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Dos santuarios del dominio sagrado de la diosa Neit estaban consagrados al tejido de las numerosas telas utilizadas durante la celebración de las fiestas y los rituales. Tras haber ascendido todos los peldaños de la jerarquía y haber pasado por todas las etapas del oficio, la joven Superiora no se dejaría engañar por una eventual perezosa.

Puesto que nadie discutía su nombramiento y todas se felicitaban por haber escapado a las pesadas responsabilidades, las sacerdotisas trabajaban con ahínco. La decana presentó a Nitis unas vestiduras de lino, terminadas la víspera, y diversas vendas de momificación destinadas a un cocodrilo sagrado. Harían feliz su alma y le permitirían cruzar las puertas de los paraísos celestiales.

—Ha llegado la hora de tejer el ojo de Horus[23] —anunció la Superiora.

Sol y luna a la vez, luz diurna y nocturna, aquel ojo se encarnaba en una tela blanca y brillante, de una excepcional calidad. Con mano experta, Nitis modeló el primer haz de lino mientras sus asistentas retorcían las hilazas para obtener un ensamblaje en torsión. Y el canto de los husos comenzó a sonar.

Aquel ojo tejido sería también el sudario de Osiris, el vestido de resurrección del cuerpo de luz que brillaba más allá de la muerte. Pocas tejedoras habían sido iniciadas en los grandes misterios, pero la corporación entera era consciente de estar consumando un acto esencial. Al crear aquella ofrenda, al buscar la perfección de la obra, participaban en la inmortalidad divina.

Nitis se tranquilizó al ver a sus Hermanas: el trabajo se llevaría a cabo de manera impecable. Sin espíritu competitivo, sólo buscaban la perfección. El poder de Neit guiaba sus corazones.

Caída la noche, los talleres cerraron. La guardiana comprobó los cerrojos y las sacerdotisas se dispersaron.

Cuando Nitis se dirigía hacia su morada oficial, Menk la abordó.

—¿Satisfecha de esta primera jornada de trabajo?

—Las tejedoras se han mostrado dignas de sus deberes.

—¡Vos sabéis suavizar a las más recalcitrantes!

—Atribuyo ese milagro a la magia de Horus. En él se reúne lo que estaba disperso.

—No subestiméis vuestra magia personal —le recomendó el organizador de las fiestas de Sais—. El sumo sacerdote no se equivocó al nombraros para ese puesto.

—Intentaré no decepcionarlo.

—Asegurar el buen funcionamiento de tan vasto santuario conlleva muchas dificultades —advirtió Menk—. Todas las mañanas el personal debe ser purificado según la Regla y no de acuerdo con su propia fantasía. Debemos disponer de la cantidad suficiente de túnicas de lino y de sandalias, limpiar las pilas y llenarlas con frecuencia de agua fresca, no olvidar objeto alguno y pensar en el bienestar de las divinidades presentes en sus capillas. ¡Y eso, sin contar las fiestas!

—¿Acaso estáis desanimado?

—De ningún modo, pero me gustaría hablar con vos de los múltiples problemas que deben resolverse. Si somos dos, seremos más eficaces.

—¿No fija la Regla el marco de nuestra cooperación? —se extrañó Nitis.

—No nos prohíbe encuentros menos… formales. Desconfiad, sobre todo, de ciertos escribas y ciertos administradores, preocupados sólo por su carrera y deseosos de enriquecerse. Tratan de obtener vuestra benevolencia y os tienden trampas.

—Gracias por vuestros valiosos consejos, Menk. No los olvidaré.

—No vaciléis nunca en consultarme. Conozco a todos los notables y lo sé todo acerca de lo que ocurre o se trama en Sais.

—Salvo ese horrible asesinato de los intérpretes, al parecer.

—¡No hablemos más de esa monstruosidad! —exigió el organizador de las fiestas, irritado.

—Es difícil no pensar en ello.

—No nos concierne, ni a vos ni a mí. La policía se encarga del asunto; el asesino será detenido y condenado. Gracias a la discreción de los servicios oficiales, la ciudad no hierve con mil rumores alarmantes e infundados.

—¿Y si intentaran ocultar la verdad?

—Ese asunto nos supera, querida Nitis. Que lo resuelva el Estado. Escuchad la voz de la razón, os lo ruego, y no abandonéis vuestro papel.

—No tengo en absoluto intención de hacerlo.

—¡Me tranquilizáis! ¿Cuándo cenaremos juntos?

—No inmediatamente, tengo muchísimo trabajo. Debo consultar numerosos archivos para reformular ciertos rituales y devolverles el vigor del Antiguo Imperio.

—Admirable tarea —reconoció Menk—, pero no os olvidéis de vivir. Esos viejos documentos no pueden rendir un justo homenaje a vuestra belleza.

—Que tengáis buena noche, Menk.

—También vos, Nitis.

El organizador de las fiestas de Sais se alejó.

La muchacha, perpleja, no lograba formarse una opinión. ¿Era Menk un banal seductor, profería amenazas encubiertas, participaba de cerca o de lejos en la conspiración? Tratando con todo Sais, tenía acceso a palacio y mantenía estrechos vínculos con hombres de poder. Gozaba de una excelente reputación, por lo que sólo tenía amigos.

Nitis exploró los papiros matemáticos de la Casa de Vida, esperando encontrar allí elementos de codificación. En ciertas épocas, efectivamente, algunos juegos de signos habían permitido ocultar el significado de textos referentes a la naturaleza de los dioses.

La tarea se anunciaba larga y difícil, y tal vez la joven no obtuviera resultado alguno. Kel, por su parte, arriesgaba su vida en Náucratis. Su conocimiento del griego era una valiosa baza, ¿pero no le tenderían una trampa mortal Demos y el Terco?

Al pensar en la desaparición del joven escriba, Nitis se sintió trastornada: no verlo más, no oírlo, no seguir compartiendo con él temores y esperanzas… Incapaz de trabajar, enrolló lentamente el papiro y lo dejó en la estantería.

—Pareces contrariada —estimó el sumo sacerdote Wahibre.

La joven dio un respingo.

—¡Ah! ¿Estabais aquí?

—Venía a buscarte para presentarte a un extraño personaje, un griego que busca conocimientos que no ha encontrado en su país. Desea consultarnos, y me gustaría saber tu opinión sobre su sinceridad.

—¿Cómo se llama?

—Pitágoras.