En nombre de tus dos hijos, Paneb, te suplico que no corras semejante riesgo.
Uabet la Pura abrazó a su marido; era hermosa como un loto azul, e iba delicadamente perfumada.
—Soy el jefe del equipo de la derecha y debo salvar a Thuty de la trampa en la que ha caído.
—¡Tú no eres el responsable de esta situación! Y si mueres durante esta prueba, la cofradía pagará las consecuencias.
—Si no nos defendemos, su reputación quedará destruida y la aldea no sobrevivirá mucho tiempo.
—¡No quiero perderte, Paneb!
El coloso estrechó en sus brazos a su esposa, tan esbelta y tan frágil.
—Uabet, ocupas un rango elevado en la jerarquía de las sacerdotisas de Hator. Como yo, debes pensar prioritariamente en el Lugar de Verdad.
—¡Es demasiado peligroso!
—¿Por qué me consideras vencido de antemano?
—Nadie te obliga a hacerlo —afirmó Nakht el Poderoso—; y si renuncias, nadie te lo reprochará.
—Bien dicho —aprobó Pai el Pedazo de Pan.
—¿Estáis todos de acuerdo? —preguntó Paneb mirando a los artesanos del equipo de la derecha, que estaban reunidos ante su puerta.
—Sí —confirmó Gau el Preciso.
—No veo a Ched el Salvador.
—¡Oh, Ched! —exclamó Karo el Huraño—, ¡siempre igual! No ha dicho nada, pero forzosamente está de acuerdo con nosotros.
—De todos modos, me gustaría oír su opinión.
—Está trabajando en el taller.
Gracias al tratamiento descubierto por Clara tras múltiples experimentos, los ojos de Ched se habían salvado; pero su energía se debilitaba y había dejado la parte fundamental del trabajo para su discípulo Paneb, que se había convertido en su patrón. Salvador se limitaba a perfeccionar algunos detalles y reavivar un color, aquí o allá, con notable precisión. Se entregaba al mantenimiento de las tumbas antiguas, como si el trato con los antepasados de la cofradía le interesara más que el de los vivos.
—Ah, Paneb… Me han dicho que te marchas a Karnak.
—No me has dado tu opinión.
—¿Qué importancia tendría? Cuando tomas una decisión, es definitiva.
—¿No estás de acuerdo con lo que voy a hacer, no es cierto?
—¿Qué riesgo corres, en el fondo? Caer en una emboscada tendida por los sacerdotes de Amón o volverte loco durante la prueba de la aparición… No vale la pena privarse de ello.
—¿Y si lo consigo?
—Ése es el auténtico Paneb, ¡genio y figura! Cuando el camino no existe, tú lo trazas. Y hasta hoy no te has equivocado de dirección. Pero si privas al Lugar de Verdad de uno de los mayores pintores que haya conocido, no te lo perdonaré en la vida.
Paneb y la mujer sabia se recogieron largo rato en uno de los oratorios de la cofradía dedicado a la diosa del silencio, la soberana de la cima. La meditación ofreció al coloso nuevas fuerzas, que se prometió no malgastar antes de enfrentarse con las tinieblas.
Cuando Clara y Paneb salieron del oratorio, el sol empezaba a ponerse.
—Muy pronto será el momento del hotep —dijo ella—, la paz del poniente que Nefer llevaba en su nombre secreto. Le he implorado para que te acompañe y te dé fuerzas.
—Si tú me dices que no corra ese riesgo, te haré caso.
—Nunca me recuperaré de la desaparición de Nefer; si tú murieras también, ya no tendría hijo y ni siquiera el profundo gozo de la cofradía dilataría mi corazón. Pero me es imposible pensar sólo en mí misma. La condena de Thuty traería consigo la del Lugar de Verdad, y sólo tú puedes salvarlo. Cuando entres en la cámara de los sueños, sobre todo no hagas el vacío en tu espíritu, pero piensa sólo en Thuty. Contempla fijamente su rostro, exige la verdad, y sólo la verdad. Luz y tinieblas librarán un terrorífico combate en tu interior, pero preocúpate sólo por el orfebre. Esta noche subiré a la cima e invocaré a la diosa para que te nutra con su fuego.
La mujer sabia y el jefe del equipo de la derecha se dieron un abrazo, luego él se dirigió a la puerta principal, ante la que se habían reunido todos los aldeanos.
Nadie pronunció una sola palabra y Paneb se alejó por el camino de salida, pasando por el Ramesseum.
—¿Tu nombre? —preguntó el sacerdote que llevaba la cabeza afeitada.
—Paneb, servidor del Lugar de Verdad.
—¿Tienes plena conciencia del peligro que corres?
—No estoy aquí para charlar.
