75

Viento del Norte se detuvo de pronto. Sus orejas se levantaron y arañó el suelo con el casco de su pata delantera izquierda.

—Policía —murmuró Bebón—. Media vuelta.

Pero el asno se negó. Se tendió de costado y jadeó sacando la lengua.

Kel se arrodilló y le acarició la frente.

Entonces aparecieron unos diez hombres armados que rodearon a ambos hombres y al animal.

—¿Qué ocurre aquí?

—Nuestro asno está enfermo —dijo Bebón, aterrado—. Debíamos entregar nuestra mercancía en los almacenes reales, y aquí estamos, ¡clavados!

—¡Levantad a ese animal y largaos! No queremos rezagados por las calles.

—Pero pesa mucho… Si pudierais ayudarnos…

Viento del Norte fingió un dolor intenso y exigió la ayuda de cuatro policías.

Luego volvió a andar lentamente, cojeando.

—Bien hecho —le murmuró Bebón al oído.

Los dos hombres y el rucio tuvieron la precaución de dar un amplio rodeo. Recuperando sus andares normales, el asno no manifestó ya signos de inquietud y se detuvo ante la puerta de un taller, en pleno barrio de los artesanos.

Viento del Norte no se había equivocado de dirección.

Bebón empujó la puerta de madera y Kel dio un respingo.

Ante él, el rostro de Anubis, el dios encargado de guiar por los caminos del más allá a los muertos justificados.

—Mi amigo es fabricante de máscaras —explicó el cómico—. Se utilizan durante la celebración de los misterios y los rituales.

Anubis, Horus, Hator, Sejmet, Thot, Set… Todos los dioses vivían en aquel oscuro local.

—Adelante —ordenó Bebón—. No van a morderte.

Viento del Norte montó la guardia.

Recogido, Kel contempló cada máscara como si expresara una realidad divina que imponía respeto.

—¿Estás ahí, Altramuz? —preguntó el actor.

—Al fondo —respondió una voz ronca.

El artesano estaba terminando una máscara de la diosa hipopótamo Tueris, protectora de los nacimientos.

Era flaco, tenía la frente abombada y los hombros sobresalientes. Aquel hombre trabajaba a la perfección: sin escatimar horas, no pasaba por alto detalle alguno.

—¿Cómo va tu salud, Altramuz?

—¿Tienes algún problema de nuevo, Bebón?

—Más o menos.

—¿Más bien más o más bien menos?

—Podría irme mejor.

—¿La policía?

—Ya los conoces: ¡sospechas, siempre sospechas!

—¿Un asunto de mujeres o algún pequeño robo? —La cosa no va conmigo. Se trata de un amigo. El artesano no interrumpió su labor.

—¿Y me lo has traído?

—Lo acusan en falso.

—¿De qué?

—¿Realmente quieres saber la verdad?

—Me gustaría, ya puestos…

—A veces, no saber…

—¿De qué acusan a tu amigo, Bebón?

—De asesinato.

Con infinita delicadeza y pulso firme, el artesano pintaba el contorno de los ojos de la diosa Tueris.

—¿Un solo crimen o varios?

—Todos los miembros del servicio de los intérpretes. —¡Ah!…

La apagada exclamación de Altramuz revelaba una emoción real. Si su cólera estallaba, Bembo y Kel deberían proceder a una rápida retirada.

—Ayudar a semejante delincuente exige valor —afirmó.

—Estoy convencido de su inocencia. El escriba Kel es víctima de una maquinación.

Finalmente, el artesano hizo a un lado la máscara de la diosa y se puso en pie.

—Muéstrame a ese escriba huido.

Kel se adelantó. Altramuz lo contempló atentamente.

—Esperáis dormir aquí, supongo…

—A condición de no importunarte.

—Hay dos esteras detrás de mi puesto. Y sin duda tenéis hambre…

—Si te quedara un poco de pan…

—He puesto a hervir unos altramuces que tenía en remojo desde hace varios días, cambiando el agua cada seis horas. Así no serán en absoluto amargos. Es mi plato preferido. Y la cerveza no es mala. ¿Cuánto tiempo pensáis quedaros?

—Eso depende de ti… y de otro favor que necesitamos.

—¡Ah!

—Tranquilízate, no es peligroso —aseguró el cómico.

—Te escucho.

—¿Aceptarías ponerte en contacto con Nitis, la Superiora de las cantantes y las tejedoras de Neit? Ella también cree en la inocencia de Kel, y su ayuda nos es indispensable. A estas horas, debe de preguntarse si ha sobrevivido. Tal vez nos encuentre un abrigo seguro.

—No conozco a esa sacerdotisa.

—Nuestro asno, Viento del Norte, te llevará hasta ella. Oficialmente, le entregarás una máscara de divinidad. Altramuz no protestó.

—Ahora, comamos y durmamos. Mañana me dirigiré al templo.

¿Saldría Kel de aquella nasa?, ¿vería de nuevo a Nitis? Rodeado de tantos rostros divinos, gozaba de unos momentos de reposo, que precedían una nueva tormenta.

Tras la partida del artesano, conducido por Viento del Norte, el escriba no le ocultó su inquietud a Bebón.

—¿No nos venderá tu amigo a la policía?

—Es posible.

—¿Realmente conoces bien al tal Altramuz?

—Eso creo.

—Mi captura le valdría una buena recompensa.

—Sin duda.

—Vayámonos, entonces.

—Fuera, nos arriesgamos a que nos detengan. Y quizá Altramuz me haya creído. Si encuentra a Nitis, ella lo convencerá.

—Y si se dirige directamente al cuartel más cercano, pronto vendrán a por nosotros y no tendremos oportunidad alguna de escapar.