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Las luces comenzaron a apagarse cuando el último camión de la tropa y la última furgoneta de la policía salieron de la ciudad. Uno tras otro, como quien se despide, fueron desapareciendo los veintisiete brazos de la estrella, quedando sólo el dibujo impreciso de las calles desiertas y la escasa iluminación pública que nadie pensó en devolver a la normalidad de todas las noches pasadas. Sabremos hasta qué punto la ciudad está viva cuando los negrores intensos del cielo comiencen a disolverse en la lenta marea de profundo azul que una buena visión ya es capaz de distinguir subiendo del horizonte, entonces se verá si los hombres y las mujeres que habitan los pisos de estos edificios salen hacia su trabajo, si los primeros autobuses recogen a los primeros pasajeros, si los vagones del metro atruenan velozmente los túneles, si las tiendas abren sus puertas y suben las persianas, si los periódicos llegan a los quioscos. A esta hora matutina, mientras se lavan, visten y toman el café con leche de todas las mañanas, las personas oyen la radio anunciando, excitadísima, que el presidente, el gobierno y el parlamento abandonaron la ciudad esta madrugada, que no hay policía en la ciudad y el ejército se ha retirado, entonces encienden la televisión que les ofrece en el mismo tono la misma noticia, y tanto una como otra, radio y televisión, con pequeños intervalos, van informando de que, a las siete en punto, será transmitida una importante comunicación del jefe del estado dirigida a todo el país y, en particular, como no podía ser de otra manera, a los obstinados habitantes de la ciudad capital. De momento los quioscos todavía no están abiertos, es inútil bajar a la calle para comprar el periódico, de la misma manera que no merece la pena, aunque algunos ya lo hayan intentado, buscar en la red, en internet, la previsible censura presidencial. El secretismo oficial, si es cierto que, ocasionalmente, puede ser tocado por la peste de la indiscreción, como todavía no hace muchas horas quedó demostrado con el concertado encendido de las luces de las casas, es escrupuloso hasta el grado máximo siempre que afecte a autoridades superiores, las cuales, como es sabido, por un quítame allá esas pajas, no sólo exigen rápidas y completas explicaciones a los infractores, sino que de vez en cuando les cortan la cabeza. Faltan diez minutos para las siete, a estas horas ya muchas de las personas que se desperezan deberían estar en la calle camino de sus empleos, pero un día no son días, es como si se hubiera declarado tolerancia en la puntualidad para los funcionarios públicos, y, en lo que concierne a las empresas privadas, lo más seguro es que la mayor parte se mantengan cerradas todo el día, hasta ver adónde va a parar todo esto. Cautela y caldos de gallina nunca le han hecho mal a quien tiene salud. La historia mundial de los tumultos nos demuestra que, tanto si se trata de una alteración específica del orden público, como de una simple amenaza de que tal pueda ocurrir, los mejores ejemplos de prudencia son los ofrecidos por el comercio y la industria con puertas a la calle, actitud asustadiza que es nuestra obligación respetar, ya que son estas ramas de la actividad profesional las que más tienen que perder, e invariablemente pierden, en rupturas de escaparates, asaltos, saqueos y sabotajes. A las siete horas menos dos minutos, con la expresión y la voz luctuosa que las circunstancias imponen, los locutores de guardia de las televisiones y de las radios anunciaron finalmente que el jefe del estado iba a dirigirse a la nación. La imagen siguiente, escenográficamente introductoria, mostró una bandera nacional moviéndose extenuada, lánguida, perezosa, como si estuviera, en cada instante, a punto de resbalarse desamparada por el mástil, Estaba en calma el día que le sacaron el retrato, comentó alguien en una de estas casas. La simbólica insignia pareció resucitar con los primeros