Modestamente vestida, Nitis se presentó ante la puerta de Karnak acompañada por Viento del Norte. Kel y Bebón, que habían ido hasta allí por distintos caminos, se reunieron con ella.
El actor se preguntaba por qué participaba en aquella aventura de locos. No tenían la menor posibilidad de lograrlo, perderían el beneficio de sus anteriores éxitos y serían devueltos a Menfis en un barco prisión. Pero ningún argumento había disuadido al escriba y a la sacerdotisa de llevar a cabo semejante locura.
—¡Alto! —ordenó un guardia.
—Traigo preciosos objetos para la Divina Adoratriz —declaró Nitis con voz serena.
La belleza de la joven conmovió al soldado, pero debía respetar las consignas.
—Ve al acceso de los proveedores. La policía comprobará tu identidad.
—Cuando hayas visto este tesoro, me dejarás pasar.
Kel y Bebón sacaron los vasos canopes de las albardas de Viento del Norte. Cada uno de ellos levantó dos hacia el cielo.
—¡Mirad —clamó Kel—, mirad a los hijos de Horus! Recrean la vida de su padre Osiris, y venimos a ofrecérselos a la Divina Adoratriz.
El silencio invadió el atrio, y los guardias, estupefactos, retrocedieron. Al cabo de pocos minutos, una multitud de ociosos se acercó para asistir al acontecimiento.
Un oficial fue el primero en sobreponerse.
—¿Acaso sois ritualistas? ¡No lo parecéis!
—Déjanos pasar —insistió Nitis.
—¡Ni hablar! Las órdenes son las órdenes.
—Guárdate, pues, de la cólera de los dioses.
—¡Hablas como una sacerdotisa! Una sacerdotisa… y dos hombres, ¡el escriba y el actor!
Los tebanos afluían.
El oficial temblaba de emoción. Acababa de identificar a Kel, el asesino, y a sus dos principales cómplices.
La recompensa estaría a la altura de la hazaña.
—Detenedlos —ordenó a sus subordinados—, y que avisen al juez Gem.
Los soldados se acercaron, vacilantes. ¿Acaso no emitían los cuatro vasos canopes una energía peligrosa?
—No corréis ningún riesgo —aseguró el oficial—. ¡Ni siquiera van armados!
Bebón saboreaba sus últimos instantes de libertad, al tiempo que lamentaba no haber sabido convencer a sus amigos de que entraran en razón.
Blandiendo lanzas y espadas, los soldados los rodearon.
Pero de pronto se oyó un ruido extraño y grave.
La gran puerta de madera dorada de Karnak se abría lentamente. Y todas las miradas se volvieron hacia la frágil silueta que apareció en el umbral.
Vestida con una larga túnica blanca y ceñida, con el cuello adornado por un ancho collar de oro, la Divina Adoratriz llevaba la corona ceremonial: una toca que imitaba los despojos de un buitre, símbolo de la diosa Mut, coronada por dos pequeños cuernos que evocaban a Hator y dos altas plumas en cuya base nacía un sol.
La mayoría de los tebanos nunca habían visto a su soberana. Felices y admirados, se inclinaron en señal de respeto.
Nitis, Kel, Bebón y el propio Viento del Norte se arrodillaron.
Los soldados, por su parte, se apartaron. Con la garganta seca, superado, el oficial regresó a la fila.
—Majestad —dijo Nitis—, os hacemos ofrenda de estos cuatro vasos pertenecientes a uno de vuestros servidores y de los que había sido despojado. Que la justicia de Maat siga rigiendo la santa ciudad de Tebas.
—Levantaos —pidió la Divina Adoratriz—, y sed mis huéspedes.
Bebón no creía lo que estaba viendo: ¡el plan marchaba a las mil maravillas!
—¡Detened de inmediato a esos criminales! —aulló el juez Gem, jadeante, hendiendo a codazos la multitud.
Se oyeron unos gruñidos, y el gran intendente Chechonq contuvo al magistrado.
—Controlaos, su majestad acaba de conceder hospitalidad a esos portadores de ofrendas, integrados ahora en la jerarquía de los ritualistas.
El magistrado empujó a Chechonq. La animosidad de la multitud aumentó.
—¡Detened a esos criminales! —exigió de nuevo el juez.
Pero, con las armas depuestas, los soldados permanecieron inmóviles.
—Calmaos —le aconsejó a Gem el gran intendente—. Las palabras de la Divina Adoratriz tienen fuerza de ley, y estos tres ritualistas están bajo su protección. Atentar contra ellos provocaría el furor de la población, y yo no conseguiría aplacarlo.
El juez rabiaba. Estaban allí, al alcance de la mano y, sin embargo, no podía aprehenderlos.
Gem se dirigió entonces a la Divina Adoratriz:
—¡Majestad, entregadme a esos criminales!
Pero la mirada de la soberana hizo callar al magistrado.
Se volvió y Viento del Norte fue el primero en seguirla, cruzando el umbral del templo. Nitis, Kel y Bebón fueron tras ella, formando una procesión.
Y la gran puerta de Karnak volvió a cerrarse.