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Kel salió del templo en compañía de los jardineros encargados de cuidar los árboles de Neit. Luego se separó discretamente del grupo y se mezcló con los curiosos aguardando una señal de Bebón.

Un asno tocó su mano con el hocico.

—¡Viento del Norte!

Con las orejas levantadas, el rucio se dirigió hacia una placeta de la que partían varias callejas.

Kel lo siguió hasta un establo, donde Viento del Norte bebió agua fresca y degustó una sabrosa mezcla de heno, legumbres y alfalfa.

—Tienes buen aspecto —observó Bebón—. Cualquiera diría que Neit te protege.

—El sumo sacerdote está bajo arresto domiciliario, el rey se niega a recibirlo. Henat ha mandado registrar el dominio de la diosa, y sólo la ayuda de Nitis me ha permitido escapar.

—He advertido la presencia de un buen número de espías en los alrededores del templo. Afortunadamente, se guían por tu retrato. Además, he encontrado un aliado muy valioso, mi viejo compañero Nedi, al que antaño presté buenos servicios.

—¿Cómo podría él ayudarnos?

—Informándonos del contenido real de tu expediente. Forzosamente está lleno de pruebas inventadas, falsas declaraciones y testigos manipulados. Me gustaría conocer a los firmantes. Además, el buen Nedi nos describirá, detalladamente, el dispositivo destinado a interceptarnos. Por fin gozaremos de cierta ventaja.

—¿Cuándo hablaremos con él?

—Esta noche, frente al taller del principal mercader de jarras de Sais.

La luz plateada de la luna llena bañaba la ciudad en perpetua expansión. Gatos vagabundos buscaban presas, jóvenes parejas hablaban de amor, artesanos y escribas trabajaban a la luz de las lámparas.

Viento del Norte marchaba en cabeza, a buen paso.

—¿Sabes que me descubrió y me condujo hasta ti? —recordó Kel.

—La inteligencia de este asno supera el entendimiento. Ya no somos dos, sino tres. Y nos interesa escucharlo.

El lugar parecía tranquilo. Dos enormes tinajas flanqueaban la entrada del taller, en pleno barrio de los alfareros.

Viento del Norte se detuvo.

—Cuidado —recomendó Bebón, de pronto alerta.

El actor se volvió.

Nadie los seguía.

El asno se dirigió entonces hacia una de las tinajas y, de una potente coz, la derribó. Herido por los cascotes, un policía intentó salir de su interior, lanzando un grito de dolor.

La segunda tinaja sufrió la misma suerte, y un segundo sabueso fue derribado.

—¡Sigue a Viento del Norte! —ordenó Bebón precisamente cuando tres hombres, armados con garrotes, salían del taller.

El actor abatió a uno de los agresores de una patada en pleno rostro. Su rapidez le permitió evitar el arma que caía sobre él y golpear con violencia la nuca de su adversario.

Cuando se volvía, Bebón vio demasiado tarde el garrote. La sangre brotó de su nariz. Loco de rabia, perdió los estribos y, golpeándole el cuello con el canto de la mano, dejó a un policía sin respiración.

Puesto que ya nadie le cortaba el paso, el cómico huyó.

Nitis examinó la herida de Bebón.

—Fractura del tabique nasal —diagnosticó—. Puedo curarlo.

Tras haber limpiado la herida con unas compresas de lino, colocó dos más, untadas de grasa, miel y diversas sustancias vegetales.

—Cuando haya bajado la hinchazón —indicó—, colocaré dos tablillas cubiertas de lino para sujetar la nariz. Diariamente, hasta su completa curación, cambiaré el apósito. No quedará secuela alguna y, gracias a las virtudes anestésicas de las plantas utilizadas, no sentiréis dolor. Comed como de costumbre y, sobre todo, descansad.

—¿No corréis demasiados riesgos ocultándonos en vuestro domicilio oficial? —se preocupó Kel.

—El dominio de Neit ha sido registrado de forma exhaustiva —recordó la sacerdotisa—, y los espías de Henat vigilan, sobre todo, al sumo sacerdote. Si intentara salir del recinto, sería detenido.

—Sed muy prudente —recomendó el joven escriba.

—Tranquilizaos, no bajaré la guardia.

—Tu supuesto amigo nos ha vendido a la policía —dijo Kel dirigiéndose a Bebón.

—Te equivocas.

—¿Y cómo te explicas esa emboscada?

—Conozco bien a Nedi, y sé que no nos ha traicionado. Lo habrán descubierto mientras buscaba las informaciones que debía transmitirnos. Por si fuera necesario, eso prueba la gravedad de la situación. La jerarquía detiene a uno de sus propios policías y lo reduce al silencio.

—Henat no se atrevería…

—Nunca volveremos a ver a Nedi —afirmó el actor con voz sombría.

—Tal vez haya tenido tiempo de dejarnos un mensaje.

—¿Cómo?

—Ocultando en su casa algún documento. Iré allí en cuanto sea posible.

—No abandonéis esta casa sin consultármelo antes —exigió Nitis.

Bebón se tendió en una estera. Como sus amigos, era consciente de la magnitud de la conspiración. Inveterado optimista, se preguntaba si Kel y él conseguirían salir de ese avispero.

—Envié a Nedi a una muerte segura —deploró.

—Él aceptó ayudarte —dijo Kel.

—No imaginaba la magnitud del peligro. Y me considero responsable de su muerte.

—¿No estás exagerando? Tal vez no esté muerto.

—Nos han tendido una trampa, por lo que probablemente Nedi reveló el lugar de la cita. Y sólo habría hablado si lo torturaban.