Siento mucho despertaros —dijo Bebón—, pero el sol ha salido hace ya rato. Traigo un desayuno amistoso, si no regio: ¡torta endurecida y agua tibia!
Kel no creía lo que estaba viendo: Nitis se abrazaba a él, amorosa, entregada. Así pues, no lo había soñado.
—No quisiera exagerar —declaró el cómico solemnemente—, pero si seguís viviendo bajo el mismo techo, acabaréis siendo marido y mujer.
—Eres el testigo de nuestra unión —observó Nitis, sonriente—. Ahora, nuestros destinos están unidos.
La boca de Kel permaneció muda. En ese instante de suprema felicidad, el infortunio desaparecía. Y si conservaba en su corazón, en su conciencia, la verdad de aquel momento, la destrucción no podría alcanzarlo nunca.
Nitis, Kel y Bebón pasaron una maravillosa jornada, fuera del tiempo.
Ya no existía el crimen, ni la conspiración, ni peligro alguno. El sol iluminaba un cielo de un azul perfecto, golondrinas y halcones saboreaban el espacio, y el entusiasmo de la juventud borraba la angustia del futuro.
—No vayas —suplicó Kel estrechando a Nitis en sus brazos.
—Debemos obtener la ayuda de la Divina Adoratriz —recordó la sacerdotisa—. Un simple viaje en barco y la esperanza se hará realidad.
—¡Corres demasiados riesgos!
—El capitán del Ibis me considera una intermediaria sin importancia. Sólo piensa en el beneficio que obtendrá, y nos llevará a buen puerto a cambio de su remuneración.
—Nitis…
—En Egipto, una esposa no se somete a su marido. ¿Recuerdas las máximas del sabio Ani? En ningún caso el varón puede permitirse dirigirle injustos reproches, pues la dueña de la casa vela porque todo esté en su justo lugar.
Ambos se besaron con fervor.
Nitis abandonó su refugio para dirigirse al puerto.
Kel sacudió a Bebón.
—¡Despierta!
El cómico salió de un delicioso sueño donde la espina no pinchaba y la serpiente no mordía.
—¿Nos atacan?
—¡Nitis no ha regresado! Bebón abrió los ojos. Estaba amaneciendo.
—No ha regresado…
—¡Le ha sucedido alguna desgracia!
—¡Espera, no te precipites!
—Le ha sucedido alguna desgracia, seguro —repitió Kel, abatido.
—No saquemos conclusiones precipitadas.
—Vayamos inmediatamente al puerto. Bebón se incorporó.
—La policía y el ejército te están buscando.
—Quiero interrogar al capitán del Ibis y encontrar a Nitis.
—¡De acuerdo!
«Es inútil razonar con un enamorado», estimó el actor.
—Déjame a mí —recomendó Bebón—. Cuanto menos te muestres en público, mejor.
Kel se mantuvo apartado mientras su amigo subía por la pasarela del Ibis.
En su camino se interpuso un marino.
—¿Adonde vas, muchacho?
—Deseo ver al capitán.
—Al capitán no se lo molesta así como así. ¿Quién eres?
—Hablale de un collar de sacerdotisa.
Con mirada suspicaz, el marino se dirigió lentamente a la cabina y dio varios golpes en la puerta.
Ésta se abrió, y, al cabo de una larga conversación, el marino regresó hacia el extranjero.
El capitán acepta recibirte.
Bebón había conocido a un incalculable número de malhechores de ese tipo. Glauco, avinado, dispuesto a vender a su padre y a su madre, el jefe supremo de la tripulación del Ibis era un perfecto canalla.
—¿Tienes el collar?
—Mi patrona os lo ha entregado.
—Era la primera parte de la prima. Exijo la segunda antes de embarcar el paquete.
—Suele pagarse a la llegada.
—He cambiado las reglas del juego. En este momento, el riesgo es grande.
—¿Mi patrona ha aceptado?
—¡Por supuesto! Bueno, ¿y el resto?
—No he recibido instrucciones —afirmó Bebón. El blando rostro del capitán se endureció.
—¿Qué significa eso?
—¡No he vuelto a ver a mi patrona!…
—Ése es tu problema. Si no percibo el pago prometido, no transporto a nadie.
—¿No te la habrás cargado, por casualidad? El capitán se puso púrpura.
—Estás diciendo tonterías, muchacho. Yo comercio. Dado el riesgo, quiero ser retribuido al justo precio. Suprimir a los clientes me arruinaría.
—No creo que ella aprobase una modificación del contrato.
—Pues te equivocas. Ha decidido adaptarse a las circunstancias. Así que ha ido al templo de Ptah para buscar lo que me debe y traérmelo esta misma noche. El compromiso me ha aliviado, lo reconozco. La gente seria siempre acaba poniéndose de acuerdo.
—Eso es, capitán.
El glauco sonrió.
—Esta noche se paga, mañana zarpamos. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —confirmó Bebón.
Kel no podía aguantar más. Caminaba de un lado al otro del muelle, y ya se disponía a subir a bordo del Ibis cuando su amigo bajó.
El escriba lo agarró del brazo.
—¿Dónde está?
—Según el príncipe de los retorcidos, ha ido al templo de Ptah.