pausada, el presidente iba escuchando, y, a medida que los segundos pasaban, la expresión de su rostro mudaba, algunas veces murmuró Sí, en una ocasión dijo Es un asunto a estudiar, y finalizó con las palabras Hable con el primer ministro. Colgó el teléfono, Era el ministro del interior, dijo, Qué quería ese simpático hombre, Recibió una carta redactada en los mismos términos y está decidido a iniciar una investigación, Mala noticia, Le he dicho que hablara con usted, Le he oído, pero sigue siendo una mala noticia, Por qué, Si conozco bien al ministro del interior, y creo que pocos lo conocen tan bien como yo, a estas horas ya habrá hablado con el director de la policía, Párelo, Lo intentaré pero me temo que será inútil, Use su autoridad, Para que me acusen de bloquear una investigación sobre hechos que afectan a la seguridad del estado, precisamente cuando todos sabemos que el estado se encuentra en grave peligro, es eso, señor presidente, preguntó el primer ministro, y añadió, Usted sería el primero en retirarme su apoyo, el acuerdo a que llegamos no habría pasado de una ilusión, ya es una ilusión, puesto que no sirve para nada. El presidente hizo un gesto afirmativo con la cabeza, después dijo, Hace poco, mi jefe de gabinete, a propósito de esta carta, soltó una frase bastante ilustrativa, Qué le dijo, Que la policía es quien está en el extremo de la cadena de montaje, Le felicito, señor presidente, tiene un buen jefe de gabinete, sin embargo sería conveniente ponerlo en aviso de que hay verdades que no conviene decir en voz alta, El despacho está insonorizado, Eso no significa que no le hayan escondido por aquí algunos micrófonos, Voy a mandar que hagan una inspección, En todo caso, señor presidente, le ruego que crea, si acaban encontrándolos, que no fui yo quien ordenó que los pusieran, Buen chiste, Es un chiste triste, Lamento, querido amigo, que las circunstancias lo hayan metido en este callejón sin salida, Alguna salida tendrá, aunque es cierto que en este momento no la veo, y volver atrás es imposible. El presidente acompañó al primer ministro a la puerta, Es extraño, dijo, que el hombre de la carta no le haya escrito también a usted, Debe de haberlo hecho, lo que pasa es que, por lo visto, los servicios de secretaria de la presidencia de la república y del ministerio del interior son más diligentes que los del primer ministro, Buen chiste, No es menos triste que el otro, señor presidente.