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Tras ocho días de encarnizado trabajo, los artesanos del equipo de la derecha disfrutaban de sus cuarenta y ocho horas de descanso en la aldea, antes de regresar al Valle de los Reyes.

Su tranquilidad se vio brutalmente turbada por los gritos de una pareja que se lanzaba injurias y piezas de vajilla a la cabeza.

—Parece que es en la casa de Fened —dijo Uabet la Pura a su marido, que se divertía lanzando a Aperti por los aires y recogiéndolo en el último momento, lo que provocaba que el chiquillo se riera a carcajadas.

—Una pequeña riña con su mujer… Al parecer, ella no tiene un carácter fácil.

—Más bien parece un pugilato. ¿No deberías intervenir?

Como Paneb apreciaba a Fened la Nariz, entregó su hijo a Uabet, salió de su casa y recorrió la calleja hasta la morada del cantero, cuya puerta estaba abierta.

Un hermoso plato de alabastro rozó la sien del joven coloso.

—¡Tranquilizaos! —ordenó.

Fened salió apresuradamente de la pequeña casa blanca y chocó con Paneb.

—¡Huyamos —recomendó—, mi mujer se ha vuelto loca!

Dada la abundancia de proyectiles, Paneb siguió a su colega, que corría sin mirar atrás. Una vez fuera de alcance, recuperó el aliento.

—Gracias por tu ayuda, pero incluso un ejército de gigantes se vería impotente ante una esposa desenfrenada. Esta vez ha ido demasiado lejos… Pediré el divorcio.

—Piénsalo bien, de todos modos… ¿Qué problema tenéis?

—No estamos de acuerdo en nada; será mejor que nos separemos.

—Es una decisión muy importante, Fened; tal vez podáis reconciliaros.

—Ya no me comprende, ni yo la comprendo ya a ella.

Con pasos decididos, Fened la Nariz entró en la sala de audiencias de Kenhir, que estaba redactando el Diario de la Tumba.

—Quiero el divorcio.

El escriba de la Tumba ni siquiera levantó la vista.

—¿Eres consciente de que tendrás que cambiar de domicilio y dejar, por lo menos, un tercio de tus bienes a tu esposa que, sin duda, exigirá más?

—Es una cuestión de vida o muerte.

—Si es así… Mi ayudante preparará todos los papeles.

Kenhir llamó a Imuni, que estaba clasificando papiros. Ante la sorpresa de Fened, el escriba ayudante se mostró delicado y comprensivo; gracias a él, el cantero se enfrentó a la prueba con cierto optimismo. El tribunal de la aldea tendría que intentar una última reconciliación, escuchar a los antiguos esposos y repartir sus bienes. Mientras tanto, Imuni alojaría en su casa a Fened la Nariz.

Paneb, muy pensativo, se reunió con su mujer y su hijo.

—¿Nada serio? —preguntó Uabet.

—Fened se divorcia.

—¡Es… es horrible!

—Viéndolo, nadie lo diría. Es extraño… Incluso he tenido la sensación de que hacía comedia.

—Los divorcios son más raros aquí que en las demás aldeas, pues antes de casarse los artesanos avisan a sus futuras esposas de lo que les espera, y ellas conocen la magnitud de sus tareas materiales y rituales. ¿Por qué iba Fened a intentar darnos el pego?

—Para hacer creer que está en desacuerdo con su mujer.

—¿Con qué propósito?

—No lo sé.

—Me intrigas, Paneb. Hablaré con ella e intentaré descubrir la verdad.

Paneb había ido a buscar agua para la cocina. Al caer la noche, el joven encendió las lámparas y, en ese momento, Userhat el León e Ipuy el Examinador llamaron a su puerta.

—El maestro de obras pregunta por ti.

Era la última noche de descanso antes de regresar al Valle de los Reyes, y Uabet había pensado preparar una sabrosa cena.

—¿Es una orden?

—Eres muy libre de negarte —respondió Userhat.

La respuesta intrigó a Paneb, que se volvió hacia su esposa. Uabet la Pura le sonrió.

—Cenaremos más tarde —dijo con una voz extraña, como si fuera cómplice de los visitantes.

—¿Qué quiere Nefer?

Userhat se encogió de hombros.

—No sabemos nada. ¿Vamos o no?

—Vamos…

—Buena suerte —murmuró Uabet.

El trío tomó la dirección del gran templo, cuya entrada estaba custodiada por Nakht el Poderoso.

Paneb pensó que tal vez se tratara de un arreglo de cuentas ante el equipo, y si así era, estaba preparado.