acordes del himno nacional, la brisa suave había dado lugar súbitamente a un viento enérgico que sólo podría llegar del vasto océano y de las batallas vencedoras, si soplase un poquito más, con un poquito de más fuerza, ciertamente veríamos aparecer valquirias cabalgando con héroes a la grupa. Después, extinguiéndose a lo lejos, en la distancia, el himno se llevó consigo la bandera, o la bandera se llevó consigo al himno, el orden de los factores es indiferente, y entonces el jefe de estado apareció ante el pueblo tras una mesa, sentado, con los severos ojos fijos en el teleprinter. A su derecha, en la imagen, la bandera, no la otra, ésta es de interior, con los pliegues discretamente compuestos. El presidente entrelazó los dedos para disimular una contracción involuntaria. Está nervioso, dijo el hombre del comentario sobre la falta de viento, vamos a ver con qué cara explica la jugada canallesca que nos han clavado. Las personas que aguardaban la inminente exhibición oratoria del jefe del estado no podían, ni de lejos, imaginar el esfuerzo que a los asesores literarios de la presidencia de la república les había costado preparar el discurso, no en cuanto a las alegaciones propiamente dichas, que sólo sería pulsar unas cuantas cuerdas del laúd estilístico, sino en acertar con el vocativo que, según la norma, debería precederlas, los toponímicos que, en la mayoría de los casos, dan comienzo a las arengas de esta naturaleza. Verdaderamente, considerando la melindrosa materia de la intervención, sería poco menos que ofensivo decir Queridos compatriotas, o Estimados conciudadanos, o quizá, de modo más simple y más noble, si la hora fuera de tañer con adecuado trémulo el bordón del amor a la patria, Portuguesas, Portugueses, palabras éstas que, nos apresuramos a aclarar, sólo aparecen gracias a una suposición absolutamente gratuita, sin ningún fundamento objetivo de que el teatro de los gravísimos acontecimientos de que, como es nuestro sello, estamos dando minuciosa noticia, acaso sea, o acaso hubiera sido, el país de las dichas portuguesas y de los dichos portugueses. Se trata sólo de un mero ejemplo ilustrativo, por el cual, pese a la bondad de nuestras intenciones, nos apresuramos a pedir disculpas, sobre todo porque se trata de un pueblo universalmente famoso por haber ejercido siempre con meritoria disciplina cívica y religiosa devoción sus deberes electorales.

Ora bien, regresando a la morada de la que hemos hecho puesto de observación, conviene decir que, al contrario de lo que sería lógico esperar, ningún oyente, ya sea de radio o televisión, notó que de la boca del presidente no salían los habituales vocativos, ni éste, ni ése, ni aquél, quizá porque el pungitivo dramatismo de las primeras palabras lanzadas al éter. Os hablo con el corazón en la mano, hubiesen desaconsejado a los asesores literarios del jefe del estado, por superflua e inoportuna, la introducción de cualquiera de los estribillos de costumbre. De hecho, hay que reconocer que sería una total incongruencia comenzar diciendo cariñosamente Estimados conciudadanos o Queridos compatriotas, como quien se dispone a anunciar que a partir de mañana baja un cincuenta por ciento el precio de la gasolina, para exhibir a continuación ante los ojos de la audiencia transida de pavor una sangrienta, escurridiza y todavía palpitante víscera. Lo que el presidente de la república iba a comunicar, adiós, adiós, hasta otro día, ya era del conocimiento de todos, pero se entiende que las personas tengan la curiosidad de ver cómo se descalzaba la bota. He aquí por tanto el discurso completo, al que sólo le faltan, por imposibilidad técnica de transcripción, el temblor de la voz, el gesto compungido, el brillo ocasional de una lágrima apenas contenida, Os hablo con el corazón en la mano, os hablo roto por el dolor de un alejamiento incomprensible, como un padre abandonado por los hijos que tanto ama, perdidos, perplejos, ellos y yo, ante la sucesión de