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Alta la frente y el rostro grave, ataviado con una larga túnica blanca, Pitágoras[24] se inclinó ante el sumo sacerdote y ante Nitis.

—Gracias por recibirme. Vengo del palacio del faraón Amasis, que me ha concedido una larga entrevista para saber si había obedecido al pie de la letra. De hecho, he ido a Heliópolis, la ciudad sagrada de Ra, el dios de la luz divina, y luego a Menfis, la ciudad de Ptah, señor del Verbo y de los artesanos.

—¿Habéis sido puesto a prueba? —preguntó Wahibre.

—Y de qué modo, pero no lo lamento.

—Vosotros, los griegos, seguís siendo niños. No hay ancianos en el seno de vuestros templos e ignoráis la verdadera Tradición. Por eso vuestra filosofía se reduce al sonido de las palabras.

—Lo reconozco, sumo sacerdote, y he comprendido, como cierto número de mis compatriotas, que Egipto es la patria de la Sabiduría. Durante mucho tiempo me rechazaron y me aconsejaron que volviera a mi casa. Sólo la perseverancia me ha permitido convencer a los sacerdotes de la autenticidad de mi búsqueda. Aquí, y en ninguna otra parte, se enseña la ciencia del alma y se distingue el conocimiento del saber, subordinando el segundo al primero.

—¿Qué habéis aprendido en Heliópolis y en Menfis?

—Geometría, astronomía y los métodos simbólicos que conducen a la percepción de los misterios. Ni corriendo ni dispersándose, mi espíritu fue despertado al poder de los dioses durante varios rituales de iniciación.

—¿Habéis visto la acacia? —preguntó Nitis.

—Soy un hijo de la Viuda y un seguidor de Osiris, el Ser perpetuamente regenerado —respondió correctamente Pitágoras.

—Habéis recorrido ya un largo camino —reconoció el sumo sacerdote.

—También fui a Tebas, donde la Divina Adoratriz, tras haberme puesto a prueba largo tiempo, me inició en los misterios de Isis y de Osiris.

—Un hombre que obedece a una mujer —observó Nitis—. ¿No es eso sorprendente, desde el punto de vista griego?

—También en ese campo tenemos mucho que aprender. Cuando regrese a Grecia para fundar allí una comunidad de iniciados, abriré las puertas a las mujeres, y accederán al conocimiento de los misterios como en Egipto.[25] Al excluirlas de las altas funciones espirituales se condena al mundo a la violencia y al caos. Por lo demás, fue una mujer, la dama Zeké de Náucratis, la que me facilitó esas gestiones. Aprecia la libertad de la que goza en Egipto y desearía ver cómo se extiende por todas partes.

—Habéis decidido, pues, fundar una orden iniciática en Grecia y transmitir el esoterismo egipcio tal como lo habéis percibido —supuso Wahibre.

—Esa tarea me parece primordial. Ciertamente, podría quedarme aquí y avanzar por el camino del conocimiento hasta mi última hora, ¿pero no sería eso una andadura egoísta? Mi vocación consiste en revelar a los griegos los tesoros entrevistos en vuestros templos y elevar así sus almas. Deben respetar mejor a los dioses y la ley de Maat, practicar el respeto a la palabra dada, la moderación y la armonía, siguiendo unos rituales que les permitan alcanzar las islas de los bienaventurados, es decir, el sol y la luna, los dos componentes del ojo de Horus.

—A vuestro entender, ¿qué es lo esencial? —quiso saber Wahibre.

—El Número —respondió Pitágoras—. Cada ser posee el suyo, y conocerlo lleva a la Sabiduría. Unidad y multiplicidad a la vez, el Número contiene las fuerzas vitales. A nosotros nos toca descubrirlos para percibir el universo del que somos una expresión limitada. ¿Acaso nuestro origen y nuestro objetivo no son el cielo de las estrellas fijas, la morada de las divinidades donde viven las almas liberadas, las de los Justos?

—¿Qué esperáis de mí, Pitágoras?

—Fundar mi orden implica el acuerdo unánime de los sumos sacerdotes que me han concedido sus enseñanzas y me han juzgado digno de transmitirlas. Si me negáis las vuestras, mi andadura se verá interrumpida.

—¿Renunciaríais si así fuera?

—Intentaría convenceros, pues creo en la importancia de esta misión.

—Practicaré el mismo método que mis colegas —decidió Wahibre—: poneros a prueba. Nitis, Superiora de las cantantes y las tejedoras de Neit, os acompañará mañana mismo a uno de nuestros principales ritualistas. Él os atribuirá varias tareas. Luego, volveremos a vernos.

Pitágoras se inclinó de nuevo y regresó al palacio real, donde se alojaba.

—Un hombre sabio y decidido —juzgó Nitis.

—Pero un griego —recordó el sumo sacerdote—, y un protegido del rey Amasis.

—¿Sospecháis que Pitágoras es un espía encargado de observarnos?

—No descarto esa hipótesis. Tengo la impresión de que su curiosidad no tiene límites, y no carece de inteligencia.

—La Divina Adoratriz lo inició en los misterios osíricos —recordó Nitis—. De acuerdo con su reputación, se muestra de una ejemplar serenidad. Ningún hipócrita podría engañarla.

—Tu argumento no carece de fuerza —reconoció Wahibre—. Sin embargo, deberemos permanecer atentos.

—Si Pitágoras realmente tiene talento matemático y geográfico, ¿no podría ayudarnos a descifrar el código?

—¡No quememos las etapas, Nitis! Antes de mostrarle un documento tan peligroso, asegurémonos de su sinceridad.

—Lamentablemente, el tiempo apremia.

—Soy consciente de ello, pero un paso en falso sería fatal, y Kel se sumiría en el abismo.

—Regreso a la Casa de Vida —anunció Nitis—. Allí hay numerosos papiros matemáticos, y he descubierto algunos detalles interesantes.

—No olvides dormir —le recomendó el sumo sacerdote—. Los deberes de tu cargo no son pocos y necesitarás todas tus fuerzas.