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Las noticias vuelan —dijo a Nitis el amable Menk, organizador de las fiestas de Sais—. Vuestro nombramiento como Superiora de las cantantes y las tejedoras me alegra. Juntos haremos un trabajo excelente. ¿Puedo confesaros que os encuentro resplandeciente?

—Dada mi inexperiencia, vuestra ayuda me será muy valiosa.

—¡Sobre todo, no os enfrentéis con nadie! Tendréis que dar órdenes a sacerdotisas de más edad, susceptibles, imbuidas de sus prerrogativas. Si las herís, se convertirán en enemigas y os causarán mil y una preocupaciones. Sabed hechizarlas, utilizad vuestra magia, y seguiréis obteniendo la unanimidad. Por lo que se refiere a los problemas rituales, os facilitaré la tarea en cualquier circunstancia. A la menor dificultad, llamadme y acudiré en vuestra ayuda.

—Os lo agradezco de antemano.

—El sumo sacerdote ha hecho bien eligiéndoos como discípula, Nitis. Gracias a vos, el porvenir parece risueño.

—Procuraré servir del mejor modo a la diosa Neit.

—Seguid siendo exigente con respecto a la calidad de los productos utilizados durante las ceremonias. El sumo sacerdote exige el mejor incienso, los mejores óleos y los mejores perfumes. Y los objetos fabricados por nuestros talleres no deben tener defecto alguno. Queda un aspecto siempre delicado: la voz de las cantantes. Algunas, ¡ay!, a veces olvidan trabajarla, otras cometen el error de creerse dotadas. Educar esas voces os exigirá mucha energía.

—Se trata de honrar a las divinidades y no a los humanos, por lo que os aseguro que no desfalleceré.

—La próxima fiesta se celebrará la semana que viene. Todo está a punto, salvo la barca de las procesiones que los carpinteros del templo acaban de restaurar. La examinaremos mañana por la mañana.

La muchacha pareció contrariada.

—Dada la enorme tarea, no tendré ya tiempo para asistir a banquetes semejantes al que organizó el ministro de Finanzas.

—Al contrario, debéis aprender a relajaros. Si trabajáis demasiado, os faltará lucidez. Y vuestro rango os impone participar en esos pasatiempos, donde los notables apreciarán vuestra personalidad. Cruzaros en su camino y gozar de sus gracias resulta indispensable.

—Aquella noche me sorprendió la presencia de un invitado.

—¿Ah, sí? ¿Cuál?

—Un joven escriba intérprete. ¿No os fijasteis?

—No me llamó la atención.

—¿Por qué lo invitó el ministro a aquella cena?

—No tengo ni la menor idea —afirmó Menk.

—Se murmura que el tal Kel ha cometido actos horrendos.

El organizador de las fiestas de Sais pareció incómodo.

—¿Sabéis algo más?

—Al parecer, asesinó a varios colegas.

—¿Crímenes aquí, en Sais? ¡Imposible!

—¿De modo que no habéis oído hablar del tema?

—En absoluto.

—¿Y no conocéis a ese joven escriba?

—Es la primera vez que oigo hablar de él.

—Reuniré a las cantantes al ocaso. ¿Deseáis asistir al ensayo?

—Lo siento, estoy ocupado. La próxima vez. Valor, Nitis. Menk abandonó el recinto sagrado y corrió a casa de su superior, Udja, el gobernador de la ciudad.

Los despachos de su administración ocupaban una ala del vasto palacio real. Udja, un hombre muy trabajador, hablaba a diario con el soberano y le presentaba una síntesis de los numerosos expedientes que debían tratar. Amasis decidía pronto, Udja ejecutaba.

Menk tuvo que esperar más de una hora antes de ser recibido por el canciller. De pie ante un ancho ventanal, admiraba Sais.

—Espléndida ciudad, ¿no es cierto? Al alba y al ocaso, me permito el infinito placer de contemplarla. Y no dejaremos de embellecerla.

—¡Ciertamente, canciller, ciertamente!

Udja se volvió y miró de arriba abajo al organizador de las fiestas.

—Te veo nervioso. ¿Dificultades?

—No, salvo un rumor… ¡Un rumor terrible!

—Te escucho.

—Al parecer, se han cometido crímenes aquí, en Sais.

—¿Y las víctimas?

—Los escribas del despacho de los intérpretes. Y el asesino sería uno de sus colegas, un tal Kel, con quien me encontré hace poco en un banquete. Todavía estoy temblando… Pero todo eso es falso, ¿no?

—¿Quién propaga ese rumor?

—Una amiga… Una gran amiga, digna de estima y de confianza. Por eso me he inquietado. Quiero sacarla de su error, y sólo vos podéis ayudarme.

—¿Cómo se llama?

—La discreción.

—Exijo su nombre.

—Pero si se trata de un rumor tonto…

—El escriba Kel asesinó, en efecto, a sus colegas del despacho de los intérpretes —declaró el canciller Udja—. Será detenido, juzgado y condenado. Puesto que se trata de un asunto de Estado, su majestad exige la máxima discreción, y los dignatarios están obligados al silencio. ¿Cómo se llama tu amiga?

—Nitis, la nueva Superiora de las cantantes y las tejedoras de Neit.

—A título de confidencia, te informo de que nuestros servicios secretos se ocupan de este asunto, cuyas eventuales ramificaciones son desconocidas aún. Un buen consejo: mantente al margen de este horrible drama.

—¡Seré mudo! —prometió Menk—. Y no deseo oír ni una sola palabra más con respecto a esos crímenes.

—Recomienda extrema prudencia a tu amiga Nitis. ¿No dicen los sabios que hablar demasiado perjudica?

—Le daré ese útil consejo, canciller.

—Prepáranos una hermosa fiesta, Menk. Nuestra ciudad debe seguir estando alegre.