unos acontecimientos insólitos que consiguieron romper la sublime armonía familiar. Y no digáis que fuimos nosotros, que fui yo mismo, que fue el gobierno de la nación, con sus diputados electos, los que nos separamos del pueblo. Es cierto que nos retiramos esta madrugada a otra ciudad, que a partir de ahora será la capital del país, es cierto que decretamos para la capital que fue y ha dejado de ser un riguroso estado de sitio que, por la propia fuerza de las cosas, dificultará seriamente el funcionamiento equilibrado de una aglomeración urbana de tanta importancia y con estas dimensiones físicas y sociales, es cierto que os encontráis cercados, rodeados, confinados dentro del perímetro de la ciudad, que no podréis salir, que si lo intentáis sufriréis las consecuencias de una inmediata respuesta armada, pero lo que no podréis decir nunca es que la culpa la tienen estos a quienes la voluntad popular, libremente expresada en sucesivas, pacíficas y leales disputas democráticas, confió los destinos de la nación para que la defendiéramos de todos los peligros internos y externos. Vosotros, sí, sois los culpables, vosotros, sí, sois los que ignominiosamente habéis desertado del concierto nacional para seguir el camino torcido de la subversión, de la indisciplina, del más perverso y diabólico desafío al poder legítimo del estado del que hay memoria en toda la historia de las naciones. No os quejéis de nosotros, quejaos ante vosotros mismos, no de estos que a través de mi voz hablan, éstos, al gobierno me refiero, que una y muchas veces os pidieron, qué digo yo, os rogaron e imploraron que enmendaseis vuestra maliciosa obstinación, cuyo sentido último, a pesar de los ingentes esfuerzos de investigación desarrollados por las autoridades del estado, todavía hoy, desgraciadamente, se mantiene impenetrable. Durante siglos y siglos fuisteis la cabeza del país y el orgullo de la nación, durante siglos y siglos, en horas de crisis nacional, de aflicción colectiva, nuestro pueblo se habituó a volver los ojos hacia este burgo, hacia estas colinas, sabiendo que de aquí le vendría el remedio, la palabra consoladora, el buen rumbo para el futuro. Habéis traicionado la memoria de vuestros antepasados, he ahí la dura verdad que atormentará para siempre jamás vuestra conciencia, ellos levantaron, piedra a piedra, el altar de la patria, vosotros decidisteis destruirlo, que la vergüenza caiga pues sobre vosotros. Con toda mi alma, quiero creer que vuestra locura será transitoria, que no perdurará, quiero pensar que mañana, un mañana que a los cielos rezo para que no se haga esperar demasiado, el arrepentimiento entre dulcemente en vuestros corazones y volveréis a congraciaros con la comunidad nacional, raíz de raíces, y con la legalidad, regresando, como el hijo pródigo, a la casa paterna. Ahora sois una ciudad sin ley. No tendréis un gobierno para imponer lo que debéis y no debéis hacer, cómo debéis y no debéis comportaros, las calles serán vuestras, os pertenecen, usadlas como os apetezca, ninguna autoridad aparecerá cortando el paso y dando el buen consejo, pero tampoco, atended bien lo que os digo, ninguna autoridad os protegerá de ladrones, violadores y asesinos, ésa será vuestra libertad, disfrutadla. Tal vez penséis, ilusoriamente, que, entregados a vuestro albedrío y a vuestros libres caprichos, seréis capaces de organizaros mejor y mejor defender vuestras vidas de lo que a su favor hicieron los métodos antiguos y las antiguas leyes. Terrible equívoco el vuestro. Más pronto que tarde os veréis obligados a nombrar jefes que os gobiernen, si es que no son ellos quienes irrumpan bestialmente del inevitable caos en que acabaréis cayendo, y os impongan su ley. Entonces os daréis cuenta de la trágica dimensión de vuestro engaño. Tal vez os rebeléis como en el tiempo de los constreñimientos autoritarios, como en el ominoso tiempo de las dictaduras, pero, no os hagáis ilusiones, seréis reprimidos con igual violencia, y no seréis