El escriba de la Tumba había reunido en su casa a la mujer sabia y a los dos jefes de equipo. El período de descanso terminaba y era preciso tomar decisiones.
—El equipo de la izquierda emprenderá la construcción del templo de millones de años, de acuerdo con el plano trazado por el maestro de obras y aprobado por el rey. ¿Tienes que hacer alguna observación, Hay?
—Ninguna.
—Las obras quedarán cerradas y custodiadas por la policía. Al menor incidente, debes avisar al jefe Sobek.
El jefe del equipo de la izquierda asintió con la cabeza.
—Los otros dos puntos que debo comentaros son más delicados: ¿es oportuno reanudar los trabajos en el Valle de los Reyes y confiar a Sobek lo que hemos descubierto?
—Es esencial excavar la tumba real —afirmó Nefer—. Proseguiré con la tarea, sean cuales sean los riesgos.
—En ese caso, debemos comunicar a Sobek que entre nosotros se oculta un traidor.
—No estoy de acuerdo —declaró secamente el jefe del equipo de la izquierda—. Son problemas nuestros y sólo nos conciernen a nosotros.
—Comprendo tu punto de vista —dijo Clara—. Pero Sobek no es nuestro enemigo. Ama la aldea, desea su supervivencia y necesitamos su ayuda.
—¡Qué vergüenza para nosotros! ¿No será eso quebrar la unidad de la cofradía?
—El que intenta quebrarla es el miserable que ha traicionado su juramento. Y debemos esta vergüenza a nuestra falta de vigilancia.
—Sólo pongo una condición —exigió Hay—; que Sobek guarde absoluto secreto sobre lo que va a saber.
Sobek estaba sentado en una estera y escuchaba perplejo a Kenhir, que ocupaba el único asiento confortable del quinto fortín.
—Vuestras revelaciones no me sorprenden en absoluto —le confesó al escriba de la Tumba—. Hace más de diez años que busco en vano al asesino de uno de mis hombres, y he llegado al convencimiento de que se oculta en la aldea. ¿Qué mejor cubil podría haber encontrado? Y, ahora, el devorador de sombras intenta perjudicaros, en el propio interior de la cofradía. Rendíos a la evidencia, Kenhir: se trata de una conspiración, que se viene preparando desde hace mucho tiempo. Yo no estoy autorizado para investigar en el Lugar de Verdad, por lo que os corresponde esa tarea. Debéis ser muy prudentes… El devorador de sombras ha matado ya, y no vacilará en volver a hacerlo si siente que su seguridad y su anonimato están amenazados.
—Por lo que a ti respecta, ¿qué piensas hacer?
—Nuestro hombre está obligado a mantener contactos con sus cómplices del exterior, y acabará cometiendo algún error.
—Hasta hoy, no ha sido así.
—Lo sé, Kenhir, lo sé… Se diría que es inaprensible, y eso me quita el sueño. Pero es mi única esperanza.
—Debes prometerme que guardarás silencio.
—Debería redactar informes para mis superiores y…
—Tus únicos superiores son el faraón, el visir y yo mismo. Te protegeré, Sobek, y si es necesario le daré explicaciones al rey. Pero no se trata de que otros cuerpos de policía sean informados de lo que ocurre en la aldea. Sólo tenemos confianza en ti.
El nubio pareció conmovido.
—En nombre del faraón, juro que guardaré silencio.
Alguien se acercaba. El policía Tusa era el encargado de custodiar la tumba de Merenptah, y estaba seguro: alguien se acercaba. Los pies desnudos no hacían casi ruido alguno en la arena, pero el nubio tenía el oído lo suficientemente fino como para advertir el peligro.
Tusa desenvainó su puñal y se pegó a la roca para asestarle un golpe decisivo al intruso.
Paneb, que era el primero en llegar a las obras, se extrañó al no ver al guardián.
Conociendo la seriedad de los hombres de Sobek, sólo podía llegar a una conclusión: habían matado a Tusa.
Si el agresor estaba todavía allí, Paneb no permitiría que huyera. Y si el otro le había oído acercarse, se ocultaría contra la pared, junto a la entrada de la tumba.
El artesano se agachó y avanzó sigilosamente a lo largo de la roca.
El otro estaba allí, lo presentía. Percibía, al mismo tiempo, su miedo y su deseo de matarlo.
Paneb se abalanzó hacia la entrada de la tumba, arrojándose al suelo y rodando sobre sí mismo. Sorprendido, el nubio golpeó el vacío. El joven coloso le segó las piernas y le dio un golpe tan violento en la muñeca que soltó el arma.
—Pero… ¡si eres el policía!
—¡Y tú perteneces al equipo!
—Haces bien tu trabajo, amigo.
—Pues tú, si quieres cambiar de oficio, Sobek te alistaría de buena gana.
—Me extrañaría.
El maestro de obras y los demás artesanos llegaron al lugar. El nubio y Paneb se levantaron.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Nefer.
