Por un instante, Kel cerró los ojos. Ella no lo rechazaba; así pues, aún tenía esperanza.
—La palabra dada es sagrada —recordó la muchacha—. Puesto que habéis prestado juramento, os comprometéis a la vez ante Dios y ante los hombres. Sólo un perverso podría mentir hasta ese punto.
—Os he dicho la verdad. Si la policía me detiene, me suprimirán. Un lamentable accidente, sin duda, para evitar un proceso.
—¡Debe de tratarse de una conspiración increíble!
—Es cierto, Nitis, pero no hay otra explicación.
Kel prosiguió su relato, punto por punto, y no ocultó la intervención de su amigo Bebón, detenido ese mismo día.
—El servicio de los intérpretes se encargaba de numerosos expedientes delicados —reveló—, y mi patrón estaba en permanente contacto con palacio. El faraón utilizaba nuestros trabajos para orientar su diplomacia, garante de la paz. Semejante matanza no puede ser el acto de un loco. Fue cuidadosamente organizada, y sus instigadores me eligieron como culpable ideal. ¿Acaso mi huida no constituye una prueba? Un inocente debería haberse presentado a la policía y gritar su buena fe. La caza del hombre será intensa, se acumularán las pruebas y la investigación se cerrará muy pronto.
—¿La justicia no distinguirá lo verdadero de lo falso?
—Las circunstancias hablan contra mí. Y si el juez es cómplice de los asesinos, ni siquiera me escuchará.
El apacible mundo de Nitis se derrumbaba. En él penetraban de pronto el crimen, la violencia, la mentira y la injusticia, características de Isefet, la fuerza de destrucción opuesta a la armonía serena de Maat, diosa de la rectitud.
¿Por qué creía en la palabra de ese joven? ¿Por qué escuchaba aquellos horrores que trastornaban su apacible existencia?
Kel percibió su turbación.
—Perdonad que os importune de este modo. Mi posición es insostenible, lo sé, y lo último que deseo es arrastraros al fondo del abismo. ¿Puedo preguntaros simplemente el nombre de las personalidades que estaban en el banquete durante el que me drogaron?
Sobreponiéndose a su emoción, la sacerdotisa se expresó con voz pausada.
—En primer lugar, el propietario de la villa, el ministro de Finanzas y Agricultura, Pefy.[10] Conocía bien a mis padres y facilitó mi entrada en el templo. Es un hombre recto, trabajador, que administra del mejor modo la Doble Casa del Oro y de la Plata, y vela por la prosperidad del país. Director de los campos y superior de las riberas inundables, creó un puesto de planificador para evitar los albures del porvenir. Además, está iniciado en los grandes misterios de Osiris y dirige los rituales de Abydos, cuya causa defiende a menudo ante el faraón. Dado el desarrollo de Sais y de las demás ciudades del Delta, se olvida demasiado, a su entender, la ciudad sagrada del señor de la resurrección.
—¡Una de las primeras personalidades del Estado! ¿Por qué me invitó a mí, un simple escriba?
—Dado vuestro brillante inicio de carrera, sin duda quería conoceros.
—En ese caso, me habría dirigido la palabra, una vez al menos.
—¡Pefy no puede ser el instigador de una conspiración asesina!
—¿Carece de la envergadura necesaria?
—Os equivocáis de camino, estoy segura.
—¿Y los demás dignatarios, Nitis?
—Menk, el organizador de las fiestas de Sais. Se encarga del mantenimiento de las barcas de la diosa Neit, comprueba las reservas de incienso, afeites y óleos, y vela por el perfecto desarrollo de las procesiones. Es afable, de carácter agradable, no tiene nada de un asesino.
—¿Está metido en política?
—En absoluto.
Y, sin embargo, conoce al rey y trata con sus ministros.
—En efecto, pero la justa realización de los ritos es su única preocupación.
—¿Y si se tratara sólo de una tapadera? La mirada de Nitis vaciló.
