17

Nefer el Silencioso y Kenhir subieron hasta la tumba que el maestro de obras se hacía excavar en la necrópolis del Lugar de Verdad. De vez en cuando, él mismo trabajaba en ella, con la ayuda de Paneb, que acababa de terminar una pintura en la que predominaba el ocre.

—Quiero que veáis la última obra de mi hijo adoptivo —le dijo Nefer al viejo escriba—. Creo que está especialmente lograda.

Los muros sólo estaban groseramente tallados, y la luz del exterior únicamente iluminaba la parte baja de la pared, ante la que el maestro de obras se detuvo. No llegaba a los colores vivos, y el escriba de la Tumba tuvo que acostumbrarse a la penumbra para discernir la escena.

Frente a frente, dos hombres: el uno vestido con el delantal de los maestros de obras; el otro, con una túnica de ceremonia. Éste llevaba el material de los escribas.

—Pero si… ¡soy yo! —exclamó Kenhir, asombrado.

—He querido que os reprodujeran en esta morada de eternidad para que podamos seguir dialogando y preocupándonos por la felicidad de esta aldea cuando hayamos abandonado esta tierra.

—Es un gran honor —musitó Kenhir, emocionado.

—Sobre todo es una prueba de mi estima hacia el escriba de la Tumba, que olvida su edad y sus males para mejor preservar el bienestar de la cofradía.

—Es la más hermosa prueba de afecto que jamás he recibido, Nefer… ¿Cómo puedo agradecértelo?

—Siguiendo adelante, Kenhir, por muchas dificultades que se presenten.

El escriba contempló largo rato la pintura que lo representaba en su edad madura.

—Paneb me ha atribuido una nobleza que no tengo… ¡Pero es preferible presentarse así ante los dioses!

—¿Os ha hablado de su obra maestra?

—Busca por todas partes la materia prima, y no descansará hasta que la encuentre.

—¿Va por el buen camino?

—Eso espero… Pero ¿cuántos han fracasado cuando creían estar llegando a su objetivo?

Los dos hombres salieron de la tumba que dominaba la aldea.

—Qué suerte tenemos, Kenhir: vivir y morir aquí, en compañía de los antepasados, lejos de la agitación del mundo exterior, con la protección de la Piedra de Luz. ¿Crees que existe más hermoso destino?

—Me gustaría hablarte de un proyecto, algo sorprendente, que me interesa…

Nefer el Silencioso escuchó con atención. El proyecto era realmente sorprendente.

En la cofradía, toda buena noticia era acompañada de un banquete, por lo que Pai el Pedazo de Pan no dejó de organizar uno para celebrar que Kenhir seguía siendo el escriba de la Tumba. Aunque la mayoría de los aldeanos deplorasen su difícil carácter, los dos equipos reconocían la competencia y la seriedad del viejo escriba, que era considerado como un miembro indispensable de la cofradía.

El único que no estaba contento era Imuni, el ayudante de Kenhir, que tenía esperanzas de ocupar el lugar de su patrón, al que ya se sentía superior, aunque los dedos del escriba de la Tumba no estuvieran aún entumecidos. Kenhir redactaba solo el Diario de la cofradía, y únicamente delegaba en su ayudante algunas tareas secundarias. Imuni se consoló pensando en la edad de su jefe, que ya no tardaría en partir al reino de Osiris.

Al terminar la fiesta, Kenhir recibió a Niut la Vigorosa.

—Me despedisteis porque creíais que ibais a abandonar la aldea —recordó la joven—. Pero finalmente os quedáis, así pues, ¿me vais a contratar de nuevo?

—¿Eres consciente de que tienes un carácter espantoso?

—Es necesario para soportar el vuestro. Lo importante es si estáis satisfecho con mi trabajo o no.

—A excepción de la limpieza de mi despacho, que es demasiado frecuente, no estoy descontento. Por lo que se refiere a tu cocina, debo admitir que es suculenta aunque le falte grasa.

—Sería desastroso para vuestra salud. He hablado de ello con la mujer sabia y ha estado de acuerdo conmigo. Mientras sea yo la encargada de preparar vuestras comidas, evitaré las grasas.

—Un día me dijiste que no te encargabas de mi casa, sino sólo de la limpieza y la cocina.

Niut la Vigorosa sonrió.

—¿Deseáis… ampliar mis responsabilidades?

—Exactamente. Se avecina un período de mucho trabajo para mí, y ya no tengo la misma energía que antes, sobre todo después de la prueba por la que acabo de pasar. Así pues, sólo deseo consagrarme a la Tumba y a sus exigencias. Tú velarás por esta morada y por todo lo necesario para la buena marcha de lo cotidiano, sin olvidar el cuidado de mis vestidos y los frascos de aceite de ricino para mis cabellos.

—Mi salario…

—He pensado en ello, claro está, y he encontrado una solución que presentaría numerosas ventajas, aunque tal vez a ti no te guste demasiado.

—¿Os negáis a aumentarme el sueldo?

Ahora le tocaba sonreír a Kenhir.