—Un simulacro para poner a prueba las medidas de seguridad —respondió Paneb—. Gracias a Tusa, la tumba no corre ningún peligro.
Kenhir se instaló en el sitial excavado en la roca, al abrigo del sol, y supervisó la distribución del material. Los miembros del equipo de la derecha seguirían excavando bajo la dirección del maestro de obras, a excepción de Ched el Salvador y Paneb, que recibió unos finos cinceles de cobre.
—Para nosotros comienza el trabajo de precisión —reveló Ched—. En la parte desbrozada, prepararemos una pared tan lisa como sea posible. ¿Qué sería de la pintura sin un excelente soporte?
Paneb tocó el amuleto que llevaba colgado del cuello.
—Has cambiado —observó Salvador—. Tienes el mismo ardor de siempre, pero mucha más fuerza.
—Me has abierto los ojos, Ched. ¿Cómo podré agradecértelo?
—Convirtiéndote en un pintor mejor que yo mismo. Los demás dibujantes ejecutarán mis órdenes; de ti espero más.
—Tengo centenares de esbozos que enseñarte.
—Probablemente no aceptaré ninguno de ellos. Quiero que aprendas a aplicar la imaginación al programa simbólico que exige una tumba real. Si le eres fiel, ninguno de los secretos de nuestro arte estará ya fuera de tu alcance.
Durante la noche pasada en el collado, Paneb había observado las estrellas y la luna. El amuleto del ojo estaba cargado de energía, y Paneb notaba que le renovaba las fuerzas. El joven coloso terminó de raspar las últimas excrecencias de piedra con una azuela corta, y luego pulió la superficie con la ayuda de unos guijarros. Después tendría que aplicar un revoque de escayola fina y cola transparente. Más tarde, los dibujantes procederían al cuadriculado de la pared para que cada figura estuviera en armonía con el conjunto de la escena.
Los escultores estaban dando los últimos retoques al dintel de la monumental puerta. En ella se veía un escarabeo y un carnero que evocaban la resurrección de un sol con el que se identificaría el alma del faraón, por la que velaban Isis y Neftis.
Y el equipo avanzaba, mientras Ched el Salvador comenzaba a desvelar a su discípulo el tema de las pinturas que animarían los muros.
Serketa se quitó el vestido verde con flecos púrpura y, con calculada lentitud, se puso otro, de un rojo agresivo, que dejaba los pechos al desnudo.
—¿Soy bella, dulce amor mío?
—Soberbia —afirmó Méhy, que se complacía con el espectáculo tras una dura jornada de trabajo durante la que, gracias a su innato sentido de la corrupción, se había asegurado el agradecimiento de algunos. Tanto en la orilla oeste de Tebas como en la del este, cada vez tenía más fervientes partidarios, que alababan su dinamismo y su excelente gestión. Y como su encantadora esposa sabía incitar a los notables durante los banquetes, le ganaba los favores de algunos vejestorios que apreciaban a aquella pareja rica e influyente. Méhy seguía, así, tejiendo su tela para que ningún personaje influyente de la gran provincia del Sur se le escapara. Aquello le servía como experiencia previa antes de emprenderla con el país entero.
Mientras Serketa se desnudaba de nuevo, adoptando poses lascivas, el intendente se vio obligado a avisar a Méhy.
—Un oficial procedente de la capital desea veros.
—Hazle pasar a la sala de recepción y dale de beber.
Serketa se restregó contra su marido.
—¿Puedo escuchar vuestra entrevista, desde detrás de una cortina?
—Claro.
—¿No deberíamos librarnos de ese militar? —susurró.
—Probablemente, pero aún es demasiado pronto.
Serketa se sintió tan excitada ante la idea de cometer un nuevo crimen, que no dio a Méhy la posibilidad de ignorarla. El oficial podía esperar.
—¿Hay noticias? —preguntó el general.
—Merenptah reina con mano de hierro —respondió el oficial—, pero se rumorea que su salud no es excelente.
—¿Quién tiene más puntos para ser su sucesor?
—Su hijo Seti, pero hay algo más serio: en los cuarteles, se ha intensificado la actividad, y el rey ha ordenado a los armeros de Pi-Ramsés y Menfis que fabriquen gran cantidad de espadas, lanzas y escudos.
—¿Hay maniobras a la vista?
—Es probable. Una demostración de fuerza en Siria-Palestina calmaría eventuales rebeliones. Los jefes de tribu podrían creer que Merenptah es más débil que Ramsés y fomentar graves disturbios.
—¿Hay algo más?
—Nada más, general. A mi modo de ver, deberíais ir a Pi-Ramsés para apreciar mejor la situación. No es recomendable permanecer aislado en Tebas, tanto más cuanto vuestra fama crece y varios dignatarios próximos al rey desearían conoceros.
El oficial tenía razón, pero necesitaba un buen pretexto para realizar el viaje. Y el pretexto se lo proporcionaría el Lugar de Verdad.