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Bebón no se arrepentía de las largas horas que había pasado, en compañía de Kel, nadando bajo el agua hasta el agotamiento. Convertidos en verdaderos peces, ambos muchachos rara vez cogían aire y recorrían largas distancias buceando.

Hoy ese entrenamiento intensivo le estaba salvando la vida.

Bebón emergió en un extremo del muelle, aspiró una gran bocanada de aire y se alejó más aún del barco de la policía.

A gran distancia ya, escaló la ribera.

Una carcajada le hizo dar un respingo.

—Sentado en un altozano, un chiquillo lo contemplaba.

—¿Qué te resulta tan divertido, pequeño?

—¡Estás todo rojo!

Era limo. El limo acarreado por el Nilo, procedente del gran sur. Dicho de otro modo, la llegada de la crecida. Durante varios días sería imposible navegar, debido al poder de las aguas. Y el agua, cargada con aquel barro fértil, origen de la prosperidad de las Dos Tierras, ya no sería potable.

Eso complicaba singularmente la tarea de los viajeros y facilitaba la de la policía. Le bastaría con vigilar los caminos de tierra.

¿Habrían conseguido Kel y Nitis salir del templo? Bebón, consciente del riesgo, se dirigió hacia el recinto.

En el principal puesto de guardia, los soldados discutían ásperamente.

El actor se dirigió a un centinela.

—Me gustaría ofrecer mis puerros al responsable de las compras.

—¡No es un buen día, muchacho!

—He recorrido un largo camino.

—El templo está cerrado por un plazo indeterminado.

—¿Qué ocurre?

—Unos bandidos se han escapado, al parecer. Vamos, no te quedes aquí, regresa a casa.

—¡Excelente noticia!

Pero la joven pareja, al advertir la llegada de la crecida, quedaría desamparada. Sólo había una solución: encontrar una caravana que pasara por el desierto y unirse a ella como mercaderes. La presencia de Viento del Norte los ayudaría. ¿Habrían tenido esa misma idea la sacerdotisa y el escriba?

Bebón acudió al centro de la ciudad constantemente ojo avizor, pues temía ser identificado y detenido. El capitán, humillado y furioso, seguramente habría lanzado una nube de policías tras sus pasos.

Le fue fácil obtener la información deseada: el lugar de descanso de los caravaneros entre dos etapas.

De pie, muy rígido ante el juez Gem, el capitán del barco de la policía fluvial temblaba de pies a cabeza.

—Un escándalo en el templo, una mujer médico y un herido grave se esfuman y que, al parecer, vos habéis traído a Licópolis… Me gustaría comprenderlo.

—Es muy sencillo… y complicado a la vez.

—Intentad resolver esa contradicción, capitán.

—Es sencillo y…

—Complicado, acabáis de decirlo. Simplificad, pues.

El capitán se tiró de cabeza al agua.

—Debo comunicaros desagradables informaciones.

—No os andéis por las ramas.

—Un agente especial, que actuaba por orden del jefe de los servicios secretos, Henat, me pidió que lo llevara a Licópolis en compañía de su superior, gravemente herido en una emboscada tendida por el escriba Kel y sus cómplices.

—Henat… ¿Pronunció, en efecto, ese nombre?

—Sí.

—En realidad, ese tipo os engañó.

El capitán bajó la mirada.

—Eso me temo.

—¿Y no verificasteis sus palabras?

—Envié un mensajero a Sais, pero ese simulador me dejó plantado.

—Deplorable —masculló el juez.

—Deplorable, sí —confirmó el capitán—. Sin embargo, no considero que el hecho de salvar a un policía en peligro de muerte sea un error.

—En las actuales circunstancias, vuestra ingenuidad lo es. En adelante, mostraos más desconfiado.

—¿No… no me despedís?

—Sí, pero para mandaros a vuestro puesto. Y no volváis a cometer errores.

La estupidez del capitán no importaba. Al parecer, Kel, Nitis y Bebón estaban vivos, y daban pruebas de una temible habilidad.

