Menfis estaba sitiada, reducida a la impotencia y a la espera de una destrucción total, que el emperador difería para sumir a sus habitantes en la angustia; el ejército de Jannas avanzaba hacia el sur; la depuración iba por buen camino… A Apofis no le faltaban motivos de satisfacción. En cuanto a la muerte de Minos, era solo un incidente. Sus colegas cretenses ejecutarían el programa decorativo previsto por el emperador.
Apofis sabía que el crimen había sido cometido por Dama Aberia por orden de Tany. Como Minos conspiraba contra él y, un día u otro, lo habría mandado al laberinto, el emperador no sancionaría a su esposa.
Ventosa se inclinó ante el señor de los hicsos.
—Me gustaría solicitar un favor.
—Olvida al pintor, no era digno de ti.
—Me gustaría repatriar a Creta su cuerpo. Eso intrigó a Apofis.
—Extraño proyecto… ¿Cuáles son tus verdaderas intenciones?
—Por una parte, evitar la eventual cólera del rey de Creta haciéndole saber que la muerte de su artista preferido ha sido natural; por la otra, acostarme con él para conocer sus pensamientos y convertirlo en mi esclavo.
Una maligna sonrisa animó el rostro del emperador.
—Quieres tomarla con un rey… ¿Por qué no? Estás en el apogeo de tu belleza y tienes muchas posibilidades de conseguirlo. Librarme del cadáver de Minos y utilizarlo como arma contra los cretenses es una hermosa idea. Pongo un barco a tu disposición.
Bribón se posó en la cubierta del navío almirante, justo ante Ahotep. Tras haberlo felicitado y acariciado, la reina leyó el mensaje que llevaba.
Terminada la lectura, reunió su consejo de guerra.
—Buena noticia: aunque sitiada, Menfis resiste y retiene una parte de las tropas de Jannas. Mala noticia: las trampas que le tienden el afgano y el Bigotudo resultan poco eficaces. Es un ejército poderoso y bien equipado, que avanza hacia nosotros.
—Si os comprendo bien, majestad —dijo el gobernador Emheb—, estáis convencida de que nuestro frente no aguantará.
—Tiene que aguantar.
—Todo está listo para contener un asalto —afirmó el canciller Neshi—. Jannas no espera ciertamente una fuerte oposición. Nos imagina ya huyendo hacia Tebas.
Procedente del sur, otra paloma mensajera se posó en cubierta. Ahotep identificó a uno de los compañeros de Bribón, encargado de las comunicaciones con el palacio real.
El corto texto hizo palidecer a la reina.
—Debo regresar a Tebas inmediatamente. Mi madre agoniza.
Aprovechando la ausencia del almirante Jannas, el gran tesorero Khamudi había invitado a cenar a los oficiales superiores acantonados en la capital, para ofrecerles una buena cantidad de droga, una propiedad en el Delta, caballos y esclavos, todo a cambio de una cooperación sin limites.
Era necesario que Jannas intentara aplastar al enemigo, de acuerdo con las directrices del emperador. En cambio, el almirante no debía exaltarse, vaciar las guarniciones del Delta y desorganizar las defensas de Avaris. Le correspondía al gran tesorero encargarse de la seguridad del emperador y de la capital, evitando irrazonables aventuras. En adelante, cualquier orden que diera el almirante solo sería ejecutada ya con el consentimiento de Khamudi.
Ningún oficial superior había rechazado las proposiciones del gran tesorero. Así, el terreno perdido quedaba reconquistado. Asegurándose la amistad de militares de alto rango, Khamudi minaba la autoridad de Jannas y disminuía el número de sus partidarios.
Regresó a casa de excelente humor, con el deseo de degustar una abundante comida.
Pero descubrir a Ventosa en la antecámara de su villa le quitó el apetito. Había tanto desprecio en la mirada de la hermosa euroasiática que se estremeció.
—Me gustaría ver a vuestra esposa —dijo ella con voz pausada.
—Está…, está en la cabecera de la esposa del emperador.
—La esperaré tanto tiempo como sea necesario.
—¿Deseáis… un refresco?
—No será necesario.
—Sentaos cómodamente, os lo ruego.
—Prefiero permanecer de pie.
Khamudi era incapaz de aguantar la mirada de Ventosa, que nada tenía ya de seductora. Por fortuna, su esposa hizo una ruidosa entrada llamando a su camarera.
—¡Ventosa! Qué agradable sorpresa, pero…
—Tú ordenaste el asesinato de Minos.
—Pero ¿cómo…, cómo te atreves…?
—Pediste la cabeza del hombre al que amaba y la obtuviste. Por eso, te crees omnipotente. Te equivocas, Yima. Eres solo una loca y así perecerás.
Yima se arrojó al cuello de su marido.
—¡Escúchala, querido, me está amenazando!
Molesto, Khamudi tenía que calmar a su mujer y, a la vez, no ofender a la hermana del emperador.
—Eso es solo un malentendido, y estoy seguro de que… La mirada de Ventosa llameó.
—Los asesinos y sus cómplices serán castigados —prometió—. El fuego del cielo caerá sobre ellos.
Lentamente, la euroasiática salió de la ciudad, indiferente ante la crisis de histeria que se había apoderado de Yima.
Con una patada, el almirante Jannas dio la vuelta al cadáver del arquero egipcio al que sus hombres, por fin, acababan de derribar. Encaramado a un sicomoro, el tirador de élite había matado a numerosos hicsos.
—¿Han sido neutralizados los otros?
—Solo queda uno, almirante —respondió su ayuda de campo—. Pronto ajustaremos cuentas.
Jannas veía arder las velas de tres barcos de cabeza, que habían sido gravemente dañados y amenazaban con hundirse.
—Traedme a los capitanes.
Los tres oficiales saludaron al almirante.
—Conocíais los riesgos —recordó Jannas—. ¿Por qué no habéis tomado las precauciones necesarias?
—El adversario es hábil —respondió el más experimentado—. No hemos cometido error alguno.
—Falso. Habéis sido vencidos por alguien menos fuerte que vosotros, y eso es indigno de un hicso. Vuestros marineros han evitado el desastre. Elegiré entre ellos a los nuevos capitanes. Por lo que a vuestros cadáveres se refiere, adornarán la proa de vuestros navíos y demostrarán al enemigo que sabemos castigar la incompetencia.
Apartándose de los condenados, Jannas procedió de inmediato a los nombramientos.
—Tanto por tierra como en el río, el camino está despejado —anunció el ayuda de campo—. Podemos avanzar sin temor.
—Eso es lo que quieren hacernos creer los egipcios —objetó Jannas— y han sacrificado a muchos hombres valerosos para lograrlo. Después de habernos atacado como avispas, fingen renunciar y apuestan por nuestra credulidad. Emboscadas y escaramuzas eran solo la preparación para la verdadera trampa, concebida desde hace mucho tiempo. Vamos a inmovilizar la tropa y a registrar cada pulgada de terreno hasta que hayamos descubierto su verdadero dispositivo.