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Un robo en el Valle de las Reinas? —se extrañó Kenhir, a quien el jefe Sobek recibía en su modesto despacho del quinto fortín.

—Alguien penetró en la tumba de una princesa, puesto que el sello ha sido roto.

El maestro de obras había sido avisado y acudió en seguida al lugar, en compañía del jefe del equipo de la izquierda. Juntos, comprobaron los desperfectos.

—¡Qué extraño ladrón! —se asombró Hay—. Ha despanzurrado la oca para saber lo que contenía, pero no se ha llevado las placas de metal.

—No le interesaban porque buscaba la Piedra de Luz.

—¿Aquí, en esta tumba de princesa?

—Ha debido de suponer que la oca guardiana contenía el más importante de nuestros tesoros.

—¿Algún miembro de tu equipo ha dormido en el villorrio, la pasada noche?

—No, que yo sepa, pero me aseguraré.

Hay hizo comparecer a todos los artesanos del equipo de la izquierda ante el jefe Sobek y el maestro de obras, que los interrogaron sin miramientos. Sus testimonios, al igual que la investigación llevada a cabo en el interior de la aldea, desembocaron en una certeza: la noche del robo, el villorrio del Valle de las Reinas estaba completamente vacío.

—Mis hombres han cometido una terrible negligencia —deploró Sobek—, y yo soy responsable de ello.

—Deja ya de castigarte —recomendó Paneb—. El traidor siguió una falsa pista porque creyó que habíamos sacado la Piedra de Luz de la aldea. Ahora que ha descubierto que no, seguirá investigando.

—Los policías apostados en el Valle de las Reinas no eran los mejores, lo reconozco, pero, a fin de cuentas, tampoco son unos novatos.

—El traidor es astuto y desconfiado —recordó el maestro de obras—. ¿Te das cuenta de que se nos escapa desde hace muchos años y de que yo hablo con él todos los días y no sé quién es?

—¿Cómo un hombre, por muy hábil que sea, ha evitado cometer el más mínimo error durante tanto tiempo? Sólo puede tratarse de un demonio surgido del infierno que ha penetrado en el cuerpo de un artesano.

—No estás equivocado.

El policía nubio se quedó perplejo.

—¿También tú lo crees?

—Los humanos somos capaces de cometer cualquier vileza, pero ésta supera los límites conocidos. El Lugar de Verdad lo inició, lo educó, lo alimentó, le ofreció la visión de los misterios, le permitió conocer la fraternidad… ¡Y él sólo intenta destruirlo! Tienes razón, Sobek: sólo un demonio tiene el corazón tan podrido.

El guardián de la puerta principal de la aldea se inclinó ante el maestro de obras.

—El escriba de la Tumba os está esperando en su casa.

Ni un ama de casa conversaba en el umbral de su puerta, ni un chiquillo jugaba…

La puerta de la casa de Kenhir estaba abierta. Niut la Vigorosa había abandonado su escoba y sus cepillos y estaba sentada en un taburete.

—En su despacho —murmuró.

Kenhir estaba postrado en su sillón.

—Tu hijo, Paneb… El cartero nos ha traído una copia de la condena: cadena perpetua; ha sido condenado a realizar trabajos forzados en una mina de cobre del Sinaí. Ya sabes lo que significa eso… Ha recurrido al tribunal del visir, pero Hori no modificará la pena. En nuestro país, la violación es un crimen severamente castigado.

Paneb permaneció inmóvil durante largo rato.

—Ya no es miembro de la cofradía, así que no tenemos medio alguno de defenderlo.

—Vos lo sabíais, Kenhir, como todos los que aprobaron el castigo que propuse.

—Nunca te reprocho nada, pero era muy joven, podría haber cambiado con la edad…

—Sabéis muy bien que no.

Kenhir bajó la mirada.

—Es cierto… Pero en el futuro corres el peligro de quedarte solo.

—¿Acaso no es ése el destino de un maestro de obras?

—Ya no tienes hijo, Paneb, pero te acercas a tu padre espiritual.

—Después del almuerzo reuniré a los dos equipos en el templo para concretar sus futuras tareas.

La fortaleza del coloso fascinaba al viejo escriba; Paneb el Ardiente había dominado numerosos fuegos para ponerlos al servicio de la obra. Años atrás, Kenhir había presentido en aquel joven fogoso a un ser excepcional, y no se había equivocado; y Nefer el Silencioso, a pesar de las apariencias y todo lo que oponía y diferenciaba a ambos hombres, tampoco había errado al elegirlo como sucesor.

