Mientras concluía el cuarto año del reinado de Merenptah, sin que hubiera estallado ningún conflicto en las fronteras, la excavación y la decoración de su tumba habían avanzado mucho. Ya estaban terminados los tres primeros «pasos del dios» que jalonaban la primera parte del corredor, y que terminaban en el pozo del que ascendía la energía del Nun, el océano cósmico, con la que quedaría impregnado el sarcófago real cuando lo bajaran hacia su última morada; la primera sala de columnas, destinada a rechazar a los rebeldes y las fuerzas maléficas; un nuevo corredor donde el alma del resucitado subiría al cenit; la sala de Maat, que la mantendría eternamente en el buen camino; y el inicio del último corredor que llevaría a la sala del oro, donde reposaría la momia de Merenptah.
Los dibujantes habían trazado los jeroglíficos que componían las Letanías del Sol, algunos extractos del Libro de las Puertas y del Libro de la Cámara oculta, que ofrecerían al faraón las fórmulas indispensables para enfrentarse a los guardianes del más allá y penetrar libremente en los paraísos abiertos a los justos.
Ched el Salvador y Paneb el Ardiente habían pintado las figuras de Merenptah ofreciendo ungüentos e incienso a Osiris y vino a Ptah, Ra y Anubis dando vida al monarca, la diosa Maat alada, y luminosos diálogos entre el faraón y las divinidades.
Gracias a las numerosas lámparas que no humeaban, la iluminación era excelente en el interior de la tumba. Los dos pintores preparaban sus colores en el exterior y rivalizaban en virtuosismo para superponer capas de grosor variable y crear sutiles matices, especialmente rojos y azules abrillantados por una capa de barniz cuyo secreto de fabricación Ched había revelado a su discípulo.
Paneb destilaba tanta energía que el Salvador ya no sentía el cansancio cuando trabajaba a su lado; incluso le parecía que su vista mejoraba mientras su mano daba vida a la barca de oro donde los dioses navegaban durante la noche.
—¡Esta vez, es demasiado! —exclamó Unesh el Chacal—. Solicito la intervención de Ched.
Éste se acercó al dibujante, rodeado por sus dos colegas, Pai el Pedazo de Pan y Gau el Preciso, que miraban un soberbio personaje con una peluca azul y un taparrabos de oro que estaba de pie en la proa de la barca solar. Sobre su cabeza estaba escrito su nombre, Sia, «la intuición creadora» que era la única en descubrir el camino.
—¿Qué tienes que reprocharle a esta pintura? —preguntó Ched.
—Yo dibujé la cuadrícula, con unas indicaciones precisas que Paneb no ha respetado.
—Así es —reconoció Gau.
Molesto, Pai permaneció mudo.
—Mira el conjunto —recomendó Salvador—: la barca, Sia, y las entidades celestes que sujetan la cuerda de sirga.
Unesh frunció el ceño.
—No veo…
—Por esta razón no eres pintor. Inscribiste en la pared un esquema rígido, respetando los datos técnicos, y Paneb les ha dado vida transgrediéndolos un poco. El trabajo ha desaparecido, y ha nacido la belleza.
—¿Entonces, Paneb puede hacer cualquier cosa? —se rebeló Unesh.
—Muy al contrario. Vamos tan lentos por su culpa, porque debe estudiar la cuadrícula minuciosamente. A veces, su mano se libera de una obligación formal y hace brotar lo que aún no existía.
—De todos modos, se toma libertades inadmisibles —objetó Gau.
—Te equivocas, sabe modelar las proporciones, sin las que una pintura está condenada a perecer. ¿Acaso crees que le permitiría que perdiese el tiempo en una tumba real? Mejor mirad y decidme lo que podéis reprocharle a esta escena.
Los tres dibujantes intentaron, en vano, formular una crítica.
—Vayamos a preparar la siguiente cuadrícula —recomendó Pai.
—¿Cómo se encuentra esta mañana? —preguntó Clara a Niut la Vigorosa.
—Mucho mejor. Por fin ha recuperado el apetito y no deja de refunfuñar sobre todo y sobre nada. A mi entender, vuestro tratamiento lo ha curado por completo.
El escriba de la Tumba salió de su habitación con aspecto huraño.
—Se ha retrasado el trabajo. Ah, Clara… Que las divinidades os sean favorables. ¿Tendré que tomar aún durante mucho tiempo esas vitaminas?
—No, puesto que ya habéis recuperado la vitalidad.
—Tras el robo del papiro, creí que me moría… ¡Un robo en mi casa, en mi despacho! ¿Quién pudo realizar semejante fechoría?
Tras el descubrimiento del horrible latrocinio, Kenhir había sido víctima de una profunda depresión que había durado muchas semanas, durante las que Imuni le había sido de gran ayuda para asumir las tareas cotidianas, mientras la mujer sabia, utilizando al mismo tiempo el magnetismo y la medicación, le devolvía la salud.
—Me siento con fuerzas para regresar al Valle de los Reyes —afirmó.
—Eso no debéis decidirlo vos —objetó Niut la Vigorosa—, sino la mujer sabia.
Clara sonrió.
