Al salir del canal que conducía al embarcadero del templo de Karnak, la embarcación de Henat se cruzó con otra, cargada de policías y militares. A popa, sentado bajo un parasol, iba el juez Gem. Cuando los dos navíos se rozaron, el jefe de los servicios secretos requirió al magistrado.
Una bonita maniobra los puso borda junto a borda, y ambos hombres se retiraron a la cabina de Gem.
—¿Os marcháis de Tebas, Henat?
—En efecto.
—¿La Divina Adoratriz os ha asegurado su perfecta colaboración?
—No la he visto.
—¿Os estáis burlando de mí?
—Tengo la seguridad de que está gravemente enferma y vive sus últimos instantes. Ya no recibe ni siquiera a su gran intendente, y no prestará ayuda a nadie. Por eso regreso a Sais. Y vos deberíais hacer lo mismo.
—No tenéis por qué decirme lo que debo hacer, Henat. Llevo a cabo mi investigación a mi antojo.
—¡Una investigación que se está alargando mucho!
—¿Vos lo creéis así?
La mirada irónica del juez intrigó al jefe de los servicios secretos.
—No olvidéis vuestras obligaciones, Gem: comunicarme la totalidad de los elementos de que disponéis.
—¿No son idénticos los vuestros? Y no tengo la sensación de que los respetéis.
—¡Vuestras sensaciones no me interesan!
—En cambio, uno de los hechos principales de mi investigación debería apasionaros.
Henat estaba en una posición inferior. Y como el juez deseaba disfrutar de un triunfo parcial, le concedió ese placer.
—¿Y aceptáis revelármelo?
—Será un toma y daca. ¿Qué habéis descubierto en Tebas con referencia al escriba Kel y a sus cómplices?
—Absolutamente nada.
—¿Y pensáis que voy a creeros?
—Si el asesino hubiera sido descubierto, mi organización me habría informado.
El magistrado pareció convencido.
—He decapitado la cohorte de los conspiradores —reveló.
¿Habéis detenido a Kel?
—Su jefe está muerto.
—¿Su jefe…?
—El ministro de Finanzas, el traidor Pefy. Albergaba a sus cómplices en su morada de Abydos y les permitió huir. El comandante de los mercenarios griegos lo atravesó con su lanza. Puesto que actuó sin órdenes, será sancionado.
La sequedad de los hechos extrañó a Henat.
—He informado a su majestad —añadió el juez—. Sabe que mi acción ha dado un paso decisivo. El ministro Pefy pretendía tomar el poder utilizando los servicios de una pandilla de criminales dirigida por el escriba Kel.
—¿Acaso sigue vivo?
—Probablemente no. Una tempestad podría haber provocado su muerte y la de sus principales cómplices, la sacerdotisa Nitis y el actor Bebón. Según todos los marinos consultados, habrían muerto ahogados. Pero no he encontrado los cadáveres.
—¡Los cocodrilos y los peces los habrán devorado!
—Es posible.
—¿Lo dudáis?
—Habría preferido ver sus cadáveres.
—El perfeccionismo no es forzosamente una virtud, juez Gem.
—¿Pensáis enseñarme mi oficio?
—En vez de perder el tiempo buscando muertos, regresad a Sais.
—Todavía no he puesto fin a mi investigación. Yo, y sólo yo, elegiré el momento adecuado.
—Tebas es una ciudad muy agradable, y el gran intendente Chechonq, un anfitrión excepcional. Sin duda apreciaréis los deliciosos momentos de relajación.
—Tengo la intención de trabajar, no de relajarme. Y necesito la ayuda de vuestros agentes.
—Eso lo decidirá el rey.
—Responderá favorablemente a mi petición por escrito —estimó el magistrado—. Permitidme ganar tiempo.
El jefe de los servicios secretos reflexionó.
—Poneos en contacto, de mi parte, con el técnico del Ramesseum encargado de la fabricación de papiro de primera calidad. Dirige mi organización tebana.
El juez quedaría decepcionado, pues el subordinado de Henat no podría proporcionarle informaciones esenciales.
—Gracias por vuestra colaboración.
—¿No termina del mejor modo el asunto Kel? ¡Finalmente nos hemos librado del criminal y de sus aliados! Y vos evitáis un procedimiento que habría desembocado en la última pena. Todo un éxito, juez Gem. El rey estará satisfecho de vuestros servicios, y merecéis algunos días de descanso en Tebas.
—No los necesito en absoluto, y os recuerdo que pienso terminar aquí mi investigación.
—¿Deteniendo a unos espectros? ¡Gozad un poco de la vida!
—Según tengo entendido, vos no soléis hacerlo.
—El encanto de Tebas os sorprenderá. No olvidéis regresar a Sais.
—Buen viaje, Henat.
Ambas embarcaciones se separaron, y la del magistrado se dirigió hacia el muelle de Karnak. El encargado de la seguridad del templo recibió con deferencia al magistrado.
—Vuestro alojamiento oficial ya está listo —declaró—. El gran intendente os ruega que lo excuséis, no podrá veros antes de mañana a causa de una urgencia administrativa.
La villa ocupada antes por Henat había sido limpiada, y una cohorte de servidores se disponían a satisfacer los menores deseos del juez.
—Este lugar no me parece adecuado. Encontradme un edificio en la ciudad. Necesito una decena de despachos para mis colaboradores, una sala de reunión y un acuartelamiento. No tardarán en llegar dos barcos de policía más, y desplegaré a mis hombres en ambas riberas.
—Debo consultar al gran intendente y…
—Es una orden —interrumpió Gem—. Su opinión en nada cambiará las cosas. Sólo pasaré una noche en esta casa.
En ese instante se presentó el cocinero de redondas mejillas.
—La cena se compondrá de dos entrantes, a saber…
—Anuladla. Sólo tomaré un puré de habas.
—Propongo que el vino…
—Servidme agua.
Insensible a la refinada decoración de la villa, el juez se sentó a la sombra de un sicómoro y consultó, una vez más, el expediente del escriba Kel. ¿Tenía que cerrarlo definitivamente?
Un oficial de policía se le acercó para comunicarle las novedades.
—Hay noticias del equipo de falsos pescadores. Son malas noticias.
—¿Han sido atacados?
—Aparentemente, no. Los han encontrado muertos en su campamento.
—¿Y la causa de la muerte?
—Según el médico militar, ha sido por envenenamiento. Al parecer, consumieron un pescado tóxico.
Extraño incidente. ¿No habría utilizado una droga la sacerdotisa Nitis? ¡Y el escriba Kel había envenenado a sus colegas del servicio de los intérpretes!
El juez no cerró el caso.