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El sumo sacerdote Wahibre ya no tenía la menor duda: el juez Gem obedecía a los asesinos, que querían hacer creer en la culpabilidad del escriba Kel. El modo en que dirigía su investigación demostraba su parcialidad, y la denuncia calumniosa era sólo un pretexto de su invención. Al actuar cumpliendo órdenes, ponía en guardia al templo de Neit contra cualquier veleidad de ayudar al sospechoso.

El sumo sacerdote, que confiaba en la inocencia del rey, debía revelarle la actuación de ese juez y rogarle que le arrebatara el caso en beneficio de un magistrado más íntegro, que pudiera escuchar a Kel sin prejuicios.

Wahibre nunca había visto tantos soldados cerca de palacio. Impidiendo el acceso a la rampa que conducía a la entrada principal, dispersaban a los curiosos. El visitante se topó con un oficial.

—Nadie puede entrar.

—El rey recibirá al sumo sacerdote de Neit.

—Aguardad aquí.

El oficial fue a buscar a su superior.

—Tened la bondad de acompañarme, os lo ruego.

—¿Acaso ha sucedido algo grave?

—Lo ignoro, sumo sacerdote. He recibido la orden de acompañar a las personalidades hasta el canciller.

Udja acababa de despedir a un alto funcionario, y su aspecto huraño no presagiaba nada bueno.

—Deseo hablar con su majestad —declaró Wahibre.

—Lo siento, eso es imposible.

—¿Por qué razón?

—Secreto de Estado.

—¿A quién le estáis tomando el pelo, canciller? Expulsadme si os atrevéis.

—Sed comprensivo. Las circunstancias…

—Quiero verlo de inmediato.

—Os repito que es imposible.

—Asunto de Estado, canciller. Y no admite ningún retraso.

Udja pareció hastiado.

—Tal vez la reina acepte recibiros.

—Esperaré lo que sea necesario.

El sumo sacerdote no aguardó mucho tiempo. Un chambelán lo condujo hasta la sala de recepción de la reina, donde unas pinturas de estilo griego se mezclaban con la más clásica decoración floral egipcia.

Con una larga túnica verde y el cuello adornado por un collar de cinco vueltas de cuentas multicolores, Tanit lucía radiante.

—¿Está enfermo el rey? —quiso saber Wahibre.

—Digamos que… contrariado.

—Siento mucho importunaros, pero debo hablar con su majestad.

—¿Es realmente urgente?

—Sí.

—Intentaré convencer al faraón. Esta vez, la espera se prolongó.

La reina en persona condujo al sumo sacerdote hasta el despacho de Amasis.

—Dejadnos —le ordenó éste—. Bueno, sumo sacerdote, ¿y esta urgencia?

—El juez Gem persigue al templo de Neit, majestad. Lleva a cabo su investigación de un modo inaceptable. Buscar a un asesino no implica arrastrar por el lodo a los inocentes.

—Este asunto acaba de cambiar de naturaleza —reveló el rey—, y sólo un magistrado experto e íntegro como Gem podrá descubrir la verdad sin andarse con miramientos.

—Permitidme que proteste…

—¡Vos no estáis al corriente de nada! Han robado mi casco.

—¿Vuestro casco?… ¿Os referís…?

—Sí, aquel con el que me tocó un soldado para coronarme faraón ante mi ejército, cuando mi predecesor, Apries, llevaba al país al desastre. Primero rechacé tan pesada responsabilidad y ese modo de acceder al poder. Luego acepté mi destino y la decisión de los dioses. Ese casco era el símbolo y garantizaba mágicamente mi legitimidad. Sin él, mi poder desaparecerá.

—La práctica de los ritos lo mantendrá, majestad. Cuando os tocáis con la corona de Osiris, ya no sois un general victorioso, sino el faraón que vierte sobre las Dos Tierras la luz del más allá.

—Alguien intenta destruirme —reveló Amasis—. El asesinato de los intérpretes y el robo del casco están vinculados.

—¿De qué modo?

—Lo ignoro aún. Henat y los agentes de los servicios secretos lo descubrirán.

—Sus métodos, majestad…

—¡Les he dado absoluta libertad de acción!

—Violar la Regla de Maat engendrará la desgracia.

¿Acaso, al matar a sus colegas, no fue el escriba Kel el principal culpable? A pesar de su juventud, sospecho que es la cabeza pensante de la organización que intenta derribarme. ¡Es inútil evocar la amenaza persa! Aquí mismo, en el interior de Egipto, se conspira contra mí. Y mis adversarios se engañan creyendo en mi abatimiento. Soy un guerrero y venceré en esta nueva batalla. Por lo que a vos respecta, sumo sacerdote, celebrad los ritos y conservadme los favores de las divinidades. Sobre todo, no tratéis de intervenir. Este asunto os supera y no disponéis de las armas necesarias para resolverlo. Cualquier gestión intempestiva corre el riesgo de comprometer el éxito de la investigación, por lo que será severamente castigada. Desamparado, Wahibre se retiró.

¿Era sincero Amasis o hacía comedia? ¿Qué pretendía al alejar del poder al sumo sacerdote de Neit? Privarse así de su ayuda y sus consejos llevaría al faraón a aislarse, a atarse incluso escuchando a sus enemigos.

Lo único cierto era que el destino de un joven escriba inocente estaba decidido, y nada ni nadie le permitiría escapar de la injusticia.