llamados a votar porque no habrá elecciones, o tal vez sí las haya, pero no serán imparciales, limpias y honestas como las que habéis despreciado, y así será hasta el día en que las fuerzas armadas que, conmigo y con el gobierno de la nación, hoy decidieron abandonaros al destino que habéis elegido, tengan que regresar para libertaros de los monstruos que vosotros mismos estáis generando. Todo vuestro sufrimiento habrá sido inútil, vana toda vuestra tozudez, y entonces comprenderéis, demasiado tarde, que los derechos sólo lo son íntegramente en las palabras con que fueron enunciados y en el pedazo de papel en que fueron consignados, ya sea constitución, ley o cualquier otro reglamento, comprenderéis, ojalá convencidos, que su aplicación desmedida, inconsiderada, convulsionaría la sociedad establecida sobre los pilares más sólidos, comprenderéis, en fin, que el simple sentido común ordena que los tomemos como mero símbolo de lo que podría ser, si fuese, y nunca como su efectiva y posible realidad. Votar en blanco es un derecho irrenunciable, nadie os lo negará, pero, así como les prohibimos a los niños que jueguen con fuego, también a los pueblos les prevenimos de que no les conviene manipular la dinamita. Voy a terminar. Tomad la severidad de mis avisos, no como una amenaza, mas sí como un cauterio para la infecta supuración política que habéis generado en vuestro seno y en la que os estáis revolviendo. Volveréis a verme y a oírme el día que hayáis merecido el perdón que, a pesar de todo, estamos inclinados a conceder, yo, vuestro presidente, el gobierno que elegisteis en mejores tiempos, y la parte sana y pura de nuestro pueblo, esa de la que en estos momentos no sois dignos. Hasta ese día, adiós, que el señor os proteja. La imagen grave y atribulada del jefe de estado desapareció y en su lugar volvió a surgir la bandera izada. El viento la agitaba de acá para allá, de allá para acá, como a una tonta, al mismo tiempo que el himno repetía los bélicos acordes y los marciales acentos que habían sido compuestos en eras pasadas de imparable exaltación patriótica, y que ahora parecían sonar a hueco. Sí señores, el hombre habló bien, dijo el mayor de la familia, y hay que reconocer que tiene razón en lo que ha dicho, los niños no deben jugar con fuego porque después es cierto y sabido que se mean en la cama.

Las calles, hasta ahí prácticamente desiertas, cerrado casi todo el comercio, casi vacíos los autobuses que pasaban, se llenaron de gente en pocos minutos. Quienes se habían quedado en casa acudían a las ventanas para ver el concurso, palabra que no quiere decir que las personas caminaran todas en la misma dirección, más bien eran como dos ríos, uno que subía, otro que bajaba, y se saludaban de un lado a otro como si la ciudad estuviera en fiestas, como si fuese festivo local, no se veían por ahí ni ladrones ni violadores ni asesinos, al contrario del malintencionado pronóstico del presidente huido. En algunos pisos de los edificios, aquí, allí, estaban cerradas las ventanas, con las persianas, cuando las había, melancólicamente bajadas, como si un doloroso luto hubiese herido a las familias que residían en su interior. En tales pisos no se habían encendido las alertas luces de la madrugada, como mucho los residentes espiaban tras las cortinas con el corazón encogido, allí vivía gente con ideas políticas muy firmes, personas que habiendo votado, ya sea en la primera convocatoria, ya sea en la segunda, a los suyos de toda la vida, el partido de la derecha y el partido del medio, no tenían ahora ningún motivo que festejar y, muy por el contrarío, temían los desmanes de la masa desinformada que cantaba y gritaba en las calles, el derribo de las sacrosantas puertas del hogar, el agravio de los recuerdos de familia, el saqueo de las platas. Canten, canten, que ya llorarán, se decían unos a otros para infundirse valor. En cuanto a los votantes del partido de la izquierda, quienes no aplaudían en las ventanas