Náucratis! —se extrañó Kel—. Según su lavandero, ése sería el refugio de Demos.
—¡El lechero te acusa y luego desaparece! —exclamó Bebón.
—Simple hipótesis.
—¡No seas ingenuo! Estás en el meollo de una maquinación. Los verdaderos culpables se dispersan y tú eres el blanco ideal.
Bebón estaba en lo cierto. Mezclados en la conspiración, Demos y el Terco acababan de desaparecer, y la justicia no podría llegar hasta la cabeza pensante.
¿No era Kel el asesino perfecto?
—¡Nos observan! —murmuró de pronto Bebón—. Tomemos por la calleja, a la izquierda, y camina alejado de mí, como si no nos conociéramos.
—¡Es el asesino! —gritó un policía señalando a Kel.
Él y sus dos colegas corrieron hacia el escriba, pero Bebón se arrojó al suelo, entre sus piernas.
—¡Corre! —aulló.
Con las manos inmovilizadas por unas esposas de madera y la frente ensangrentada, Bebón fue llevado ante el juez Gem.
—Este bandido es el cómplice del asesino —dijo el oficial de policía—. Lo ha ayudado a huir.
—Antes del interrogatorio, que lo vea un médico. Y entregadme un informe por escrito.
Cuando el actor apareció de nuevo, su rostro parecía ya humano.
—¿Cómo te llamas?
—Bebón.
—¿Profesión?
—Recorro Egipto contando los viejos mitos e interpreto el papel de los dioses durante las representaciones públicas de los misterios.
—¿Familia?
—Nadie ya. Estoy soltero.
—Según este informe has impedido que la policía procediera al arresto de un criminal.
—¿Yo? ¡En absoluto! En primer lugar, ignoraba que se tratara de policías; luego, me han golpeado con violencia, me he caído y me han molido a palos.
—Has gritado «corre» para avisar a tu cómplice.
—No, he gritado «¡socorro!»; tenía mucho miedo. Y no tengo cómplice alguno.
—¿Conoces a un escriba llamado Kel?
Bebón fingió reflexionar.
—No trato con demasiados. Ese nombre no me dice nada.
El juez parecía desconcertado. Las declaraciones del sospechoso eran plausibles, y no tenía el perfil de un peligroso conspirador.
—Uno de mis ayudantes te interrogará de nuevo y anotará tus respuestas.
—¿Volverán a pegarme? —preguntó Bebón, temblando.
—¡De ningún modo! —se indignó Gem—. Es más, llevaré a cabo una investigación y, en caso de violencia injustificada, los policías serán sancionados.
El actor agachó la cabeza.
—No comprendo lo que sucede… Yo no he hecho ningún mal.
—Si eres inocente, no tienes nada que temer. Di la verdad y todo irá bien.
Aquel pobre tipo estaba en un mal lugar y en un mal momento. Tras haber efectuado las comprobaciones de costumbre, sería liberado. Y si presentaba denuncia contra la brutalidad policial, ésta seguiría su curso.
—Os he reunido para hacer balance —declaró Udja—. Luego informaré a su majestad. ¿Ha sido identificado el veneno, Horkheb?
—Por desgracia no —respondió el médico en jefe—. Pero se trataba de una sustancia de rara eficacia que los asiáticos utilizan habitualmente.
—¿Los persas, por ejemplo?
—Por ejemplo.
—El indicio nos orientaría, pues, hacia un asunto de espionaje —estimó el gobernador de Sais.
—Nada de conclusiones precipitadas —recomendó el juez Gem—. Se necesitará algo más para acusar a Kel de espionaje en beneficio de los persas.
—¿Qué os parece, Henat?
El jefe de los servicios secretos hizo una mueca.
—Apruebo al juez.
—Hemos identificado al culpable —prosiguió Gem, satisfecho—, y su arresto es sólo cuestión de horas. Queda por conocer el verdadero móvil. Yo mismo lo interrogaré, y confesará.
—No estoy seguro de que sea oportuno un proceso público —aventuró Henat.
—Yo debo decidirlo —interrumpió el juez—, y ni el faraón en persona puede intervenir. Todo el mundo en este país debe saber que la justicia se imparte en función de la diosa Maat, y no de intereses personales. Tanto el pobre como el rico le conceden su confianza, y no deben quedar decepcionados.
—Es cierto —admitió Henat—, pero si esta matanza tiene relación con secretos de Estado…
—En tal caso, ya veremos.
—Hasta ahora —prosiguió el gobernador de Sais—, este terrible asunto no se ha difundido. Me atrevo a esperar que la policía se muestre, a la vez, eficaz y discreta.
—Mis instrucciones van en esa dirección —afirmó Gem—. Una investigación no es un espectáculo, y sólo cuenta su éxito y el respeto a la legalidad.