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Nitis, Kel y Bebón contemplaban el casco.

—De modo que basta con ponérmelo para convertirme en faraón —dijo el actor.

—No os lo aconsejo —repuso la sacerdotisa—. Según el sumo sacerdote de Ptah, tropas de élite, fieles al rey Amasis, están peinando Menfis. El usurpador sería ejecutado inmediatamente.

—¿Y si, como en el pasado, los soldados lo aclamaran?

—Los mercenarios fueron a buscar a Amasis. Hoy, el pretendiente al trono debería lograr su adhesión. Menfis no me parece el lugar ideal.

—Y sin embargo —respondió Kel—, los conspiradores habían escondido aquí el casco. Con ocasión del fin de los funerales, habrían intentado dar su golpe.

Bebón manipulaba con precaución el objeto.

—Pensándolo bien, renuncio al poder supremo. Es demasiado peligroso y cansado: mandar, decidir, ser responsable de la felicidad de la gente, desbaratar intrigas y todo lo demás… ¡No podría dormir tranquilo!

—De todos modos, estás en pleno meollo de un asunto de Estado.

—Intentemos olvidarlo librándonos de este maldito tesoro. Amasis seguirá reinando y el usurpador se hará mala sangre antes de renunciar a sus proyectos asesinos. Gracias a nosotros, todo volverá al orden.

—Este casco es la única prueba de la inocencia de Kel —dijo Nitis.

—No os sigo…

—Destruirlo salvaría, efectivamente, a Amasis; pero Kel seguiría siendo considerado un criminal huido.

—¿Le aconsejáis, acaso, que se proclame rey?

—Lo que le aconsejo es que entregue el casco al faraón y declare así su perfecta fidelidad. ¿Quién se atrevería a seguir acusándolo entonces de conspiración?

Bebón se quedó boquiabierto.

—¡Estamos abocados al desastre! Kel nunca llegará hasta el rey.

—Nitis tiene razón —decidió el escriba—. Es mi única oportunidad de demostrar mi inocencia.

—¿Tienes ganas de suicidarte?

—Prefiero correr ese riesgo a seguir huyendo y ocultándome. Antes o después, los policías me descubrirán, y Nitis y tú seréis acusados de complicidad. Me condenarían a muerte, y a vosotros os caerían largas penas de cárcel. La suerte nos ha permitido encontrar el casco de Amasis. Utilicémoslo, pues, en nuestro beneficio.

—Te lo repito: acabarán contigo antes de que puedas entregárselo al rey.

—No tenemos elección, Bebón. Regresemos a Sais e intentemos descubrir una ocasión para acercarnos a él.

—¡Es una verdadera locura!

—Comprendo tu renuencia y no te reprocho que te eches atrás.

El cómico se puso de color morado.

—¿Cómo?

—Lamento haberte arrastrado a esta aventura; te presento mis excusas. No arruines tu vida por mí.

—Sólo Bebón decide; Bebón no se deja arrastrar por nadie y Bebón actúa como le sale de las narices. No soy un escriba moralizante y no pienso por los demás. Regresaré a Sais contigo y te ayudaré a encontrar al rey sólo porque quiero hacerlo. ¿Me he expresado con suficiente claridad?

—Nos inclinamos ante vuestra decisión —dijo Nitis, sonriendo—. Sin embargo, queda por resolver un problema delicado: encontrar un escondite seguro. Ocultaros en el templo es imposible. El sumo sacerdote no podría ayudarnos y, probablemente, yo estaré vigilada.

No os inquietéis por eso —declaró orgullosamente el actor—. Bebón tiene muchos amigos. Recuperaremos el papel de vendedores ambulantes para poder desplazarnos con facilidad. En cambio, me parece más difícil saber cómo empleará su tiempo el rey.

—Espero lograrlo —anunció Nitis.

La serenidad y la decisión de la muchacha tranquilizaron a Kel. Solo, habría perecido mucho tiempo atrás. Gracias a ella, a veces creía en el éxito de su insensata empresa. Nitis parecía capaz de mover montañas y de cambiar el curso de los ríos.

—Sin embargo, el casco… —murmuró Bebón—. ¡No veo el vínculo con el asesinato de los intérpretes!

La misma pregunta turbaba al escriba y a la sacerdotisa.

—El papiro codificado contiene, probablemente, la respuesta —estimó Kel—. Por desgracia, se resiste a nuestras investigaciones, y las estelas consagradas a los antepasados del Apis muerto no me han proporcionado indicación alguna.

Desde la terraza de sus aposentos, el rey Amasis contemplaba su capital cuando el canciller Udja solicitó una entrevista.

—¡Excelente noticia, majestad! El sucesor del toro Apis ha sido identificado cerca de Bubastis. Varios ritualistas lo han examinado, y su juicio no admite discusión: lleva las marcas de su predestinación. Este nuevo Apis ya está en camino hacia Menfis, donde será presentado al gran sacerdote de Ptah.

—Exijo la intervención cotidiana de tres veterinarios que firmarán un informe común. En caso de error, serán despedidos de inmediato.

—Vuestras instrucciones serán seguidas al pie de la letra. El período de luto terminará cuando llegue el toro, y su vitalidad reforzará vuestro Ka.

—¿No hay incidentes en las guarniciones?

—Ni el más mínimo, majestad. Este difícil período está llegando a su fin, y ningún agitador ha turbado la paz pública. Según la población, seguís protegido por los dioses.

—¿Por qué no se ha aprovechado de tan favorables circunstancias el ladrón del casco?

—Sin duda porque se encuentra demasiado aislado y carece del apoyo necesario. Sin embargo, ni Henat ni el juez Gem ceden en sus esfuerzos. Si creyéramos en el fracaso definitivo del escriba Kel y de sus aliados, tal vez nos convertiríamos en sus víctimas.

—Quiero a ese rebelde, vivo o muerto.

—Lo tendréis, majestad.

—Entretanto, canciller, ¡celebrémoslo! Mi cocinero nos ha preparado un menú sorpresa y mi copero ha seleccionado unos vinos excepcionales. Anuncia por todas partes que el toro Apis y el faraón Amasis están muy vivos.