Cuando Paneb entró en el taller del Trazo, próximo a la sala de reunión del equipo de la derecha, le extrañó encontrar allí a Nefer el Silencioso en compañía de Gau el Preciso. Ambos hombres estudiaban un papiro que se titulaba: «Ejemplo de cálculo para sondear la realidad y conocer lo que es oscuro». Estaba cubierto de unos signos matemáticos que el joven no había visto nunca.
—¿Ese papiro tiene algo que ver conmigo? —preguntó.
—El arquitecto de los mundos ordenó los elementos de la vida de acuerdo con la proporción y la medida —repuso Gau—, y nuestro mundo puede ser considerado como un juego de números. Considéralos como fuentes de energía y tu pensamiento nunca permanecerá estático. En nuestra tradición, el pensamiento geométrico preside la expresión matemática. Se basa en el uno, que se desarrolla, se multiplica y vuelve a sí mismo. El arte del Trazo consiste en poner de relieve la presencia de la unidad en toda forma viviente.
—Tu propio cuerpo existe porque es un conjunto de proporciones, y necesitarás esta ciencia para que tu mano actúe de un modo inteligente —observó Nefer—. Pero no practiques la geometría por la geometría o las matemáticas por las matemáticas; quienes cayeron en estos errores quedaron atrapados en el engaño de un saber estéril.
—Traza un triángulo —ordenó Gau.
Paneb cogió un pincel muy fino y dibujó un triángulo.
—He aquí uno de los modos más sencillos de representar la luz solar de un modo abstracto —precisó su profesor—; pondremos tu aprendizaje del Trazo bajo su protección. Los antiguos afirmaban que permite percibir los secretos del cielo, de la tierra y de las aguas, comprender el lenguaje de los pájaros y los peces, y adoptar todas las formas que se deseen.
—¡Manos a la obra, pues!
Nefer advirtió que su amigo sentía una sed insaciable de aprender y que había hecho bien ayudando a Gau el Preciso, que no disponía de la energía necesaria para enseñar durante horas.
Paneb dominó en seguida las cuatro operaciones básicas, descubrió las potencias y las raíces, resolvió fácilmente las ecuaciones, aunque sin alejarse nunca de una aplicación práctica, como la fabricación de un par de sandalias o la vela de una barca. Tomó así conciencia de que ninguna de las obras producidas por los artesanos del Lugar de Verdad se hacía al azar. Se tratara de divisiones, multiplicaciones o extracción de raíces, Ardiente fue invitado a remitirlos al primer proceso de la adición. En el sistema decimal, utilizaba fracciones unitarias, con un numerador igual a la unidad, a excepción de >z/3, y se arreglaba con las tablas que le confiaron para comprobar el resultado de sus ejercicios.
—El jeroglífico de la boca simboliza la fracción primordial, pues todas las formas brotaron de la boca de nuestro protector, el dios Ptah, que creó el mundo con el Verbo —reveló Gau—. Ahora, traza un círculo.
La mano de Paneb no tembló en absoluto.
—Te mostraré cómo se calcula la superficie de un círculo. Resta >x/9 de su diámetro; eleva el resultado al cuadrado y obtendrás así la superficie[8], lo que nos resulta indispensable para evaluar, por ejemplo, el volumen de un granero de forma cilíndrica. Todo esto te resultará útil cuando te halles ante una pared, pues tendrás que organizar el espacio en función de las leyes de armonía.
Nefer el Silencioso desenrolló otro papiro, que dejó a Paneb mudo de estupefacción.
En él se había dibujado una cuadrícula con tinta roja, en la que se había incluido un hombre de pie, dibujado en negro. Cada parte de su cuerpo correspondía a un número concreto de cuadros.
—Esta representación se basa en el módulo de las dieciocho unidades: seis cuadros de la planta de los pies a las rodillas, nueve hasta las nalgas, doce hasta los codos, catorce y medio hasta las axilas, dieciséis hasta el cuello, dieciocho hasta el pelo. Así se descifra la armonía de un cuerpo humano, así puedes dibujarla sin traicionarla. Pero se trata sólo de un ejemplo y no de un sistema rígido; el maestro de obras tiene la capacidad de adoptar otras plantillas que remitan a otros juegos de proporciones.
Paneb el Ardiente y Nefer el Silencioso estaban sentados uno junto a otro, bajo la bóveda estrellada.
—Ignoraba que iba a ser tan extraordinario… o, mejor dicho, no, mi instinto lo sabía desde siempre e hice bien haciéndole caso. ¿Por qué habré perdido tanto tiempo?
—Tranquilo, Paneb, no has perdido ni un solo segundo. Las pruebas te han ido preparando para vivir intensamente momentos como éste y aprender con la rapidez que te caracteriza. Pero esto es tan sólo el comienzo; en cuanto sea posible, irás a estudiar las pirámides. Será una nueva etapa en tu camino.
—¿Irás tú conmigo?
—Si el jefe de equipo me autoriza a ello, sí.
