Considerado ya como un personaje oficial, Pitágoras se beneficiaba de la generosidad regia. Gozaba, pues, de un barco privado a bordo del cual subió su secretario, contratado en Menfis. Así, evitando todo control militar o policial, Kel disfrutó de un agradable viaje hacia Sais. Muy pronto vería de nuevo a Nitis.
Y si Pitágoras conseguía convencer al rey, el joven escriba sería de nuevo un hombre libre, con un porvenir.
Sentados en la popa, protegidos del sol por una tela blanca tendida entre cuatro estacas, los dos hombres disfrutaban la tranquilidad de un paisaje compuesto por palmerales y campos bien regados. Un ibis negro les sobrevoló.
—El pájaro de Thot, el depositario de las ciencias sagradas y el patrón de los escribas —recordó Pitágoras—. En Grecia lo llamamos Hermes. Gracias a sus enseñanzas, comprendí que el mundo era sólo un islote que emerge del océano de energía primordial. Cuando el Creador contempló su propia luz, dio nacimiento a la vida que brota de la Vida. Y la iniciación a los misterios de Isis y Osiris hace la Vida consciente. Pues el verdadero nacimiento no es nuestra mediocre existencia profana, sino el acceso a la luz.
—El jefe del servicio de los intérpretes me ha hablado del Ka del universo que simboliza, precisamente, esa luz tan generosa. Todas las mañanas, venero el sol naciente, preñado de resurrección.
—Fíate de la diosa Neit, joven escriba. Masculino que hizo lo femenino, Femenino que hizo lo masculino, extensión de agua creadora de eternidad, antepasada viviente, estrella llameante, padre y madre, te abrirá las puertas del cielo.
La embarcación atracó en el muelle principal de Sais. Mientras Kel permanecía a bordo, Pitágoras acudió a palacio.
La jornada transcurrió, interminable.
Poco antes de la puesta de sol, el pensador griego subió lentamente por la pasarela.
—Fracaso total —dijo—. Amasis me considera víctima de un rumor infundado.
—¿Habéis insistido?
—¡Hasta provocar la cólera del rey!
—De modo que no quiere oír hablar del tema.
—Él es quien manda. Y me ha ordenado que regrese a Grecia.
—Siento haberos hecho dar este paso en falso.
—La fecha de mi partida ya está decidida. ¿No deberías acompañarme tú, Kel? Aquí, la situación parece muy comprometida. Juntos fundaremos una cofradía e intentaremos que los griegos sean menos materialistas.
—Abandonar Egipto me destruiría. Y quiero demostrar mi inocencia.
—Que los dioses te protejan.
Henat, el jefe de los servicios secretos, se inclinó ante el rey, visiblemente furioso.
—Exijo explicaciones.
—¿Sobre qué, majestad?
—¿No lo sospechas?
—No hemos detenido aún a ese maldito escriba, y yo soy el primero en lamentarlo. Pero ni el juez Gem ni yo mismo cejamos en nuestros esfuerzos. El asesino se resiste más de lo previsto.
Amasis hizo un gesto de desdén.
—¡Estaba pensando en otro escándalo igualmente grave!
Henat pareció sorprendido.
—¡Aclarádmelo, majestad!
—Pitágoras ha oído hablar de una conspiración fomentada por los griegos de Náucratis, y Menk me ha proporcionado un detalle suplementario: algunos comerciantes de Náucratis habrían importado, fraudulentamente, armas de hierro. Si tú, el jefe de mis servicios secretos, no estás informado de ello, ¿adonde va el país? El día de mañana, un usurpador se tocará con mi casco y las Dos Tierras serán entregadas al caos.
—Estoy informado de ello.
El rey miró fijamente a Henat.
—¿Cómo has dicho?
—Yo organicé la importación.
Amasis, estupefacto, vació una copa de vino blanco, de delicado sabor.
—¡De modo que me mientes y me traicionas!
—En absoluto, majestad.
—¡Explícate!
—Desde hace varios meses, el general en jefe, Fanes de Halicarnaso, reclama que se mejore el material militar y, especialmente, el armamento de las tropas de élite. Cuando Cambises llegó al poder, puso de manifiesto la amenaza de una invasión persa. Por eso he organizado un nuevo circuito comercial entre Grecia y Egipto, reservado a la entrega de armas de hierro de gran calidad. Nuestro equipamiento muy pronto será ampliamente superior al de los persas. Como concierne a nuestra defensa, esa operación es confidencial.
—¡Pero yo soy el faraón, y debía ser informado! Henat pareció asombrado.
—Y se os informó, majestad.
—¿De qué modo?
—Detallé las modalidades de la transacción y su carácter secreto en dos informes.
—¡Informes, siempre informes! No tengo tiempo de leerlo todo, ese papeleo me exaspera. A mi edad, el exceso de trabajo está prohibido. Y si no me tomo algún tiempo de ocio, pienso de través.
Amasis bebió otra copa de vino blanco.
—Eso me gusta más, Henat. Por un instante he temido que una facción de los griegos de Náucratis conspirase contra mí. Precisamente ellos, a quienes concedo tantos privilegios porque encarnan el porvenir.
—Las entregas de armas están muy vigiladas, majestad —insistió Henat—. Ni una sola espada será desviada de su destino.
—¡Conozco al autor de ese rumor! ¡El sumo sacerdote de Neit, claro está! El poderoso Wahibre no soporta la humillación y quiere seguir desempeñando un papel político, sembrando el desconcierto. Nada pierde esperando…
—Su categoría moral, majestad.
—Sé lo que debo hacer, Henat. Sigue redactando informes precisos y detallados.