—Tu vida está en juego, Paneb.
—No, está en juego la de mi cofradía.
—Tras la purificación, cruzarás esta puerta. Al otro lado, estarás obligado a llegar hasta el final de la prueba.
El jefe del equipo de la derecha tendió las manos, con las palmas vueltas hacia el cielo, para que el ritualista las purificase con el agua procedente del lago sagrado. Luego, el sacerdote le lavó los pies, y Paneb se puso unas sandalias blancas en el umbral del templo que llevaba el nombre de «Ramsés que escucha las plegarias», construido al oriente de Karnak. Allí se levantaba un gran obelisco en el que se encarnaba, cada mañana, el primer rayo de luz saludado por cuatro babuinos de piedra, cuyas aclamaciones sólo eran oídas por los dioses.
Paneb siguió a otro sacerdote con la cabeza afeitada hasta una sala de columnas cuyo suelo de plata evocaba las aguas primordiales donde había nacido la vida.
Se detuvo frente a una pequeña puerta ante la que estaba el sumo sacerdote de Karnak.
—Mi amigo Kenhir me ha hablado mucho de ti, Paneb. Se te considera un buen líder y un excelente pintor. Nefer el Silencioso, tu padre espiritual, estaría orgulloso de ti. Pero tal vez te diría que la conjunción de talentos como los tuyos es tan rara y tan valiosa para la cofradía del Lugar de Verdad que sería una lástima ponerlos en peligro en semejante prueba.
—Había creído entender que ya no era tiempo de charlas.
—Tampoco me han mentido sobre tu carácter… Excepcionalmente, deseo concederte una última oportunidad para que lo pienses antes de penetrar en la cámara de incubación.
—Estoy aquí para que Thuty sea absuelto.
El sumo sacerdote se apartó.
—Que tu cuerpo se duerma si el cansancio lo abruma, pero no tu espíritu. De lo contrario, estarás perdido para siempre. Que alcances al dios, Paneb, y recuerdes tus visiones.
El coloso descubrió una pequeña estancia recién lavada con agua y natrón. En el centro, un pedestal en el que descansaba una barca de acacia. En la barca ardía un candil de una sola mecha, parecido a los que utilizaban los artesanos en las tumbas; no desprendía humo.
La puerta volvió a cerrarse.
Paneb se sentó con las piernas cruzadas y se concentró en la llama sin dejar de pensar en su hermano Thuty que, gracias a los remedios de la mujer sabia, dormía apaciblemente.
De pronto, la mecha se retorció y el fuego danzó, como si intentara escapar del control de Paneb. El pintor se acercó a ella y, con las manos, sin temor a quemarse, consiguió apaciguarla para formar un espejo rojizo en el que descubrió el rostro del orfebre.
—Cuéntame, Thuty, cuéntamelo todo…
Paneb tuvo la sensación de que su cuerpo estaba ardiendo, pero prescindió de ello, pues una escena se inscribía en el círculo de fuego.
El orfebre recorría el templo de Maat y se demoraba en cada una de las placas de oro que había en el muro. Una de ellas llamaba especialmente su atención.
—No, Thuty, no… ¡Tú no hiciste eso!
Tras haber comprobado que estaba bien fijada, el orfebre se alejó. Y salió del templo, llevando al hombro la bolsa que contenía sus herramientas.
La llama lamió la frente de Paneb, que ni siquiera hizo el ademán de retroceder, pues otro personaje aparecía en el círculo: el intendente que Thuty le había descrito detalladamente. Tras haber mirado hacia atrás repetidas veces, para comprobar que nadie lo observaba, el intendente arrancó una placa de oro con la ayuda de un fino cincel de cobre. Una segunda placa corrió la misma suerte, y el ladrón abandonó el lugar.
Una bruma invadió los ojos de Paneb y sintió deseos de dormir. Resistirse le exigía un esfuerzo tan intenso que su cuerpo se cubrió de sudor.
—¿Dónde están… las placas de oro? —preguntó con voz entrecortada.
El rostro de chacal de Anubis apareció en el centro de la llama.
—Duerme, Paneb, duerme… Y encontrarás respuesta a todas tus preguntas.
—Ayúdame, Thuty… ¡Lucha conmigo, hermano!
Los rasgos del orfebre reemplazaron los del dios, luego se sucedieron unas imágenes confusas: el Nilo, embarcaciones, un muelle, mujeres sentadas, cestos llenos de vituallas.
—¡El mercado! —aulló Paneb.
Intentó levantarse para empujar la puerta, pero estaba paralizado.
La llama se apagó, sumiendo la estancia en la más absoluta oscuridad. El coloso intentó resistirse al terrible sueño que lo invadía.
Cuando sus ojos se cerraban, la puerta se abrió.