La sierva nubia puso demasiado ungüento adelgazante en los muslos de Serketa.
—¡Estúpida! —aulló Serketa abofeteándola—. ¡Vas a quemarme la piel!
La joven negra, cuya belleza provocaba ataques de envidia a las amigas de su dueña, contuvo las lágrimas. Aunque mal pagada y tratada con insoportable brutalidad, conservaba, sin embargo, ese primer empleo en una villa lujosa, lejos de su aldea natal. Había decidido no seguir siendo una campesina y disfrutar de los placeres de Tebas; y no estaba dispuesta a permitir que su odiosa patrona la desalentara.
—Os presento mis excusas.
Serketa se encogió de hombros.
—Tráeme mis varitas de maquillaje.
Serketa temía que la edad hiciera mella en su cuerpo, por lo que consumía cada vez más productos de belleza: afeites verde y negro para los ojos, ocre rojo para los labios, polvos y cremas suaves para la cara, tintes regeneradores y aceites para el pelo. Su cuarto de baño estaba, pues, lleno de frascos, a cual más costoso, y, como florón, tenía una redoma para perfume de un cristal completamente transparente.
—Mi desayuno —exigió.
La nubia mimaba a su patrona, ávida de nata y de mantequilla mezclada con fenugreco y alcaravea; untada en pan caliente, contribuía a aumentar sus redondeces, pero Serketa no podía resistirse a la tentación.
Méhy irrumpió en los aposentos privados de su mujer, con una soberbia túnica plisada.
—Fuera —le ordenó a la nubia, que salió corriendo.
—¿Ya estás listo, querido? —se extrañó Serketa.
—He reunido a mis oficiales superiores para dar los últimos toques al informe que Set-Nakht ha exigido.
—¡Nada molesto, espero!
—Un simple trabajo administrativo. Lo que cuenta es el enfrentamiento entre ese viejo cortesano y la reina Tausert.
—¿Por quién apuestas?
—Por los dos. Espero que se destruyan mutuamente.
Serketa se colgó del cuello de su marido.
—¡Si supieras qué excitada estaba en el mercado! Con aquellos policías imbéciles tan cerca de mí, ¿lo imaginas?
—Te arriesgas demasiado, amor mío.
—¡No, no, mi tierno león! Nunca me cogerán. Presiento la presencia del peligro mejor que un animal salvaje.
—De todos modos, la policía comprendió que había una mujer implicada en el asunto.
—No saben nada, salvo que una red bien organizada actúa en las sombras.
—¿Tienes noticias del traidor?
—Paneb ha sido nombrado maestro de obras del Lugar de Verdad. Antes o después utilizará, pues, la piedra; por eso nuestro aliado no le quita los ojos de encima. Ha tenido una idea para turbar el buen funcionamiento de la cofradía y el inicio del reinado de Paneb.
—Pues yo tengo otra que va en la misma dirección… ¡No debemos dejar descansar al coloso! Está muy lejos de ser tan comedido como Nefer el Silencioso, por lo que acabará estallando como una piedra que se quiebra a golpes de mazo.
Por primera vez, Paneb presidía el tribunal de la aldea para hacer balance de las condiciones de trabajo y responder a las inquietudes de algunos artesanos.
Karo el Huraño atacó en el punto esencial:
—Corre el rumor de que quieres incrementar el ritmo de trabajo.
—No es exactamente así —repuso Paneb—: ocho días en las obras, de las ocho a las doce y de las cuatro a las seis, dos días de descanso, sin contar las fiestas y las vacaciones especiales. Ésta es la tradición de la aldea y no tengo la intención de modificarla. En caso de urgencia, intentaré hacerle frente con Hay y un mínimo de voluntarios cuyas horas suplementarias serán generosamente pagadas.
—¡Hablemos de la paga! —intervino Unesh el Chacal—. Se dice que tienes la intención de reducir los salarios.
—Eso tampoco es cierto. La distribución se llevará a cabo siempre el veintiocho de cada mes: cinco sacos de espelta y dos de cebada para el escriba de la Tumba, el jefe del equipo de la izquierda y yo mismo, cuatro de espelta y uno de cebada por artesano, como salario mínimo.
—Uno en vez de medio… ¿Nos aumentas el salario?
—Kenhir ha recibido la conformidad de la administración.
—¿No significará eso que el resto de las raciones se verán reducidas? —preguntó Renupe el jovial, preocupado.
—Todos los días, pan, legumbres frescas, leche, cerveza y, por lo menos, trescientos gramos de pescado por persona.
—¿Y cada diez días sal, jabón, aceites y ungüentos?
—Claro está.
—Entonces —exclamó Userhat el León—, ¡no cambia nada!
—¿Por qué modificar lo que nos conviene a todos?
