Menfis bullía de agitación. La presencia de la pareja real en la ciudad no tenía nada de anormal, pero el desplazamiento de la corte de Sais al completo provocó cierta fiebre entre los altos funcionarios, deseosos de dar plena y entera satisfacción.
La severidad del canciller Udja, especialmente, asustó a los rutinarios, acostumbrados a gozar de su sinecura. Con la ayuda del ministro de Finanzas, Pefy, el imponente personaje examinó las cuentas de los diversos servicios del Estado, verificó la eficacia de los encargados y formuló acerbas observaciones que serían el preludio de dolorosas reformas.
Henat, poco hablador e igualmente inquietante, observaba y anotaba. Durante la reunión de los oficiales de la policía menfita y de los principales agentes de información, se limitó a escuchar antes de emitir un cortante juicio: los resultados eran insuficientes. O, dicho de otro modo, que había cambios en perspectiva.
Y llegó la orden: vigilancia severa y permanente de todas las vías de circulación con permisos suprimidos hasta que se arrestara al escriba asesino, y una fuerte recompensa para quien devolviera al fugitivo a Sais.
Por lo que al general en jefe Fanes de Halicarnaso respectaba, éste inspeccionó los cuarteles y sermoneó a los oficiales y a los hombres de tropa, recordando a los mercenarios griegos la importancia de su función. El anuncio de un aumento de sueldo acrecentó su popularidad.
Pese a un relativo cansancio, el juez Gem procedió a escuchar a numerosos testigos, convencidos de haber descubierto al escriba Kel. Como hombre escrupuloso que era, verificó cada pista.
Aunque en vano.
La tarea de Nitis resultaba más complicada de lo previsto. Alquilar un barco parecía fácil, pero era preciso declarar el destino, el número y el nombre de los pasajeros y obtener luego la autorización de las fuerzas del orden, tras el interrogatorio de los viajeros.
Era evidente que el juez Gem temía la partida del escriba Kel hacia el sur, hacia Nubia incluso, donde intentaría unir las tribus a su causa. Y las medidas adoptadas formaban una barrera eficaz. Nitis se dirigió al sexto capitán, un tipo con barba originario de Elefantina. Poseía un imponente barco mercante, capaz de transportar pesadas cargas.
—¿Aceptaríais algunos pasajeros? —le preguntó Nitis.
—Depende del número y del precio.
—Tres personas.
—¿Hombres?
—Dos hombres, una mujer y un asno. Fijad vos mismo el precio.
El capitán se mesó la barba.
—¿La mujer… está casada?
—No, pero es inaccesible.
—Lástima. La proposición, sin embargo, sigue siendo tentadora.
—Aunque perfectamente en regla, los viajeros desean evitar los controles.
—¡Ah, eso es imposible!
—Entonces nada, adiós.
—¡No tan pronto, joven dama! La experiencia permite resolver ciertas dificultades. Y a mí no me falta. Sólo que el precio será elevado, muy elevado. En estos momentos, la policía fluvial está excitada. Y no quiero tener problemas.
Era evidente que ese capitán no era un fanático de la legalidad.
—¿Cuánto? —preguntó la sacerdotisa. Una ávida mirada se posó en el cuello de Nitis.
—Por lo menos tres collares como el vuestro.
—De acuerdo. El primero, a la partida; los otros dos a la llegada. Y no habrá aumento.
¡Aquellos adornos suponían una pequeña fortuna!
—¿Habláis en serio, hermosa dama?
—¿Cuándo zarpamos?
—Pasado mañana, cuando el cargamento haya terminado. Pero, antes, deberéis traerme el primer collar.
—¿Cuándo?
—Mañana, en la quinta hora nocturna. Subiréis a bordo y os reuniréis conmigo en mi cabina. Los hombres de guardia estarán avisados. Si sois correctos, yo lo seré también.
—Hasta pronto.
Conteniendo su alegría, la sacerdotisa abandonó entonces el puerto.
Cerca del templo de Ptah, donde debía participar en unos rituales, una voz la sobresaltó.
—¡Nitis! Os buscaba por todas partes. —Menk…
—Su majestad me ha ordenado que viniera a Menfis para preparar la gran fiesta de Hator. Estima que mi experiencia le será útil al clero local. Dada vuestra excelente reputación, ¿aceptaríais ayudarme?
—Por supuesto.
¿Era Menk un verdugo a las órdenes del rey? Nitis pensó que esa hipótesis merecía ser estudiada. A menos que se tratara de una mentira. En ese caso, el organizador de las fiestas de Sais tomaba la iniciativa ocultándose bajo una máscara e intentaba hacer caer a la sacerdotisa en una trampa.
—Tengo una horrenda noticia que comunicaros —murmuró—, y no sé cómo hacerlo para evitaros una excesiva pesadumbre.
—Hablad, Menk.
—El sumo sacerdote Wahibre ha muerto.
La impresión fue extremadamente violenta. Al perder a su padre espiritual, el sabio que se lo había enseñado todo, Nitis experimentaba la sensación de un vacío atroz que ya nunca nada podría colmar.
—Murió mientras dormía —prosiguió Menk—. Dada su caída en desgracia, la momificación se organizó rápidamente y la inhumación fue discreta.
—¿Se celebraron correctamente los ritos?
—Tranquilizaos, el alma de Wahibre partió en paz. Comprendo vuestra tristeza y la comparto. Pero, por desgracia, tengo otra mala noticia que comunicaros. El palacio acaba de nombrar a un nuevo sumo sacerdote de Neit; se trata de un oscuro ritualista cuya competencia es inferior a la vuestra. La decepción es unánime, pero las órdenes del rey no se discuten.
Así pues, el dominio sagrado de Sais se cerraba para la joven Superiora de las cantantes y las tejedoras. El nuevo sumo sacerdote no tardaría en cambiarla y en confiarle un papel discreto y desprovisto de influencia.
¿Wahibre habría fallecido de muerte natural, causada por una fatiga extrema, o lo habían eliminado? ¡Un faraón no podía llevar a cabo semejante fechoría! Pero quedaban los conjurados. A ellos les importaba un comino la venganza de los dioses, y suprimían sin piedad a todos sus adversarios.
—Defenderé vuestra causa ante las autoridades —prometió Menk—, pues la justicia es flagrante. A mi entender, sólo será pasajera. Algún día, Nitis, os convertiréis en la gran sacerdotisa de Neit, para satisfacción de todos.
—Mi carrera no importa.
—No os abandonéis a la tristeza y aceptad ayudarme mientras sea necesario. Luego emprenderéis de nuevo vuestro vuelo.
Menk consideró como un asentimiento el silencio de la muchacha. En realidad, estaba pensando en su maestro desaparecido, en sus enseñanzas y en su ejemplo. Desde el paraíso de los Justos, le transmitía un imperioso mensaje: «Sigue luchando para que Maat brille, no aceptes la injusticia, restablece la verdad».