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Kel y Nitis dormían abrazados mientras Viento del Norte montaba guardia en el exterior del local. Bebón por su parte, le daba vueltas a la cabeza. Habían regresado a su refugio por separado, consiguiendo evitar las patrullas. «Un simple respiro», pensaba el actor. Muy pronto caerían en manos del juez Gem. Y su cómplice, el gran intendente, no avisaría a la Divina Adoratriz.

En resumen, un fracaso total, la prisión y la muerte. Los tebanos no moverían ni un dedo, y aquel tozudo magistrado por fin obtendría su triunfo.

De pronto Bebón oyó que alguien arañaba la puerta.

Armado con su cuchillo de carnicero, el actor se aproximó.

Y se oyó un nuevo roce.

¿Por qué no protestaba Viento del Norte? O el asno había sido neutralizado, o el visitante no era un enemigo.

Bebón entreabrió la puerta y, a la luz de la luna, descubrió el rostro ansioso del especialista del Libro de salir a la luz.

—¿Vienes solo?

—¡Por supuesto! Me ha costado mucho encontraros. Dejadme pasar.

Bebón, que no se fiaba ni un pelo, registró al técnico y se asomó al umbral. Los alrededores parecían desiertos, y Viento del Norte dormitaba.

Nitis y Kel se despertaron.

—¿Has visto al gran intendente? —preguntó el escriba.

—Le he mostrado el texto codificado. Es incapaz de descifrarlo, pero en cuanto le sea posible se lo llevará a la Divina Adoratriz.

—¿Acaso no habla con ella a diario? —se extrañó Nitis.

El especialista vaciló.

—Para demostraros la sinceridad y la confianza del gran intendente, os revelaré un secreto de Estado. Oficialmente, la Divina Adoratriz está al borde de la muerte y ya no recibe a nadie. Pero Chechonq la ve en secreto.

—O sea, que el juez Gem cree que es incapaz de ayudarnos —exclamó Kel.

—Sobre todo no os mováis de aquí y aguardad las instrucciones de su majestad.

Transcurrió, muy lentamente, una interminable jornada. Para no intrigar a los comerciantes vecinos, Bebón y Viento del Norte fingieron efectuar algunas entregas y luego regresaron con comida y bebida.

Y cayó la noche.

Bebón comenzó, de nuevo, a darle vueltas a la cabeza. Unas veces creía en la honestidad del erudito, pero otras se sumía en negras ideas.

Nitis y Kel no perdían el tiempo y vivían cada instante de su amor como si se tratara del último.

De pronto Viento del Norte arañó la puerta, y su aliado entró en el local, presa de una visible excitación.

El gran intendente ha mostrado el texto cifrado a la Divina Adoratriz —anunció con voz temblorosa—. Son necesarias dos claves y ella sólo posee una, la de los antepasados.

—¿Dónde está la segunda? —preguntó Kel.

—En la necrópolis de Occidente, en forma de cuatro vasos dedicados al hijo de Horus.[29]

—¿Su majestad conoce el emplazamiento exacto?

—Desgraciadamente, no. Sólo un hombre podría informaros: el momificador principal.

—¡Ponte en contacto con él inmediatamente!

—Lo siento, pero estamos peleados.

—¿Y cuál fue la causa de la discordia?

—Ese siniestro personaje sólo piensa en su propio beneficio. Hace ya mucho tiempo que el gran intendente debería haberlo sustituido, pero el trabajo está bien hecho y nadie se queja. La Divina Adoratriz, que oficialmente está en cama, no puede convocarlo a Karnak. Y él no responderá al gran intendente pues, probablemente, ha robado esos vasos de inestimable valor, modelados para el predecesor de Chechonq, ex miembro del servicio de los intérpretes y gran aficionado al lenguaje cifrado. «Mi obra maestra —le había revelado a nuestra soberana— la inscribí en esos vasos».

«El asunto toma por fin buen aspecto», pensó Kel.

El técnico pareció abatido.

—Lamentablemente, os encontráis en un callejón sin salida. El momificador no hablará. La investigación referente a la desaparición de aquel tesoro no tuvo éxito, y el ladrón mantendrá su secreto.

—A mí no me conoce —dijo Kel—. Procúrame vestiduras lujosas y un lingote de plata.

—¿Pensáis… comprarlo?

—¿Propones tú otra solución?

—Os advierto de que ese bandido es artero y desconfiado. En vuestro lugar, yo renunciaría.

—En mi lugar, estarías muerto hace ya mucho tiempo. Estropear la oportunidad que los dioses me ofrecen me llevaría a la destrucción.

Nitis no puso objeción alguna.

—Y yo voy a servirte de portador de sandalias —advirtió Bebón, aterrado.

—¿Cómo lo has adivinado?

—¡Ni siquiera conseguiremos cruzar el Nilo!

El especialista intervino entonces:

—Los soldados no controlan todas las barcazas. El gran intendente tiene tres y una de ellas está reservada para sus visitantes extranjeros. Un dignatario libanés, acompañado por su servidor y su asno, no debería ser molestado.

Con los brazos en jarras, Bebón no ocultó su asombro.

—¡Ahora tienes ideas! ¿Eso es todo?

—Ejem…, no. El batelero será informado y discutirá con el oficial de guardia, en el embarcadero. Le explicará que apenas si habláis egipcio y que queréis visitar las zonas accesibles de los templos de millones de años. Un guía, avisado también, os acompañará. En realidad, os llevará hasta el momificador principal. Luego os tocará a vos.

—¡Gracias por el consejo!

—Probablemente no volvamos a vernos. Que los dioses sigan protegiéndoos.

—¿Y las vestiduras y el lingote? —quiso saber Bebón.

—El gran intendente lo cogerá mañana del tesoro de Karnak. Estad en el mercado del puerto cuando el sol alcance la mitad del cielo. Un gran nubio, vendedor de escobas, os los entregará. Me alegro de haberos conocido y, a título personal, os deseo buena suerte.

Tras la partida del técnico, la furia de Bebón se desató.

—¡Soberbia, una trampa soberbia! ¡Hermosas palabras, hermosas instrucciones, hermoso plan y hermoso trío de ingenuos que creen en lo imposible!

—Gracias a ti, nos hemos acostumbrado a ello —observó Kel—. Si el amigo del gran intendente trabajara para el juez, ya estaríamos detenidos.

—¡En flagrante delito de robo de un lingote, ante los ojos de la población de Tebas, la cosa será mucho mejor! Os lo suplico, abramos los ojos y salgamos de esta ciudad.

—Acabamos de obtener informaciones decisivas —juzgó Nitis—. ¿Quieres renunciar a explotarlas?

—¡Probablemente se trate de puras invenciones!

—Yo no lo creo.

Bebón se sentó, derrotado.

—Os digo que es una trampa.