—Para serte franco —reconoció Nakht el Poderoso, molesto—, habíamos apostado a que intentarías cambiar las costumbres…
—La rutina me parece peligrosa, tanto para la mano como para el espíritu; pero numerosas costumbres constructivas nos fueron legadas por los antepasados y forman parte de los tesoros que yo pretendo preservar, con vuestra ayuda.
La calma de su discurso sorprendió a los artesanos.
—Yo he ganado la apuesta —advirtió, irónico, Ched el Salvador—; nadie creía que Paneb iba a ser, realmente, el sucesor de Nefer el Silencioso. Un maestro de obras sólo tiene una palabra, por lo que podéis dormir tranquilos.
Set-Nakht leía el último informe enviado por su hijo mayor, que surcaba Siria-Palestina para poner allí en marcha una red de informadores serios, capaces de avisar a la capital al menor incidente.
—La reina Tausert solicita hablar con vos —le advirtió su intendente.
—¿La reina, aquí, en mi casa?
El intendente asintió con la cabeza.
Estupefacto, Set-Nakht salió de su despacho y se apresuró a ir al encuentro de Tausert, que estaba confortablemente instalada en una silla de mano.
—Majestad, no pensaba yo que…
—¿Me prometisteis obediencia?
—Sí, en las circunstancias actuales y en tanto que…
—¿Soléis faltar a vuestra palabra?
Set-Nakht se sintió insultado.
—¡Nunca, majestad! Y puedo encontrar decenas de testimonios que os lo confirmarán.
—En ese caso, ¿por qué no me comunicasteis las últimas noticias sobre Siria-Palestina?
—El informe lo redactó mi hijo mayor y…
—En primer lugar, es ministro de Asuntos Exteriores. El faraón y yo misma debemos conocer su trabajo, y guardarlo en secreto, si es necesario, incluso ante vos.
Set-Nakht tuvo que admitir que la reina tenía razón.
—¡Pero el rey Siptah es incapaz de apreciar la importancia de este documento!
—Desengañaos. Todas las mañanas acudo a su cabecera y le comunico las informaciones esenciales para que me dé la sabia opinión de un hombre desprendido del mundo. Yo, Set-Nakht, respeto mis compromisos.
El viejo cortesano, ofendido, se inclinó ante Tausert.
—Os entrego de inmediato el informe del ministro de Asuntos Exteriores, majestad.
—Puesto que ya lo habéis leído —dijo la reina, esbozando una sonrisa—, ponedme al corriente.
Sensible a esta prueba de confianza, Set-Nakht no le ocultó nada.
—Siria-Palestina está en calma, pero numerosos grupos se forman aquí y allá, protestando contra el protectorado egipcio que asegura, sin embargo, la prosperidad de la región. Sólo se trata de disturbios menores y habituales, que la policía local sabrá sofocar. En cambio, la situación en Asia sigue siendo inquietante; hay reinos que se derrumban, dinastías guerreras que toman el poder y nadie puede saber qué saldrá de ese avispero. En cualquier caso, nada bueno para Egipto, que sigue siendo, por excelencia, el país que debe conquistarse.
—¿Qué proponéis?
—Ejercer una constante vigilancia sobre el corredor de invasión del noreste, mantener guarniciones poderosamente armadas y bien pagadas, consolidar los fortines que forman nuestra primera línea de defensa, construir nuevos barcos de guerra y ordenar a los arsenales de Pi-Ramsés que proporcionen más material.
—¿Y la amenaza libia?
—Es conveniente tomarla muy en serio. Los clanes aún están divididos, pero bastará con un jefe de guerra más inquieto que los demás para que se lancen a la conquista del Delta, si la agresión llega por el este.
—¿Tenemos bastantes agentes infiltrados?
—Lamentablemente, no; y su cabeza es muy peligrosa. Muchos voluntarios ya han perdido ahí la vida. Según la información que hemos recibido, muy pronto las tribus libias estarán armadas hasta los dientes.
—¿Habéis establecido ya el estado concreto de nuestras fuerzas?
—Los generales me han respondido con rapidez y precisión, creo que sabremos defendernos. Pero ya conocéis mi posición: mejor sería atacar de modo preventivo.
—Pero no es la mía, Set-Nakht. ¿Y el ejército tebano?
—El general Méhy dispone de numerosas tropas bien entrenadas. Gracias a él, el Alto Egipto y el gran Sur están bajo control.
—¿Cuándo regresará a Pi-Ramsés el ministro de Asuntos Exteriores?
—No antes de varios meses, majestad, pues quiere supervisarlo todo él mismo.
—En adelante, que mande directamente sus informes al faraón.
Por segunda vez, Set-Nakht se inclinó ante la reina Tausert.