Clara y Nefer se habían amado como el primer día, con la misma pasión, teñida ahora de una ternura y una complicidad que aumentaban día tras día. El paso del tiempo no hacía mella alguna en su unión, como si ésta existiera desde siempre y no fuera víctima de los albures de los sentimientos.
Desnuda y enamorada, Clara no perdía aquella innata nobleza que había conquistado el corazón de todos los aldeanos. El maestro de obras admiraba a la mujer sabia.
—Estás preocupado, ¿no es cierto?
—El equipo ha aceptado mi proposición, pero ¿realmente han sido sinceros?
—La perfección no se halla en los hombres, Nefer, sino en la obra. Si les das un ideal y les permites realizarlo, superarán sus debilidades.
—Sí, pero ¿superaré yo las mías? No estoy hecho para este cargo, Clara. Con ser escultor me bastaba… ¡Y qué bueno era seguir las directrices del jefe de equipo!
—¿Olvidas quién te ha elegido? Es inútil dar coces como un caballo fogoso, y más aún preguntarnos sobre nosotros mismos. Soy la primera en saber que ni tú ni yo estamos a la altura de las tareas que debemos realizar, pero hay que llevarlas a cabo, y escalar la montaña, día tras día.
—Tantos problemas, tantas preocupaciones, tantas exigencias irrisorias por parte de unos y otros… Eso es lo que me agota, ¡y mucho más que la magnitud de la obra!
—¿Acaso crees que mi suerte es mejor? Están la piedra y la madera, eternamente dispuestas a recibir la luz, pero están también los seres humanos, siempre dispuestos a mentir, a holgazanear y a rivalizar en vanidad y egoísmo. Es así y nunca será de otro modo, pero el Lugar de Verdad los convierte en una tripulación capaz de navegar hacia paisajes que ninguno de ellos podría haber descubierto si hubiera viajado en solitario.
Nefer besó a su esposa con pasión.
—Soy toda tuya —dijo ella—, pero no olvides que tenemos un invitado.
Kenhir comía con apetito los suculentos riñones al vino blanco, acompañados por unas lentejas al ajo y un caviar de berenjena que había preparado Clara.
—Es muy sencillo —reconoció Clara—. La muchacha que me ayuda en casa está de vacaciones y no tengo tiempo de preparar grandes platos.
—Tienes dotes para todo, Clara… Gracias a ti, mi gota casi ha desaparecido.
—Tal vez fuera prudente beber menos vino y más agua —sugirió la mujer sabia.
—A mi edad, es malo cambiar de costumbres.
—¿Estáis satisfecho con Niut la Vigorosa?
—Es una pequeña peste, insolente y cabezona… pero útil. Me libra del polvo, no maltrata demasiado mis muebles y cocina de un modo aceptable. Me veré obligado a aumentarle el sueldo… ¡Pero temo que se meta en mi biblioteca! Sin duda, aprovecha mi ausencia para limpiarla. En fin, si pone cada pincel en su lugar y no toca ningún papiro…
—¿Cómo fue vuestra entrevista con Méhy? —preguntó Nefer.
—Bastante bien. Es un hombre dinámico, firmemente decidido a cumplir su función y, sobre todo, muy ambicioso. Por esta razón debería ser un excelente protector del Lugar de Verdad. Ésa es la misión que le ha confiado el faraón, y no tiene intención de fracasar. Además, no intentó corromperme, ni siquiera de un modo superficial… Pero me hizo una curiosa petición.
—¿Cuál?
—Desea verte, Nefer.
—¿Por qué razón?
—Según Méhy, sólo el maestro de obras puede ayudarlo a resolver un problema administrativo urgente.
—¿No es eso competencia vuestra, Kenhir?
—En este caso no, pues, al parecer, se añade un aspecto técnico que es de tu competencia. Le dije que tu identidad era secreta, pero tu reconocimiento oficial por la pareja real ha hecho circular tu nombre. Por otra parte, que Méhy sepa quién eres no tiene demasiada importancia, y tú no estás obligado a acudir a esa cita.
—Ya, pero está de nuestra parte, ¿por qué tendría que rechazarlo?
—Comparto tu punto de vista.
—Lo veré en el primer fortín. Y, si realmente puedo ayudarlo, lo haré.
El artesano del equipo de la derecha que traicionaba a la cofradía había tomado múltiples precauciones para ir al almacén de Tran-Bel. Afortunadamente, varios colegas habían aprovechado la semana de descanso excepcional, concedida por el maestro de obras antes del comienzo de los grandes trabajos, para abandonar la aldea. Unos se ocupaban de sus campos y sus rebaños, otros visitaban a los parientes de una u otra orilla, y otros hacían sus compras.
