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Acompañado por una decena de almirantes, el canciller Udja se encontró con el general en jefe de los ejércitos egipcios, Fanes de Halicarnaso, al norte de Sais. El griego estaba llevando a cabo allí grandes maniobras de caballería e infantería.

Esa reunión del estado mayor estaba destinada a poner a punto una estrategia eficaz en caso de invasión. Un oficial se extrañó.

—General, ¿por qué este despliegue de fuerzas? ¿Acaso el embajador Creso no prometió la paz con los persas?

—Los embajadores no me inspiran confianza, y me pagan por defender Egipto. De modo que nos entrenaremos hasta que cada mercenario sea capaz de ejecutar las órdenes a la perfección. Quiero hombres rápidos, fuertes y eficaces.

—Dos nuevos navíos de guerra acaban de salir de nuestros astilleros —reveló Udja—, y otros tres estarán terminados muy pronto.

—Excelente —dijo Fanes de Halicarnaso—. Observé con atención a Creso durante su visita: estaba estupefacto e impresionado. Sin duda creía que nuestro sistema de defensa aún tenía puntos débiles. Ahora está convencido de lo contrario. Sin embargo, no debemos relajarnos.

—No es ésa la intención de su majestad —afirmó Udja—. Exige que aumenten los efectivos y se mejore el armamento.

—¡Los nuevos reclutas serán bienvenidos! Y creedme, canciller, nos encargaremos correctamente de su formación. Entre los mercenarios no queremos blandengues ni cobardes. Hay, sin embargo, un problema.

—¿Cuál?

—El estancamiento de los salarios. Me parece necesario un aumento.

El canciller se relajó.

—El rey me ha autorizado a aumentar los impuestos de los civiles, todos fichados ya y severamente controlados. Así pues, los mercenarios serán mejor tratados, y los oficiales recibirán tierras libres de tasas.

—¡La moral del ejército se mantendrá muy alta! —prometió Fanes de Halicarnaso—. Ahora, examinemos nuestro dispositivo de defensa.

Dos escribas desplegaron en el suelo un gran mapa del Delta y del corredor sirio-palestino.

—Hay dos posibles vías de ataque: por mar y por tierra. La costa mediterránea es peligrosa y presenta numerosas trampas para una flota que no la conozca. Si algunas embarcaciones persas consiguieran evitarlas, la superioridad de vuestras naves no les daría la menor oportunidad de acostar. Y si, por casualidad, algunas llegaran a uno de nuestros puertos, se verían encerradas en una nasa y serían rápidamente destruidas.

Udja y los almirantes asintieron.

—Dada su experiencia —dijo uno de ellos—, Creso no ha dejado de advertirlo. Cualquier intento de invasión por mar sería suicida.

—Sobre todo, no bajemos la guardia —exigió el canciller—, y fortalezcamos nuestras posiciones.

—La vía terrestre me preocupa más —reveló Fanes de Halicarnaso—, y a diario trabajo para tapar las brechas que puedan quedar. Nuestros infantes y nuestras líneas de fortificación serán colocados de tal modo que el enemigo sólo tendrá abierto un corredor. A su salida, lo aguardará la caballería y le propinará severos golpes mientras nosotros le cortamos la posibilidad de retirarse.

Varios oficiales insistieron en un detalle u otro, con el fin de mejorar más aún aquel plan que garantizaba la salvaguarda de Egipto. El general en jefe escuchó atentamente las sugerencias y prometió estudiarlas en profundidad. Era evidente que ni siquiera un ejército dos veces superior en número conseguiría invadir el Delta.

Tras haberse purificado en el lago sagrado, Nitis acudió al templo cubierto, donde presentó ofrendas de leche, vino y agua a las estatuas de la diosa Neit, que iba tocada con la corona roja y llevaba los cetros Vida y Potencia. Luego veneró al conjunto de las divinidades presentes en las capillas y cruzó la puerta del cielo, que daba acceso a la parte más secreta del templo.

Iniciada en los misterios de Isis y Osiris por los ritualistas de la Casa de Vida, la joven Superiora de las cantantes y las tejedoras podía representar al sumo sacerdote animando los textos rituales, vivos para siempre más allá del tiempo.

Nitis abrió la puerta oculta de la tercera cripta.

—Soy yo, Kel. Podéis salir.

Muy lentamente, el escriba abandonó el universo donde acababa de vivir una profunda mutación. Alimentado por cada jeroglífico y con el corazón henchido de las palabras de creación de la diosa Neit y el espíritu abierto al universo de las energías en perpetua recreación, había atravesado en pocas horas territorios del alma accesibles a muy pocos seres.

—Nitis… ¿Estoy vivo aún?

—Más que antes.

—¡No era un escondite, sino una prueba! ¿Tenéis, ahora, confianza en mí?

—Nunca he dudado de vuestra inocencia.

—Un escriba intérprete, por muy buen técnico que sea, ¿sería capaz de sentir la potencia de las palabras divinas y de salir indemne de la caverna de las metamorfosis? Imagino que ésa es la pregunta que vos y el sumo sacerdote os habéis hecho…

Nitis sonrió.

—También era un escondite, Kel. Los policías de Henat han registrado los dominios de Neit y no os han encontrado. En cambio, vos os habéis descubierto.

Sus miradas se cruzaron; en ellas refulgía una nueva intensidad.

—Sé que estoy condenado, Nitis. Sin embargo, lucharé hasta el fin. Y vos me habéis abierto los ojos al romper el cepo de ignorancia que me cegaba. Aun siendo indigno de vos, ahora comprendo mejor la importancia de vuestra función.

Ella le tendió las manos, él se atrevió a tocarlas.

—Vuestro amigo Bebón desea hablaros.