—No me gusta malgastar el dinero, pero no soy tan avaro. Para asumir tu pesada tarea, tendrás que vivir aquí. Por eso quiero pedirte que te cases conmigo.

Niut quedó estupefacta.

—Pero…

—¡Pero yo soy un viejo y tú una muchacha! ¿Crees que no lo sé? Tranquilízate, no siento por ti ningún deseo malsano y mi único amor es el de un abuelo hacia su nieta. Te he observado, Niut, y he advertido que eres honesta, trabajadora y digna de estima. Al casarme contigo, te hago mi heredera. Cuando muera, serás una mujer rica y cultivada, pues te concederé tiempo para leer y descubrir los magníficos textos de los sabios. Entonces podrás agradecérmelo, elegir al hombre que te guste y darle todos los hijos que quieras. Naturalmente, dormiremos en alcobas separadas y tendrás tu propio cuarto de baño. El anuncio de esa boda evitará los rumores de nuestros queridos aldeanos, cuya imaginación, a veces, va muy deprisa. Les diremos que se trata de un acto legal para asegurar tu porvenir y nada más. Espero que tú sabrás disipar cualquier malentendido.

—¿Ha… habláis en serio?

—Muy en serio. No eres una sierva como las demás, Niut; satisfacerme a mí es una hazaña que merece una recompensa. Convertirte en mi esposa sólo te procurará ventajas y te valdrá, incluso, el respeto de las demás amas de casa. Ya he hablado de esto con el maestro de obras; al principio quedó tan boquiabierto como tú, pero luego comprendió mi punto de vista. Piénsalo, muchacha, y decide.

—¿No me acusarán… de haberos seducido y haberme comportado como una cualquiera?

—Tranquilízate, ya debe de hacer mucho tiempo que circulan los rumores. Con esta boda tendrán que morderse la lengua; ya nadie te faltará al respeto, so pena de una severa reconvención.' Daré cuentas ante el tribunal de la cofradía de la verdadera naturaleza de nuestra unión.

—Es tan inesperado, tan…

—Yo no te obligo a que hagas nada, Niut; puedes elegir libremente.

—¿De verdad no tenéis segundas intenciones?

—Te lo juro por la vida del faraón y por la del maestro de obras. No te he ocultado nada; puedes estar segura de mis intenciones. Existe, sin embargo, un riesgo…

A Niut se le hizo un nudo en la garganta:

—¿Cuál?

—Que tu nuevo estatuto de ama de casa se te suba a la cabeza y ya no me sirvas como antes. Pero ese riesgo debo correrlo yo.

—¡No me conocéis!

—Conozco bien la naturaleza humana, jovencita.

—¡Me comprometo firmemente a ocuparme de esta casa como si fuera mía!

—Pero si será tuya, precisamente, si aceptas esta boda.

Niut la Vigorosa tocó una pared, como si quisiera asegurarse de que no estaba soñando.

—Y en ese caso, ¿cómo podéis suponer que podré tolerar el menor desorden? Hay muchos detalles que me molestaban y sobre los que me veía obligada a callar para conservar mi trabajo… pero si voy a ser la dueña de esta casa, la cosa cambia. Deben rehacerse las pinturas, algunas piezas del mobiliario son indignas del escriba de la Tumba y la comodidad de los cuartos de baño debe mejorarse enseguida. De lo demás ya hablaremos más adelante.

Kenhir ya había previsto que Niut reaccionaria así y se preguntó, por unos instantes, si sería capaz de resistirlo durante mucho tiempo. Pero era el precio que debía pagar para ofrecer a aquella muchacha excepcional cuanto merecía.

—¿Debo entender… que aceptas?

—No, claro que no… En fin, quiero decir que… ¡Es todo tan inesperado!

—¿Tienes alguna exigencia que yo no haya tenido en cuenta?

—No, los términos del contrato me interesan, pero es un cambio tan grande… ¿Y por qué me habéis elegido a mí?

—¡Porque ya no tengo edad para volver a casarme, Niut! El destino acaba de asestarme un duro golpe que me obliga a ocuparme sólo de lo esencial. Tú tienes una vida que vivir, y yo la posibilidad de ofrecerte una base sólida. Me conozco y sé que no soy bueno ni generoso, porque los años pasados administrando esta cofradía me han enseñado a ser desconfiado y a no tener ilusiones; al desposarte, ante todo busco mi interés y mi bienestar. Sobre todo, no quiero que creas que actúo por caridad y por grandeza de corazón.

Para tranquilizarse, Niut la Vigorosa cogió un cepillo y la emprendió con un arcón de madera.

—Tal vez sepáis clasificar correctamente vuestros archivos, pero no sabéis cómo se dobla la ropa y se guarda adecuadamente. Y a vuestra edad ya no se es capaz de aprender semejantes sutilezas. Por lo que se refiere a la deplorable costumbre de llevar varios días seguidos una túnica arrugada, ante las desaprobadoras miradas de las mujeres de la aldea… Dejemos las cosas claras, Kenhir: ocuparse de una casa necesita iniciativa, y yo no quiero que me contraríen en mis dominios.

—¿No hay negociación posible?

—Ninguna.

—Pues acepto tus condiciones, Niut.