9

Había tanta agitación en el puesto de policía que Bebón tuvo que aguardar mucho tiempo antes de ver a su amigo Nedi.

Rechoncho, áspero y de aspecto melancólico, el teniente de policía era puntilloso y honesto. Hombre de expedientes, carecía de diplomacia y no gustaba demasiado a su jerarquía, que, sin embargo, se veía obligada a reconocer su competencia.

Bebón lo divertía. Y, de vez en cuando, puesto que el actor viajaba a menudo, Nedi le confiaba pequeñas misiones de información. Un policía nunca estaba lo bastante informado.

Finalmente, el teniente salió de su despacho.

—Vamos a tomar una cerveza —le dijo a Bebón.

Al ocaso, se sentaron en el exterior de una taberna.

—¿Tienes algún problema?

—Yo no. Un amigo sí.

—¿Es culpable de alguna fechoría?

—¡De ningún modo!

—¿Qué teme, entonces?

—Nada —aseguró Bebón—, pero debe prestar testimonio.

—Que vaya al puesto de policía más cercano a su domicilio y allí tomarán nota de su declaración.

—Mi amigo no es un cualquiera, y el asunto en el que se ha visto involuntariamente mezclado puede hacer ruido, mucho ruido. Por eso debe hablar con un policía de alto rango, perfectamente íntegro.

—¡Me intrigas! —reconoció el teniente—. ¿De qué asunto se trata?

—Del asesinato de los intérpretes.

Nedi estuvo a punto de atragantarse.

—¿Cómo estás al corriente?

—Mi amigo ha escapado de la matanza.

—¿Cómo se llama?

—Kel, es un muchacho excepcional.

—Excepcional… y acusado de los crímenes.

Bebón palideció.

—Debe de haber un error… ¡Te repito que ha escapado por los pelos de la matanza!

—Según el juez Gem, la más alta autoridad judicial del país, tu amigo es un asesino monstruoso.

—¡Eso es una aberración!

—¿Dónde está Kel?

—Precisamente lo ignoro —afirmó Bebón—. Acaba de desaparecer y estoy muy inquieto. El verdadero asesino, sin duda, la tomará con él.

—No vayas por mal camino. Todos los policías tienen orden de detener a una bestia feroz. Quien le eche una mano será acusado de complicidad en el asesinato.

El actor agachó la cabeza.

—Kel me ha mentido… ¡Qué ingenuo he sido!

—Tu buena estrella te permite evitar lo peor. ¿Dónde vive en este momento?

—En un buen barrio, en casa de una cantante de Neit.

—No salgas de Sais, tal vez sea necesario tu testimonio.

El apartamento de la última amante de Bebón era agradable. Ocupaba el segundo piso de una casa relativamente nueva y gozaba de una terraza provista de esteras y parasoles. Con los nervios a flor de piel, Kel asistió a la puesta de sol, un espectáculo mágico cuya magnificencia le hizo olvidar la tragedia por unos instantes.

¿Por qué su universo, tan tranquilo, preñado de un porvenir tan bien trazado, se hundía de ese modo? Afortunadamente, la amistad de Bebón lo arrancaba de esa pesadilla. Al día siguiente comparecería ante un juez y quedaría libre de cualquier sospecha. Algo más tranquilo, se adormeció.

Al cabo de un rato, el ruido de un portazo lo despertó, sobresaltado.

—¡Soy yo, Bebón!

Kel bajó la pequeña escalera que llevaba de la terraza al apartamento.

—¿Has visto a tu amigo?

—Estás acusado de los crímenes —reveló el actor. Kel se quedó petrificado.

—¿Te burlas de mí?

—¡Lamentablemente, no! El juez Gem tiene pruebas irrefutables.

El escriba tomó a su amigo por los hombros.

—¡Es falso! ¡Soy inocente, te lo juro!

—No lo dudo, pero las autoridades no piensan lo mismo.

Kel vaciló.

—Pero ¿qué pasa…?

—Sobre todo, no perdamos la cabeza.

—Voy a entregarme y me explicaré. Reconocerán mi inocencia.

—No te engañes —le recomendó Bebón.

—¿Acaso no confías en la justicia?

—El asunto es tan grave que necesitan un culpable rápidamente. Y corres el riesgo de que se ceben contigo.

—¡Soy inocente! —insistió Kel.

—Tu palabra no bastará.

—¿Qué puedo hacer, entonces?

—Encontrar al verdadero asesino.

Sobreponiéndose a la emoción, el escriba intentó reflexionar.

—¡El lechero! Él ha envenenado las jarras, o ha sido cómplice.

—¿Sabes su dirección?

—Su establo está cerca del templo de Neit.

—Ese tipo debe hablar —decidió Bebón.