Nefer estaba preocupado.
—«Un gran peligro»… ¿La mujer sabia no ha dicho nada más?
—No —repuso Clara—; se ha marchado al templo.
—La mujer sabia no suele hablar a la ligera… Si ha hablado de la terrorífica diosa leona, la amenaza es muy seria.
—¿En qué estás pensando?
—No lo sé… Realmente no lo sé. La aldea se halla bajo la protección de Ramsés el Grande y nadie se atrevería a discutir su autoridad.
Clara no podía emitir ninguna hipótesis seria, pero había comprobado que la mujer sabia era una auténtica vidente. Su predicción no podía ser tomada a la ligera, pero ¿cómo luchar contra un peligro cuya naturaleza ignoraba?
Karo el Huraño llamó a la puerta.
—El jefe de equipo desea ver a Nefer… Es muy urgente.
Varios miembros del equipo de la derecha se habían reunido ante la morada de Neb el Cumplido. Silencioso entró cuando la mujer sabia salía de la alcoba del maestro de obras.
—Son sus últimos momentos —reveló—. Apresúrate.
De repente, Nefer se dio cuenta de la realidad que ocultaba el equipo de la derecha: Neb el Cumplido era un hombre de edad y la vejez había dejado, bruscamente, de respetarle. Su robustez parecía invencible, pero sus defensas habían cedido repentinamente, hasta el punto de dejarle casi irreconocible.
El maestro de obras estaba sentado en un sillón cuyas patas tenían forma de garras de león. Llevaba un vestido de ceremonias que resaltaba su dignidad. Su respiración era rápida y su mirada parecía agotada.
—Mis años han transcurrido apaciblemente —le dijo a Nefer—. No he actuado contra la regla de nuestra cofradía y no he cometido actos desviados. Tú te has convertido en un aplicado escultor, al que todos aprecian, pero tendrás que aprender a dirigir. Intenta actuar siempre de un modo eficaz, para que tu manera de gobernar sea irreprochable. Haz que te respeten en función de tu competencia y de la tranquilidad de tus palabras, y da órdenes sólo cuando las circunstancias lo exijan. No permitas que un mediocre adopte directrices o dicte consignas, pues estropearía la obra y sembraría el desconcierto. Recuerda que grande es el grande cuyos grandes son grandes, y venerable es aquel que se rodea de seres nobles de espíritu. Tu tarea no será fácil, pero me voy tranquilo, pues sé que ningún peso será excesivo para tus hombros.
La cabeza de Neb el Cumplido se inclinó lentamente, como si saludara a su sucesor.
—Me niego —dijo Nefer a Kenhir—. Neb el Cumplido era para mí un maestro y un modelo, por eso me niego a sucederle. Mi único objetivo es servir a la cofradía y al equipo de la derecha, no dirigirlo. La confianza de Neb el Cumplido me conmueve en lo más hondo, pero ha sobreestimado mi capacidad.
—Ahora no es momento de juzgarte a ti mismo —repuso el escriba de la Tumba—. Neb el Cumplido, con la ayuda de su experiencia y su lucidez, sólo ha avalado la decisión tomada por Ramosis. El escriba de Maat te había reconocido como el futuro jefe del equipo de la derecha y maestro de obras de la cofradía. El Lugar de Verdad te ha transmitido su ciencia y has visto la luz en la Morada del Oro. Si quieres permanecer fiel a la palabra dada y respetar a Maat, cumple la función a la que estás destinado.
Nefer buscaba argumentos para convencer a Kenhir y hacerle cambiar de opinión. Pero ¿cómo podía oponerse a Ramosis, elevado al rango de «antepasado de espíritu luminoso y eficaz»? Sin embargo, aún tenía una última posibilidad de escapar.
—¿Mi nombramiento no debe ser aprobado unánimemente por los miembros del equipo de la derecha?
—Es indispensable, en efecto, pues nadie puede dirigir sin ser amado y reconocido por el corazón de aquellos a quienes dirige. Hoy mismo serán consultados.
Paneb el Ardiente detestaba los funerales. Turquesa se negaría a hacer el amor, Uabet la Pura pasaría largas horas en el templo con las sacerdotisas de Hator, se interrumpiría el trabajo, los talleres estarían cerrados… Y como se trataba de la muerte de un jefe de equipo, los funerales iban a ser grandiosos y el período de luto interminable. Se distraería dibujando caricaturas de unos y otros, para seguir ejercitando su mano, que comenzaba a asimilar el trazo y las proporciones.
Para Ardiente, Neb el Cumplido había sido siempre un hombre misterioso y lejano, con el que había mantenido pocos contactos; de modo que no se desharía en lamentos hipócritas. Sin embargo, había sentido un real respeto por el difunto maestro de obras que, tras haberle abrumado con sus pruebas, le había abierto la puerta del clan de los dibujantes. Paneb mordisqueaba pescado seco cuando entró en su casa un Nefer visiblemente presa de una gran turbación.
