8

Amasis, contrariado, vació dos copas de vino espirituoso antes de dirigirse a los aposentos de la reina, una mujer soberbia, más joven que él. Antaño Ladiké de Cirene, había adoptado el nombre de Tanit,[9] recordando su origen extranjero. Era de carácter amable, elegante y con clase, perdonaba a su marido sus pasajeras infidelidades y organizaba con innegable talento los festejos de la corte.

—Ciro ha muerto —anunció el rey—. ¡Un tirano menos! ¿Quién es su sucesor?

—Cambises, su hijo.

—Mala noticia.

—¿Por qué tanto pesimismo, Tanit?

—Es joven, ambicioso, posee un espíritu guerrero. ¿Y si piensa en invadirnos?

—Conoce nuestro poderío militar y no se atreverá a atacarnos.

—¿Estáis seguro de nuestro sistema de defensa?

—Fanes de Halicarnaso es un excelente general, y sé de qué hablo. Por lo que se refiere a nuestra flota, es superior a la de los persas, y les impediría llegar a nuestras costas.

—¿Y la vía terrestre?

—Nuestras mejores tropas, formadas por mercenarios griegos, expertos, impiden el acceso. Tranquilizaos, ni un solo persa entrará en el Delta. Y nuestras alianzas con los reinos y los principados griegos son más sólidas que nunca. Egipto no corre ningún riesgo, y Cambises se limitará a administrar su vasto imperio. Los conflictos internos ocuparán todo su tiempo. ¡Y tenemos a nuestro querido Creso! Constantemente defiende nuestra causa y aconseja al emperador una política de moderación, semejante a la mía. La guerra es ruinosa, la paz nos beneficia a todos. ¿Acaso no he hecho próspero y feliz este país?

—Todos os lo agradecen, Amasis, y nadie desea perder esa felicidad. Pero, puesto que no teméis a los persas, ¿por qué parecéis preocupado?

—Han asesinado a los escribas del servicio de los intérpretes.

Tanit creyó haberlo entendido mal.

—¿Crímenes aquí, en Sais?

—Una verdadera matanza. El viejo Gem se encarga de la investigación.

—¿Estará a la altura?

—Sin duda, Henat se mostrará más eficaz. Temo un asunto de espionaje. Eliminar a nuestros mejores intérpretes desbarata, en parte, nuestra actividad diplomática. Muchos documentos delicados pasaban por las manos del jefe del servicio, un colaborador competente y fiel. Debo encontrar un nuevo responsable, y esa gestión me fatiga.

—Dejadla para mañana y disfrutemos, hoy, de los encantos de la campiña. Almorzaremos juntos en una pérgola, lejos de la agitación de palacio.

Amasis besó a su esposa.

—Sólo vos me comprendéis.

Alegre, el rey se dirigió a la bodega, donde eligió personalmente algunos grandes caldos. Aquella escapada le permitiría olvidar sus preocupaciones.

—¿Nombre? —preguntó el juez Gem.

—El Terco.

—¿Profesión?

—Lechero.

—¿Situación familiar?

—Divorciado, dos hijos y una hija.

—¿Eres tú el que entregas la leche en el despacho de los intérpretes?

—Al amanecer de cada día laborable. Puesto que es mi más prestigioso cliente, me desplazo en persona. Con el Terco tenéis la seguridad de los mejores productos lácteos al mejor precio.

—¿Has entregado esta mañana la leche, como de costumbre?

—¡Claro que sí! Con el Terco, ni retrasos ni incidentes. Mis competidores no pueden decir lo mismo.

—¿Nada anormal, pues?

—No, nada… Pero ¿por qué tantas preguntas? ¿Acaso alguien se ha quejado de mis servicios? En ese caso, quiero verlo en seguida y lo aclararemos.

—Cálmate —exigió Gem—. ¿A quién entregabas las jarras de leche?

—Siempre al mismo escriba, desde que llegó al servicio. A un joven muy amable, encargado de servir a sus colegas. Según él, apreciaban mi leche. Es la mejor de Sais. Con todos los respetos, tendríais que probarla y advertir que no miento.

—¿Conoces el nombre de ese joven escriba?

El Terco pareció molesto.

—Bueno… no debería, pero un guardia me lo dijo: se llama Kel. Un superdotado, al parecer.

—¿Y esta mañana le has entregado a él las jarras?

—¡Sí, como de costumbre!

Gem llamó a un dibujante y ordenó al Terco que describiese al asesino.

Media hora más tarde, el juez disponía de un retrato bastante parecido.