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El juez Gem acababa de poner fin a un tenebroso asunto de copropiedad, cuyo proceso había durado treinta años. A falta de pruebas, los litigantes habían aceptado finalmente un compromiso. Excelente ya, la reputación del alto magistrado se veía confortada por ello. Gracias a él, la justicia resolvía los casos complejos.

Había una excepción, sin embargo: el escriba Kel, un asesino que seguía huido.

Gem, irritado, forzó la puerta del despacho de Henat.

El jefe de los servicios secretos estaba clasificando pequeños papiros con nombres, fechas y hechos. No dejaba a nadie el cuidado de efectuar ese trabajo de archivo, pues su prodigiosa memoria registraba cada detalle.

—Esta situación no puede seguir —estimó el juez.

—¿Ocurre algo?

—A pesar de la orden del rey, vos no cooperáis y os guardáis informaciones que me serían muy útiles.

—Os equivocáis.

—¡Demostrádmelo!

—¡Ahora mismo, juez Gem! Precisamente acabo de recibir un informe procedente de Náucratis y, tras verificarlo, pensaba entregároslo personalmente.

El magistrado se engalló.

—¿Qué habéis sabido, Henat?

—Hemos encontrado la pista del asesino. Kel se ocultaba en las ciénagas del Delta, cerca de Náucratis. Unos aduaneros lo descubrieron y lo interceptaron, pero consiguió huir con la ayuda de un cómplice.

—¿Ha sido identificado?

—Por desgracia, no. Ignoramos si se trata de un miembro de su organización o de un apoyo ocasional. Sólo es un detalle, teniendo en cuenta los nuevos hechos.

—¿Cuáles?

—Kel fue a Náucratis con una intención concreta: suprimir al lechero, el Terco, y a su colega griego, Demos.

—¿Os estáis burlando de mí?

—Ambos cadáveres han sido identificados —concretó Henat—. Por lo que se refiere al lechero, alistado en los mercenarios, podría tratarse de un accidente.

—Pero vos no lo creéis.

—Ni por un momento.

—¿Y Demos?

—Según varios testimonios, entre ellos el de la dama Zeké, una importante personalidad de Náucratis, Kel lo degolló. Ignorando su verdadera identidad y sus fechorías, esa mujer de negocios había contratado al asesino como escriba. Él la manipulaba, sin duda. Gracias a sus contactos, encontró a Demos y se libró de él.

—¿Han sido recogidas esas declaraciones? —quiso saber el juez, preocupado.

—Aquí están.

Dubitativo, Gem leyó unos textos claros y concordantes.

Los servidores de la dama Zeké habían visto entrar a Demos en la habitación de Kel y habían oído, luego, ecos de una violenta disputa. A continuación, el escriba había salido de la habitación con un cuchillo ensangrentado en la mano. Con ojos enloquecidos, había soltado el arma y, una vez más, había huido.

—¡Ese tal Kel es una bestia feroz! —exclamó el juez.

—Acaba de matar a sus dos cómplices, por miedo a que hablasen, y se afirma como el jefe de la organización de criminales —concluyó Henat.

—¿Una organización al servicio de quién?

—La investigación debe establecerlo. Tal vez se trate sólo de un sórdido caso de crímenes.

El juez hundió la cabeza entre las manos.

—Esta tragedia está adquiriendo proporciones espantosas. E ignoramos los móviles del asesino.

—Os los revelará durante su interrogatorio —predijo Henat.

—¡Con la condición de que se produzca! Ese monstruo es extremadamente escurridizo.

—Una bestia acosada acaba por caer en la trampa, y ese Kel no escapará a la regla.

—Dada su locura asesina, me veo obligado a adoptar medidas rigurosas. Si se siente perdido, el fugitivo reaccionará cada vez con mayor violencia. De modo que ningún policía debe arriesgar su vida.

—No os comprendo —se preocupó Henat.

—Daré órdenes de que lo maten en cuanto lo vean —precisó el juez—. Las fuerzas del orden actuarán en legítima defensa y no se les impondrán sanciones.

El jefe de los servicios secretos se puso nervioso.

—¡Debemos coger a Kel vivo y hacerle confesar los motivos de sus crímenes!

—Nadie está obligado a lo imposible. Y me preocupa más la vida de nuestros policías que la de ese demente, la verdad.

—Evitad ese error —recomendó Henat—. De lo contrario, el rey os hará personalmente responsable de ello.

—¿Acaso sois su portavoz?

—En efecto, juez Gem.

—¿Os comprometéis a cubrirme si se producen otros dramas?

—Mis funciones oficiales no me lo permiten.

—Dirigiré, pues, la investigación como crea conveniente.

—¿Osaríais desafiar a su majestad?

—Que me dé una orden oficial y la respetaré. Vuestra palabra no me basta, Henat.

—Desafiarme no os llevará a ninguna parte, juez Gem. Vuestro papel consiste en detener a un temible asesino, y en detenerlo vivo, para que pueda hablar. Luego, y sólo luego, será juzgado y condenado.

—No es necesario que me recordéis los deberes de mi cargo: cumplo con ellos sin traicionarlos desde hace muchos años.

—No comencéis, pues, a pisotearlos.

—No me gusta vuestro tono, Henat, y preferiré la vida de los policías a la de un loco criminal. A menos que algunas informaciones procedentes de los servicios secretos me permitan detenerlo con toda seguridad.

—Su majestad me ha pedido que coopere.

—Obedeced, pues.