Cuando consideró que estaba curado, Bebón retiró los últimos apósitos de su nariz y suplicó a Nitis que lo dejara salir. Ya no podía estarse quieto por más tiempo, y quería asegurarse de que su amigo, el policía Nedi, no había muerto en vano.
La sacerdotisa, renuente, le hizo prometer que no correría riesgo alguno. Y, aunque eso lo asombrara incluso a sí mismo, el cómico le prometió que sería prudente.
Al caer la noche, Nitis condujo a Bebón hasta la pequeña puerta del norte, que estaba cerrada desde la puesta de sol. Ella tenía la llave y se la entregó. Al regresar, tomaría por el mismo camino, procurando no llamar la atención de un guardia.
¡Qué delicioso le pareció el aire de la noche! Decididamente, vivir en una jaula dorada no le convenía. Dejaba para los pequeños burgueses su cómodo confort y el tedio de su uniforme existencia.
¿Qué se había visto envuelto en un asunto de Estado? ¡Mejor! Que se prepararan los conspiradores. Al atacar a un hombre como Kel, incapaz de cometer un acto vil, estaban pisoteando valores vitales. Y Bebón, poco inclinado a la moral, sin embargo, no lo soportaba. ¿Acaso no era la justicia la base de toda civilización digna de ese nombre?
Llegó al arrabal sur de Sais, muy cerca de una verdeante campiña regada por innumerables canales. El barrio comprendía algunas hermosas villas y modestas moradas, mezcladas con tiendas y talleres.
Nedi era el vecino de un rico agricultor que estaba muy orgulloso de su propiedad, rodeada por un jardín con palmeras y azufaifos.
El lugar parecía tranquilo. No obstante, el actor, que temía una nueva trampa, vigiló los alrededores. No había ningún centinela.
Varias veces, Bebón pasó por delante de la casa del policía. Calma chicha.
Rodeó el edificio, forzó el pestillo de la ventana que daba a un huerto y se deslizó hacia el interior.
Un gran salón, una habitación, un trastero y un cuarto de baño. Nedi, que era viudo, vivía de una forma desahogada. Era, además, un gran aficionado a los buenos caldos y cuidaba su bodega.
Bebón bajó.
Filtrada por un ventanuco enrejado, la luz de la luna le permitió examinar las jarras que indicaban la procedencia y el año del vino.
No tardó en descubrir una anomalía: una de ellas había sido abierta y tapada de nuevo. Bebón sacó la cubierta de lino y paja.
En el interior no había vino, sino un papiro enrollado y sellado.
La caligrafía era fina, y su mensaje, sorprendente:
Querido y viejo cretino, he hecho un primer descubrimiento: la policía acaba de detener a un traficante de armas de hierro almacenadas en Náucratis. Como el tipo goza de importantes apoyos, sólo se le ha impuesto una multa. Prosigo mi investigación. Si me sucediera algo, sin duda encontrarás este documento. Y no olvides beber a mi eterna salud. La jarra Imau, fechada el año tres de Amasis, contiene un verdadero néctar.
Bebón no dejó de rendir homenaje al policía. Robusto, el vino tinto le hizo caer en un pesado sueño del que sólo salió a media mañana.
El actor se limitó a comer entonces un pedazo de pescado seco y aguardó la penumbra para salir de la casa.
Calma chicha aún.
Cuando divisó al guardián de la villa del agricultor, Bebón se dirigió hacia él.
—Mi primo Nedi no está —dijo—. ¿Cuándo va a regresar?
—¿No… no estás al corriente?
—¿Qué le ha pasado?
—Una crisis cardíaca ha terminado con él.
—¿Aquí?
—No, en el puesto de policía. Ha sido enterrado ya, y su casa pronto será ocupada por un colega.
—¡Mi pobre primo! Sin embargo, parecía gozar de muy buena salud.
—Nadie sabe cuándo llegará su hora. ¡Era un buen hombre!
La situación me parece clara —dijo Bebón a Nitis y al sumo sacerdote Wahibre—: una facción griega de Náucratis intenta armarse para atacar al rey. Hay que avisarlo en seguida.
—Estoy bajo arresto domiciliario —recordó el sumo sacerdote—. Y aunque consiguiera ver a Amasis, no me creería.
—Tal vez exista una solución —sugirió Nitis.
—Necesito vuestra ayuda —le dijo la sacerdotisa a Menk.
El organizador de las fiestas de Sais se estremeció de placer. ¡Por fin daba ella un paso hacia él!
—Ya sabéis que el rey se niega a ver al sumo sacerdote.
—Lo siento mucho, querida Nitis; espero que esa lamentable situación mejore rápidamente.
—Wahibre posee una información capital para la seguridad del reino. Pero como no puede salir del templo, busca un mensajero digno de confianza.
La alegría de Menk se apagó bruscamente.
—Los asuntos de Estado no son mi fuerte, y…
—El rey os escucha, pues conoce vuestra probidad y vuestro rigor. Esto nos concierne a todos, pues de ello depende el porvenir de Egipto. No transmitir esa información sería una grave falta.
—Se trata de una gestión extremadamente delicada, no sé si…
—Tenéis la confianza del sumo sacerdote. Y la mía también. Nosotros somos impotentes. Vos podéis salvar las Dos Tierras.
Por un lado, tomar semejante iniciativa y enojar al rey acabaría de una vez con su carrera; pero por el otro, una negativa a Nitis pondría fin a sus relaciones.
—Y esa información… ¿cómo se supone que la he obtenido?
—Manteniendo el anonimato, un mercenario ha confiado en vos. Aunque incrédulo, habéis considerado indispensable advertir a su majestad.
—¡Mucho me pedís!
La muchacha sonrió.
—No dudaba de vuestro valor, Menk. Esta intervención probará al rey vuestra absoluta lealtad, y no se mostrará ingrato.
La perspectiva tranquilizó al organizador de las fiestas.
—Debo ver a su majestad en audiencia privada dentro de cuatro días. ¿Os va bien?
—Perfecto. Pero no llaméis la atención.
—¡No me digáis que algunos dignatarios del palacio están comprometidos!
—La información es referente al tráfico de armas. Inquieto, Menk escuchó atentamente a Nitis.