—Creo que eso terminará de curaros, y el equipo se alegrará de volver a veros.
El escriba de la Tumba estaba conmovido.
—Has creado una obra maestra —le dijo a Nefer—. ¡Esta tumba es tan hermosa como la de Ramsés el Grande!
—Aún queda lo más difícil —advirtió el maestro de obras—. Hasta que la sala del sarcófago no esté terminada, no estaré tranquilo.
Kenhir iba y venía por los corredores de la morada de eternidad, sin saber qué detalle admirar en la proliferación de colores.
—Dibujantes y pintores han sobrepasado sus límites… Nunca reinará la muerte en este lugar.
—Todo el equipo ha puesto el alma en esta obra.
En el exterior de la tumba, comieron pescado seco, ensalada, cebollas y pan. A mediodía, sólo estaba permitido tomar una cerveza muy ligera. Kenhir había vuelto a ocupar su lugar en el asiento excavado en la roca y, a pesar de su mal carácter, todos se alegraban de que hubiera vuelto.
Después del breve descanso, el equipo regresó a la tumba.
—No he dejado de pensar en el papiro que me robaron —confesó el escriba de la Tumba al maestro de obras—. Allí había anotado todas las salidas de las que me había enterado y pensaba establecer su frecuencia, artesano por artesano. El traidor al que buscamos debió de presentirlo y ha destruido el documento.
—¿Y no recordáis lo que habíais anotado?
—No me gusta retener demasiadas cosas en la memoria, prefiero confiar los detalles materiales al papiro. Sin esas notas, soy incapaz de establecer los hechos con segundad.
—Nuestro hombre será cada vez más desconfiado… Sin duda, ha descubierto que Sobek había tomado nuevas medidas de seguridad.
—Su situación se hace difícil. Si no puede salir de la aldea, ¿cómo va a comunicarse con sus cómplices?
—Sobek tiene razón: en un momento u otro dará un paso en falso. Debemos estar atentos.
—¿Cuándo piensas utilizar de nuevo la Piedra de Luz?
—Cuando la sala del sarcófago haya sido excavada y abovedada —respondió Nefer—. Sus muros quedarán impregnados de energía antes del trabajo de los dibujantes y los pintores.
—Para serte sincero, se hace casi imposible distinguir el trabajo de Paneb del de Ched… El alumno iguala al maestro. Los colores de esta tumba son, incluso, más vivos que los de la última morada de Ramsés.
—Según Ched, Paneb ha preparado nuevos tintes, jugando con los matices del rojo. Y, al parecer, eso es sólo el principio.
—¿No está algo celoso Salvador?
—Muy al contrario, Kenhir. Hacer progresar al alumno le ha devuelto la juventud y el entusiasmo que había perdido. Salvador es un hombre de grandes obras, y nada le amarga tanto como la rutina. Durante largo tiempo, perdió la esperanza de encontrar un sucesor que estuviera a su altura.
—Y entonces llegó Paneb… Un nuevo milagro del Lugar de Verdad. Debes procurar que la vanidad no destruya su corazón y su mano.
—Es el peligro que nos acecha a todos. De momento, Paneb se ve confrontado a tantas dificultades que está obligado a superarse constantemente. Mientras luche con y contra sí mismo por una obra que le supera, su fuego será creador. Y podemos contar con Ched para que amplíe, día tras día, los límites de su discípulo.
El maestro de obras cruzaba el umbral de la tumba cuando la solución apareció en su cabeza.
—¡El correo!
—¿Qué quieres decir? —preguntó Kenhir.
—El traidor se comunica con el exterior por carta.
El cartero Uputy quedó escandalizado ante la demanda del escriba de la Tumba.
—Juré guardar el secreto del correo. Si traiciono mi palabra, el bastón de Thot me golpeará y perderé mi empleo. A menudo han intentado corromperme, pero nadie lo ha logrado.
—Te felicito, Uputy, pero no intento corromperte en absoluto.
—De todos modos, queréis conocer el contenido de las cartas escritas por los artesanos y el nombre de sus destinatarios. Mi respuesta es no, Kenhir, un no rotundo y definitivo.
—Comprendo tu actitud, pero puedes estar seguro de que mi honradez no es menos firme que la tuya y que actúa en el superior interés de la cofradía.
—No pongo en duda vuestra palabra, pero mi decisión es irrevocable y adecuada a los solemnes compromisos que acepté al entrar en el oficio.
En el marco de una investigación criminal, el escriba de la Tumba, sin duda, habría sido autorizado a consultar la correspondencia que Uputy transportaba, pero debía preservar el honor de la cofradía y no sacar ese oscuro asunto a la luz, mientras los dos equipos estuvieran trabajando.
—Dime al menos una cosa, Uputy: durante los tres últimos meses, ¿cuál es el artesano que te ha confiado más correspondencia?
—¿Por qué queréis saberlo?
—Para anotarlo en el Diario de la Tumba, hacer comparaciones con los años anteriores y preparar un expediente sobre nuestro volumen de correspondencia. El visir me lo pedirá.
Aquella mentira piadosa tranquilizó a Uputy.
—En ese caso… el que escribe más es Pai el Pedazo de Pan. Pero no os diré nada más.