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Tras una noche de iniciación, Kel no estaba en absoluto cansado. Su espíritu se había abierto a las realidades espirituales que se enseñaban en Karnak desde hacía siglos. Se acercaba la hora de abandonar el templo y a la Divina Adoratriz. Pensaba en su patrón del servicio de los intérpretes, que había sido asesinado porque no debería haber retenido el papiro codificado para intentar descifrarlo. Pero la reina y sus cómplices habían decidido suprimir a todos sus colegas para hacer que Egipto quedara sordo y ciego, y permitir a los persas preparar su invasión sin que lo supiera el rey Amasis, que confiaba demasiado en sus aliados griegos. Kel había servido de perfecto culpable por consejo de su amigo griego Demos, eliminado a continuación.

Los dioses se vengaban de un poder que había olvidado la vía de Maat. Junto a Nitis, el escriba seguiría luchando y reuniendo oponentes a los persas. Aunque sus posibilidades de éxito parecieran muy escasas, no renunciaría.

—Os acompaño —declaró Bebón—. Viento del Norte y yo necesitamos estirar las piernas.

—El viaje se anuncia peligroso.

—¿Y qué voy a hacer aquí, solo? En Nubia fabricaremos hermosas máscaras y montaré una compañía de divinidades capaz de representar los grandes mitos.

Los dos amigos se abrazaron.

Viento del Norte se pondría a la cabeza de una compañía de asnos robustos cargados de alimentos, de calabazas, de ropas, de productos de aseo, de material de escritura y de armas.

—Debéis partir ya —le dijo a Nitis la Divina Adoratriz.

—¡Me hubiera gustado tanto quedarme junto a vos!

—Tu destino está en otra parte. Tú y Kel formáis una pareja digna de reinar. Sin embargo, tendréis que luchar en la sombra, sin obtener beneficio alguno por vuestros esfuerzos y sin desalentaros jamás. A excepción de Bebón, no tengáis amigos y contad sólo con vosotros mismos. El tiempo de la desgracia y la oposición adviene, y sólo vosotros encarnáis la esperanza.

Nitis, Kel, Bebón y Viento del Norte se inclinaron ante la soberana.

Y a continuación la caravana se puso en marcha hacia el sur.

—Mañana, majestad, los persas estarán en Tebas —anunció el gran intendente.

—Ya va siendo hora de que busques refugio —estimó la Divina Adoratriz.

—Ya me conocéis: soy un hombre de costumbres. Alejarme de vos sería un castigo insoportable para mí.

—Cambises no nos respetará, Chechonq. Nos matará e intentará destruir Karnak. Gracias a los dioses, parte del templo subsistirá, pero los fieles de Amón serán masacrados.

—He intentado serviros fielmente y contribuir a la felicidad de esta provincia. Huir sería un acto despreciable.

Acostumbrada a dominar sus emociones, la anciana dama se limitó a una mirada de agradecimiento que turbó al gran intendente.

—Vayamos a mi capilla funeraria de Medinet Habu[33] —exigió—. Allí llevaré a cabo el postrer acto de mi reinado, adoptando a Nitocris, la última Divina Adoratriz.

Al cruzar el Nilo, la soberana dio gracias a los dioses por haberle concedido tantos favores. Durante su larga vida, la esposa de Amón había procurado, con ahínco, captar su potencia benéfica y derramarla a su alrededor.

Los muros de la capilla estaban cubiertos de columnas de jeroglíficos que retomaban los temas principales de los Textos de las pirámides. La Divina Adoratriz describió a la joven Nitocris los principales ritos que la elevaban a la más alta función espiritual del país y le habló, largo y tendido, sobre los deberes de su cargo. Así, la transmisión se efectuaba fuera del tiempo y del espacio humanos, como si la invasión persa[34] no existiese.

—Nut, la diosa del cielo, rodea a los vivos con el círculo de sus dos brazos —recordó la Divina Adoratriz—. Ella será nuestra salvaguarda mágica y nuestro ser estará protegido de todo mal. Nuestro Ka no se separará de nosotros.

La madre y la hija espiritual regresaron luego a Karnak. Favorito y Malabarista festejaron a su dueña. Y desde el tejado del templo, bañado por el sol, asistieron a la riada de los persas que lo devastaban todo a su paso y la emprendían, aullando, con la gran puerta de madera dorada, tras haber pisoteado el cadáver del gran intendente Chechonq.

—Tengo miedo —reconoció la joven Nitocris.

—Estréchate contra mí y cierra los ojos —ordenó la madre.

Muy pronto, los pasos de los asesinos resonaron en la escalera de piedra. Con los ojos levantados al cielo, la Divina Adoratriz pronunció las fórmulas de transformación en luz.

Una vez superada la frontera de Elefantina y la primera catarata, la caravana dirigida por Viento del Norte se adentraba en Nubia.

Aunque a Bebón el viaje le parecía agradable, comenzaba a impacientarse. ¡Aquel famoso signo se hacía esperar!

Encaramada en lo alto de un árbol, un ave de gran tamaño y larguísimo pico los observaba. Cuando se acercaron, ésta desplegó sus largas alas y dio algunas vueltas sobre sus cabezas.

—Es el ba, el alma inmortal de la Divina Adoratriz —declaró Nitis—. Se alimenta de rayos de sol y nos conducirá hacia nuestro destino.

De hecho, el pájaro ya no se separó de ellos y los llevó hasta una aldea donde se habían refugiado los soldados de la guarnición de Elefantina y también algunos civiles, conscientes de que no podían oponerse a los persas. Todos, sin embargo, deseaban emprender la resistencia y reconquistar, poco a poco, el terreno perdido. Habían elegido a un jefe, a quien condujeron a los recién llegados.

Bebón quedó consternado.

—¡No, vos no!

—Soy yo, en efecto —afirmó el juez Gem—, y ya nada tenéis que temer, puesto que la verdad ha quedado establecida. Al llegar a Menfis me enteré de la muerte de Amasis. La victoria de los persas era ineluctable, así que regresar a Sais habría sido estúpido, me habrían eliminado de inmediato. Decidí, pues, reunir a quienes tuvieran suficiente valor para proseguir la lucha.

—A mi edad, la empresa me parecía pesada, pero vosotros sois jóvenes y sabréis asumir el mando.

Bebón se disponía a objetar cuando una magnífica Nubia que vestía un taparrabos de fibra de palmera, puramente decorativo, le ofreció una bebida de color rojo.

—Tisana de karkadé —explicó—. Su frescor disipa las negras ideas y da energía. Tengo la impresión de que tú eres un guerrero de primer orden.

Bebón no lo negó.

—¿Dónde encuentras esta planta?

—Lejos de la aldea.

—Me gustaría ver tu huerto.

—Vamos, pues.

El juez Gem se sentó en una estera.

¡A nuestro actor le gustará su nueva vida! Yo me equivoqué gravemente. Y cuando la justicia se extravía, un país corre hacia la perdición. Repararé mi error combatiendo a vuestras órdenes, escriba Kel, y juntos expulsaremos a los bárbaros de las Dos Tierras.

Tras una cena frugal de la que Bebón no participó, ya que estaba demasiado ocupado herborizando en compañía de su iniciadora, Kel y Nitis subieron a una duna dorada por los rayos del poniente. Viento del Norte se tendió a sus pies.

Y, con la mirada puesta en un Egipto martirizado, se prometieron liberarlo.[35]