era porque habían bajado a la calle, como fácilmente se puede demostrar, en esta en que nos encontramos, dado que una bandera de vez en cuando, como tomando impulso, asoma sobre el caudaloso río de cabezas. Nadie fue a trabajar. Los periódicos se agotaron en los quioscos, todos traían en primera página la arenga del presidente, además de una fotografía realizada en el acto de la lectura, probablemente y a juzgar por la expresión dolorida del rostro, en el momento que decía que estaba hablando con el corazón en la mano. Pocos eran los que perdían su tiempo leyendo lo que ya conocían, a casi todos lo que les interesaba era saber lo que pensaban los directores de los periódicos, los editorialistas, los comentaristas, alguna entrevista de última hora. Los titulares de apertura llamaban la atención de los curiosos, eran enormes, monumentales, otros, en páginas interiores, de tamaño normal, aunque todos parecían producto de la cabeza de un mismo genio de la sintaxis titulativa, esa que exime sin remordimiento alguno de la lectura de la noticia que viene a continuación. Así, los sentimentales como La capital amaneció huérfana, irónicos como La piña les reventó en la cara a los provocadores o El voto blanco les salió negro, pedagógicos como El estado da una lección a la capital insurrecta, vengativos como Llegó la hora del ajuste de cuentas, proféticos como Todo será diferente a partir de ahora o Nada será igual a partir de ahora, alarmistas como La anarquía al acecho o Movimientos sospechosos en la frontera, retóricos como Un discurso histórico para un momento histórico, aduladores como La dignidad del presidente desafía la irresponsabilidad de la capital, bélicos como El ejército cerca la ciudad, objetivos como La retirada de los órganos de poder se realiza sin incidentes, radicales como El ayuntamiento debe asumir toda la autoridad, tácticos como La solución está en la tradición municipalista. Referencias a la estrella maravillosa, la de los veintisiete brazos de luz, fueron pocas y metidas a trochemoche en medio de las noticias, sin la gracia atractiva de un titular, aunque fuera irónico, aunque fuera sarcástico, del tipo Y todavía se quejan de que la electricidad es cara. Algunos de los editoriales, si bien aprobando la actitud del gobierno. Nunca las manos le duelan, exhortaba uno de ellos, se atrevían a expresar ciertas dudas sobre la razonada prohibición de salir de la ciudad impuesta a los habitantes. Es que, una vez más, para no variar, van a pagar justos por pecadores, los honestos por los malhechores, ahí tenemos el caso de honradas ciudadanas y de honrados ciudadanos que, habiendo cumplido escrupulosamente su deber electoral votando a cualquiera de los partidos legalmente constituidos que componen el marco de opciones ideológicas en que la sociedad se reconoce de modo consensual, ven ahora coaccionada su libertad de movimientos por culpa de una insólita mayoría de perturbadores cuya única característica hay quien dice que es no saber lo que quieren, o que, y es nuestro entender, lo saben muy bien y están preparándose para el asalto final al poder. Otros editoriales iban más lejos, reclamaban la abolición pura y simple del secreto de voto y proponían para el futuro, cuando la situación se normalizase, como por las buenas o como por las malas tendrá que suceder algún día, el establecimiento de un cuadernillo de elector, en el cual el presidente del colegio electoral, tras comprobar, antes de introducirlo en la urna, el voto expreso, anotaría, para todos los efectos legales, tanto los oficiales como los particulares, que el portador había votado al partido tal o cual, Y por ser verdad y haberlo comprobado, bajo palabra de honor lo firmo. Si el tal cuadernillo ya existiese, si un legislador consciente de las posibilidades del uso libertino del voto hubiese osado dar este paso, articulando el fondo y la forma de un funcionamiento democrático totalmente transparente, todas las personas que votaron al