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El juez Gem presidía el tribunal que actuaba ante la puerta monumental del templo de Neit. Iba tocado con una peluca a la antigua, y llevaba un colgante que representaba a Maat, la diosa de la Justicia.[26] Sin hacer distinción alguna entre un gran señor y su servidor, entre una sierva y su dueña, escuchó a diversos denunciantes cuyos asuntos superaban la competencia de los tribunales locales. El consejo del pueblo apaciguaba la mayoría de los conflictos, y los magistrados de la ciudad vecina se ocupaban de los casos difíciles. Si no se encontraba solución satisfactoria alguna, denunciantes y acusados llegaban hasta el jefe de la justicia.

Gem tocó la figurita de Maat e indicó así el comienzo de la audiencia. Treinta jueces escucharon a unos escribas que leyeron las detalladas denuncias, que concluían con el montante de la indemnización deseada, y las respuestas de los defensores. Dada la complejidad de la querella entre herederos, escucharon la refutación de aquellos argumentos y el último contraataque de los oponentes.[27]

Gem podría haber convocado a ambas partes, pero los documentos establecían claramente la verdad. De modo que colocó la figurita de Maat sobre el expediente de los denunciantes. Una madre de familia había desheredado legalmente a sus hijos, ingratos y deshonestos, en beneficio de una criada valerosa a quien la cohorte de aquellos amargados intentaba desacreditar. Puesto que habían llegado a la falsificación, serían condenados a pagar una cuantiosa suma por daños y perjuicios.

Una vez impartida la justicia en nombre de Maat y de Faraón, Gem regresó a su despacho, donde lo aguardaban los últimos informes de la policía sobre el asunto Kel.

No había ni rastro del asesino huido. Sin embargo, todos los confidentes estaban al acecho, y las fuerzas del orden no escatimaban esfuerzos.

De modo que Kel había salido de Sais. Salvo si se ocultaba en el interior del recinto sagrado de Neit… No, el registro se había realizado correctamente, y el juez no podía dudar de la palabra del sumo sacerdote.

Era necesario alertar a todas las ciudades del Delta. Tal vez el escriba tuviera cómplices y no vagara por la campiña. Y si dirigía una organización de malhechores, ¿no lo habrían ayudado éstos a salir de Egipto?

Henat, el jefe de los servicios secretos, tal vez conociera las respuestas a esas preguntas. Pero a pesar de la intervención del rey, permanecía mudo.

—¿Qué hacemos con ese tal Bebón? —preguntó el ujier.

—Traédmelo.

El juez consultó el expediente del cómico ambulante, que estaba vacío. Además, la policía no dejaba de detener a inocentes cuyo único crimen era parecerse a Kel. Abrumado por los expedientes inútiles, Gem decidió librarse de éste.

El mocetón, macilento, no parecía ya muy valiente.

—Bueno, Bebón, ¿lo has pensado bien?

—¿El qué?

—¿No tienes nada que decirme sobre el escriba Kel?

—¿Yo? ¡Nada en absoluto! Sólo quisiera salir de la cárcel y reanudar mis actividades.

—¿Piensas viajar?

—Es mi oficio.

—No decirme toda la verdad sería una falta grave…

—Por eso os la he dicho toda.

—Tu arresto fue brutal. ¿Deseas denunciar a la policía?

Bebón abrió los ojos de par en par.

—La denuncia podría aceptarse —indicó Gem—, y no harías más que ejercer el derecho de un inocente.

—¡Bastantes problemas he tenido ya!

—Como quieras.

—¿Me… me liberáis?

—No hay acusación alguna contra ti.

—¡En este país hay justicia!

Bebón recibió una hogaza de pan fresco, una calabaza de agua, un par de sandalias nuevas y, en cuanto salió de los locales de la administración judicial, saludó al sol y al cielo azul.

¡Su primer destino sería la taberna! Cerveza fuerte, por fin, indispensable para aclararse las ideas.

¿Cómo podía encontrar a Kel, cuyo único amigo era? ¿Dónde se había refugiado el escriba? Tenía la apariencia de una pista, pero era tan frágil.

Al levantarse, Bebón se sintió observado.

Caminó al azar, cambió varias veces de dirección, atravesó un mercado, discutió con unos comerciantes y descubrió al que lo seguía.

¡De modo que su puesta en libertad era sólo una añagaza! Sospechando que era cómplice, el juez Gem esperaba que el actor lo llevara hasta su amigo Kel.

Sin embargo, si se deshacía se sus perseguidores, sería como confesar que era culpable. De modo que Bebón alquiló una habitación en el segundo piso de un albergue de las afueras, frecuentado por mozos de cuerda. Nada más instalarse, corrió a la azotea y vio al policía obligado a hacer el pasmarote cerca del establecimiento. Saltó de terraza en terraza, hasta llegar a un barrio popular y, luego, tomó por una calleja que llevaba al templo de Neit. Tal vez Nitis, la sacerdotisa a la que Kel había conocido en el banquete anterior al asesinato de los intérpretes, supiera más cosas.

Hablaría, de buen grado o por la fuerza.

Según el despacho que acababa de llevarle el cartero, Nitis debía acudir urgentemente a su antigua dirección para resolver un problema material, y a pesar de estar muy ocupada, decidió resolverlo de inmediato.

Apenas hubo cruzado el umbral, una vigorosa mano se pegó a su boca.

—¡No grites! Sobre todo, no intentes huir. La puerta se cerró.

El agresor llevó a la sacerdotisa hasta la habitación.

—Me llamo Bebón y soy el único amigo del escriba Kel. O respondes a mis preguntas o te estrangularé.

—Hazlas.

—Superiora de las cantantes y las tejedoras de Neit… ¡Fue fácil encontrar tu rastro! Las sacerdotisas puras sólo hablan de tu ascenso y de tu brillante porvenir. ¿Admites conocer a Kel?

—Lo admito.

—¿Le tendiste una trampa en el banquete?

—Yo no soy responsable de aquella emboscada.

—¡Demuéstralo!

—¿Y tú, eres su amigo o uno de los chivatos de la policía que se encargan de encontrarlo? Bebón soltó una carcajada.

—¿Un policía, yo? ¡Ésta sí que es buena! ¡También podrías acusarme de estar casado y ser padre de familia!

La sinceridad del actor parecía evidente.

—Creo en la inocencia de Kel —declaró Nitis—, y lo ayudé a ocultarse.

Bebón soltó un suspiro de alivio.

—Una aliada… ¡Loados sean los dioses! ¿Dónde se oculta?

—Se ha marchado a Náucratis. Si Demos y el Terco, forzosamente mezclados en el asesinato de los intérpretes, se han instalado en esa ciudad griega, los encontrará y los interrogará.

—¡Y si son culpables, lo matarán!

—No conseguí disuadirlo —deploró Nitis—, pues no veía otra solución. Para las autoridades, Kel es un asesino huido.

—Yo lo ayudaré —prometió Bebón.

—El actor adoptó entonces un aire compungido.

—Perdonad mi brutalidad, pero os creía cómplice de los conspiradores.

Nitis sonrió.

—Yo habría actuado del mismo modo.

—¡Ayudar a Kel podría causaros graves problemas!

—¿Acaso no es el deber de una sacerdotisa buscar la verdad y combatir la mentira?

—Conoceros ha sido un honor.

—Vuelve con Kel sano y salvo. Juntos, conseguiremos que lo absuelvan.