El mundo entero admira las obras maestras del arte egipcio, trátese de pirámides, de templos, de tumbas, de esculturas o de pinturas. Pero ¿quién creó esas maravillas cuya potencia espiritual y mágica nos llega al corazón? En ningún caso hordas de esclavos o de peones explotados, sino cofradías cuyos miembros, en restringido número, eran a la vez sacerdotes y artesanos. Sin separar el espíritu de la mano, formaban una verdadera élite que dependía directamente del faraón.
Por fortuna, poseemos una abundante documentación sobre una de esas cofradías que, durante unos cinco siglos, de 1550 a 1070 a. J. C., vivió en una aldea del Alto Egipto prohibida a los profanos.
Tenía esta aldea un nombre extraordinario: el Lugar de Verdad, en egipcio set Maat, es decir, el lugar donde la diosa Maat se revelaba en la rectitud, la exactitud y la armonía de la obra que llevaban a cabo generaciones de «servidores del Lugar de Verdad».
Implantada en el desierto, no lejos de los cultivos, la aldea estaba rodeada por altos muros, tenía su propio tribunal, su propio templo y su propia necrópolis; los artesanos vivían allí en familia y gozaban de un estatuto particular, dada la importancia de su misión primera: crear las moradas de eternidad de los faraones en el Valle de los Reyes.
Todavía hoy pueden descubrirse los vestigios del Lugar de Verdad visitando el paraje de Deir el-Medineh, en la orilla oeste de Tebas; las partes bajas de las casas están intactas y se recorren las callejas que hollaron los maestros de obra, los pintores, los escultores y las sacerdotisas de la diosa Hator. Santuarios, locales de cofradía, tumbas admirablemente decoradas marcaban el carácter sagrado del lugar, provisto también de reservas de agua, graneros, talleres e, incluso, de una escuela.
He intentado hacer revivir a esos seres de excepción, sus aventuras, su vida cotidiana, su búsqueda de la belleza y de la espiritualidad, en un mundo que a veces se mostró hostil y envidioso. Salvaguardar la propia existencia del Lugar de Verdad no fue siempre fácil, y no faltaron las más variadas asechanzas, especialmente en el turbulento período durante el que se desarrolla este relato.
Sea dedicada esta novela a todos los artesanos del Lugar de Verdad que fueron depositarios de los secretos de la Morada del Oro y consiguieron transmitirlos en sus obras.