—Siéntate y bebamos… Lo necesitas.
—Te considero un amigo, Paneb, y espero que el sentimiento sea recíproco.
—Dime quién te ha molestado y lo arreglaré en seguida.
—Ya me salvaste la vida una vez… ¿Quieres volver a hacerlo?
—¡Por todos los demonios del desierto! ¿Qué sucede?
Nefer se sentó en una estera.
—El escriba de Maat, Ramosis, el maestro de obras Neb el Cumplido y el escriba de la Tumba, Kenhir, me han elegido como nuevo jefe de equipo.
Una amplia sonrisa iluminó el rostro de Paneb.
—¡Tenía que suceder tarde o temprano! Qué estupenda noticia… Fíjate, con tu rigor innato y tu afición al trabajo perfecto… No vamos a divertirnos todos los días, pero, pensándolo bien, no estamos aquí para eso. ¡Levántate que quiero darte un abrazo!
—Tienes que votar contra mí, Paneb.
—¿Qué estás diciendo?
—No deseo cumplir esa función. Ahora bien, el último peldaño que debe franquearse es el reconocimiento unánime, de corazón, de los miembros del equipo. Si eres realmente un amigo…
—¡Apruebo tu nombramiento diez veces más que una! Y si uno de nosotros cometiera el error de discutirlo, tendríamos un enfrentamiento breve pero intenso. Has nacido para vivir en el Lugar de Verdad, Silencioso; te lo ha dado todo y, hoy, le demostrarás tu gratitud dirigiéndolo.
Clara le dijo lo mismo que Paneb, aunque con otras palabras, y aprobó las decisiones de Ramosis, de Neb el Cumplido y de Kenhir. Clara le dijo también que el difunto escriba de Maat había consultado con la mujer sabia, cuya visión correspondía a la suya.
Ni siquiera ante su esposa, Nefer había encontrado consuelo alguno. Esperaba que los miembros de más edad del equipo de la derecha emitieran opiniones negativas, criticaran su inexperiencia o su carácter, y provocaran una deliberación que obligara a Kenhir a proponer otro nombre para el cargo.
Pero nadie discutió la designación de Nefer el Silencioso como sucesor de Neb el Cumplido y, muy al contrario, todos se alegraron. El nuevo jefe de equipo había superado todos los grados de la jerarquía sin alardear jamás de ello, no manifestaba inclinación alguna al autoritarismo y disponía de las cualidades necesarias para la realización de la obra.
En menos de una hora se celebraría la ceremonia de investidura, de la que Nefer ya no tenía posibilidad alguna de escapar, salvo si emprendía la huida y abandonaba la aldea definitivamente.
Clara posó tiernamente la cabeza en el hombro de su marido.
—A veces se cruzan ideas locas por nuestro pensamiento, pero son sólo espejismos… Algunas luchas son vanas, no hay que malgastar energía. Comprométete en el verdadero combate que deberás librar, la preservación y la transmisión de nuestros tesoros.
—Yo sólo quería vivir tranquilamente contigo en esta aldea.
—Cierto día escuchaste la llamada y respondiste a ella. ¿Creías que no iba a repetirse? No eres invitado a ser simplemente tú mismo, sino a cumplir una función al servicio de los demás y del espíritu de la cofradía. Así está bien y no debe ser de otro modo.
Tras el período de luto que vio la justificación terrena y celestial de Neb el Cumplido, Nefer el Silencioso había sido elevado a la dignidad de jefe del equipo de la derecha del Lugar de Verdad en el secreto del templo dedicado a las diosas Maat y Hator.
A sus treinta y seis años de edad, debía asumir la sucesión de los maestros de obras que habían creado las moradas de eternidad de ilustres faraones en el Valle de los Reyes y concebido muchas otras obras maestras, que habían hecho nacer gracias a los múltiples talentos de la cofradía.
Cuando apareció en el umbral del templo, Nefer el Silencioso recibió una triple ovación por parte de todos los aldeanos allí reunidos.
Al borde de las lágrimas, advirtió la magnitud de sus responsabilidades y añoró el encantador tiempo del aprendizaje, cuando siempre era posible pedir ayuda a un artesano más cualificado. En adelante le consultarían a él y él debería dar las directrices, evitando errores que pudieran provocar graves consecuencias.
Kenhir, el escriba de la Tumba, entregó a Nefer el codo de oro que pasaba de jefe de equipo a jefe de equipo. Cada una de sus veintiocho divisiones contenía el nombre de una divinidad y el de la provincia que protegía, y la inscripción jeroglífica decía: «Codo útil para ser un ser de luz, poderoso, de voz justa, marcado con el sello de la vida y de la estabilidad».
De acuerdo con las palabras de Ra, la luz creadora, el codo del maestro de obras encarnaba la regla del universo a la que tenía que adecuarse.
Clara fue la primera en besar al nuevo jefe de equipo y lo estrechó fuertemente contra sí.