—Tal vez me equivoque —concedió Kel—. Comprendedme, os lo ruego. Mi mundo me parecía ordenado, regido por la ley de Maat, ¡y heme aquí, acusado de varios crímenes!
—Lo entiendo —murmuró ella—. Sólo la verdad restablecerá la armonía.
De pronto, Nitis recordó un dato inquietante.
—Había un tercer personaje de alto rango en ese banquete —declaró la sacerdotisa—: el médico en jefe de palacio, Horkheb.
—Un médico… ¡Todas las drogas están a su disposición!
—Horkheb se ocupa de la familia real —precisó Nitis—. Se lo considera un excelente terapeuta, arrogante y prudente. No falta en ninguna gran recepción, pero no se mezcla en asuntos del gobierno y, sobre todo, se preocupa de amasar una inmensa fortuna. ¿Por qué iba a querer verse envuelto en semejante conspiración?
—¡Le habrán pagado generosamente!
—Eso son simples sospechas.
—Pero, gracias a vos, es también una primera pista. Me habéis ayudado mucho, Nitis, y os lo agradezco de todo corazón. Ahora debo marcharme.
—¿En plena noche? ¡Sería una locura! Dormiréis aquí.
—Me niego a poneros en peligro. Y vuestra reputación…
—Nadie sabe que estáis en mi casa, y no tengo derecho a abandonaros en semejantes circunstancias. Mi maestro, el sumo sacerdote del templo de Neit, es un personaje influyente y respetado. El faraón tiene en cuenta su opinión. Le hablaré de vos y solicitaré su consejo.
Los despachos de su administración ocupaban una ala del vasto palacio real. Udja, un hombre muy trabajador, hablaba a diario con el soberano y le presentaba una síntesis de los numerosos expedientes que debían tratar. Amasis decidía pronto, Udja ejecutaba.
Menk tuvo que esperar más de una hora antes de ser recibido por el canciller. De pie ante un ancho ventanal, admiraba Sais.
—Espléndida ciudad, ¿no es cierto? Al alba y al ocaso, me permito el infinito placer de contemplarla. Y no dejaremos de embellecerla.
—¡Ciertamente, canciller, ciertamente!
Udja se volvió y miró de arriba abajo al organizador de las fiestas.
—Te veo nervioso. ¿Dificultades?
—No, salvo un rumor… ¡Un rumor terrible!
—Te escucho.
—Al parecer, se han cometido crímenes aquí, en Sais.
—¿Y las víctimas?
—Los escribas del despacho de los intérpretes. Y el asesino sería uno de sus colegas, un tal Kel, con quien me encontré hace poco en un banquete. Todavía estoy temblando… Pero todo eso es falso, ¿no?
—¿Quién propaga ese rumor?
—Una amiga… Una gran amiga, digna de estima y de confianza. Por eso me he inquietado. Quiero sacarla de su error, y sólo vos podéis ayudarme.
—¿Cómo se llama?
—La discreción…
—Exijo su nombre.
—Pero si se trata de un rumor tonto…
—El escriba Kel asesinó, en efecto, a sus colegas del despacho de los intérpretes —declaró el canciller Udja—. Será detenido, juzgado y condenado. Puesto que se trata de un asunto de Estado, su majestad exige la máxima discreción, y los dignatarios están obligados al silencio. ¿Cómo se llama tu amiga?
—Nitis, la nueva Superiora de las cantantes y las tejedoras de Neit.
—A título de confidencia, te informo de que nuestros servicios secretos se ocupan de este asunto, cuyas eventuales ramificaciones son desconocidas aún. Un buen consejo: mantente al margen de este horrible drama.
—¡Seré mudo! —prometió Menk—. Y no deseo oír ni una sola palabra más con respecto a esos crímenes.
—Recomienda extrema prudencia a tu amiga Nitis. ¿No dicen los sabios que hablar demasiado perjudica?
—Le daré ese útil consejo, canciller.
—Prepáranos una hermosa fiesta, Menk. Nuestra ciudad debe seguir estando alegre.