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Los negros ojillos de Daktair se volvieron penetrantes, como si pudieran descubrir las intenciones ocultas del capitán Méhy.

—Un acuerdo, decís… Pero ¿qué clase de acuerdo?

—Eres un brillante científico, pero tus investigaciones chocan con infranqueables muros: los del Lugar de Verdad. Por razones personales, estoy decidido a destruir esa arcaica institución, aunque no antes de haberle arrancado sus tesoros y sus conocimientos secretos. Unamos nuestras fuerzas para lograrlo.

El sabio parecía perplejo.

—Eres competente e inteligente —prosiguió Méhy—, pero te faltan los medios materiales. Pronto dispondré de una de las mayores fortunas de Tebas y pienso utilizarla para extender mi influencia.

—Supongo que aspiráis a un altísimo cargo en el ejército.

—Evidentemente, pero eso es sólo una etapa de mi escalada. Egipto es viejo y está enfermo, Daktair. Hace ya demasiado tiempo que es gobernado por Ramsés el Grande, que ya sólo es un déspota senil, incapaz de percibir el porvenir y de tomar las decisiones adecuadas. Su larguísimo reinado condena al país a una pasividad peligrosa.

El huésped del capitán Méhy estaba pálido.

—¡¿No estaréis hablando en serio?!

—Soy lúcido y racional, y ésas son unas cualidades indispensables cuando se aspira a altas funciones.

—¡Pero Ramsés el Grande es una institución en sí mismo! Nunca he oído la menor crítica contra él… Gracias a Ramsés se inició una era de paz.

—Sólo es el preludio de nuevos conflictos para los que Egipto no está preparado. Ramsés el Grande ya no tardará en desaparecer, y nadie le sustituirá. Con él se extinguirá una forma de civilización caduca. Yo lo he comprendido. Y tú también, Daktair. Encárgate de hacer progresar las ideas; yo me ocuparé de las instituciones. Ésa es la base de nuestro acuerdo. Para que se haga realidad, debemos adueñarnos de los principales elementos que forman el poder de Egipto, a la cabeza de los cuales está el Lugar de Verdad.

—Olvidáis el ejército, la policía, la…

—Te repito que yo me encargaré de ello. La fortuna del faraón no depende de sus tropas de élite, que yo conseguiré controlar, sino de la misteriosa ciencia de sus artesanos que, al mismo tiempo, saben crear una morada de eternidad y procurarle oro en cantidad.

Daktair empezaba a entusiasmarse.

—Sabéis mucho sobre el Lugar de Verdad…

—Lo que vi me demostró que ni tú ni yo nos equivocábamos sobre la magnitud de su ciencia.

—Y no queréis decirme más, ¿no es cierto?

—¿Aceptas convertirte en mi aliado?

—Es peligroso, capitán, muy peligroso…

—Exacto. Tendremos que avanzar con tanta prudencia como determinación. Si te falta valor, renuncia.

Si Daktair no se comprometía, Méhy tendría que liquidarle. No podía dejar con vida a un hombre a quien había revelado parte de sus planes.

El sabio vacilaba. Méhy le ofrecía la oportunidad de realizar sus más enloquecidos planes, aunque tomando un camino peligroso. Pensando en la supremacía de la ciencia, Daktair había olvidado que el Estado faraónico y sus fuerzas armadas no iban a desinteresarse de semejante trastorno. Tras su sonrisa y sus buenas maneras, Méhy ocultaba un alma de asesino. En el fondo, no tenía alternativa: o colaboraba de buena gana o sería aniquilado de un modo brutal.

—De acuerdo, capitán. Unamos nuestros deseos y nuestras fuerzas.

El rostro lunar del oficial se iluminó.

—¡Es un gran momento, Daktair! Gracias a nosotros, Egipto tendrá un porvenir brillante. Sellemos nuestro pacto bebiendo un gran caldo que data del año cinco de Ramsés.

—Lo siento, pero sólo bebo agua.

—¿Ni siquiera en tan excepcional ocasión?

—Prefiero mantener las ideas claras en cualquier circunstancia.