En el suelo de la primera estancia había unos granos de arena. Apenas se veían, pero Uabet la Pura, por lo general, limpiaba tan bien la casa que Paneb lo advirtió en seguida. Desde su boda, nunca había cometido semejante descuido.

—¿Estás ahí?

Uabet salió de su alcoba, vestida de sacerdotisa de Hator, delgada y frágil.

—¿Vas a una ceremonia?

—No, Paneb. He pedido a la mujer sabia que me nombre guardiana de los oratorios.

—¿No será una tarea demasiado dura para una madre de familia?

—Mi hijo ha desaparecido, mi hija vive en casa de Clara, donde se inicia en el arte de curar… Abandono esta casa y te abandono a ti también, Paneb.

—¿Quieres… divorciarte?

—Te he amado a mi modo, tanto como podía amar. Pero has condenado a Aperti y no puedo perdonártelo ni seguir siendo tu esposa. Si me quedara a tu lado, acabaría odiándote.

—¿Lo has pensado bien?

—¿No te parecen explícitas mis palabras?

El coloso conocía lo suficiente a su mujer para saber que no se echaría atrás.

—Hazme un favor, Uabet: que el divorcio se pronuncie a expensas mías.

—Será mejor que se aplique la justicia. Puesto que soy yo quien se va, conserva esta casa, que es digna del maestro de obras de la cofradía. Yo viviré en la que ocupaba Aperti. Su esposa ha regresado a Tebas, el Estado le pagará una pensión. En adelante, me encargaré de cuidar los oratorios de la aldea y prepararé las ofrendas. ¿Puede haber una vida mejor?

—Uabet…

—No me toques, Paneb. Mi vestido de ceremonia es nuevo y no soportaría que se arrugase.

Tras un vano intento de conciliación, Kenhir sentenció el divorcio en un clima sereno y digno. Al maestro de obras se le atribuyó una sirvienta que limpiaba su casa y era, también, capaz de cocinar; Uabet la Pura decidió arreglárselas sola. Su ex marido se comprometió a entregarle la mitad de su salario y algunas rentas de sus campos. La divorciada se quedaba en la aldea, por lo que todos podrían comprobar que no le faltaba de nada.

Quedaba por decidir la suerte de Selena, que fue llamada ante el jurado.

—¿Con quién prefieres vivir —le preguntó Kenhir con su más cálida voz—, con tu padre o con tu madre?

La niña reflexionó durante largo rato.

—Ahora tengo tres casas: la de papá, la de mamá y la de Clara. Tengo suerte, ¿no? Prefiero conservar las tres.

Ni Paneb ni Uabet formularon objeción alguna.

—Probémoslo —aceptó Kenhir—. Si se presentan dificultades, el tribunal se reunirá de nuevo.

—Para empezar, ayudaré a mamá a arreglar sus cosas. Luego, ayudaré a Clara a lavar las redomas.

Selena se alejó con Uabet.

—Esta pequeña es una caja de sorpresas —afirmó Kenhir—; no se parece a ninguna otra niña.

—Y no podéis imaginar cómo le gusta reír —dijo Clara—; pero cuando aprende, presta tanta atención que la enseñanza circula por todo su ser y llega hasta su corazón. Sin dejar de ser una niña, es ya más sensata que la mayoría de los adultos.

—Así pues, será tu sucesora —afirmó Paneb.

—Si los dioses lo quieren… ¿Y tú cómo lo llevas?

—Estoy bien. Tal vez hice mal en no contarle a Uabet qué posición iba a adoptar en el proceso de Aperti, pero sabía que no íbamos a estar de acuerdo. Sin mí, y más cerca de las sacerdotisas de Hator, alcanzará la felicidad.

Clara sintió que la fuerza interior del coloso no había disminuido. Al contrario, el drama que afrontaba le obligaba a vivir su cargo con mayor intensidad aún.

La mujer sabia y el maestro de obras caminaron lentamente hacia el templo.

—Cuanto más capacidad tiene un hombre, decían los Antiguos, peores son las pruebas con las que debe enfrentarse… ¡Debo de tener muchísimas cualidades!

—El camino de un maestro de obras es, a la vez, vasto como el universo y estrecho como el sendero de su propia existencia. Según el lugar en el que se posa tu mirada, sientes que las cosas marchan bien o que se acumulan los fracasos.

—Dicho de otro modo, no me das ni un solo segundo para compadecerme por mi suerte.

—Por una parte, es un ejercicio para el que no tienes talento alguno; por la otra, debes dirigir los trabajos de una cofradía que desempeña un importante papel en el mantenimiento de la armonía en nuestra tierra. ¿Sería razonable dudar entre ambas opciones?

El coloso besó con respeto las manos de la madre de la cofradía.