partido de la derecha o al partido del medio estarían ahora haciendo las maletas para emigrar con destino a su verdadera patria, esa que siempre tiene los brazos abiertos para recibir a quienes más fácilmente puede apretar. Caravanas de automóviles y autobuses, de furgonetas y camiones de mudanza llevando enarboladas las banderas de los partidos y tocando el claxon a compás, pe de de, pe de eme, no tardarían en seguir el ejemplo del gobierno, camino de los puestos militares de la frontera, los chicos y las chicas con el culo asomando por las ventanillas, gritándoles a los peatones de la insurrección, Ya podéis poner las barbas a remojar, miserables traidores. Menuda paliza os vamos a dar cuando volvamos, bandidos de mierda. Hijos de la gran puta que os parió, o, insulto máximo en el vocabulario de la jerga democrática, a voz en grito. Indocumentados, indocumentados, indocumentados, y esto no sería verdad, porque todos aquellos contra quienes gritaban también tendrían en casa o llevarían en el bolsillo su propio cuadernillo de elector donde, ignominiosamente, como marcado a hierro, estaría escrito y sellado Votó en blanco. Sólo los grandes remedios son capaces de curar los grandes males, concluía seráficamente el editorialista.

La fiesta no duró mucho. Es cierto que nadie decidió ir al trabajo, pero la consecuencia de la gravedad de la situación no tardó en aminorar el tono de las manifestaciones de alegría, hubo incluso quien se preguntaba. Alegres, por qué, si nos han aislado aquí como si fuéramos apestados en cuarentena, con un ejército de armas amartilladas, dispuestas a disparar contra quien pretenda salir de la ciudad, dígame por favor dónde están las razones para la alegría. Y otros decían, Tenemos que organizarnos, pero no sabían cómo se hacía eso, ni con quién ni para qué. Algunos sugirieron que un grupo fuese a hablar con el alcalde, ofreciéndole leal colaboración y explicándole que las intenciones de las personas que habían votado en blanco no eran derribar el sistema y tomar el poder, que por otra parte no sabrían qué hacer luego con él, que si votaron como votaron era porque estaban desilusionados y no encontraban otra manera de expresar de una vez por todas hasta dónde llegaba la desilusión, que podrían haber hecho una revolución pero seguramente moriría mucha gente, y no querían eso, que durante toda la vida, con paciencia, habían depositado sus votos en las urnas y los resultados estaban a la vista, Esto no es democracia ni es nada, señor alcalde. Hubo quien defendió la opinión de que deberían ponderar mejor los hechos, que sería preferible dejar al ayuntamiento la responsabilidad de decir la primera palabra, si aparecemos ahora con todas estas explicaciones y todas estas ideas van a suponer que hay una organización política detrás moviendo los hilos, y nosotros somos los únicos que sabemos que no es verdad, hay que tener en cuenta que tampoco el ayuntamiento lo tiene fácil, si el gobierno le ha dejado una patata caliente en las manos, a nosotros no nos conviene calentarla todavía más, un periódico ha dicho que el ayuntamiento debería asumir toda la autoridad, qué autoridad, con qué medios la policía se ha ido, ni siquiera hay quien dirija el tráfico, no podemos esperar que los concejales salgan a la calle a hacer el trabajo de sus subordinados, ya se comenta que los empleados de los servicios municipales de recogida de basura van a entrar en huelga, si esto es verdad, y no nos sorprendamos que tal venga a suceder, que quede claro que se trataría de una provocación, o del ayuntamiento o, más probable, orquestada por el gobierno, intentarán amargarnos la vida de mil maneras, tenemos que estar preparados para todo, incluyendo, o principalmente, lo que ahora nos parezca imposible, la baraja la tienen ellos, y las cartas en la manga también. Otros, de tipo pesimista, aprensivo, creían que la situación no tenía salida, que estaban condenados al fracaso. Esto va a ser como de costumbre un sálvese