—Me gustan los hombres de carácter. Mañana mismo iniciaré una serie de visitas oficiales para proponer un plan de mejora del funcionamiento de las fuerzas armadas tebanas. No tendré ninguna dificultad para imponerlo, y eso me supondrá un ascenso. Después de mi boda, obtendré la consideración de numerosos notables e iré introduciéndome, poco a poco, en las instancias dirigentes, hasta el punto de hacerme indispensable.

—Por mi parte —precisó Daktair—, tengo fundadas esperanzas de ser nombrado adjunto al jefe del laboratorio central de Tebas.

—Para ello sólo necesitarás una palabra de mi futuro suegro. Sin embargo, deberás dejar pasar algún tiempo para tomar el mando.

—Será una etapa importante que me permitirá emprender unas investigaciones desaconsejadas hasta hoy y utilizar nuevos recursos técnicos.

Méhy pensó inmediatamente en la fabricación de nuevas armas que hicieran invencibles las tropas que estuvieran a sus órdenes.

—Tenemos que dejar las cosas claras sobre el Lugar de Verdad para distinguir lo cierto de lo que no lo es —exigió el oficial—. Sabemos que un experimentado escriba, nombrado por el faraón, se encarga de la administración de la aldea. Durante muchos años, Ramosis ha realizado esta función, sobre la que nadie ha podido arrancarle ni una palabra. Sólo conozco el nombre de su sucesor, porque firma los documentos oficiales: Kenhir. Necesitamos toda la información posible sobre este personaje. Si resulta ser influenciable, podríamos golpear directamente en la cabeza.

—Sí, pero sólo si realmente es él el verdadero patrón de la cofradía —objetó el sabio.

—Forzosamente habrá un maestro de obras, o varios, incluso, y toda una jerarquía… Es esencial conocer el nombre y el papel exacto de cada uno de los dirigentes.

—Es evidente que los artesanos no hablarán, pero en el caso de los auxiliares es otra cosa…

—Si no me equivoco, no pueden entrar en la aldea.

—Eso es cierto, capitán, pero asisten a algunos acontecimientos.

—El aprovisionamiento de agua, alimento, ropa, ya lo sé… ¿Y de qué nos sirve eso a nosotros?

Daktair esbozó una sonrisa de satisfacción.

—El examen detallado de los distintos productos nos ayudará a conocer el nivel de vida de la cofradía y el número aproximado de sus miembros.

—Interesante —reconoció Méhy—. ¿Tienes ya informadores?

—Sólo uno, un lavandero a quien ofrecí un polvo milagroso gracias al que lava con más rapidez la ropa sucia. Es sólo un comienzo… Si pagamos su precio, obtendremos otras ayudas. El lavandero me habló de un episodio excepcional en la vida de la cofradía.

Por unos instantes, Daktair dejó que a Méhy se le hiciera la boca agua.

—Hace mucho tiempo que no se admitía a un nuevo artesano —prosiguió—. Ahora bien, un hombre joven, Nefer el Silencioso, ha sido reconocido como digno de confianza por el tribunal del Lugar de Verdad. Su andadura es bastante sorprendente, puesto que abandonó la aldea donde había sido educado para viajar durante varios años antes de regresar.

—Es curioso, en efecto… ¿Acaso tenía algo que reprocharse?

—Tendremos que averiguarlo. Además, el joven iba acompañado por una mujer procedente del exterior, probablemente hija de un tebano acomodado.

—¿Están casados?

—Ése es otro punto que hay que verificar.

Méhy imaginaba ya varias estrategias para poner en dificultades al Lugar de Verdad y obligar a sus dirigentes a salir de su espacio protegido. Una vez agrietados, los muros de la aldea no tardarían en derrumbarse.

—Mi querido Daktair, no creía que nuestro primer encuentro diera tantos frutos.

—Yo tampoco, capitán.

—Nuestra tarea se anuncia difícil y la paciencia no es la primera de mis virtudes. Sin embargo, será preciso practicarla. Y, ahora, a trabajar.