El juez tuvo entonces una extraña idea. ¿El hábil actor, que forzosamente era Bebón, había inventado una fábula o estaba realmente al servicio de Henat? Así, como espía infiltrado a las órdenes del jefe de los servicios secretos, permanecía junto al escriba Kel para descubrir la totalidad de sus cómplices y la magnitud de su organización.

Ese tipo de jugarreta llevaba la marca de Henat, un hombre acostumbrado a jugar en solitario e incapaz de colaborar con la justicia.

Tal vez el magistrado pudiera sacar cierta ventaja de la situación. En todo caso, ya no proporcionaría información alguna a Henat y pilotaría su propia barca.

Kel y Viento del Norte permanecían algo retrasados mientras Nitis avanzaba por el muelle. Pensaba descubrir los barcos de la policía e intentar saber si Bebón estaba detenido a bordo de uno de ellos. Numerosos soldados iban y venían, muy excitados.

Se dirigió a un oficial de aspecto altivo.

—Debía entregar unas legumbres, pero me han dicho que un prisionero acababa de fugarse y que nadie podía acceder a los navíos durante las investigaciones.

—Es cierto, joven dama. Regresa a tu casa y no te muevas antes de nueva orden. De lo contrario, tendrás problemas.

Sumisa, Nitis se alejó y se reunió con el escriba.

—Bebón ha escapado —le comunicó—. Y he visto muchos insectos brincando en la superficie de las aguas y produciendo un ruido característico:[14] consagrados a la diosa Neit, anuncian la inminente llegada de la crecida.

—¡El río no será navegable, entonces! Pero quedan los caminos de tierra.

—El ejército y la policía impedirán el acceso a Tebas —objetó Nitis—. Es imposible tomar una ruta normal.

Sólo Viento del Norte no parecía abatido; con las orejas erguidas, deseaba abandonar el lugar.

—Sigámoslo —recomendó la sacerdotisa.

El asno rodeó la ciudad, tomando los senderos que flanqueaban los cultivos y, luego, regresó hacia el arrabal del este.

En un palmeral vieron a un centenar de asnos y numerosos comerciantes con túnicas de colores.

—¡Una caravana! —advirtió Kel—. El único medio de evitar los controles. ¿Pero se dirigirán hacia el sur?

El trío se aproximó, y un centinela les cerró el paso.

—Quisiéramos ver al patrón —dijo el escriba.

Éste se llamaba Hassad, tenía unos cuarenta años, era sirio y lucía un pequeño bigote.

—¿Podemos saber cuál es vuestro destino?

—Vamos a Coptos pasando por el desierto. De allí, llegaremos hasta el mar Rojo.

—¡Coptos estaba al norte de Tebas, no muy lejos de la ciudad de Amón!

—¿Nos aceptáis entre vosotros?

Hassad no pareció muy entusiasta.

—Mi caravana sólo incluye a mercaderes profesionales; comparten los beneficios… y los gastos.

Nitis le ofreció entonces un magnífico lapislázuli.

—¿Bastará esta piedra?

Al patrón casi se le salieron los ojos de las órbitas.

—Debería bastar. Partimos después del almuerzo. Vos y vuestro asno caminaréis por detrás, justo frente al vigilante.

—De acuerdo.

Kel y Nitis se sentaron aparte. Les sirvieron tortas rellenas de habas y lechuga.

—¿Tendrá tiempo Bebón para reunirse con nosotros? —se preocupó el escriba.

—De no ser así, nos alcanzará por el camino —aseguró Nitis.

Desde hacía varias horas, Bebón iba de escondrijo en escondrijo para escapar de los soldados. El juez Gem había ordenado un sistemático registro de Licópolis y ni siquiera respetaba el templo. Al caer la noche, la búsqueda cesó y el cómico por fin pudo dirigirse al oasis donde se detenían los caravaneros.

Estaba desierto.

Apoyado en un pozo, un anciano masticaba cebollas.

—¿Ha partido hoy alguna caravana? —preguntó Bebón.

—Sí, hacia Coptos.

—¿Has visto a una joven pareja con un asno?

El anciano esbozó una extraña sonrisa.

—¡Una muchacha muy hermosa! En su lugar, yo habría evitado esa caravana. El patrón, Hassad, es un tipo despreciable. Y detesta a las mujeres.