—Has sido admitido en la Morada del Oro, ¿no es cierto?
Nefer dudó en responder.
—Uabet la Pura me ha hablado de ello.
—Ha hecho bien.
—Sé que debes guardar silencio, pero dime al menos si volviste a ver la luz que atraviesa la materia.
—Existe, Paneb. Tú también la descubrirás, si te realizas en la disciplina que has elegido.
—Cuando se abre una puerta, en esta aldea, detrás hay diez más… Pero me gusta. ¿Has entrado en la morada de eternidad de Ramsés el Grande?
—El Valle de los Reyes no va a decepcionarte.
—¿Yo también trabajaré allí?
—¿Acaso no es ése el destino de un dibujante del Lugar de Verdad?
—Estoy preparado.
—Todavía no, Paneb. Aún no has apaciguado el ojo.
—No comprendo…
—El universo es un ojo gigantesco cuyas partes están dispersas por nuestra mirada. Sin embargo, él guía nuestra mano e inspira nuestras obras. Tenemos el deber de reconstruir este ojo pero, antes, hay que apaciguarlo para que no se aleje de nosotros.
Paneb seguía sin comprender, pero sentía que su amigo acababa de abrirle una nueva puerta. Contemplando la bóveda estrellada, advirtió la presencia del ojo completo que, algún día, sabría plasmar con el dibujo.
Tran-Bel comía y bebía con placer y avidez. Era un hombre rechoncho, con el pelo negro y grasiento, de ancho pecho, y los dedos de los pies y las manos rollizos como los de un bebé. Era de origen libio, pero no había conseguido hacer fortuna en su país, por lo que se había establecido en Tebas, donde la suerte le había sonreído. Era un comerciante desalmado, desprovisto de cualquier moral, al que sólo le gustaba comprar y seguir comprando, aunque sus métodos fueran poco recomendables a veces. Prudente y taimado, Tran-Bel no había despertado la suspicacia de las autoridades y gozaba, incluso, de una buena reputación.
—Preguntan por usted, patrón —le advirtió uno de sus obreros.
—Ahora no tengo tiempo.
—Deberíais ir a ver, de todos modos… Parece ser un tipo importante.
«Será otro vendedor despreciable», pensó Tran-Bel, que iba a librarse del intruso con cuatro palabras bien dichas.
Pero su sorpresa fue grande.
El hombre que estaba en el umbral de su almacén tenía un rostro parecido al suyo. No era un sosias, pero algunos rasgos comunes podrían haber hecho pensar en un hermano.
—¿Qué quieres de mí, amigo?
—¿Eres Tran-Bel?
—Aquí soy el patrón y ahora estoy muy ocupado.
—Vayamos a un lugar más tranquilo.
—¿Crees que puedes darme órdenes?
—Estoy convencido de ello, en mi calidad de Tesorero principal de Tebas y comandante de las Fuerzas Armadas.
Tran-Bel tragó saliva.
Como muchos, había oído hablar del tal Méhy, al que se describía como un gestor implacable a quien no había que plantar cara. Pero ¿por qué un dignatario de tan alto rango se interesaba por él?
—Seguidme… Tengo un rincón donde guardo mis archivos.
Tran-Bel sintió que su suerte acababa de cambiar. ¿Qué error habría cometido para que irrumpiera en su vida tan temible personaje?
El reducto, lleno de tablillas de escritura, era oscuro y estaba apartado de la agitación del taller.
—Queréis ver mis cuentas, ¿no es cierto?
—No me interesa que seas un pequeño estafador que roba a su clientela y al fisco, pero utilizas ilegalmente los servicios de un artesano del Lugar de Verdad y eso es un grave delito que puede recibir un severo castigo.
Aterrado, Tran-Bel ni siquiera pensó en negarlo.
—No me di cuenta… Estábamos en un mercado, él dijo que uno de mis taburetes carecía de solidez, discutimos, me propuso fabricar algunos de mejor calidad, siempre que compartiéramos los beneficios… Desde entonces, viene aquí y produce unas piezas muy hermosas.
—Y tú las vendes muy caras sin declararlas a la administración.
—¡Sólo ha sido un descuido, y prometo que lo enmendaré!
—De ningún modo.
Tran-Bel no creía lo que estaba oyendo.
—Probablemente fuiste tú quien hizo proposiciones deshonestas al artesano, pero sólo importa el resultado. Olvidaré tu tráfico siempre que me indiques las idas y venidas de tu cómplice, la naturaleza de los trabajos clandestinos que realiza para ti y el montante de sus beneficios ocultos.
—A vuestro servicio —dijo el libio, más relajado—. ¿Deseáis también… una pequeña comisión sobre mis beneficios?
La fría mirada de Méhy le aterrorizó.
—Cuando tomo, lo tomo todo —advirtió el comandante—. Intenta no olvidarlo y mantenme informado. Además, no debes decir ni una palabra a nadie sobre nuestro pacto. Al menor paso en falso, serás aniquilado.