quien pueda y los demás que se jeringuen, la imperfección moral del género humano, cuántas veces tendremos que decirlo, no es de hoy ni de ayer, es histórica, viene de los tiempos de maricastaña, ahora parece que somos solidarios unos con otros, pero mañana comenzaremos a enzarzarnos, y luego el paso siguiente será la guerra abierta, la discordia, la confrontación, mientras los de fuera disfrutan desde la barrera y hacen apuestas sobre el tiempo que conseguiremos resistir, será bonito mientras dure, sí señor, pero la derrota es cierta y está garantizada, de hecho, seamos razonables, a quién le pasaría por la cabeza que una acción de éstas pudiese salir adelante, personas votando masivamente en blanco sin que nadie lo hubiera ordenado es de locos, por ahora el gobierno todavía no ha salido de su desconcierto e intenta recuperar fuelle, sin embargo la primera victoria ya la tienen, nos han dado la espalda y nos han mandado a la mierda, que es, en su opinión, lo que nos merecemos, y hay que contar también con las presiones internacionales, apuesto a que a esta hora los gobiernos y los partidos de todo el mundo no piensan en otra cosa, no son estúpidos, saben que esto puede ser como un reguero de pólvora, se enciende aquí y explota más allá, de todos modos, y como para ellos somos mierda, vamos a serlo hasta el final, hombro con hombro, y de esta mierda que somos algo les salpicará.

Al día siguiente se confirmó el rumor, los camiones de recogida de basuras no salieron a la calle, los basureros se declararon en huelga total, e hicieron públicas unas exigencias salariales que el portavoz del ayuntamiento de inmediato tachó de inaceptables y mucho menos ahora, dijo, cuando la ciudad está enfrentando una crisis sin precedentes y de desenlace altamente problemático. En la misma línea de acción alarmista, un periódico que desde su fundación se había especializado en el oficio de amplificar las estrategias y tácticas gubernamentales, fueran cuales fueran los colores partidarios, del medio, de la derecha o de los matices intermedios, publicaba un editorial firmado por el director en el que se admitía como muy probable que la rebeldía de los habitantes de la capital pudiera terminar en un baño de sangre si éstos, como todo hacía suponer, no deponían su obstinación. Nadie, decía, se atreverá a negar que la paciencia del gobierno ha llegado hasta extremos impensables, pero no se le podrá pedir, salvo si se quiere perder, y tal vez para siempre, ese armonioso binomio autoridad-obediencia bajo cuya luz florecieron las más felices sociedades humanas y sin el que, como la historia ampliamente ha demostrado, ni una sola habría sido factible. El editorial fue leído, la radio repitió los fragmentos principales, la televisión entrevistó al director, y en eso se estaba cuando, al mediodía exacto, de todas las casas de la ciudad salieron mujeres armadas con escobas, cubos y recogedores y, sin una palabra, comenzaron a barrer las portadas de los edificios donde vivían, desde la entrada hasta el medio de la calle, donde se encontraban con otras mujeres que, desde el otro lado, para el mismo fin y con las mismas armas, habían bajado. Afirman los diccionarios que la portada es la parte de la calle correspondiente a la fachada de un edificio, y nada hay más cierto, pero también dicen, por lo menos lo dicen algunos, que barrer la portada significa desviar de sí cierta responsabilidad, gran equivocación la vuestra, señores filólogos y diccionaristas distraídos, barrer su portada precisamente fue lo primero que hicieron estas mujeres de la capital, como en el pasado también lo habían hecho en las aldeas sus madres y abuelas y no lo hacían ellas, como no lo hacen éstas, para desviar de sí una responsabilidad, sino para asumirla. Posiblemente por esta misma razón al tercer día salieron a la calle los trabajadores de la limpieza. No venían uniformados, vestían de civil. Dijeron que los uniformes eran los que estaban en huelga, no ellos.