No preocuparse… ¡Qué fácil era decirlo! Kel estaba impaciente por aplicar su plantilla de lectura al papiro cifrado. Expresándose en pleno corazón del santuario del tiempo de las pirámides, ¿no le procuraba la voz de los antepasados la clave adecuada?
De pronto oyó voces y carcajadas. Alguien se acercaba. ¡Sólo podía tratarse de Nitis y Bebón! Kel se ocultó en el fondo del edificio, tras unos moldes para ladrillos en desuso. Acto seguido vio entrar a un robusto joven y a una campesina de fresco palmito.
—Aquí estaremos tranquilos —anunció el muchacho.
—Es la antigua fábrica —advirtió ella, inquieta.
—Eso es. ¿Te gusta?
—Un obrero murió aquí, víctima de un accidente. Desde entonces, el lugar está encantado.
—Olvida esas tonterías y deja que te estreche en mis brazos. Ella lo rechazó.
—Ni hablar, este lugar me da miedo.
—¡Vamos, no seas niña!
Kel movió los moldes y un crujido siniestro petrificó a los enamorados.
—¿Has oído? —preguntó ella—. ¡Es el espectro! Salió corriendo y él la siguió.
Kel, aliviado, esperaba que hicieran correr el incidente.
Las horas transcurrieron lentamente, mientras unas negras ideas obsesionaban al escriba: Bebón y Nitis, detenidos y encarcelados, un fracaso total, la victoria de los asesinos… Por fin, poco antes del ocaso, oyó la voz tan esperada.
—Soy yo, Bebón. Puedes salir, Kel.
¿Y si hablaba bajo presión, rodeado por una horda de policías? No, habría encontrado un medio para avisar a su amigo.
El escriba salió entonces de su escondrijo. Junto a Bebón estaba Nitis, más hermosa y radiante que nunca.
—La policía te busca por todas partes —indicó el cómico—. Estás acusado de haber robado objetos sagrados y degradado un santuario. Una condena a muerte más.
—¿Nadie os ha seguido?
—Viento del Norte nos habría descubierto al curioso. Con rostro grave, Nitis se acercó a Kel.
—He aquí la copia del papiro cifrado.
El escriba se sentó con las piernas cruzadas, aplicó el código de los amuletos y… ¡la tentativa se vio coronada por el éxito!
—«La situación actual es desastrosa» —descifró en voz alta—, «y no podremos tolerarla por mucho tiempo. Por ello hemos decidido actuar y devolver este país al buen camino, teniendo en cuenta las nuevas realidades. Profundizar en los valores del pasado sería un grave error. Sólo el progreso técnico y una profunda modificación del ejercicio del poder permitirán al país salir del atolladero. Vos, a quien se dirige esta declaración, sabréis ayudarnos, y nos comprometemos a procuraros la ayuda necesaria para que se realicen nuestros proyectos comunes. Sin embargo, nos preocupa un último obstáculo: la Divina Adoratriz. Aunque, reducidos, sus poderes no son desdeñables. Desconfiemos de ella y mantengámosla apartada de los acontecimientos. Nosotros, a saber…». —Kel se interrumpió.
—¡Sigue! —exigió Bebón—. ¡Al fin conoceremos la identidad de los conspiradores!
—Han utilizado otro código —deploró el escriba—. ¡El resto es incomprensible!
—¡Inténtalo!
Kel agotó las combinaciones que le proporcionaban los amuletos, aunque sin éxito alguno.
—Los antepasados han iluminado la primera parte del papiro —advirtió Nitis—. La Divina Adoratriz posee la clave de la segunda, donde figuran los nombres de los conjurados y el destinatario de su mensaje.
—Podría tratarse del rey Amasis en persona —observó Bebón—. Se apoyaría así en una parte de sus consejeros, esperando eliminar a los conservadores y aumentar la influencia griega.
—¿Y si se trata de lo contrario? —objetó Kel—. Como desaprueban la política de Amasis, los partidarios de la tradición han decidido derribarlo y regresar a una verdadera independencia, expulsando a los griegos del territorio.
—¡Eso es una utopía! Entonces ya no tendríamos ejército.
—Tal vez un nuevo faraón sabría levantar las tropas necesarias. En tiempos de la Reina Libertad, conseguimos expulsar a los invasores hicsos.[40]
—¿Quién será el cabecilla? ¿El canciller Udja, el jefe de los servicios secretos Henat o el juez Gem?
—No nos perdamos en especulaciones vanas —recomendó Nitis—. Simplemente sabemos que ese texto no hubiera tenido que llegar al servicio de los intérpretes. Su autor temió que fuese descifrado y decidió acabar con la totalidad de los escribas.
—Su cómplice e informador era mi amigo Demos —recordó Kel.
—¡Y aquí está de nuevo la pista griega! —intervino Bebón.
—Quizá le pagaron y Demos actuó por cuenta de algún notable egipcio. Una vez llevada a cabo su fechoría, lo eliminaron en Náucratis para dirigir las sospechas hacia los griegos y desestabilizar a Amasis.
—El documento no habla del casco del rey —advirtió la sacerdotisa.
—La parte indescifrable seguramente contiene informaciones importantes —supuso Bebón.
—Ya tenemos la prueba de la inocencia de Kel —afirmó Nitis.
—Pero lamentablemente es una prueba que no podemos utilizar.
—¿No hemos superado ya una primera etapa? Vayamos a Tebas y hablemos con la Divina Adoratriz. Su intervención será decisiva.
Bebón se rascó la cabeza.
—Es un viaje peligroso, muy peligroso… Los conjurados sabrán muy pronto que Kel ha descifrado el comienzo del papiro y que intenta llegar a Karnak. Vigilarán las vías fluviales y terrestres, y la Divina Adoratriz resultará inaccesible.
—Conoces a la perfección el valle del Nilo —afirmó Kel.
—¡No exageremos!
—Es nuestra única posibilidad: ver a la soberana de Karnak. Ella descifrará el final del papiro y salvará a Egipto.
—Antes nos matarán —profetizó el cómico.
—Si consideras que la aventura está condenada al fracasó lo…
—¡Ah, no, no empieces otra vez! Sí, la catástrofe es segura, ¿y qué? Soy libre de hacer lo que quiera y no voy a mostrarme menos valeroso que un escriba moralizador, condenado varias veces a muerte.
—Intentaré encontrar una embarcación acogedora —decidió Nitis—, y averiguar el dispositivo de seguridad adoptado por las autoridades entre Menfis y Tebas.
Kel se atrevió a tomarle con ternura las manos.
—Sed extremadamente prudente, os lo ruego.
—No salgáis de aquí, regresaré en cuanto me sea posible.