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La víspera, por la noche, el faraón Amasis había purificado, maquillado y coronado a la vaca de pelaje negro en la que se encarnaba la diosa Neit. Luego, en el centro del gran patio, había disparado flechas a los cuatro puntos cardinales para impedir que las fuerzas del caos invadieran las Dos Tierras.

La primera procesión de la fiesta de Neit tuvo lugar entonces. Un ritualista precedió al rey, otro recitó los textos rituales que celebraban el fulgor de la Madre de las madres. Sacerdotes y sacerdotisas se dispusieron alrededor del lago sagrado y asistieron a la navegación de la barca divina, símbolo de la comunidad de las potencias creadoras que dan nacimiento a las múltiples formas de vida.

En el exterior del recinto sagrado daban comienzo los festejos. Decenas de familias que habían llegado en barca de las aldeas y los burgos cercanos a Sais querían celebrar la divinidad y ganarse su protección. Se tocaba la flauta y se hacían entrechocar las castañuelas para alejar a los demonios. Ofrecidos por el rey, el vino y la cerveza corrían a mares. En Sais se danzaba por todas partes y, al abrigo de la noche, se formaban parejas.

Bebón habría imitado, de buena gana, a los galantes, pero debía cumplir una misión delicada. Así pues, se deslizó a través de la muchedumbre en dirección al gran templo. Recorrió la avenida de las esfinges y contempló los dos obeliscos de Amasis. Excepcionalmente, cierto número de invitados estaban autorizados a entrar en el patio que precedía al pilono del templo mayor. Bebón se mezcló con un grupo de administradores de los graneros y se separó de él para acercarse a un sacerdote con la cabeza afeitada que vestía una túnica blanca.

—Traigo un mensaje destinado a la Superiora de las cantantes y las tejedoras de Neit. Es urgente y personal.

—Aguarda aquí un momento.

Transcurrieron los minutos, interminables. En aquel día de fiesta, ¿se tomaría Nitis el tiempo de desplazarse personalmente? La joven dirigía los rituales y no podía salir del santuario. Sin duda le enviaría una sacerdotisa con la que el actor se negaría a hablar.

En el exterior del recinto, los festejos estaban en su punto álgido. En cada terraza y ante cada puerta, tanto en Sais como en todas las ciudades egipcias, se habían encendido lámparas. Su luz permitiría a Isis encontrar las dispersas partes del cuerpo de Osiris, asesinado por su hermano Set. Al final de la búsqueda, la barca sagrada llevaría el cuerpo de resurrección hasta el santuario de Neit, donde las últimas fórmulas de transmutación provocarían el despertar del dios reconstruido, vencedor de la muerte.

Entonces apareció Nitis.

¿Cómo no enamorarse de una mujer tan sublime?

—¡Bebón! ¿Está vivo Kel?

—Tranquilizaos.

—No nos quedemos aquí.

Lo llevó a una pequeña capilla, dedicada a la leona Sejmet.

—Kel está bien y se encuentra en Sais —confirmó Bebón—. Desea hablaros.

—Durante el período de las fiestas me es imposible ausentarme. ¿Estáis seguros?

—Fingimos ser comerciantes y hemos pasado sin dificultad los controles policiales.

—¿No corréis el riesgo de ser descubiertos?

—He modificado la apariencia de Kel y nos comportamos como perfectos mercaderes.

—¿Tenéis vino para vender?

—¡Y excelente!

—Presentaos mañana, a primera hora del día, en la puerta de los proveedores. Yo misma recibiré las mercancías.

Menk, extrañado, se acercó a la hilera de los comerciantes que se apretujaban dirigiéndose a la puerta del templo, donde estaban controladores y escribas. Allí examinaban los géneros, rechazaban los de mala calidad y anotaban la remuneración concedida.

¿Por qué se ocupaba Nitis de esas formalidades?

—¿Problemas? —le preguntó.

—¡No, no, todo va bien!

—¿No deberían vuestros ayudantes descargaros de esta tarea?

—En este período de fiestas sólo confío en mi propio juicio. Menk asintió.

—¡Yo hago lo mismo! Delegar más me aliviaría, pero reparar los errores cometidos requeriría mucho tiempo. ¿Estáis satisfecha con el desarrollo de los rituales?

—Un trabajo notable, como de costumbre. Sois digno de vuestra reputación, Menk.

El dignatario se estremeció de satisfacción.

—Si puedo ayudaros.

—Habré terminado muy pronto. ¿Querríais comprobar el número de jarras destinadas a las purificaciones?

—Me encargaré de eso inmediatamente.

Menk se alejó por fin.

Nitis se ocupó entonces de un mercader de frutas, encantado de proporcionar su producción al templo. Luego le quedaban sólo dos mercaderes y su asno, un soberbio rucio de ejemplar tranquilidad.

De pronto, la muchacha reconoció a Kel, y su corazón palpitó más de prisa. Le habría gustado hablarle de su temor a no volver a verlo nunca más y de la profunda alegría que sentía en ese instante.

—Os ofrecemos un vino de primera calidad —dijo Bebón—. ¿Queréis olerlo y probarlo? Nitis asintió.

—Tengo que haceros importantes revelaciones —murmuró Kel.

—Debéis hablar con el sumo sacerdote.

—¿Cómo hacerlo sin peligro?

—El controlador tomará nota de vuestra entrega de vino y seguiréis a los demás proveedores hasta el almacén principal. Bebón esperará allí, en compañía del asno, y yo os entregaré una túnica blanca de sacerdote puro. Luego, vos iréis a la sala de los archivos de Wahibre.

Ambos hombres observaron las consignas.

Bebón, inquieto, permaneció ojo avizor. No dudaba en absoluto de la sinceridad de Nitis, pero temía que la muchacha fuese objeto de vigilancia y, muy a su pesar, les hiciera caer en una trampa.

En el almacén se sirvió una colación a los proveedores aceptados por el templo. Bebón discutió con un mercader de legumbres, y Kel aprovechó la circunstancia para esfumarse.

¿Y si el sumo sacerdote se había doblegado al enemigo, si obedecía al rey y a su policía, si favorecía su carrera entregando al poder a un criminal huido?