67

La miel producida por las abejas de Aurora era de una calidad excepcional. No servía para la alimentación y el conjunto de la producción se reservaba al cuerpo médico tebano. Nitis admiró la habilidad de la apicultora y no dejó de comunicarle algunas indicaciones terapéuticas. Una compresa empapada en miel, por ejemplo, curaba las quemaduras.

—Debo entregar una decena de botes al médico de la Divina Adoratriz —anunció Aurora—. ¿Queréis acompañarme?

—¡Será un placer! Y vos me hablaréis de ese templo extraordinario.

Satisfechas de estar juntas, a ambas mujeres el trayecto les pareció demasiado corto. Aurora describió los pilonos, los obeliscos, los grandes patios, la sala hipóstila, las casas de los sacerdotes permanentes y la morada de la Divina Adoratriz, con la que había tenido la suerte de cruzarse algunas veces.

—Es una mujer resplandeciente, de mirada dulce e imperiosa a la vez. La edad no ha hecho presa en ella. Esposa del dios Amón, tamiza su poder y mantiene la armonía al celebrar los ritos. Ella es el verdadero faraón de Egipto. El otro, el del norte, sólo se interesa por los griegos y por el ejército.

En la entrada principal del templo se había formado una cola.

Esa misma mañana, el juez Gem había doblado los efectivos y reforzado los controles. El oficial principal era un amigo de infancia de Aurora que no perdía las esperanzas de casarse con ella.

—¿Una remesa de miel?

—Diez botes sellados, para el médico de su majestad.

—El bono de encargo oficial, por favor.

—Aquí está.

El oficial lo comprobó.

—El aire del desierto te hace más hermosa aún, Aurora. ¿Vas a negarme una cena?

—¡En estos momentos estoy desbordada de trabajo! Pero pensaré en ello.

—¿Prometido?

—Prometido.

—Puedes pasar.

Nitis intentó deslizarse tras la apicultura.

—¡Alto! —ordenó el oficial—. ¿Quién sois?

—Una amiga —respondió Aurora—. Me ayuda a llevar los botes de miel.

—Lo siento, pero nadie ajeno al servicio está autorizado a entrar.

—¿No puedes hacer una excepción?

—Las consignas del juez Gem son imperativas. Perdería mi puesto.

—¡Sólo tengo dos brazos y hay diez botes!

—Llamaré a un sacerdote. Vos no os mováis de aquí —dijo el oficial, dirigiéndose a Nitis—. Debo interrogaros y comprobar vuestra identidad.

El hombre ayudó a Aurora a llevar su cargamento hasta el interior y le encontró ayuda.

Cuando regresó al puesto de guardia, Nitis había desaparecido.

Ante el juez Gem, Aurora guardó la compostura.

—¿Dónde y cómo conocisteis a esa mujer?

—Estaba encargándome de mis colmenas cuando me abordó. Me dijo que acababa de divorciarse y buscaba un empleo.

—¿Cómo se llama?

—Achait, es siria. Es madre de tres hijos y lloraba desconsoladamente. Yo necesitaba una empleada, así que la contraté.

—¿No iba acompañada por uno o dos hombres?

—Sólo la vi a ella.

—Según el oficial de guardia, la calificasteis de «amiga». ¡Es curioso, tratándose de una empleada!

—Sus desgracias me conmovieron y nos entendimos de inmediato.

—Si ocultáis algún hecho, por pequeño que sea —le advirtió el juez Gem—, seréis inculpada.

—Os lo he dicho todo.

—¡Esa mujer ha huido! —recordó el magistrado—. De modo que no tenía la conciencia tranquila.

—Sin duda he sido ingenua —deploró la apicultura—. Pero no puedes desconfiar de todo el mundo.

—En el futuro, sed menos crédula e informaros antes de contratar a alguien. Ahora, marchaos.

Aquel juez tenía la arrogancia de los altos dignatarios del norte y detestaba a los tebanos. Contenta de haberle mentido, Aurora esperaba que la mujer médico pudiera escapar.

—Una urgencia —le dijo el cocinero a Bebón, que estaba limpiando las escudillas—. Al margen del cocido, ¿tienes otras especialidades?

—Los pinchos de cordero.

—¡Fabuloso! Ponte manos a la obra. Te doy tres horas.

—Las escudillas…

—Se las encargaré a un colega. Y te traeré la carne.

Bebón la cortó a pequeños dados y los dejó macerar en zumo de cebolla y aceite, levemente salado. Luego, los ensartaría y los asaría.

Viento del Norte no se quejaba de su nuevo trabajo ni tampoco de la comida. Transportaba utensilios de cocina, bolsas de condimentos y finas hierbas, y degustaba restos de platos muy variados. Su calma tranquilizaba al actor. Significaba que Nitis y Kel debían de seguir libres; ¿pero habrían conseguido ponerse en contacto con la Divina Adoratriz?

Por su parte, el fracaso había sido total y no tenía ninguna esperanza de éxito en perspectiva. Dadas las nuevas medidas impuestas por el juez Gem, un pinche de cocina, recién contratado, sería rechazado en el control y sometido a un interrogatorio exhaustivo.

A mediodía, el cocinero sacó del horno panes en forma de umbela de papiro.

—¿Y tus pinchos?

—¡Muy apetitosos!

—Mejor así, pues nuestro cliente es un sibarita difícil de satisfacer, y está en juego mi reputación.

—¿De quién se trata?

—Del mejor amigo del gran intendente Chechonq. Está redactando los ejemplares del Libro de salir a la luz[28] destinados a las moradas de eternidad de los altos dignatarios tebanos. Al parecer, tiene una mano excepcional, pero su talento no le impide apreciar la buena carne. Todas las semanas almuerza en compañía de Chechonq. Y esta vez nos pone a prueba. Un privilegio notable, ¡créeme!

El técnico era un personaje austero y pausado. En cuanto llegó, probó un dado de carne asada y un pedazo de pan.

El sudor empapaba la frente del cocinero.

—Adecuado —consideró el sibarita—. Mañana entregaréis seis pinchos y dos panes en casa del gran intendente.

Haciendo una gran reverencia, el cocinero pensó en el beneficio que aquel éxito le proporcionaría. ¡Proveedor de Chechonq y de su mejor amigo!

Bebón, en cambio, pensaba en otra cosa.

Durante la pausa, se dirigió al establo.

—Llévame junto a Kel o Nitis —le susurró a Viento del Norte.