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El rebuzno de Viento del Norte despertó a Bebón.

—Alguien viene —le dijo a Kel, sacudiéndolo—. Armémonos.

Pero puesto que el asno no se manifestaba por segunda vez, no había peligro.

Al poco apareció Nitis, con el rostro sombrío.

—Wahibre ha muerto —anunció, sollozando.

—Lo han matado —estimó el actor.

—Y os cierran las puertas del templo de Sais —añadió el escriba.

—Acaba de ser nombrado un nuevo sumo sacerdote, a las órdenes del poder.

—Eso les permitirá hurgar por todas partes, ¡encontrarán el original del papiro cifrado!

—Al recuperar ese documento mancillado por tantos crímenes, tal vez queden satisfechos y dejen de perseguirte —sugirió Bebón.

—¡Imposible, debo desaparecer! Entonces, tendrán el campo libre.

—Veneremos juntos la memoria de Wahibre —exigió la sacerdotisa—, y solicitemos su ayuda.

Nitis recitó entonces varias fórmulas de transformación en luz, pronunciando las siete palabras de Neit, y solicitó la paz del sol poniente sobre el alma-pájaro del sumo sacerdote. Comulgando con todas las formas del sol, viajaba en compañía de las estrellas y los planetas, descubriendo sin cesar los paraísos del más allá.

Luego, la Superiora y sus dos compañeros compartieron un modesto banquete en honor del difunto, durante el cual ella evocó los momentos fundamentales de sus enseñanzas. Pese a su poca afición por los vuelos teológicos, Bebón quedó impresionado por la claridad y la profundidad del pensamiento de la muchacha.

—Vos debéis suceder a vuestro maestro —aseguró.

Ella esbozó una sonrisa.

—Hay algo más importante aún que debo hacer. Wahibre creía en la inocencia de Kel, y nosotros lucharemos para restablecer la verdad. He encontrado una embarcación y tengo bastante para pagar nuestro transporte.

Nitis les facilitó los detalles.

—¿Cuál es el nombre de esa embarcación? —preguntó Bebón.

—El Ibis.

—Os acompañaré a la primera cita.

—¡De ningún modo! Debo asegurarme de la perfecta colaboración del capitán. Sus hombres vigilarán el muelle; seríais interceptado y nuestra transacción anulada.

—¿Y si os agrede?

—Cuando haya comprobado el valor del collar, ya sólo pensará en los otros dos.

—Son vuestras joyas de sacerdotisa —deploró Bebón.

—Es el precio de nuestro viaje. Ahora ya sólo la Divina Adoratriz puede evitar lo peor.

—¿Aceptará recibirnos? —se inquietó Kel.

—¡Debemos ser optimistas! —preconizó Bebón.

—Esta noche dormiré aquí —anunció Nitis—. Menk me acosa y sospecho que está vinculado, conscientemente o no, a los conspiradores. Prefiero evitarlo.

Kel no conseguía dormir, buscando los mejores argumentos para disuadir a Nitis de lanzarse a aquella loca aventura, condenada al fracaso. Él no tenía nada que perder. Ella, por el contrario, estaba destinada a altas funciones. Vincular su suerte a la suya era insensato; bastantes riesgos había corrido ya, y no debía comprometerse más.

Ciertamente, la amaba con un amor inconmensurable. Ella, en cambio, sólo lo consideraba una víctima. Así pues, no merecía sacrificar su existencia por él. De modo que Kel le hablaría con dureza para evitar que cometiera un grave error.

De pronto, una aparición.

Ella.

El escriba cerró los ojos y los abrió de nuevo.

Ella seguía allí.

—Nitis…

—¿No dormíais?

—Pen… pensaba en vos.

—Queréis convencerme de que renuncie, ¿no es cierto?

—¡Es necesario!

—¿Pondríais trabas a mi libertad? Soy egipcia y no griega.

—Es obvio que me espera un trágico final, Nitis. Y no tengo derecho a condenaros a vos al abismo.

Ella se acercó con lentos pasos. Kel se levantó, y Nitis le tomó el rostro entre las manos, con celestial dulzura.

—Desde el nacimiento de nuestra civilización, una mujer ama a quien quiere y cuando quiere. El día en que esta prerrogativa desaparezca, el mundo se verá reducido a la esclavitud.

—Nitis…

—¿Estás realmente seguro de amarme?

—¡Nitis!

La muchacha hizo resbalar por sus hombros los finos tirantes de su túnica de lino, y la frágil vestidura cayó a sus pies.

Desnuda, se dejó abrazar por un loco de amor, temiendo una torpeza, pero incapaz de contener su deseo.

Y a ambos los invadió entonces la felicidad de unirse.