Ante la insistente mirada del jefe Sobek, el traidor había advertido que el policía se estaba volviendo muy suspicaz. Se tranquilizó pensando que el nubio, si hubiera tenido indicios claros, no habría vacilado en detenerlo e interrogarlo. Sin embargo, su actitud acababa de cambiar, como si sospechara de un hombre del interior de la aldea.
Simplemente, debería actuar con más prudencia, por si acaso Sobek había ordenado que lo vigilasen. En ese caso, corría el riesgo de conducir al perseguidor hasta el almacén y provocar su propia caída. Debería haber permanecido en la aldea y no correr riesgo alguno, pero tenía que hablar urgentemente con la mujer que le haría rico.
Así pues, no tomó la barcaza, en la que corría el riesgo de encontrarse con un policía de Sobek, y alquiló los servicios de un pescador que lo pasó a la otra orilla a cambio de una hogaza de pan. Al regresar, elegiría otro distinto.
El artesano se aseguró de que no los había seguido ninguna barca.
Tras haber atracado en un lugar desierto, lejos del embarcadero principal, el artesano permaneció apostado entre las cañas durante más de una hora.
Nadie se acercó a su escondrijo.
Tranquilizado, escaló la ribera y se dirigió hacia la ciudad, mirando hacia atrás con frecuencia. Se metió, por dos veces, en callejones sin salida y volvió sobre sus pasos para sorprender, en vano, a un eventual perseguidor. Si lo habían seguido, había conseguido despistarlos.
El artesano entró apresuradamente en el almacén y penetró en el despacho donde Tran-Bel hacía sus cuentas.
—¡Ah, eres tú! Me alegro de verte. Nuestros negocios marchan a las mil maravillas.
—Dile a quien tú sabes que estoy aquí.
—En seguida, en seguida… ¿Has hecho nuevos proyectos de sillas?
—Sí, pero tendrás que esperar antes de obtenerlos.
—Es molesto, muy molesto… ¡La clientela reclama!
—Ante todo, mi seguridad. ¡Avísala, y pronto!
—Ya voy, ya voy…
Tran-Bel ya estaba pensando en fabricar imitaciones, pero tendrían defectos. Por lo tanto, debería dedicarse a los nuevos ricos, al menos durante algún tiempo.
—¿Has descubierto algo importante? —preguntó Serketa a su informador.
—El maestro de obras ha tomado la decisión de excavar la tumba del rey y de construir su templo de millones de años, movilizando a todos los artesanos.
—¿Y eso es todo? ¿Has descubierto el escondrijo de la Piedra de Luz?
—De momento, no.
—Me decepcionas.
—No dispongo de ninguna información seria y no puedo husmear por todas partes sin ser descubierto.
—¿No eres libre de ir a donde quieras en el interior de la aldea?
—Algunos locales están cerrados con llave y sólo pueden abrirlos el escriba de la Tumba y el maestro de obras.
—De todos modos, tendrás que encontrar una solución.
—Mi equipo trabajará sin descanso durante un largo período de tiempo, y no podré mantener contacto con el exterior.
La mirada amenazadora de Serketa se clavó en el artesano.
—¿Acaso estás intentando huir, refugiándote en tu maldita aldea?
—¡No lo comprendéis! Las obras que van a empezar comprometen el porvenir de la cofradía, y el maestro de obras se mostrará intransigente. Tendremos que hacer horas extras y aceptar la reducción de nuestros períodos de descanso si se presentan dificultades técnicas. Y eso no es todo: el jefe Sobek se muestra cada vez más suspicaz.
—¿Con respecto a qué?
—Estoy convencido de que sospecha que uno de nosotros participa en una conspiración contra el Lugar de Verdad, tal vez incluso que asesinó a un policía. El tal Sobek es temible, es capaz de organizar vigilancias y acechar el delito permanentemente. Por eso he tomado múltiples precauciones para venir aquí.
—Muy prudente por tu parte… Pero ¿no te estarás volviendo demasiado timorato?
—No lo creo.
Serketa paseó lentamente alrededor del artesano.
—Sólo me traes malas noticias. Qué lástima… ¡Las mías eran excelentes! Mientras tú vegetas en la cofradía, tu patrimonio aumenta. Una vaca lechera más, un terreno al borde del Nilo, un campo… Cuando te retires, serás un hombre rico. Pero antes tendrás que convertirte en un informador mucho mejor.
El artesano se imaginaba tumbado sobre unos almohadones, en la sala de una hermosa morada donde pasaría las horas contando sus bienes una y otra vez.
Pero el sueño aún estaba muy lejos de la realidad… Y el traidor no se había decidido a revelar todos los secretos que poseía sin estar seguro de que podría gozar, sin peligro, de los frutos de sus manejos.
—No he cambiado de opinión —afirmó—, pero no podré decir nada hasta que las obras estén lo bastante adelantadas.
—No olvides que nuestra alianza no puede romperse —advirtió Serketa—. Cuando volvamos a vernos, estoy segura de que podrás decirme muchas más cosas.