—Acompañamos a un artesano que desea recorrer los dos caminos —declaró Userhat—. Déjanos pasar.

Nakht se hizo a un lado, y los tres hombres penetraron en el patio al aire libre, donde se había instalado una cuba llena de agua.

—Quítate la ropa y sumérgete en este líquido para purificarte —le exigió Ipuy.

Tras haberse zambullido por completo, Paneb salió de la cuba y fue invitado a cruzar el umbral de la primera sala del templo.

Los miembros del equipo de la derecha estaban sentados en la penumbra, en los bancos de piedra que había a lo largo de los muros.

De pronto, brotó una llama.

—¿Te atreves a superar este obstáculo y a entrar en el círculo de fuego? —le preguntó Userhat.

Paneb iba a hacerlo, pero Ipuy lo retuvo.

—Toma este remo, en el que se ha dibujado un ojo. No arde en las llamas, nuestros antepasados lo utilizaron para recorrer los caminos de agua y de fuego.

Paneb atravesó la cortina de llamas utilizando el remo a modo de escudo.

Los artesanos se levantaron y formaron un círculo a su alrededor.

En el suelo del templo se habían trazado dos sinuosos caminos, uno azul y otro negro. Entre ambos, había una cubeta de la que salían más llamas.

—Dos caminos difíciles conducen al sagrado recipiente de Osiris —declaró el maestro de obras—. El camino de agua es azul, el camino de tierra es negro, y están separados por un lago de fuego donde se regenera el sol y el espíritu del iniciado. Los dos caminos se oponen el uno al otro, y sólo podrás recorrerlos por el Verbo y la intuición de las causas. ¿Deseas ver el secreto del conocimiento?

—Lo deseo de todo corazón.

—Que la cuerda de las metamorfosis se desenrolle y el ser justo siga el camino de Maat.

Userhat recuperó el remo, Gau el Preciso y Unesh el Chacal tendieron un cordel en ambos caminos.

—Sígueme, Paneb —pidió Nefer el Silencioso.

Los dos hombres penetraron en las tinieblas de una sala que terminaba con tres capillas cerradas por unas puertas.

—Voy a correr el cerrojo —anunció Nefer—. Nunca podrás olvidar lo que estás a punto de ver, y tu mirada quedará transformada. Aún estás a tiempo, puedes retirarte tras haber escuchado la voz del fuego.

—Corre el cerrojo.

El maestro de obras abrió la puerta de la capilla del centro.

Sobre la Piedra de Luz, recubierta con un velo, se hallaba un vaso de oro sellado, de un codo de altura.

—El fuego protege el vaso del conocimiento en el corazón del silencio y la oscuridad. En él se depositaron las linfas de Osiris, inaccesibles para siempre a los profanos. Cualquier ser que contemple este misterio no morirá de la segunda muerte, pues será portador de las fórmulas del conocimiento gracias a las que no se descompondrá en el Occidente.

Nefer se acercó al vaso, del que Paneb creyó ver brotar agresivos fulgores, y le ofreció una estatuilla de Maat.

—Somos los hijos del Lugar de Verdad y te ofrecemos la diosa de la rectitud que, por sí sola, disipa las tinieblas. Que el alma de Paneb ascienda al cielo, atraviese el firmamento y confraternice con los astros.

La capilla se iluminó.

En su frontón, Paneb descubrió un sol alado, cuya luz era tan viva como la del mediodía.

—Ilumina los senderos para que el servidor del Lugar de Verdad pueda ir y venir sin que las tinieblas se interpongan en su camino —imploró el maestro de obras.

Nefer quitó el sello que cerraba el vaso y el velo que cubría la piedra. Su fulgor obligó a Paneb a cerrar los ojos, pero volvió a abrirlos muy pronto protegiéndose con el antebrazo.

—Esta piedra no puede ser sometida —reveló el maestro de obras—. En ella están tallados los escarabeos que se encargan de reemplazar el corazón humano para realizar el viaje por el más allá, pero no pierde parcela alguna de su sustancia, pues la luz permanece eternamente semejante a sí misma. Sabe que el cielo es nuestra cantera y nuestra mina, de donde obtenemos los materiales para la obra.

Nefer inclinó el vaso hacia la piedra. Del gollete brotó una llama dorada de increíble belleza.

Cuando se volvió hacia Paneb, el maestro de obras tenía en sus manos un pequeño escarabeo tallado en piedra verde de excepcional dureza.

—Ya tenías el ojo, he aquí tu corazón.