17

Habían transcurrido ya dos días y dos noches, y Nitis no regresaba.

Kel, que descartaba toda traición por parte de la muchacha, tan dulce y atenta, no podía eludir, sin embargo, la realidad: la habían detenido por orden del sumo sacerdote.

Nitis no estaba dispuesta a denunciarlo, de lo contrario, la policía ya habría intervenido.

El joven escriba se reprochaba haber involucrado a la sacerdotisa en aquella desastrosa aventura y haber arruinado su carrera. Por su causa, su amigo Bebón sufría la misma suerte, apaleado, torturado… ¿Habría sobrevivido? ¿Y qué suplicios harían sufrir a Nitis?

Debía abandonar aquella casa y acudir en su ayuda.

¿Cómo liberarla, salvo entregándose a la policía y afirmando que ella no era su cómplice? Lamentablemente, lo había acogido en su casa. Pero si los dos negaban con vehemencia ese detalle, tal vez el juez se mostrara clemente.

El juez… ¿buscaba la verdad o estaba manipulado?

La puerta se abrió entonces.

¿La policía… o los asesinos?

No había posibilidad de huir.

Kel cogió un taburete, dispuesto a luchar.

Pero entonces apareció Nitis, resplandeciente.

—Estoy sola, tranquilizaos. El sumo sacerdote Wahibre desea veros. Esta entrevista será decisiva.

—Vuestra larga ausencia.

—Tenía que cumplir con los primeros deberes de mi nueva función de Superiora de las cantantes y las tejedoras, y contaba con vuestra sangre fría mientras el sumo sacerdote iba a palacio para verificar vuestras afirmaciones.

—Ayudarme más sería insensato, Nitis. Os ruego que no os arriesguéis más por mí.

—Apresuraos, Wahibre nos aguarda. La policía no os buscará en el templo.

Kel descubrió maravillado el inmenso dominio de la diosa Neit. Nitis lo condujo hasta una capilla situada al norte y precedida por una acacia bajo la que se había sentado el sumo sacerdote.

Su severidad impresionó al joven. ¿Sabría convencer al arisco anciano?

—¿Qué representan para ti los jeroglíficos? —preguntó con voz dura.

—No los confundo con la escritura profana, utilizada en las tareas cotidianas. Los jeroglíficos son las palabras de los dioses, y están reservados a los templos. Contienen los secretos y las formas de la creación en la que se encarna el verdadero pensamiento, más allá de los límites humanos. Forman una lengua sagrada, son la base de nuestra civilización y, antes de la tragedia en la que me he visto envuelto, esperaba penetrar parte de sus misterios.

—El encargado de la investigación, el juez Gem, tiene pruebas de tu culpabilidad. ¿Aún niegas ser un asesino? —En nombre de Faraón, afirmo mi total inocencia.

—Un falso juramento destruye el alma.

—Soy consciente de ello, sumo sacerdote, y mantengo mi declaración. Es la única libertad que me queda.

—¿Insistirás ante las pruebas?

—¡Las habrán falsificado! No he matado a nadie y me han elegido como un perfecto asesino, incapaz de defenderse.

—¿Acusas a tu amigo Demos?

—Su desaparición me inquieta, y deseo encontrarlo para que se explique.

—Puesto que juras en nombre de Faraón, ¿cómo contemplas la jerarquía de las potencias?

—En la cumbre se encuentra el principio creador, Uno en Dos, varón y hembra al mismo tiempo. Luego vienen las divinidades, organizadoras de la vida y del orden de Maat que Faraón debe hacer que se aplique aquí abajo, construyendo los templos, celebrando los ritos y practicando la justicia. Si estas tareas no se cumplen correctamente, el país regresará al caos. Como depositario del testamento de los dioses y servidor de la potencia creadora, el faraón rechaza las fuerzas de las tinieblas y garantiza la prosperidad.

—¿No fallaron algunos monarcas?

—Nuestra historia así lo prueba.

—Cuando el rey se muestra inexacto —declaró el sumo sacerdote—, el pueblo cae en la falta y la barbarie triunfa. Un faraón debe preocuparse, en primer lugar, de las divinidades, y no de los hombres. Si se equivoca de prioridad, nos lleva al desastre.

Kel creyó haberlo entendido mal: ¿acusaba Wahibre a Amasis de ser un mal soberano?

El sumo sacerdote se levantó y clavó su mirada en la del joven escriba.

—Creo en tu inocencia, muchacho, pues he sondeado tu corazón. Nos encontramos, pues, ante un asunto de Estado excepcionalmente grave. El poder deja que se profiera una falsa acusación, algunos dignatarios están mezclados en una conspiración, y no se ha vacilado en cometer abominables crímenes.

—He aquí, tal vez, la razón de ello —dijo Kel, mostrando al sumo sacerdote el papiro codificado.

A pesar de toda su ciencia, Wahibre fue incapaz de descifrarlo.

—El despacho de los intérpretes está vinculado a los servicios secretos —recordó—. Henat lo dirige y rinde cuentas al rey, favorable a los griegos.

Poco le importan la corrupción y el abandono de ciertos valores, siempre que sus aliados se instalen masivamente en Náucratis, en Menfis y en otras ciudades del Delta.

—¿Acaso es Amasis responsable de esta tragedia? —preguntó Nitis.

—No podemos excluirlo.

—En ese caso, la policía y la justicia ejecutan sus órdenes sin preocuparse por la verdad.

—Kel se ocultará aquí —decidió Wahibre—. Sus conocimientos le permiten cumplir la función de sacerdote puro. Tú y yo llevaremos a cabo nuestra propia investigación y reuniremos elementos que permitan demostrar su inocencia. Si los culpables son dignatarios, encontraré los apoyos necesarios para quebrar sus siniestros designios.