El rey Amasis se despertó en plena noche, sobresaltado. De inmediato abrió la puerta de su habitación, y los guardias, sorprendidos, lo saludaron.
—Id a buscar al canciller Udja.
El imponente personaje no tardó nada. Una convocatoria tan insólita implicaba un acontecimiento grave.
—He tenido un sueño[33] —reveló el monarca—, y debo sacar inmediatamente sus enseñanzas. No veneramos bastante a los antepasados, canciller. Ciertamente, nuestros artesanos imitan a los de la edad de oro de las pirámides, pero olvidamos restaurar los monumentos de aquella gloriosa época. El error debe ser reparado sin demora. Comenzaremos por el templo de la gran pirámide de Keops, al que mi alma ha sido transportada durante la noche para comprobar el estado de degradación de algunas capillas. Semejante negligencia podría atraer sobre nuestras cabezas la maldición de los faraones difuntos. En cuanto amanezca, requisarás a los mejores ritualistas y canteros de Sais, que por la noche partirán hacia Menfis. Allí recibirán la ayuda de sus colegas del templo de Ptah. Quiero trabajando al máximo de hombres y una restauración rápida. Luego nos encargaremos de otros monumentos antiguos.
Pese a su asombro, a Udja le pareció inútil protestar. Tenía que despertar a sus colaboradores y cumplir las órdenes del rey.
Kel no conseguía dormir, pues lo inquietaba la actitud del fabricante de máscaras. ¿No se había mostrado demasiado dócil? Las revelaciones de su amigo Bebón deberían haberle hecho dar un brinco.
Según el actor, Altramuz nunca reaccionaba de un modo brutal, sino que se tomaba su tiempo para digerir los acontecimientos, luego actuaba a su guisa, nadie conseguía influenciarlo.
De hecho, el artesano no había formulado opinión alguna, limitándose a hacerle un favor a Bebón como si se tratase de una situación banal.
Seguro que pensaba que ante un tipo tan temible como el escriba Kel, buscado por todas las policías del reino, sólo tenía una solución: doblar el espinazo y fingir que lo ayudaba. Una vez fuera, sano y salvo, Altramuz avisaría a las autoridades y cobraría una buena recompensa.
Kel intentó descifrar el papiro codificado.
Puesto que las máscaras de los dioses lo contemplaban, decidió utilizar sus nombres. Aplicó así una plantilla de lectura a partir de los tres jeroglíficos[34] que componían «Anubis», el que abre los caminos del más allá.
Pero no hubo suerte.
Los nombres de los demás dioses dieron el mismo resultado.
Y así transcurrieron las horas hasta el alba.
Altramuz no había regresado.
Kel sacudió a Bebón.
—¡Despierta!
El actor gruñó.
—Tengo sueño.
—¡Ya amanece y Altramuz no ha vuelto!
—Debe de haberse retrasado.
—¿No lo comprendes? ¡Nos ha vendido a la policía!
La detestable hipótesis despertó a Bebón.
—¡Ése no es su estilo!
—Tú no sueles presentarle a criminales huidos. Hay otra posibilidad, más siniestra aún: Nitis y él han sido detenidos, y tu amigo ha revelado que nos ocultaba en su casa. Nadie resiste un interrogatorio exhaustivo.
—En ese caso, Nitis debía de estar vigilada permanentemente… ¡No es posible! Además, Viento del Norte habría detectado el peligro.
—De lo contrario, Altramuz ya estaría de regreso. Un perro ladró.
Los cabellos del escriba y el actor se erizaron.
—Alguien se acerca —murmuró Kel—. Y sin duda no es tu amigo.
Bebón, optimista por naturaleza, comenzaba a concebir, sin embargo, ciertos temores.
—Nos enfrentaremos a ellos —decidió.
—Es inútil —afirmó Kel—. Forzosamente son numerosos y no tenemos posibilidad alguna de escapar.
—¡No me dejaré atrapar como una ave de corral!
—Me buscan a mí y sólo a mí. Ocúltate en el fondo del taller. Tal vez no efectúen un registro, satisfechos por mi captura.
—¡Ni hablar!
—Te lo suplico. No te sacrifiques inútilmente.
—¿Morir yo como un cobarde?
—Sencillamente se trata de sobrevivir. Así podrás beber a mi salud.
—Te lo repito, ¡ni hablar! ¿Acaso me imaginas agazapado en un rincón, presenciando tu arresto? No tiremos la toalla de antemano, aprovechemos el efecto sorpresa. Coloquémonos a uno y otro lado de la puerta, dejemos entrar a los primeros y carguemos contra ellos. Con un poco de suerte, atravesaremos sus filas.
Kel no discutió. Bebón no creía ni por un instante en el éxito de su plan, pero no le faltaba arrojo. Y era mejor morir luchando.
—Lamento causarte tantos problemas.
—¡Bah! —repuso Bebón—, al menos no engendras monotonía, a diferencia del escriba medio. Nada me asusta más que la vejez. Gracias a ti, escaparé a ese suplicio.
El perro dejó de ladrar entonces.
Seguro que los policías acababan de darle muerte y se preparaban para el asalto.
Los dos amigos se dirigieron una última mirada y tomaron posición.
Se hizo un pesado silencio.
Los policías estaban decidiendo su estrategia. ¿Debían ordenar a sus presas que abrieran la puerta del taller, o derribarla y lanzarse al interior del local?
Armado con un mazo de madera, Bebón se preparaba para dar un buen golpe. Kel prefería esquivarlos.
El silencio se hizo más pesado aún.
Ya no se oía el menor ruido, como si la vida hubiera quedado interrumpida.
Muy lentamente, la puerta se entreabrió.
El primer policía, desconfiado, vacilaba en entrar.
Por fin cruzó el umbral.
En el aire flotó un perfume… ¡Un perfume que hechizó a Kel!
—¡Nitis! —exclamó.